La ultramaratón Caballo Blanco vuelve
a las montañas de Chihuahua un año después de los enfrentamientos entre los
cárteles de la droga
Sus pies prácticamente
no tocan el suelo. Los corredores tarahumaras suben y bajan ligeros por las
Barrancas del Cobre (Estado de Chihuahua, norte de México) el primer domingo de
marzo para competir en la ultramaratón de 80 kilómetros. La rocosa montaña ha
esperado un año para que los atletas indígenas volvieran a correr en sus
sinuosos caminos por los que se atraviesan angostos arroyos. Los tarahumaras no
llevan más que lo puesto. Aquí no hay zapatillas de 50 dólares, sino sandalias
con plantillas de neumático hechas a mano. Tampoco hay suplementos alimenticios
en polvo y electrolitos, solo agua y pinole (maíz) para resistir. El premio es
poder llevar algunos costales de maíz y frijol a sus comunidades y el honor de
cumplir con la tradición.
Los tarahumaras han
vuelto en 2016 a Urique, un pequeño pueblo al fondo de las Barrancas del Cobre
—las más profundas de México, con 2.400 metros de altura— donde comienza el
recorrido de la ultramaratón Caballo Blanco después de que el
año pasado un enfrentamiento entre cárteles de la droga pusiera en riesgo a los
corredores. El pueblo de Urique es tan tranquilo ahora que
por la madrugada solo se escucha el canto de los gallos. Hace un año, en las
cercanías se oían disparos: los hombres de El Chapo se enfrentaron a tiros con
los del Cártel de la Línea para pelearse por el control de las barrancas. “Al
final toda esa gente se fue”, dice un habitante de Urique. Pero todos saben que
al final ganaron los de El Chapo y por eso la paz volvió al cañón.
Las Barrancas del Cobre
es un sistema de montañas que forman parte de la Sierra Madre Occidental de
México en los estados de Chihuahua y Sinaloa. La profundidad de la montaña, su
difícil acceso y sus microclimas —cálidos en las profundidades, fríos en las
alturas— la han convertido en un enclave perfecto para la producción y trasiego
de drogas. En este mismo cañón se refugió Pancho Villa, el Centauro del Norte,
durante el avance de las fuerzas revolucionarias a principios del Siglo XX.
Desde hace siglos, la etnia tarahumara encontró en este paraíso un sitio donde
refugiarse y aislarse del crecimiento urbano. Pero
también han vivido en una de las regiones más pobres y rezagadas de México. En
silencio han conservado sus tradiciones y de reojo han visto pasar a bandidos y
también a narcotraficantes.
A pesar de todo los tarahumaras no dejan de correr.
La ultramaratón Caballo Blanco fue fundada en 2003 por Micah True, un atleta
estadounidense que vivió durante varios años en el cañón y aprendió las
costumbres de los pueblos rarámuris -- como también se le llama a los
tarahumaras--. La historia de True fue contada en 2010 por el periodista
Christopher McDougall en su libro súper ventas Nacidos para correr (Random
House Mondadori, 2010). El libro atrajo la atención hacia los tarahumaras y su
técnica para correr que consiste simplemente en tocar ligeramente el suelo con
sus pies mientras resisten con poco alimento y agua las difíciles condiciones
de un terreno rocoso. “¡Esta es la meca para cualquier corredor!”, exclama
Patrick Muldowney, un atleta de Arizona (EE UU) que tras conocer la historia de
los rarámuris se animó a participar en la competición.
Una mujer tarahumara
durante la ultramaratón Caballo Blanco. Saúl Ruiz
A las 6 de la mañana en la línea de salida en la
plaza de Urique no hay corredores profesionales, ni campeones keniatas del
atletismo. El 95% de los 600 participantes son tarahumaras y el resto son
algunos corredores aficionados que se han acercado a conocer las técnicas
deportivas de los rarámuris y sobre todo a observar su experiencia al correr
con sandalias de suela de neumático. “Me lastimo mucho menos desde que uso
sandalias. Ese es el punto, ¿hace cuánto tiempo que los humanos dejamos de
estar descalzos y usamos zapatos para correr?”, se cuestiona Freddy Koster, un
salvavidas suizo de 54 años, que ha viajado a México exclusivamente para
participar en esta carrera.
A los corredores tarahumaras les toma entre 6 y 7
horas finalizar la compleja ruta que incluye pendientes pronunciadas, caminos
de tierra con rocas y arroyos. Uno de los alimentos que los ayuda a resistir el
calor y a evitar la deshidratación es el pinole. En los puestos de primeros
auxilios, los voluntarios preparan este polvo de maíz con agua y se lo ofrecen
a los corredores durante su paso. Algunos tarahumaras llegan a los puestos
pidiendo exclusivamente esta bebida. Su alimentación no es muy compleja.
Marisela Cuevas lleva seis años preparando la cena de los tarahumaras previo a
la competición. Su menú está compuesto de caldo de pollo con verduras y
raciones de nixtamal (maíz refinado) con frijoles.
Para Miguel Villegas, un tarahumara de 33 años, el
fin de semana de la ultramaratón Caballo Blanco es especial. Ha caminado 10
horas desde su comunidad en Batopilas para participar en la carrera. El año
pasado se llevó el segundo lugar y una buena cantidad de granos para alimentar
a sus tres hijos y esposa. “Si mis hijos quieren después también los voy a
traer a correr, cuando estén más grandes”. Miguel usa una camisa rosa de
popelina que su mujer le cosió a mano. El resto del año, este tarahumara se
dedica a sembrar en el campo. Salir de su pueblo para la carrera es una ocasión
extraordinaria que amerita sandalias nuevas hechas en casa con un neumático
usado y cuchillo en mano. Hacerlas, dice, le cuestan unos 5 dólares. “Son
caras, pero duran todo el año”.
Las sandalias de los tarahumaras inspiraron a un
emprendedor estadounidense que ha fundado una fábrica en Seattle (EE UU),
después de aprender la forma de fabricación en este rincón de Chihuahua. Cada
par se vende en 100 dólares a través de internet.
Miguel recorre con
aplomo la ruta. A las cuatro horas se le ve seguro, mientras que otros
corredores ya muestran un cansancio severo. No ha ganado un premio, pero no se
desanima y se alegra de haber terminado la ultramaratón. Se quedará la noche a
descansar para caminar por la mañana de regreso a su pueblo. Se alegra de
conocer a chabochis (mestizos) que le
animaron a seguir corriendo y que también le contaron cómo es el mundo más allá
de las Barrancas del Cobre. Sus pies lo son todo para él y no concibe más que
un mundo de corredores.
— ¿Usted corre allá donde vive?
—A veces, cuando se puede
—Yo no podría imaginar mi vida sin correr un solo
día
Los pies ligeros reconquistan la Sierra Tarahumara.
La violencia pone
en peligro la ultramaratón tarahumara
Los ataques entre carteles de drogas mexicanos
interfieren en la tradicional carrera de la sierra de Chihuahua
La carrera de los
indígenas tarahumaras ha sufrido un tropiezo. La ultramaratón que se celebra en
las Barrancas del Cobre (Estado
de Chihuahua, norte de México) fue cancelada el fin de semana por sus
organizadores ante la alerta de violencia entre cárteles de las drogas en las
cercanías del municipio de Urique, donde la competición reúne a cientos de
corredores cada año. La prueba es conocida porque la mitad de sus participantes
son de la etnia tarahumara. Su historia como súper atletas ha sido contada en el
libro Nacidos para correr(Random House Mondadori, 2010), del
periodista estadounidense Christopher McDougall. Los tarahumaras también
protagonizaron en 2013 una campaña de Nike para promocionar sus zapatillas más
ligeras.
Los organizadores de
la ultramaratón Caballo
Blanco —llamada así en honor a su fundador— tenían previsto que
la competición se celebrase el pasado 1 de marzo. Sin embargo, el secuestro y
asesinato de dos agentes de policía de la región, durante la semana previa a la
carrera, dispararon la alarmas. Josue Stephens, uno de los organizadores, ha
explicado a EL PAÍS que durante el fin de semana tuvieron noticias del doble
homicidio y que la noche del viernes hubo tiroteos en la cercanías de Urique.
Ante la denuncia de Stephens, el Gobierno local pidió al Ejército mexicano
resguardar algunos puntos de la ruta de 80 kilómetros que los participantes
recorren.
En medio de la incertidumbre por la intensa
actividad de los cárteles de la droga, el comité organizador decidió, en menos
de 24 horas, cancelar la famosa carrera. “Sabíamos que la situación era más
peligrosa de lo normal. No podíamos dejar que los corredores salieran y quizá
resultaran heridos. Salir a correr no habría sido una decisión responsable”,
explica Stephens. De los 700 corredores inscritos en la competición, unos 300
dejaron las Barrancas del Cobre en las siguientes horas.
Aunque en un primer momento las autoridades de
Chihuahua estuvieron de acuerdo en cancelar la carrera, el Gobierno local
decidió de última hora celebrarla con los habitantes de la región. “Dijeron que
ellos iban a seguir con la carrera porque los militares mantenían seguro el
sitio”, argumenta Stephens, “fue un movimiento político para conservar al turismo
en la zona”. El Gobierno de Chihuahua anunció horas más tarde que 485
corredores, la mayoría tarahumara, participaron en la competición y que el
ganador Ranulfo Sánchez hizo el recorrido en cinco horas y 46 minutos. El
vencedor del año pasado corrió los 80 kilómetros en seis horas y 39 minutos,
casi una hora más.
Los tarahumaras son conocidos por su capacidad para correr largas
distancias en las sinuosas Barrancas del Cobre
El Gobierno de Chihuahua ha negado a este periódico
que los tiroteos y asesinatos que los corredores han descrito ocurriesen en las
cercanías a Urique. La prensa local también ha contado algunos de estos hechos,
pero las autoridades no los confirman. Además, han señalado al vecino Estado de
Sinaloa como el sitio donde los cárteles se enfrentan. Chihuahua es el segundo
estado del país, en términos absolutos, con más homicidios, según el Instituto
Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). La cifra se ha cuadriplicado entre
2007 y 2013.
La ultramaratón Caballo
Blanco fue fundada en 2003 por el atleta estadounidense Micah True quien, después de vivir varios años en
comunidades tarahumaras de Chihuahua, organizó la competición para mostrar la
cultura de esta etnia indígena. Los tarahumaras son conocidos por su capacidad
para correr largas distancias en las sinuosas Barrancas del Cobre, nutridos
únicamente con pinole (maíz) y agua, y equipados con sandalias fabricadas con
hule de neumáticos. Los corredores tarahumaras que ganan la ultramaratón
Caballo Blanco suelen recibir como premio cargamentos de maíz y frijol para sus
comunidades.
Las Barrancas del Cobre son un sistema montañoso
con un profundo cañón de 2.400 metros de altura (más que el Cañón del Colorado,
de 1.800 metros). La región es un sinuoso bosque donde los pocos caminos son de
tierra y la población es reducida. “En ese tipo de carreras hay un momento en
el que estás absolutamente solo y no queríamos correr el riesgo de que nos
pasara algo. Es muy sabido que en esa zona se mueve el narco”, describe Juan
Enrique Granados, un atleta mexicano que tenía previsto participar en la
prueba.
Los organizadores no
saben si en 2016 convocarán la ultramaratón. Stephens ha pedido a las autoridades
mexicanas que garanticen la seguridad, no solo de los visitantes sino también
de los habitantes de la región tarahumara, para organizar la carrera del
próximo año. Esta es la tercera competición deportiva que se cancela en México
en 2015, después de que en febrero se anunciara que elMundial de Natación y
la Vuelta Ciclista de México no se realizarían en el país.
Ser niño, ser rarámuri
Los menores son el segmento más numeroso de la población
indígena de Chihuahua y padecen el rezago en la educación
Una
niña tarahumara camina en las Barrancas del Cobre. Saúl Ruiz
Cándida sonríe con la
mirada. Tiene siete años y sus ojos brillan cuando ven con curiosidad a
un chabochi —una persona que no es tarahumara—. Su
madre y ella han caminado unas tres horas desde su pueblo, El Hormiguero, hasta
el fondo de las Barrancas del Cobre (Chihuahua) para inscribir a Cándida a la
carrera infantil, conocida como ‘Los Caballitos’, y quizá ganarse una mochila o
una libreta para la niña. Cándida viste una colorida falda de flores, huaraches
hechos de neumáticos y se tapa la cabeza con un paliacate morado. Durante la
carrera se ha quedado atrás del resto de los niños y no ha conseguido el
premio. “Ya no alcanzó mochila”, dice su madre. Pero Cándida no deja de
sonreír.
En el
corazón de la Sierra Tarahumara conviven los niños
rarámuris con mestizos, aunque sus oportunidades no sean las mismas. En las
montañas de Chihuahua viven 158.500 tarahumaras o rarámuris y el 37% tienen
menos de 14 años. Los niños son el segmento más numeroso de la población
indígena de la región, según datos de la Comisión Nacional para el Desarrollo
de los Puebla Indígenas. Urique y Batopilas son los municipios que concentran a
la mayor parte de la etnia y donde la población analfabeta supera el 50%. La
mayoría de los tarahumaras viven en las montañas, en rancherías o cuevas,
alejados de los pueblos y las concentraciones urbanas.
Los tarahumaras
aprenden español y nosotros aprendemos inglés
SANTIAGO, UN NIÑO MESTIZO DE 6 AÑOS
En Urique, el 75% de los menores que van a la
escuela son indígenas, pero muy pocos buscarán que su educación vaya más allá
de la primaria. Sus estudios se concentran en el aprendizaje del español (su
lengua materna es el rarámuri) para que puedan relacionarse con los chabochis y
para que de vez en cuando se acerquen a centros urbanos, principalmente para
cumplir con trámites oficiales. Algunas escuelas de la región han instalado
comedores para animar a las familias tarahumaras a que sus hijos bajen de la
montaña a estudiar. Mientras tanto los mestizos viajan fuera de las barrancas
para conseguir títulos universitarios.
“Es importante meter a los tarahumaras a la vida
productiva porque de otra manera no va a haber desarrollo”, opina Celso
Quintana, director de una escuela primaria de Urique. En sus 20 años como
profesor ha observado que las niñas y los mayores tarahumaras son quienes
padecen más el analfabetismo. Que de un grupo de 100 alumnos, solo dos
tarahumaras buscan alcanzar mayores niveles a la educación. La mayoría deja la
escuela en cuanto tienen suficiente edad para trabajar en el campo: unos 12
años. Celso reconoce que la naturaleza tímida de los tarahumaras es una barrera
que la escuela consigue romper, pero donde sus costumbres también son
respetadas.
En la primera fila de la 'Carrera de Los
Caballitos' solo hay niños no indígenas. Los pequeños tarahumaras, vestidos con
camisa de popelina y taparrabo de manta, prefieren acomodarse en medio de la
multitud. Evitan ser protagonistas y esperan pacientes. Al correr la fricción,
de sus huaraches de neumático con el asfalto hacen un ruido parecido al del
aplauso. Y avanzan 3,6 o hasta 10 kilómetros. Algunos se quitan las chanclas y
comienzan a correr más rápido cuando van descalzos. En poco tiempo rebasan a
los niños mestizos. El sueño es correr la ultramaratón como los mayores entre
las rocas de la barranca más profunda de México y llevar semillas a sus
comunidades.
En la plaza principal de Urique Luis, de 8 años, y
Álvaro, de 10 años, miran desde la acera cómo llegan los participantes del
ultramaratón Caballo Blanco tras correr 80 kilómetros. Los dos son tarahumaras
y mientras comen un helado miran hablar a Santiago, de 6 años, un niño mestizo
que quiere ir a Estados Unidos, específicamente a Disneylandia, y que define en
una frase la brecha entre las comunidades tarahumaras y las mestizas: “Ellos
aprenden español y nosotros aprendemos inglés”.
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