Un lamento se escucha desde el
levante al poniente. Un lamento creciente como la marea y profundo como la fosa
de Cariaco. El enamorado de la Restinga ha encontrado cita permanente. El
habitante de Boca del Río ha tallado con vida y sangre, una última aventura. El
caminante de las costas siguió su rumbo al horizonte definitivo. Ha muerto el
estudioso de los peces, cantor de la geografía y amigo de los pescadores.
Como bien lo definió el historiador
González Acurero, Fernando Cervigón fue un venezolano nacido en España.
Levantino hasta los tuétanos daba la sensación al estar en su presencia, de
encontrarse uno frente al Luis Vives contemporáneo. Bastaría decir que, como lo
reconocen todos los estudiosos de la materia, la ictiología marina en Venezuela
y gran parte del continente, se divide en un antes y un después del trabajo de
Fernando Cervigón. Descubridor y descriptor de un gran número de nuevas
especies marinas. Defensor convencido y sincero de la biodiversidad en favor de
los pueblos, a los que pertenece la riqueza de la vida.
Consultor de la FAO y autoridad
reconocida en la protección de la fauna marina. Escritor de infinidad de
trabajos científicos, libros costumbristas, volúmenes de historia, poemarios y
hasta crítica de cine, el maestro Cervigón era una especie de sabio indómito,
amante de la naturaleza, en especial de la naturaleza humana, y de su Autor.
Fundador del Museo Marino de
Margarita, de la Universidad Monteávila y de un sinnúmero de iniciativas
científicas y sociales, en favor de los más necesitados. Redactor de leyes y
guía de los pescadores artesanales; sus grandes compañeros y aliados. Personaje
excepcional que combinaba la inteligencia ingenua del niño que nunca deja de
sorprenderse, con la sabiduría señera de quien ha vivido y leído mucho.
Conversador divertido, siempre reflexivo y con
un humor característico. Lejos de ser sabio taciturno, un hombre de sensibilidad
fina y humanidad delicada, que sabía convivir con todos y acoger siempre.
Hombre de fe recia y valores firmes, sin quiebres y sin marcas. Peninsular de
talante austero y gusto exquisito. Desmitificador de leyendas negras y teorías
absurdas. Biólogo cultor de la vida y de la palabra. Poseedor de una memoria
extraordinaria, que se expresaba más con el corazón, que con la razón.
Difusor incansable de lo que
consideraba una civilización original. Iberoamericano por convicción, estudioso
de los grandes escritores del continente, el doctor Cervigón supo valorar y
enseñar la riqueza de lo nuestro. Esa riqueza que está en las letras, en la
historia. Muy especialmente en la vida del pueblo y en su consolidación como
realidad mestiza. Un apasionado de la narrativa y la historia, que tuvo como
referencia a los cronistas de Indias y a los grandes misioneros. Un espectador
atento de la cultura que nos caracteriza, supo en todo momento reconocer
aquello que más nos identifica y nos enriquece como colectivo. Amante de la
sencillez y la naturalidad, sabía desarrollar y exponer los ideales más
sublimes dentro del marco de lo cotidiano. Maestro insigne de profesionales y
técnicos, que supo dar el buen ejemplo de la humildad intelectual y vital.
Haber conocido y compartido
experiencias con el doctor Cervigón, deja el regusto de esas personalidades que
nunca deben morir. Individuo trascendente, fundado en lo permanente. Uno de
esos hombres que deben permanecer para siempre sembrados en nuestra tierra y
extendidos en nuestro mar. De hecho, así será, porque su obra y legado son un
gran regalo por descubrir y difundir para las próximas generaciones de venezolanos.
De venezolanos libres.
JOSÉ ANTONIO GÁMEZ E.
24 de mayo de 2017 05:01 AM
@vidavibra
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