Gracias a la alfabetización, los indígenas pueden enfrentarse a las compañías que explotan los recursos naturales
Varios niños
greñudos y en paños menores garabatean sumas encaramados a la copa de un árbol.
Otros repasan la tabla de multiplicar en el suelo frondoso mientras los
adolescentes vuelven con el botín con el que acompañar el arroz de la cena: un
par de ratas salvajes y babosas de río. Oscurece y los alumnos continúan sus
clases a la luz de velas y frontales mientras los adultos se acuestan a la
intemperie, bajo la bóveda de estrellas que envuelve la jungla. En la noche,
sólo se escuchan los sonidos inquietantes de la selva y los susurros de los
estudiantes de la comunidad indígena de Sumatra: los Orang Rimba, gente del bosque en
lengua bahasa.
“La educación permite conocer los efectos positivos
y negativos de la modernidad. El objetivo es ellos que escojan con conocimiento
de causa”, explica la profesora de 27 años, Tri Astuti, señalando a los niños
mientras recoge lápices y papeles desperdigados por el exuberante verde de la
jungla; el aula sin pupitres ni pizarras donde imparte clases. Astuti y otros
tres educadores del proyecto Sokola
Rimba hacen
incursiones semanales en las profundidades de la selva para enseñar a los
miembros de la comunidad indígena con un método adaptado a sus costumbres. El
currículum especial de La escuela de los Rimba fue diseñado por la antropóloga
Butet Manurung hace 15 años y ha permitido educar a más de 300 miembros de los
1.500 Orang Rimba sin dejar de lado sus quehaceres diarios en el entorno de la
jungla de Jambi, en la isla de Sumatra.
La alfabetización es un puente que salva desigualdad
indonesia en materia de educación, que expone a las tribus aborígenes ante la
explotación de los recursos de su hábitat natural. “La situación de los Orang
Rimba es de las peores, debido a su forma de vida y a que el gobierno ha
vendido sus tierras a compañías privadas”, explica Rukka Sombolinggi,
secretaria general de la Alianza
de las Pueblos Indígenas de Indonesia (AMAN), organización nacional para la defensa de los derechos de las 800
tribus indígenas del país; que suman alrededor de 17 millones de habitantes.
Rukka subraya que el resto de comunidades aborígenes también sufren las
consecuencias del analfabetismo y la escasez: “La mayor parte de los pueblos
indígenas de Indonesia no tienen acceso a servicios públicos. Especialmente
aquellos que viven en regiones remotas; a los que no sólo les falta sanidad y
educación, sino también infraestructuras”.
Los Orang Rimba
huían al ver mis bolígrafos. Los asociaban a los instrumentos usados para
firmar contratos con los que las compañías les quitaban sus tierras
La educación en Indonesia es tan vasta como
desigual. El archipiélago del sudeste asiático tiene el cuarto sistema de
enseñanza más grande del mundo (tras China, India y EEUU). Una red de servicios
de más de 250.000 escuelas y casi tres millones de profesores saturada con 50
millones de estudiantes. El gobierno ha hecho esfuerzos para mejorar tan
inmenso entramado. Según los datos del Banco
Mundial, Indonesia dobló su gasto en educación entre 2000
y 2007; llegando a invertir el 16% del presupuesto nacional (más que en ningún
otro sector). Pero las cifras son engañosas, y la enseñanza no llega a las
comunidades más desfavorecidas. El informe de la Unesco sobre
Educación en la región de 2014 señala que el
60% de las mujeres indígenas del país son analfabetas, mientras que las
adineradas de Bali tienen acceso casi universal a la educación.
El analfabetismo de las comunidades tribales las
condena a la marginación y las hace presas fáciles de los intereses privados en
sociedades inmersas en implacables procesos de desarrollo. Hace poco más de un
lustro, los Orang Rimba vivían plácidamente en la jungla sin necesidad de
entrar contacto con los lugareños de Jambi. No sólo les bastaba con el agua de
los ríos y los animales de las más de 60.000 hectáreas del Parque Nacional de Bukit Dua Belas, sino que sus tradiciones
ambientalistas habían sido las mejores guardianes del bosque. Hasta que la
explotación de los recursos de la selva virgen atrajo a compañías privadas.
Para los jóvenes Orang Rimba, el acceso a la
enseñanza fue la única forma de comprender la realidad que los invadía. “La
educación nos ayuda a entender el mundo. Mucha gente de nuestra tribu no quiere
aceptar el desarrollo, y les entiendo. Pero tenemos que estar preparados para
los efectos de la modernización”, explica Pengendum Tampung, de 27 años y quien
fue unos de los primeros de su tribu en leer y escribir gracias a Sokola Rimba. Sin
embargo, Pengendum también recuerda que la idea de asistir a una de las clases
de Butet Manurung, la intrusa empeñada en ayudarles a aprender, le daba tanto
miedo como el ruido de los los aviones sobrevolando la selva.
Los lápices los carga el diablo
No fue fácil salvar los prejuicios de la comunidad
indígena. En su libro, Butet Manurung detalla cómo pasó un año dentro de la
jungla de Sumatra, infestada de sanguijuelas o atacada por serpientes y osos,
hasta que consiguió tener acceso a la tribu. “Los Orang Rimba huían al ver mis
bolígrafos, a los que llamaban demonios
con ojos puntiagudos. Los asociaban a los instrumentos usados para
firmar contratos con los que las compañías les quitaban sus tierras”, dice
Butet entre risas: “En cierta forma estaban en lo cierto. Saben que un lápiz
puede cambiar vidas”.
Después de cuatro años de convivencia, Butet
convenció a algunos líderes tribales. “Nos dimos cuenta de la importancia de la
educación porque los mercaderes nos timaban. No sabíamos ni convertir las
escalas a precios, y vendíamos tres y cuatro kilos de chile como si fuese
uno...”, recuerda Celitai, líder de un rombong (clan Orang Rimba). Como el resto de
jefes de los 11 grupos tribales, Celitai se oponía fervientemente a que la
educación modificase sus tradiciones. Hasta que en mitad de un acuerdo de
compraventa, uno de sus hijos leyó en voz alta el contrato de arrendamiento con
el que una compañía quería arrebatarle sus tierras. El poder de la
alfabetización se hizo tan patente entonces como la fuerza de la naturaleza a
la que veneran.
El primer programa de estudios de La Escuela de los
Rimba sólo tenía 12 alumnos. Los intrépidos estudiantes, a hurtadillas para
evitar represalias familiares, veían cómo la profesora Butet Manurung pintaba
sobre madera y lodo para memorizar nombres y números. En la actualidad, casi
todos los niños de la comunidad Orang Rimba asisten a clase. No sólo eso. El
proyecto también se ha extendido a otras cinco áreas tribales de Indonesia
dando cobertura educativa a más de 10.000 indígenas de Makassar, Aceh, Flores,
Moluccas y Papua. Recientemente, Sokola
Rimba también ha
salvado otro tabú indígena incluyendo a la mujer en la enseñanza con un pequeño
grupo de 25 niñas.
Educar en la jungla surte efecto, a pesar de los prejuicios y de la
dificultad que supone enseñar en un entorno salvaje, con tantos elementos de
distracción para los alumnos. Algunos de los Orang Rimba que empezaron su alfabetización
hace una década cursan ya estudios superiores. Butet Manurung asegura que el
nivel de precisión en lectura y escritura de algunos alumnos Orang Rimba es
superior al de estudiantes de escuelas gubernamentales. “Nosotros educamos para
solucionar problemas diarios en profundidad. Mientras que las escuelas
tradicionales enseñan un poco de todo y sus estudiantes encuentran difícil
resolver problemas relacionados con dinero, por lo que tienen que anotar las
cifras. Nuestro método es más práctico”.
El éxito del modelo educativo es que está orientado
a satisfacer las necesidades de la comunidad. “Sokola [Rimba] no pretende educar como una escuela
convencional. Aquí hay tiempo disponible para la caza o la recolecta y
enseñamos lo que puede ser útil para la tribu, como las leyes que les amparan o
el álgebra para el comercio”, explica Aditya Dipta Anindita, coordinadora de Sokola Rimba. “Entendieron
que necesitaban saber acerca de leyes para parar el latrocinio de tierras. Para
luchar contra gente letrada, necesitas alfabetización”.
Líneas no escritas entre la conservación y el
desarrollo
El parque natural de Jambi, hábitat de los Orang Rimba, se ha reducido
en un 30% por la venta de terreno selvático para su explotación comercial. “Los
Parques Nacionales son como una concesión. Se designan sin previo aviso y sin
el consenso de los pueblos indígenas. Muchos de ellos han sido expulsados de
sus tierras”, explica Rukki Sombolinggi. Su organización, AMAN, consiguió que
la ley vinculase el uso forestal a las comunidades que lo habitan y no a los
intereses del estado.
El gobierno intenta paliar los efectos de la
explotación de la selva y de su mala políticaofreciendo casas a los Orang
Rimba. Pero las organizaciones conservacionistas como
AMAN, defienden a ultranza la preservación de las tradiciones de los pueblos
indígenas y se niegan a estas medidas. “La mayoría de Orang Rimba no quieren
unacasa estándar. Ellos quieren un hogar, y el suyo es el
bosque. El gobierno debe recuperar esa tierra para que las tribus sobrevivan”,
sentencia Rukki.
Butet Manurung no es tan tajante: “Las organizaciones
[conservacionistas] están preocupadas porque las tradiciones se puedan perder.
Pero la identidad es una cuestión compleja. Hoy en día, mis estudiantes son muy
diferentes unos de otros; a unos les gusta la jungla y otros quieren viajar.
Nuestro objetivo es que se hagan responsables de de sus elecciones y que
consigan sus aspiraciones; cualesquiera que esas sean”. La antropóloga prefiere
que cada individuo tome sus propias decisiones, a sabiendas de sus
consecuencias. Por ejemplo, algunos de sus estudiantes Orang Rimba ahora viven
fuera del parque nacional mientras otros han creado una organización juvenil
para cartografiar el terreno y evitar la expansión de cultivos dentro de la jungla.
Este grupo encargado de custodiar los bosques se
está convirtiendo además en portavoz de las demandas de su tribu. Los
estudiantes patrullan la jungla en moto; lápices, libretas y smartphones en
mano. De tanto en cuanto, descansan en mitad de la tupida selva para almorzar y
demuestran al ignorante forastero por qué ellos son más sabios y los mejores
guardianes de la naturaleza. Bien escalan los sagrados y colosales árboles sialang para
recolectar su jugosa miel. Bien recogen cortezas de árbol (venenosas para peces
y no para humanos) que esparcen en el río para hacerse con suculentas raciones
de pescado. “Nosotros no somos ni idiotas ni pobres. Otros pueden parecer
necios en medio de la selva sin tener nuestro conocimiento sobre la
naturaleza”, dice Pengendum, uno de los creadores de la organización. El
estudiante Orang Rimba repite una lección bien aprendida: “Además, ahora
sabemos que los lápices también pueden cambiar vidas y protegernos”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario