Registro humano de la naturaleza
La
primera vez que vio la obra de Sebastião Salgado, hace 20 años, el cineasta
alemán Wim Wenders quedó conmovido. La imagen que lo impactó es la de un
inmenso grupo de personas semidesnudas en Sierra Pelada, Brasil, hurgando en
las entrañas de una mina de oro. El galerista le mostró entonces a Wenders
–director de Pina, París
Texas, Las alas del deseo, entre
más de 60 largometrajes y 40 documentales– otros trabajos de Salgado. Y Wenders
soltó las lágrimas ante el retrato de una tuareg ciega, de una belleza
inclasificable.
La
sal de la tierra, uno de los documentales más
celebrados del Green Film Fest cuya sexta edición concluye este domingo en
Buenos Aires, codirigido por Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado, hijo de
Sebastião y Lélia, se estrenará aquí el jueves 27 de agosto. Estuvo nominado a
los Premios Oscar en 2014 y ganó el premio especial de la sección “Una cierta
mirada” en el Festival de Cannes.
“¿Qué
es un fotógrafo?”, pregunta Wenders al comienzo del filme. Y Salgado responde:
“Es alguien que literalmente pinta con la luz. Es un hombre escribiendo y
reescribiendo el mundo con luz y sombras”. Precisamente, su obra elige el negro
y blanco para pintar un mundo que él vive en color. Pero en su lenta
degradación la tierra va perdiendo también tonalidades. De la fotografía de
Sierra Pelada que impactó a Wenders, el propio Salgado dice en La sal de la tierra : “Cuando estuve al borde de ese
enorme agujero, un escalofrío recorrió mi cuerpo. En sólo un segundo se me
reveló la historia de la humanidad. Tuve la impresión de que esas 50.000
personas eran esclavos, pero esclavos de la idea de volverse ricos. Había de
todo: universitarios, intelectuales, campesinos, trabajadores urbanos… todos
probando suerte. Para encontrar un kilo de oro o nada. En ese momento su
libertad estaba en riesgo”.
Pasó
algún tiempo hasta que Wenders y Salgado se conocieron. El alemán colgó la foto
de la mujer tuareg ante su escritorio y fue gracias a Juliano que ambos
coincidieron. Sebastião Salgado no precisa ninguna presentación formal. Para
quienes lo admiran es el hombre que habla con el planeta, las especies y los
hombres, que se integra a todas las culturas y convive en paz con cada
comunidad a la que llega. Sus notables trabajos nos devuelven, en un ramalazo
de conciencia, todas nuestras acciones en relación con los otros y con la
Tierra. No es posible mirar hacia otra parte: somos la especie que está
destruyendo la casa que habitamos.
Desde
Sarajevo, donde es jurado en el Festival Internacional de Cine Documental,
Juliano Ribeiro Salgado habló con Ñ.
Nacido en una familia de aventureros, no tuvo con su padre una relación muy
cercana. Pero fue a partir de seguirlo en sus viajes y filmarlo que el vínculo
se estrechó entre ellos. En La
sal de la tierra, de la mano de Wenders, Ribeiro Salgado rinde un homenaje
conmovedor a ese hombre que vivió tragedias: a su coraje, a su visión de la
humanidad y a su magnífica obra.
–¿Cuándo
decidió viajar con su padre y qué descubrió de Salgado?
–Desde el primer reportaje que
hicimos juntos, que fue en el estado de Pará con una tribu de indígenas
dulcísimos, los zo’és, que viven como hace centenares de años, tuve la idea de
pasar más tiempo juntos. Me di cuenta que las imágenes que tomábamos juntos
eran riquísimas, increíbles. Al principio no me había entusiasmado, porque mi
relación con Sebastião ha sido algo difícil y temía que termináramos como
Werner Herzog y Klaus Kinski (cuando filmaron Aguirre,
la ira de Dios ). Pero creo
que los zo’és nos transmitieron esa dulzura y al final nos llevamos muy bien.
Volvimos a París, donde vivimos, edité las imágenes y se las mostré a
Sebastião. Me impresionó lo que ocurrió porque él se emocionó mucho y yo
también. Comprendió que su hijo lo veía con amor y sensibilidad. Entonces me
vino el deseo de compartir más tiempo con él, para que nuestra relación
creciera y así nació La sal de
la tierra. Porque Sebastião es también un testigo muy importante de la
humanidad y de la historia. Su círculo siempre fue su familia, sus amigos y una
audiencia pequeña pero quería que su trabajo llegara a públicos grandes. Al
final encontré el arco dramático para el filme: fue cuando me encontré con Wim
Wenders, que ya había expresado su voluntad de hacer algo sobre mi padre.
–¿Cuál
es la reacción de los distintos públicos que ven La sal de la tierra?
–Se conmueven de manera increíble.
Claro, no es la misma reacción en México que en Alemania. Pero se sienten
tocados de manera muy fuerte.
–Su
padre es el fotógrafo que cuenta en imágenes la condición humana.
–Sí, es verdad. Y también sobre la
naturaleza. Y tiene una forma muy próxima de relación con todo, incluso con los
biotopos. Necesitamos cambiar nuestra actitud y forma de conectarnos con la
tierra y él nos ha hablado de esto en su obra.
–¿Cómo
fue trabajar con Wenders?
–Wenders comprendió que Sebastião
siempre había tenido mucha conciencia y continúa haciendo lo que siempre hizo
de corazón. Tuvo el coraje de dejar la fotografía social en el tope de su carrera
para vivir de corazón algo nuevo.
–¿En
qué mundo cree su padre que viviremos los próximos años?
–El acaba de firmar con las
autoridades de Minas Gerais un contrato para reforestar una extensión enorme de
territorio expoliado. Mis padres ya han plantado 1,5 millones de árboles en 15
años y el agua volvió al lugar. En los próximos 25 años las autoridades se
comprometen a plantar 100 millones de árboles. Eso provocará un cambio
ecológico. Volverá el agua y esto produce un cambio económico y social. Hoy tenemos
problemas para encontrar una utopía. Sebastião y Lélia, mis padres, la
encontraron; está en Aimorés, en Minas Gerais, donde consiguieron reforestar la
hacienda que fue de mis abuelos.
Después
de muchos años de sequía (de ese trabajo surgió el libro Génesis), Sebastião y Lélia
Salgado han conseguido convertir su entorno en un vergel. Ha regresado la vida:
aves, animales, insectos…la vida. Toda la obra de Salgado es un puente de
reconciliación con los hombres y la naturaleza. Quizá sea un buen punto para
comprender la película de Wenders y Ribeiro Salgado. El documental es un
recorrido in crescendo que se introduce cronológicamente en la obra del
fotógrafo, nunca escindida de las tragedias de la que fue testigo, las
atrocidades inenarrables que ocurrieron delante de sus ojos y de sus cámaras,
pero también narra la belleza de ese mundo cruel.
Lo
que concede a La sal de la
tierra una narración fluida
es que se basa en tres voces: la de Wenders, la de Juliano Ribeiro y la de
Sebastião Salgado. Si bien la idea de Juliano Ribeiro fue hacer foco en la
relación padre-hijo en el filme, a partir de un viaje que ambos hacen a
Wrangel, una isla desierta en el océano Artico para el proyecto “Génesis”, el
trabajo de Sebastião Salgado es tan intenso que termina imponiéndose como el
gran tema del documental. Wenders aporta una estética personalísima que
trasunta la admiración del cineasta alemán por el trabajo de Salgado, que en
definitiva es la que miles de personas compartirán en el mundo al ver el filme,
estructurado en entrevistas, reflexiones, metanarrativas e imágenes sobre la
misma filmación, junto con la progresión de la obras de Salgado, el fotógrafo
no habla a la cámara sino a través de sus fotografías.
Sebastião
Salgado tiene tantos admiradores como detractores. Fue Eduardo Galeano quien
brindó sobre el fotógrafo brasileño esta pincelada inolvidable: “La cámara de
Salgado se acerca y revela la luz de la vida humana, con trágica intensidad o
triste dulzura”. Entre quienes lo denostaron se cuentan la ensayista Susan
Sontag y el historiador francés Jean-François Chevrier. Sontag no dudó en
descalificar el trabajo de Salgado en una entrevista del periodista español
Arcadi Espada, en 2003: “Una foto puede ser terrible y bella. Otra cuestión, si
puede ser verdadera y bella. Con Salgado hay otros problemas. El nunca da
nombres, eso limita la veracidad de su trabajo. La gente identifica la belleza
con el fotograma y el fotograma, inevitablemente, con la ficción”. Chevrier lo
acusó de hacer “voyeurismo sentimental”.
La
acusación de lucrar con el dolor y la miseria la han vivido otros fotógrafos
como Lewis Hine, Walker Evans o Dorothea Lange. Como dice Galeano, “la obra de
Salgado nada tiene que ver con el turismo de la miseria porque él se mete en la
realidad que elige y la comparte. ” Quizá sea Sebastião Salgado quien mejor
pueda explicar la magia y la veracidad de su trabajo: “Nunca he estado muy
cerca de Dios. Pero creo en un orden general de las cosas. Y hasta ahora creo
que todo ha sido dictado por la evolución. Cierta vez hice una foto de la pata
de una iguana y me dije “este animal está muy lejos de mí”. Pero un día me di
cuenta de que la pata era igual a la mano de un guerrero de la Edad Media, con
su guante de metal. La iguana tiene 5 dedos como yo. Entonces, la iguana es mi
prima. Y cuando volvemos atrás en la teoría de la evolución de las especies,
partimos todos de la misma célula. Yo podría ser la iguana y la iguana podría
ser yo. Esto podría ser un milagro de Dios, pero es un milagro de la evolución
y la evolución ha organizado un orden que no comprendemos”.
–Desde el primer reportaje que hicimos juntos, que fue en el estado de Pará con una tribu de indígenas dulcísimos, los zo’és, que viven como hace centenares de años, tuve la idea de pasar más tiempo juntos. Me di cuenta que las imágenes que tomábamos juntos eran riquísimas, increíbles. Al principio no me había entusiasmado, porque mi relación con Sebastião ha sido algo difícil y temía que termináramos como Werner Herzog y Klaus Kinski (cuando filmaron Aguirre, la ira de Dios ). Pero creo que los zo’és nos transmitieron esa dulzura y al final nos llevamos muy bien. Volvimos a París, donde vivimos, edité las imágenes y se las mostré a Sebastião. Me impresionó lo que ocurrió porque él se emocionó mucho y yo también. Comprendió que su hijo lo veía con amor y sensibilidad. Entonces me vino el deseo de compartir más tiempo con él, para que nuestra relación creciera y así nació La sal de la tierra. Porque Sebastião es también un testigo muy importante de la humanidad y de la historia. Su círculo siempre fue su familia, sus amigos y una audiencia pequeña pero quería que su trabajo llegara a públicos grandes. Al final encontré el arco dramático para el filme: fue cuando me encontré con Wim Wenders, que ya había expresado su voluntad de hacer algo sobre mi padre.
–Se conmueven de manera increíble. Claro, no es la misma reacción en México que en Alemania. Pero se sienten tocados de manera muy fuerte.
–Sí, es verdad. Y también sobre la naturaleza. Y tiene una forma muy próxima de relación con todo, incluso con los biotopos. Necesitamos cambiar nuestra actitud y forma de conectarnos con la tierra y él nos ha hablado de esto en su obra.
–Wenders comprendió que Sebastião siempre había tenido mucha conciencia y continúa haciendo lo que siempre hizo de corazón. Tuvo el coraje de dejar la fotografía social en el tope de su carrera para vivir de corazón algo nuevo.
–El acaba de firmar con las autoridades de Minas Gerais un contrato para reforestar una extensión enorme de territorio expoliado. Mis padres ya han plantado 1,5 millones de árboles en 15 años y el agua volvió al lugar. En los próximos 25 años las autoridades se comprometen a plantar 100 millones de árboles. Eso provocará un cambio ecológico. Volverá el agua y esto produce un cambio económico y social. Hoy tenemos problemas para encontrar una utopía. Sebastião y Lélia, mis padres, la encontraron; está en Aimorés, en Minas Gerais, donde consiguieron reforestar la hacienda que fue de mis abuelos.
foto: Juliano Ribeiro Salgado dirigió “La sal de la tierra” junto a Wim Wenders.
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