martes, 13 de octubre de 2015

Dos artículos de Jacques Robin: Forjar otro porvenir (escrito con André Gorz) - Estrategias para el trabajo-empleo


Forjar otro porvenir

En la Constantinopla asediada se discutía del sexo de los ángeles. En Francia y en Europa, donde en este comienzo de otoño nada funciona, donde el bienestar social, los salarios mínimos, los convenios colectivos, el derecho laboral, son denunciados por considerarse insoportablemente "rígidos", donde el miedo al futuro, la precariedad del empleo, la miseria -rebautizada "gran pobreza"-, estallan al mismo tiempo que... el beneficio de las empresas, eminentes responsables discuten doctamente sobre la mejor forma de que aguanten unas transformaciones fundamentales que prefieren no analizar en el marco, ya viejo, de un sistema que está siendo llevado a la implosión por aquéllas.
Cuando se habla de estas transformaciones, la mayoría de las veces se presentan como dos procesos diferentes pero paralelos, acordes con la "naturaleza de las cosas": la mundialización y la informatización. ¿Es posible ser tan desmemoriado como para olvidar que ambas se integran en una estrategia adoptada como respuesta a una crisis distinta de la que hoy vivimos? ¿Cuál? Aquella que, a mediados de los setenta, preocupaba en el seno de la Trilateral a los grandes responsables privados y públicos del mundo industrializado. Por aquel entonces, los pueblos y las empresas se habían vuelto ingobernables, los salarios se disparaban, los beneficios se hundían y el crecimiento chocaba contra límites físicos. El dinero ya no era el rey, el capital ya no era el amo en las fábricas ni los gobiernos eran los dueños de la calle.
Era urgente que las empresas se hicieran invulnerables a las huelgas-tapón; que su rentabilidad dejase de depender de las economías de escala, que aprendieran a producir más rápido, en series más reducidas, con un capital y un personal menores. Era hora de sacar por fin partido a los recursos de las tecnologías de la información, hasta entonces infrautilizados.
En la industria, y luego en los servicios, estas tecnologías de la información debían permitir producir más y mejor con la mitad de personal, de capital y de locales. Al mismo tiempo debían permitir a las firmas trasladar sus operaciones allí donde los salarios eran más bajos, los gobiernos tenían más manga ancha y los sindicatos eran más débiles.
"La empresa" se convirtió en una red transnacional de unidades semiautónomas, interconectadas telemáticamente. Al no tener un territorio fijo, administraba flujos transcontinentales de bienes inmateriales y materiales. En las guerras comerciales que entablaba con sus competidores, podía movilizar a trabajadores indios, filipinos, malgaches, a los que pagaba 100 dólares al mes. En nombre del imperativo de la competitividad, podía exigir la supresión de cualquier obstáculo a la circulación de las monedas, de los capitales y de las mercancías. La deslocalización permitía a las empresas transnacionales liberarse de las leyes del Estado-nación, dar a éste la vuelta y someterlo a las leyes del estado mundial del capital, de la OMC (ex GATT) y del FMI: desregulación, flexibilización, privatización, desmantelamiento del Estado de bienestar. Resistir era exponerse a sufrir el "castigo de los mercados"; de esos mercados cuyas leyes sin autor evitan con la máxima eficacia que las empresas cumplan las leyes (políticas) de que se dotan las sociedades humanas. "El horror económico" (1) demuestra lo que el "pensamiento único" enmascara adrede: estamos sumergidos en un cambio de era que hace que la lógica económica clásica pierda su pertinencia. La creación de riqueza cada vez exige menos trabajo directo. Sacando partido de una tercera dimensión fundamental de la materia, la informatización permite almacenar secuencias de operaciones intelectuales para movilizarlas y aplicarlas cuando y como se necesiten.
El intelecto tiende a convertirse en el aspecto dominante de la fuerza de trabajo, y los conocimientos y las operaciones acumuladas, en la forma dominante del capital fijo. El tiempo de trabajo deja de ser la medida de las riquezas creadas. Si continúa siendo la base sobre la que se asientan los beneficios distribuidos, éstos seguirán disminuyendo para una gran mayoría y la sociedad seguirá desmembrándose.
Es necesario que surjan una sociedad y una economía diferentes en las que el trabajo de producción ocupe un lugar subordinado, mientras que el tiempo de producción de la sociedad, de producción de uno mismo y de producción de sentido pasen a ser preponderantes. ¿Ello implica un cambio previo de las mentalidades? ¡Pero si las mentalidades ya están cambiando! La mayoría de la gente ya no apuesta por el trabajo-empleo y por su carrera para triunfar en la vida. Lo que falta es el espacio donde este cambio cultural pueda plasmarse en nuevas formas de actuar y de vivir en sociedad; lo que falta es el proyecto colectivo que permita a cada cual saber que no es el único que aspira a ese cambio. El futuro se cargará de nuevo de sentido si sabemos progresar hacia esta otra sociedad que está pidiendo surgir, liberando esas energías que esterilizan el miedo al mañana, la exclusión y la guerra de todos contra todos. El camino será largo. Es inútil detallar desde ahora el fin, sus actores y los medios para lograrlo, pero es posible esbozar unas políticas que inviertan la tendencia actual y vayan poniendo jalones en la dirección en la que se trata de avanzar.
La consigna "trabajar menos para que todos trabajen" surgió en Italia hace ya cerca de 20 años. Michel Roland, tristemente fallecido, completó la frase añadiendo "... y vivir mejor". Este lema no alude a una serie de medidas, sino a un conjunto de políticas para redistribuir continuamente tanto las riquezas producidas socialmente como el trabajo necesario para producirlas.
"Trabajar menos" sólo permite "que todos trabajen" si la jornada laboral se reduce periódicamente. Sólo se podrá "vivir mejor" si las organizaciones y movimientos asociaciativos, cooperativistas y mutualistas pueden hacerse cargo del nuevo tiempo disponible para desplegar un gran número de actividades colectivas e individuales. En este sentido, la arquitectura y el urbanismo deben ser definidos de nuevo. Hay muchas ideas que tomar, a este respecto, de los holandeses y escandinavos.

La semana de 4 días y de 32, horas podría ser una primera etapa hacia el"trabajar menos". Para aquellos servicios públicos en los que la productividad apenas crece (educación, sanidad, transportes urbanos, etcétera), los sindicatos daneses han abierto una nueva vía: todos los años, un 10% de los empleados toma un año de excedencia y son reemplazados por parados. El año sabático supondría un 14% de empleos adicionales en vez del 10%. Los empleados que disfrutan del año sabático reciben en Dinamarca el 90% de su salario.

Sin embargo, ninguna modalidad de reducción del tiempo laboral es aplicable a los empleos precarios, a los temporales, a los de tiempo muy parcial o a aquellos que se pagan por tarea realizada, no por tiempo. Y este tipo de trabajos pronto serán mayoría. Es urgente convertir la creciente discontinuidad del trabajo de la gente en una nueva libertad: el derecho a trabajar de forma intermitente y a llevar una vida "multiactiva" en la que trabajo y actividades no remuneradas se releven y se complementen.

¿Cómo lograrlo? He aquí una de las fórmulas en estudio: los parados, las personas con empleos precarios, temporales, a tiempo parcial, forman unpool de mano de obra en cada nicho de empleo. Se reparten el trabajo, definen de forma colectiva las condiciones y, para los periodos sin trabajo, prevén posibilidades de formación, de autoactividad, de participación en redes de asistencia mutua y de intercambio de servicios. Una suerte de vuelta a los orígenes solidarios y mutualistas del sindicalismo.

Sin embargo, es necesario redistribuir la riqueza producida para garantizar unos ingresos continuos suficientes para aquellas y aquellos que trabajen de forma discontinua y/o a tiempo parcial. La noción de subsidio de desempleo, total o parcial, no tiene mucho sentido cuando el empleo estable a tiempo completo deja de ser la norma.

Hay una idea que no cesa de ganar terreno y es la de instituir un salario social de base garantizado para todos, acumulable con el salario laboral y suficiente para poder vivir. Para los artesanos y las pequeñas empresas, constituiría el mejor incentivo para que, también ellos, adopten la vía del"trabajar menos para que todos trabajen".

El salario social de base no debe tomarse como un reductor de la actividad. Al contrario, debe favorecer una infinidad de actividades no remuneradas y de trabajos no rentables, esenciales para la calidad de vida: actividades artísticas, deportivas, políticas, de ayuda y de asistencia; trabajos de mantenimiento, de ahorro de energía, de recuperación del medio urbano y natural. Hay que concebir el salario social de base dentro de un contexto en el que todos, desde la infancia, nos veremos atraídos y solicitados por una multitud de grupos, talleres, clubes, cooperativas que intentarán captarnos para sus actividades autoorganizadas. De esta forma, se volverán a establecer el vínculo social y la socialidad más allá del empleo asalariado que hoy está en vías de desaparición.

Se han estudiado decenas de fórmulas para su financiación. Todas tienen una validez limitada en el tiempo en la medida en que descansan sobre la redistribución fiscal. Porque la producción social depende cada vez menos del trabajo inmediato: depende cada vez más de la eficacia de los medios empleados. Distribuye cada vez menos medios de pago a un número cada vez menor de gente. Nos encontramos en una pendiente en la que las sumas a redistribuir terminarán por supera r las sumas ya. distribuidas.

Para evitar la implosión, será necesario, tarde o temprano, que la distribución del poder adquisitivo corresponda al volumen de las riquezas socialmente producidas, no al volumen del trabajo prestado. Lo que implica, como señala René Passet, la creación de otra moneda que denomina "moneda de consurno". A su manera, Leontiev decía lo mismo en 1982, Jacques Duboin en 1931 y Marx en 1858. En una "economía plural" se impondrán otros tipos de moneda (y de hecho ya lo hacen) junto a la actual, como una moneda de distribución no atesorable, o una moneda local o regional con una circulación y una convertibilidad limitadas. Gracias a la "revolución informática" el capital ha podido liberarse de todo arraigo territorial, emanciparse del poder político, imponer la "competitividad" (2) como imperativo supremo.

Lo político se ve vaciado por doquier de su autonomía, la política está desacreditada y la sociedad a punto de derrumbarse, mientras en las prácticas y en las conciencias apenas se esboza una sociedad diferente. Las políticas imaginativas pueden favorecer que esta nueva sociedad alcance la madurez. Pero necesita tiempo.

Por eso la radicalidad de los cambios que se prevén debe conjugarse con la modesta voluntad de evitar que un mundo se vea sumergido en la barbarie antes de que otro tenga tiempo de nacer.

Y mientras se inicia un cambio de trayectoria hay que ganar ese tiempo obteniendo para la política mayores márgenes de autonomía. Sólo puede dárselos a sus países miembros una Unión Europea invulnerable a los mercados financieros gracias a la moneda única, liberada del fetichismo monetarista y primera potencia comercial del mundo consciente de que puede serlo, imponiendo reglas y límites a la "competitividad", haciendo que los intercambios sirvan al desarrollo social y ecológico de un planeta solidario.

1. Viviane Forrester. L'horreur économique, Fayard, 1996. 2. A este respecto, ver la obra colectiva del Grupo de Lisboa Limiter la compétitivité, La Découverte, 1995. André Gorz es escritor y Jaques Robin es escritor científico y director de Transversales Science Culture.

ANDRE GORZ / JACQUES ROBIN 15 OCT 1996 EL PAIS



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Estrategia para el trabajo-empleo


El paro ha llegado a tales proporciones y es tan persistente en Europa que se ha convertido en una de las preocupaciones prioritarias de los gobiernos. Una de las fórmulas que desde hace algún tiempo se barajan para paliarlo es la del reparto del trabajo existente. Esta idea, basada en la convicción de que los cambios tecnológicos permiten producir cada vez más en menos tiempo y que, por ello, sólo habrá puestos de trabajo para todos si cada empleado trabaja menos horas, está siendo debatida desde hace tiempo entre gobiernos, sindicatos y empresarios de Alemania y Francia. Ahora, con motivo de las próximas elecciones, ha sido relanzada en España. En estas páginas se expone la conveniencia o no de dicha fórmula y sus modalidades.

En este texto vamos a tratar prioritariamente del trabajo-empleo, término por el que entendemos el trabajo asalariado dentro del marco actual de producción de bienes y servicios. Desde hace cerca de dos siglos, por trabajo se entendía un empleo a tiempo completo y de duración ilimitada, desde que se salía del colegio hasta la edad de jubilación. Servía de referencia al individuo para su instrucción, su lugar en la sociedad, el nivel de su jubilación. Pero este sistema hoy está en quiebra en todos los países industriales. Mutaciones tecnológicas y económicas.- Mientras los responsables políticos y los actores sociales -a remolque de los economistas, las empresas internacionales y los mercados financieros mundiales- no intenten comprender el significado de la mutación tecnológica en la que estamos inmersos desde hace dos o tres décadas, no serán capaces de frenar el progreso del no-empleo, con el aumento irresistible del paro, la pobreza y la exclusión.
La informatización generalizada de la sociedad y las tecnologías mutantes que la sostienen (informática, robótica, telecomunicaciones, biotecnologías) no reflejan una tercera revolución industrial, como se nos quiere hacer creer, sino un cambio de era que remueve todos los cimientos de nuestras sociedades.
Se trata de una nueva naturaleza del progreso técnico que, en el ámbito de lo social que aquí nos preocupa, lleva a una consecuencia imparable: la expulsión de la labor humana -a una escala inédita y de una manera continua- en todos los sectores de la producción tanto de bienes (agrícolas e industriales) como de servicios. Nos vemos forzados a imaginar un reparto diferente de unas riquezas producidas con cada vez menos trabajo humano, porque la economía capitalista de mercado demuestra ser incapaz de regular una situación así.
Esta situación de las economías occidentales se ve acelerada por la mundialización y la globalización de la economía (facilitada por la informática y las telecomunicaciones), que tiene lugar de manera salvaje en el plano financiero y monetario. También se ve exacerbada por fenómenos como el aumento de la producción de bienes de los países de Europa central y del Este, del Sureste asiático y de China, de Centroamérica y Suramérica, o por la justa reivindicación de las mujeres de un mayor lugar en el mundo del trabajo. Aunque la dinámica de la automatización informática generalizada constituye el abono principal de estos cambios.
La situación de declive del trabajo-empleo.- Observamos, por consiguiente, un aumento permanente del paro en los países industrializados, Estados Unidos y Japón incluidos, pese a unas estadísticas trucadas (1). Esta evolución va acompañada de una deflación generalizada (2), de la obligación para un gran número de personas de aceptar trabajos a tiempo parcial, discontinuo y precarios, y de la ampliación de las zonas de pobreza y de exclusión. Las empresas transforman su estructura mediante la reorganización científica del empleo para conservar únicamente un núcleo duro de salarios a jornada completa. Se aceleran las deslocalizaciones a países de mano de obra poco costosa.
Un país como Francia no sólo tiene tres millones y medio de parados declarados, sino, además, entre cuatro y cinco millones de personas de excluidos, que reciben subsidios, o están abocadas a la miseria. La situación en España y el Reino Unido no es mejor, a pesar de las devaluaciones monetarias.
Alemania, cuya economía se reverenciaba no hace mucho, no tiene más remedio que buscar un consenso general para evitar un descontrol social rápido: aunque, en nuestra opinión, lo que la sacará adelante no es la bajada de los costes sociales del trabajo, una mayor flexibilidad de este último, el aumento de las jornadas a tiempo parcial, el fin de las horas extra o la congelación de los salarios, aunque estas medidas vayan acompañadas de una bajada de los tipos de interés.
Los altos tipos de interés han sido, junto con las crisis del petróleo, la subida de los costes sociales y la rigidez de la Seguridad Social, simples cabezas de turco sugeridas por un pensamiento económico que ha perdido los estribos.
De hecho, estamos siguiendo un camino que conducirá a la Gran Implosión (3) si no logramos formular como alternativa otro proyecto de sociedad con una perspectiva nueva del trabajo-empleo.
La reducción del trabajo-empleo.- La irrupción de las tecnologías de la información convierte a todos los individuos de los países industrializados en parados en potencia, independientemente de sus títulos, ambiciones o profesión.
Nos encontramos ante el siguiente dilema: lanzarnos al crecimiento a tumba abierta, a la hipercompetitividad, a la caza de cuotas de mercado, y aceptar una sociedad futura con un índice de paro de entre 15% y 25%, o bien organizar de la manera más armónica posible una reducción de la jornada laboral a gran escala que permita el reparto y evite los efectos dañinos de una marginación cada vez mayor.
Desde hace más de dos siglos, el trabajo-empleo según lo hemos definido más arriba, constituía el principal vínculo social y garantizaba la cohesión de nuestras sociedades; hay que garantizar su disminución regular sin que ello signifique perder el beneficio de la socialización de los individuos que representa.
Pero la reducción del tiempo de trabajo exige las condiciones de un auténtico "contrato social para el empleo" más allá de las medidas puntuales a la que se suele reducir.
Este contrato social supone una política de redistribución constante del trabajo (con una fuerte reducción de su duración), pero también de la riqueza y los ingresos. Es una política que sólo puede concebirse al servicio de un proyecto de transformación social; debe abrir una perspectiva de superación de la sociedad salarial.
André Gorz y yo (4) hemos descrito las modalidades principales para Francia, que, en líneas generales podrían aplicarse a un país como España.
1. La duración del trabajo se reducirá de forma periódica y por tramos importantes. La primera etapa, fijada por una ley marco y un acuerdo interprofesional, adoptará, entre otras, la forma de la semana laboral de 32 o 33 horas, distribuidas en cuatro días. Este primer tramo tan importante viene impuesto por la importancia del exceso de mano de obra actual y del previsible aumento de la productividad.
La fecha de entrada en vigor de la reducción de la jornada laboral debe estar lo suficientemente alejada como para para permitir:
- La realización de estudios-provisionales sobre las necesidades cualitativas y cuantitativas de personal que la reducción de la jornada laboral entrañará en las ramas profesionales, administraciones, servicios públicos y cuerpos profesionales.
- La formación o reconversión profesional a trabajos en los que habrá empleo.
- Negociación de convenios colectivos por ramas y de empresa centrados especialmente en la reorganización del trabajo, la duración del uso de los equipos, unos horarios menos rígidos, un contrato de productividad, la evolución de los efectivos, de las cualificaciones y de los salarios.
Pero la reducción de la jornada laboral sólo puede adoptar una forma. La semana de 32 horas en cuatro días sólo es factible para los salarios estables y a jornada completa de las administraciones, la industria y las grandes empresas de servicios, públicas y privadas. En las otras actividades o empresas -incluidas las agrícolas-, la reducción del tiempo de trabajo deberá adoptar otras formas (derecho al trabajo intermitente, reducción a escala trimestral, anual o quinquenal, etcétera).
2. La redistribución de la riqueza producida y la redistribución del trabajo son indisociables. Hay que respetar varios imperativos: no aumentar los costes de producción; permitirles reducir sus costes salariales unitarios mediante inversiones en productividad; preservar la supervivencia de los servicios y oficios artesanales. Con este fin, conviene instituir un ingreso binomio que provenga de dos fuentes distintas: el ingreso por trabajo (en el caso presente, 32 horas pagadas por la empresa) y un segundo cheque(pagado por los poderes públicos de nivel más bajo: región, ciudad, municipio) que compense íntegramente (o para los ingresos elevados, parcialmente) la disminución de los ingresos por trabajo, garantizando siempre la continuidad de unos ingresos normales a los trabajadores activos, cada vez más numerosos, que estén empleados de manera intermitente, temporal o con horario reducido. En el caso de Francia, se puede pensar en una reducción de la jornada laboral con el mantenimiento íntegro de los ingresos en salarios de hasta dos veces el salario mínimo interprofesional, es decir, alrededor de 12.000 a 15.000 francos al mes, y sólo considerar una progresiva reducción de los salarios para los sueldos altos. 
El segundo cheque no podrá financiarse indefinidamente sólo con la reasignación de sumas con las que hoy se indemniza el paro. Habrá que recurrir a la Contribución Social Generalizada [el CSG es un impuesto suplementario, vinculado al de la renta, para financiar el gasto social] en todos los ingresos -incluidos los financieros- y a un impuesto fuertemente modulado sobre el consumo. Este impuesto puede adoptar la forma tanto de tasas específicas (sobre energías y recursos no renovables, envases no retornables, coches particulares, etcétera) como de un IVA eco-social que grave cada vez más los precios de venta de productos industriales cuya automatización reduzca continuamente los costes de fabricación, pero cuyo consumo creciente no fuera en interés ni de las personas, ni de la sociedad, ni de la calidad del medio ambiente. Estos impuestos tienen la ventaja, respecto a los directos, de permitir a la sociedad orientar el consumo y la producción según criterios socioculturales y ecológicos.
3. Para ello habrá que establecer un sistema fiscal moderno: acabar con la separación entre el presupuesto del Estado y el presupuesto social con el fin de facilitar los flujos y transferencias necesarios, romper la opacidad de éstos y someterlos al control de instancias democráticas.
La reducción de la jornada laboral no resuelve por sí sola la cuestión del empleo pero es una condición básica que permitirá, en el plazo de una década, que los individuos se preparen para disponer de un tiempo progresivamente libre para actividades ajenas al trabajo. Es la mejor respuesta de la solidaridad social a la situación actual.
Otras propuestas para el paro.- Algunas disposiciones en el marco del sistema actual pueden constituir vías de transición y de prueba: indemnización del tiempo reducido de larga duración, compensaciones salariales por el tiempo parcial previsto de corta duración, paro técnico a intervalos regulares compensado en su mayor parte. Pero hay que rechazar las propuestas de experiencias de reducción de la jornada laboral propuestas para asociarlas únicamente a operaciones de anualización o de aumento de flexibilidad sin contrapartida.
Respecto a la reducción de trabajo con una reducción equivalente de salario, tiene un nombre: reparto del paro.
4. Las propuestas anteriores podrían crear, en un plazo de entre 15 y 18 meses, entre un millón y un millón y medio de puestos de trabajo en Francia, pero son insuficientes para alcanzar un nivel aceptable de puestos de trabajo en nuestros países. Ahora bien, en el terreno de la economía de utilidad social, a la que todavía se llama economía solidaria o del tercer sector, donde la lógica no es la optimización del mercado, sino una lógica de cooperación social (cooperativas, mutualidades, asociaciones, pero también formaciones autóctonas), se pueden crear en Francia hasta un millón de puestos de traba o a condición de que se regulen las cuestiones de estatutos, formación y solvencia.
También habría que incluir la cuestión de un ingreso mínimo de ciudadanía, que se podría experimentar en ciertos sectores, como la agricultura, el mundo de las artes o el de los jóvenes en formación alternante.
Aquí no podemos examinar detalladamente estas perspectivas. Pero todas, desde el trabajo-empleo hasta las actividades sociales-empleo, suponen poner en cuestión el totalitarismo de la economía de mercado.
Tenemos que hacer que surja una economía plural (con mercado y no de mercado) y nuevas modalidades de reparto de la riqueza. La política tendrá entonces la misión de arbitrar los flujos monetarios, financieros y fiscales entre los ámbitos del mercado y de la utilidad social, los imperativos del desarrollo sostenible y los primeros beneficios de una economía distributiva. Para que estos cambios sean lo menos perjudiciales posibles, deberán establecerse en el marco de conjuntos geopolíticos de niveles comparables, como el de la Unión Europea, con contratos interregionales, y no en el de una mundialización monetaria salvaje que sirva sólo a las potencias.
Deseamos una toma de conciencia de estas propuestas para evitar que sea la la presión de las catástrofes la que nos obligue a tomarlas en cuenta.

(1). En 1994, la OCDE confirmó las cifras de The Wall Street Journal (20de marzo de 1989). Si se utilizan los mismos criterios que en Europa, la verdadera tasa de paro en Estados Unidos es del 9,9% (y no del 5,7%), y la de Japón, del 9,6% (y no del 2,7%).
(2). New York Herald Tribune, enero de 1995. La media salarial de los trabajadores norteamericanos ha bajado casi un 20% desde hace cinco años.
(3). Pierre Thuillier, La Grande Implosion, Fayard, 1995.
(4). André Gorz y Jacques Robin, 'Pour l'emploi... autrement', Libération,24 de febrero de 1994.
Jacques Robin es director de la revista bimensual Transversales Science Culture y autor, entre otros libros de Changer d'ère (Seuil, 1989).
La reducción de trabajo con una reducción equivalente de salario tiene un nombre: reparto del paro

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