En países como Malawi, con más de un 80% de agricultores de subsistencia y la inmensa mayoría de los cultivos dependientes de la lluvia, los nuevos patrones climáticos amenazan la seguridad alimentaria
Sofia Tore no recuerda cuántos años tiene. Pero señala desesperada el trozo de terreno que cultiva delante de su choza, en el distrito de Machinga, en Malawi. "Normalmente obtengo ocho sacos de maíz. Este año las lluvias han sido malas, y solo tengo medio saco". Esta abuela malauí suspira mientras admite no saber qué van a comer ella y el nieto que tiene a su cargo. Tore no tiene pasaporte ni ningún documento oficial donde comprobarlo, pero insiste en que vino al mundo hace muchos —"muchísimos"— años. Y que en todo este tiempo, tampoco recuerda una racha tan mala de cosechas como la actual en este país del sudeste de África.
"Nunca habíamos tenido dos años consecutivos tan malos", corrobora Erica Maganga, secretaria principal del Ministerio de Agricultura de Malawi, uno de los países con peores notas en casi todos los indicadores de desarrollo. El año pasado, inundaciones. Este, sequías. Lluvias erráticas y escasas. "Y luego llegó El Niño". Demasiada carga climática adicional como para que un país ya de por sí vulnerable pueda soportarlo. "Es la primera vez que afrontamos una situación así", explica la representante gubernamental. El resultado es que, como Sofia Tore y su nieto, otros 6,5 millones de malauís (casi cuatro de cada diez habitantes del país) requerirán ayuda para poder comer en el próximo año.
"El país viene de una serie de impactos climáticos muy fuertes", admite Luis Amaya, responsable de emergencias de la FAO (agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura) en Malawi. En especial en el sur, donde los suelos no son los mejores y se ha sentido más el impacto de El Niño. Eso se suma a problemas estructurales como las enfermedades y plagas en agricultura, las malas prácticas a la hora de manejar el agua... O las propias características de la producción agrícola en el país.
Según una encuesta encargada por el Gobierno, la primera preocupación de los agricultores malauís era avanzar en lo que se conoce como extensión agraria. Esto es, en expandir los conocimientos y tecnologías que permitan mejorar la producción de los campos. Hay que tener en cuenta que, como la abuela Tore, el 89% de la creciente población (en torno a 17 millones) depende directamente de la agricultura para sobrevivir. Y cuando esta no da frutos, buscarse la vida se complica. "Tengo que hacer pequeños trabajitos para otras personas para sacar algo de dinero, pero cada vez hay menos gente por aquí que pueda pagar a otros", lamenta la mujer.
El Gobierno calcula que al menos 6,5 millones de malauís necesitarán asistencia para comer en los próximos meses
La escasez ha hecho que el precio del maíz suba desde el inicio del verano hasta un 150% por la baja producción según señala Amaya. "En los mercados locales se está pagando el kilo a más de 300 kwachas (unos 0,4 euros)". El dato lo confirma el FEWS, una red de alerta temprana sobre situaciones de hambruna patrocinada por la cooperación estadounidense. La red prevé una situación de crisis alimentaria en casi todo el centro y el sur del país entre octubre y enero.
Normalmente, en los años malos, en septiembre comienzan a aparecer colas en los mercados o en las instituciones a través de las que el Gobierno entrega bonos de efectivo o directamente alimentos. Pero las pérdidas de cosechas, de una media entre el 60% y el 70% en gran parte de Malawi, han hecho que esas filas se empiecen a ver ya en agosto. El Programa Mundial de Alimentos y otras agencias humanitarias han comenzado a hacer distribuciones de ayuda entre dos y tres meses antes de lo previsto.
Y el Estado, advierte el técnico de la FAO, "no tiene la capacidad financiera para conseguir todos los alimentos necesarios". La depreciación de la moneda local no ayuda. Y el precio de la importación se dispara porque los países del entorno en el sudeste africano también han visto sus cosechas afectadas por El Niño. "Se intenta traer maíz de sitios tan lejanos como Ucrania, México o Estados Unidos".
Maíz, siempre maíz. Ingrediente principal del nsima, una masilla de agua y harina que constituye la base de la dieta local. Se acompaña de lo que haya (verduras, legumbres, algo de carne...) y, si no hay nsima, muchos malauís sienten que no han comido, como lamenta Maganga. "Intentamos cambiar los hábitos alimenticios, para así poder diversificar los cultivos, pero es una cuestión cultural y el cambio es complicado", comenta la funcionaria.
Por eso, una inmensa mayoría de los pequeños (y no tan pequeños) productores viene practicando el monocultivo de esta planta. "Cuando repartimos semillas entre los agricultores, siempre nos piden maíz", reconoce Amaya, al tiempo que insiste en la necesidad de extender otro tipo de cultivos. "Hay otros como las alubias, mucho más resistentes a los eventos climáticos". Maganga destaca los esfuerzos ministeriales, a veces vanos, por popularizar legumbres, patatas o yuca entre los agricultores. O cultivos como el sorgo, que históricamente fue el alimento principal de estas comunidades hasta que se vio desplazado por el maíz.
Alex Raxton posa en el campo que trabaja ante su casa. CARLOS MARTÍNEZ
Alex Raston, una mujer de 30 años que vive a lo que en Occidente serían "solo unos kilómetros" de la casa de Sofia Tore, pero que en el Malawi rural son "un montón de tiempo caminando", escuchó los consejos de algunos agentes del ministerio y decidió plantar la mitad de sorgo y la mitad de maíz. "Me dijeron que era tolerante a la sequía, pero no he cosechado nada". De ninguno de los dos cultivos. Y de lo obtenido tenían que comer ella, su marido, y sus dos hijos.
Fracasos como este, probablemente provocados por la virulencia de la sequía, suponen también un fracaso aún mayor en la principal tarea de países como Malawi, tan expuestos a un clima cambiante que, según los expertos, no dará tregua en los próximos años: desarrollar la famosa resiliencia. Es decir, la capacidad de sobreponerse a golpes como estos sin quedar a merced de la ayuda alimentaria.
"Esta sequía nos puede suponer perder al menos cinco años de avances en construcción de resiliencia", estima Luis Amaya. Si se había logrado que algunos agricultores utilizaran semillas más resistentes o variedades adaptadas, o que optaran por otros cultivos como hizo Raxton, la urgencia y los malos resultados pueden echarlo por la borda. Los campos donde se replicaban esas semillas, probablemente se perdieron. Lo mismo con las prácticas para manejar el ganado —una muy buena alternativa cuando la tierra no produce lo esperado—: los animales se tienen que sacrificar para comer o venderse —a precios irrisorios—para comprar alimento.
Y otro tanto ha ocurrido con el principal factor de resiliencia en un país en el que más cerca del 85% de sus agricultores cultivan dependiendo exclusivamente de la lluvia: asegurar el agua. "Actividades que llevan mucho tiempo y esfuerzo, como mejorar los canales de riego, pueden perderse porque los campos se abandonan tras una o dos temporadas de siembra fallidas", explica el trabajador de FAO.
“Me dijeron que el sorgo era más resistente a la sequía, pero no he cosechado nada”, lamenta una mujer
El Gobierno también se centra en el agua. "Nuestro reto como país es invertir más en regadío", apunta Maganga. El Ejecutivo, con apoyo de Japón, acaba de lanzar un plan director de sistemas de irrigación agrícola. La falta de agua es toda una paradoja en un Estado sin salida al mar —encajado entre Mozambique, Zambia y Tanzania— pero en el que una quinta parte de su territorio son lagos. "Es un área con mucho potencial, pero el coste de la inversión es muy alto", comenta la alto cargo.
Agricultura calcula que dotar a un terreno de un sistema de riego cuesta entre 8.000 y 11.000 dólares por hectárea. Y Malawi tiene unos 5,79 millones de hectáreas de terreno agrícola, según el Banco Mundial. Un cálculo rápido y de trazo grueso de la dimensión de la inversión (decenas de miles de millones) deja en calderilla los 276 millones de dólares del presupuesto de todo el ministeriopara este curso.
Los planes del Gobierno para la irrigación tienen dos apartados: por un lado, la Iniciativa del Cinturón Verde, autónoma, se dirige a grandes inversores locales y extranjeros, y pone a su disposición grandes extensiones de terreno para que estos asuman la instauración del regadío. El programa ya ha dado lugar a algunas polémicas por la toma de la tierra de quienes la explotaban. Por otro, los sistemas para pequeños agricultores seguirán dependiendo del reducido músculo financiero del Ministerio de Agricultura. Para la próxima campaña, Alex Raxton y su familia depositan sus esperanzas en ello. "Todavía no hemos empezado, pero esperamos que un sistema de riego nos pueda ayudar el año que viene, porque si no...".
Si no, si tienen un tercer mal año seguido, quizá ni la esforzada ayuda alimentaria gubernamental e internacional pueda ayudarles. "Nos hemos quedado sin reservas de emergencia. Las gastamos el año pasado", indica Maganga. De momento, el Ejecutivo ha dedicado 22 millones de dólares a la compra de maíz y el Programa Mundial de Alimentos estima que se podrá atender a 5,8 millones de personas. Pero aún quedarán 700.000 para las que hay que conseguir dinero y comida. Y cuanto más tarde, peor. "Los precios han subido, lo ideal habría sido tener fondos para hacerlo antes", lamenta Mietek Maj, director en funciones del PMA en Malawi.
La urgencia hace desandar el camino, y no deja demasiado espacio para trabajar en lo importante: prevenir la siguiente crisis. Pero si no se avanza en los dos sentidos, dado el panorama climático que predicen los expertos, solo quedará ir de emergencia en emergencia. Regadío, variedades existentes, diversificación de los cultivos... "Espero que con el tiempo comamos otras cosas, no solo maíz", suspira Maganga. Y por ahora, que coman al menos maíz.
Foto principal: Sofia Tore, ante el campos seco que cultiva en el distrito de Machinga (Malawi). CARLOS MARTÍNEZ
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