La “ecología política” pretende traducir al campo político los múltiples
aspectos y realidades que engloba el término ecología. Como se ha repetido
hasta la saciedad, la palabra ecología se remonta a las raíces griegas oikos
(casa) y “logie” (estudios metódicos del ¿para hacer qué?). Generalizado en los
últimos decenios del siglo XIX, el término ecología adopta el sentido de “la
organización más satisfactoria de nuestra casa Tierra, en sus relaciones con la
Naturaleza que la rodea”. La ecología tiene de excepcional el haber sido una ciencia y haber pasado a ser
un asunto político y ético de mayor importancia.
Hacia una ciencia de la biosfera
En la historia más o menos lejana de la humanidad se
puede encontrar tal o cual referencia a “una economía de la Tierra habitada por
los seres vivos”. De hecho, podemos situar el inicio de una ecología científica
moderna con Haeckel, en 1866. Siguiendo los pasos de los naturalistas (Bufón,
Lamarck, Humboldt, Darwin...), Haeckel, naturalista alemán, estudia con gran
atención “las interacciones entre los organismos vivos y su entorno”. La
ecología científica había nacido. Este concepto de entorno se abre rápidamente
a nociones como biotopo (el medio geofísico), biocenosis (el conjunto de las
interacciones entre los seres vivos), de nichos ecológicos (pequeñas
comunidades tópicas donde se tejen innombrables interacciones entre los seres
vivos que las habitan). La emergencia de la noción de ecosistema (Tansley,
1935) constituye una etapa superior: “Las interacciones entre organismos vivos,
conjugándose con las coacciones y las posibilidades que suministra el biotopo
físico (y retroactuando sobre éste), organizan precisamente el entorno en
sistema”.
Esta ecología científica no es solamente biológica; se
trata, por excelencia, de una “nueva ciencia interdisciplinar”, que se ha
situado rápidamente en la encrucijada de las ciencias de la vida y de las
ciencias de la tierra. Estudia los sistemas naturales a escalas espaciales y
temporales muy diferentes, con una jerarquía de complejidad que integra todos
los ecosistemas en un inmenso sistema geobioquímico. La ecología científica se
desarrolla por la intersección de numerosas disciplinas científicas: la
geografía, la meteorología, la botánica, la fisiología, la zoología, la
microbiología, la geoquímica...
En los primeros decenios del siglo XX, los trabajos
fundamentales del sabio ruso Vladimir Vernadsky (1), de Alfred Lokta, de
Edouard Suess, y posteriormente de sus discípulos de la Universidad de Yale en
Estados Unidos (Hutchinson, los hermanos Odum...), condujeron, después de la
segunda guerra mundial, a aproximaciones más globales: la ecología científica
es una ciencia de la biosfera, “sistema ecológico total que hace de la Tierra,
quizás, el único planeta vivo en el sistema solar”. Una aproximación así se
encuentra estrechamente ligada al paradigma energético resultante de la
termodinámica: se estudia el conjunto constituido por la energética de la
Tierra (con su sistema climático global) y de la biosfera. Por otro lado, la
comunidad científica emprende después de 1980 el “Programa internacional
geoesfera-biosfera” (Global Change), así como el “Programa climatológico
mundial”.
En la segunda mitad del siglo pasado, personas con las
más diversas responsabilidades declaran que nosotros, los seres humanos, somos
de la Naturaleza y estamos en la Naturaleza, a la vez que entienden con mayor
claridad que la Naturaleza no se nos ha “dado” a los humanos: el crecimiento
demográfico brutal y general, así como la explosión de las actividades
industriales en las sociedades productivistas de Occidente, ponen en peligro
las regulaciones de la biosfera que permiten la habitabilidad misma de la
humanidad sobre el planeta Tierra. Se precisan importantes envites: el agua, el
aire y la energía pasan a ser responsabilidades humanas.
La coevolución entre las actividades cotidianas de las
sociedades humanas y la biosfera se presenta como una necesidad imperiosa.
Desde 1970, Nicholas Georgescu-Roegen (2) llama la atención sobre estas
relaciones incuestionables, seguido por otros economistas como Herman Daly en
Estados Unidos y René Passet (3) en Europa (1979). Al mismo tiempo se
desarrollan una serie de reflexiones múltiples sobre temas conexos: la relación
naturaleza-cultura, en Serge Moscovici (4), Edgar Morin (5), Ivan Illich (6),
Teddy Goldsmith (7); las aplicaciones de los datos de la teoría de sistemas, en
Rapoport (8), Joel de Rosnay (9); críticas sobre una visión hegemónica de la
ciencia y de la tecnología, en Jacques Ellul, Bernard Charbonneau (10). Además,
los trabajos sobre la ecología científica continúan, por ejemplo en Francia,
con François Ramade (11), así como se consolida la afirmación del concepto de
“ecosistema global de la biosfera”, en particular por Jacques Grinevald (12).
Pero la ecología científica remite cada vez más hacia una interrogación general
de lo social y de lo político y a una revolución de las mentalidades.
La poderosa emergencia de la ecología
política
La intimidad de la pareja ecología científica-economía
se impone. En Europa, el Club de Roma, René Dumont, Armand Petitjean y otros
participan, con dosis de incertidumbre, en discusiones sobre lo que va a
llamarse el “desarrollo”. Aunque es cierto que a esta noción de desarrollo se
le van añadiendo los adjetivos de sostenible, de humano más tarde, lo
prioritario hasta hoy es habilitar de la mejor manera posible el himno general
al Crecimiento apto para servir a Occidente, hasta el punto de que ha generado
un debate profundo sobre la necesidad, vista por algunos, de “debilitar el
desarrollo”, es decir, de instaurar un “decrecimiento convivencial” (13). Sea
lo que sea, desde el final de los Treinta Gloriosos, hacia 1970, asistimos a la
poderosa emergencia de una ecología política, centrada sobre un cuestionamiento
de los modos de producción, de consumo e, incluso, de vida supuestos por un
productivismo sistemático, un crecimiento cuantitativo a cualquier precio, un
despilfarro sin freno que ponen en peligro nuestra relación con la biosfera.
Paralelamente, la ecología política se ve azotada por las reacciones ofuscadas
de los humanos, inconscientes ante el saqueo del planeta por el sistema
industrial y la rápida degradación de los recursos naturales más elementales.
Hoy se está expresando una “ecología ciudadana” a
través de aquellos que se oponen al envenenamiento de los ríos, al destrozo de
los bosques, al pulular de los residuos (en primer lugar los residuos
nucleares). En Europa, pensadores como André Gorz (14), Jean-Paul Deléage (15),
Alain Lipietz (16), Wolfgang Sachs (17) y otros, reclaman importantes
transformaciones en el terreno de los transportes, del urbanismo, de las formas
de trabajo, es decir, de los principales mecanismos de la sociedad
productivista de mercado.
El economicismo salvaje de finales del siglo XX, ligado
al ascenso fulgurante de un ultraliberalismo que se apoya sobre las capacidades
de la tecnociencia, ha agravado las protestas de gran parte de la opinión
pública, preocupada por las transformaciones climáticas, el efecto invernadero,
la desaparición de la biodiversidad de las diferentes especies animales y
vegetales, las “contaminaciones globales” (y sus repercusiones alimenticias y
sanitarias), etc.
También en otro ámbito se está produciendo un ascenso que no puede separarse de la ecología política. Nuestra “responsabilidad” hacia la Naturaleza no está separada de nuestras relaciones hacia los otros; por el contrario, se encuentra directamente ligada a nuestros comportamientos individuales y sociales. Esta realidad nos lleva a reexaminar las cuestiones clave de dominación y de jerarquía entre los individuos, sexos, razas y edades: ¿cómo refrenar nuestra voluntad de poder y de disfrute inmediato que a lo largo de los siglos nos ha conducido a la agresividad y al despilfarro? ¿Cómo cambiar las mentalidades de los humanos hacia un nuevo estilo de vida, donde primen la solidaridad, el intercambio, la alteridad, el compartir, la concertación, la simbiosis? Ahí se encuentra la relación entre la ecología política con las interrogaciones filosóficas y éticas renovadas. Gregory Bateson, Edgar Morin (18) y Félix Guattari (19) reflexionan sobre una “ecología del espíritu” y una “ecología cognitiva”. Éste último propuso durante los años 90 la perspectiva de la ecosofía: “Una ecosofía, es decir, una perspectiva que incluya las dimensiones éticas y que articule entre ellas el conjunto de las ecologías científicas, políticas, medioambientales, sociales y mentales. Esta ecosofía está llamada, quizás, a sustituir a las viejas ideologías que sectorializaban de forma abusiva lo social, lo privado y lo civil, y que eran incapaces de establecer la unión entre la política, la ética y la estética”.
También en otro ámbito se está produciendo un ascenso que no puede separarse de la ecología política. Nuestra “responsabilidad” hacia la Naturaleza no está separada de nuestras relaciones hacia los otros; por el contrario, se encuentra directamente ligada a nuestros comportamientos individuales y sociales. Esta realidad nos lleva a reexaminar las cuestiones clave de dominación y de jerarquía entre los individuos, sexos, razas y edades: ¿cómo refrenar nuestra voluntad de poder y de disfrute inmediato que a lo largo de los siglos nos ha conducido a la agresividad y al despilfarro? ¿Cómo cambiar las mentalidades de los humanos hacia un nuevo estilo de vida, donde primen la solidaridad, el intercambio, la alteridad, el compartir, la concertación, la simbiosis? Ahí se encuentra la relación entre la ecología política con las interrogaciones filosóficas y éticas renovadas. Gregory Bateson, Edgar Morin (18) y Félix Guattari (19) reflexionan sobre una “ecología del espíritu” y una “ecología cognitiva”. Éste último propuso durante los años 90 la perspectiva de la ecosofía: “Una ecosofía, es decir, una perspectiva que incluya las dimensiones éticas y que articule entre ellas el conjunto de las ecologías científicas, políticas, medioambientales, sociales y mentales. Esta ecosofía está llamada, quizás, a sustituir a las viejas ideologías que sectorializaban de forma abusiva lo social, lo privado y lo civil, y que eran incapaces de establecer la unión entre la política, la ética y la estética”.
Edgar Morin detalla lo que sería una “política de
civilización”. La ecología política, de múltiples raíces, aparece ante muchos
en Occidente como una ideología grata y abierta, capaz de orientar la marcha
general de una mundialización “con rostro humano” y de salvar el foso Norte-Sur
que se profundiza todos los días. La ecología política se opone a los rostros
aterradores de las ideologías totalitarias, comunistas y fascistas, del siglo
XX en Europa, a los nacionalismos identitarios, a las sectas religiosas y,
sobre todo hoy, al ultraliberalismo económico. A pesar de que han surgido en
diferentes países partidos ecologistas, agrupamientos cívicos democráticos y
ecológicos, el recorrido de esta evolución parece muy lento, en particular en
una sociedad occidental siempre bajo la presión de lo inmediato. Es difícil
hacer evolucionar la opinión de los pueblos hacia “otro mundo”.
Desgraciadamente, la ecología política no ha sabido ver, comprender y
aprehender, como debería, las dos mutaciones que trastocan la entrada en el
siglo XXI: la explosión de la era de la información y la apuesta por una
democracia cívica y ética.
Dos imperativos para la ecología política
del siglo XXI
Si la ecología política quiere asumir un papel más importante para el siglo XXI, necesita, en primer lugar, aprehender en su especificidad la gran mutación que significa el nacimiento de la era de la información, que se desarrolla en paralelo a la era energética que, desde el neolítico, ha dirigido la transformación de la materia por las invenciones y las acciones de los humanos.
Si la ecología política quiere asumir un papel más importante para el siglo XXI, necesita, en primer lugar, aprehender en su especificidad la gran mutación que significa el nacimiento de la era de la información, que se desarrolla en paralelo a la era energética que, desde el neolítico, ha dirigido la transformación de la materia por las invenciones y las acciones de los humanos.
Particularmente en Occidente, la utilización de fuentes
energéticas cada vez más poderosas (desde la energía muscular a la
nuclear) ha dirigido las transformaciones de la materia en continua progresión.
Hoy en día, con la entrada en la era de la información no asistimos, como
algunos enuncian, a una tercera revolución industrial de la era energética,
sino a una verdadera mutación que afecta a los cimientos de la humanidad.
Desde los años 40, decisivas investigaciones en el
terreno militar y sus “repercusiones organizativas” hicieron que los humanos
fueran capaces de comprender y tratar (computar) una magnitud física
desconocida hasta entonces, que acompaña las circunstancias (las situaciones)
de la materia desde su evolución en el espacio y en el tiempo. Dicha magnitud,
desprovista de sentido pero mensurable, se ha convertido en bits (20). Estas
investigaciones coronaron los trabajos premonitorios de otros científicos como
el teórico de los juegos Von Neumann (21) o los cibernéticos Norbert Wiener
(22) y Heinz Von Förster (23).
Esta información, entendida como magnitud física,
levanta las incertidumbres sobre un gran número de características que los
seres humanos trataron siempre de discernir en la materia (inanimada o viva), y
entraña otros poderes considerables: mediante agudos algoritmos, es capaz de
constituir un programa de mando informatizado que, introducido en máquinas
adaptadas a la transmisión de información, puede dirigir ordenadores, robots,
telecomunicaciones digitales, acciones sobre la producción de procesos
vitales...
El paso dado es revolucionario. Wiener lo reconoce: “La
información no es la masa ni la energía, es la información”. Y K.F.Boulding,
que preside la Academia de las Ciencias de Nueva York, afirmaba en 1952: “La
información es la tercera dimensión fundamental más allá de la masa y de la
energía”.
Desgraciadamente, Claude Elwood Shannon y Weaver (24), que establecieron las bases matemáticas de estos datos y elaboraron la primera teoría sobre este nuevo concepto, lo denominaron “información”. La confusión ganó rápidamente los espíritus, que no entendieron el hecho importante de que se trataba de una magnitud física carente de sentido y se mantuvo su uso corriente en la conversación: informar(se). Se confunde alegremente la información con la comunicación. Se compara la información con innovaciones históricas como la escritura o la imprenta. La confusión se amplía por el hecho de que las tecnologías, nacidas del concepto de información, dan lugar a progresos gigantescos en el campo de las comunicaciones entre los seres humanos. Y aunque se publican otros trabajos fundamentales sobre el mismo concepto de información -en Francia los del físico Léon Brillouin, los del biofísico Henri Atlan (25), o del biólogo Henri Laborit (26)-, el interés de los responsables económicos, sociales y políticos se centra sobre las tecnologías que derivan del concepto de información. Éstas se desarrollan a gran velocidad, con consecuencias todavía incalculables, pues en tres o cuatro decenios la informática, la robótica, las telecomunicaciones digitales, las biotecnologías, en resumen, todas las tecnologías que funcionan sobre las bases de una transmisión de información mensurable, transforman las sociedades industrializadas de Occidente.
Las especificidades de la era energética lo trastocan
todo. Recordemos los principales elementos de esta mutación:
- Por vez primera, los humanos tratan a la materia y a los objetos que ellos fabrican por medio de códigos, de memorias, de señales, asociadas a lenguajes. Las manipulaciones de la materia se realizan cada vez menos a través de medios materiales, pues se usan medios inmateriales con gastos mínimos de energía.
- Por vez primera, los humanos tratan a la materia y a los objetos que ellos fabrican por medio de códigos, de memorias, de señales, asociadas a lenguajes. Las manipulaciones de la materia se realizan cada vez menos a través de medios materiales, pues se usan medios inmateriales con gastos mínimos de energía.
- Las reglas de intercambio de bienes y servicios entre los seres humanos se metamorfosean: en la era energética el reparto de un bien se efectúa por separación de ese bien en varias partes; en la era de la información, la totalidad de la información transmitida es conservada por cada uno.
- Las tecnologías de la información, duplicables con bajo coste energético, inauguran un mundo inédito de reproductibilidad casi gratuita de numerosos bienes y servicios (por ejemplo, tratamiento de textos, creación musical o semillas agrícolas...).
- Estas tecnologías se despliegan en red. La naturaleza de estas redes transforma las relaciones estructurales de producción, las relaciones de poder, las relaciones entre los usuarios. La invención de códigos culturales depende, sin embargo, de las capacidades tecnológicas de los individuos, de los grupos, de las sociedades y de su destreza en estas tecnologías.
- Estas tecnologías alteran las nociones del espacio y del tiempo tal y como se percibían en la era energética. Al espacio hasta ahora recorrido por los seres humanos se suma un espacio de flujos permanentes, difíciles de apreciar. El tiempo se ha plegado simultáneamente sobre lo instantáneo (mercados financieros) como sobre una discontinuidad aleatoria (hipertexto).
- Una de las especificidades de estas tecnologías de la información reside en su maridaje con la automatización de máquinas desarrolladas en las sociedades industriales energéticas (mecánica, textil, química...). La informatización, cuando se implica en estos procesos, produce a amplia escala bienes, objetos y servicios requiriendo para ello menos trabajo humano y menos tiempo.
Otras especificidades de las tecnologías de la información son:
- Su tendencia natural a la miniaturización, lo que abre las puertas a las nanotecnologías del mañana.
- Sus interacciones y sus efectos que la hacen inseparable de la ciencia fundamental (la ciencia para comprender), y conduce a orientaciones ligadas a la tecnociencia (la ciencia para actuar sobre el medioambiente de las sociedades). Cuando esta tecnociencia se encuentra bajo la dependencia de los mecanismos del mercado, tiende a dirigir la investigación fundamental hacia la mercantilización del mundo.
La economía de mercado en la era de la
información
En las sociedades occidentales de finales del siglo XX
asistimos al encaje directo de estas especificidades de las tecnologías de la
información sobre una economía capitalista de mercado ligada a los mecanismos
energéticos, en pleno ascenso dentro de la perspectiva del ultraliberalismo
económico. Aún hoy es difícil hacer ver esta realidad: la economía de mercado,
que controla las reglas del juego, no facilita la extensión de las tecnologías
de la información. ¿Cómo no darse cuenta de las consecuencias, hoy patentes, de
la incomprensión del significado de la mutación informacional? El economicismo,
convertido en el principal generador de sentido en la sociedad, sólo administra
el crecimiento económico, sin reparto, provocando una enorme caída en la
creación de empleos. Favorece, exageradamente, la fractura entre los ganadores
y los perdedores, lo que es agravado por una financiarización extendida a todo
el planeta.
Después de la mercantilización del trabajo, de la
tierra, de la moneda, que hubiera debido (¿o podido?) evitarse (como bien
demuestra Karl Polanyi), ahora la economía mercantil se apodera de otros
sectores que serán pervertidos por el mercado: la educación, la sanidad, el
deporte, la cultura... La experiencia vivida por cada uno es banalizada,
estandarizada, dirigida. La importancia del dinero se ha convertido en decisiva
y la corrupción generalizada favorece a las mafias que se apoderan de terrenos
clave: armas, drogas, agua potable, migraciones e, incluso, de los cuerpos...
Las inauditas desigualdades sociales, económicas, financieras y culturales, la
exacerbación de una competitividad encarnizada entre los Estados y entre los
individuos, el foso que se amplía sin tregua entre el Norte y el Sur, generan
una escalada generalizada de la violencia, agravada por el uso creciente de las
drogas más diversas.
En resumen, la economía mercantil ha creado una
mundialización salvaje, no regulable por los mecanismos económicos
tradicionales. Asimismo, segrega tremendas amenazas ecológicas que no podrán
ser detenidas durante algunos años. Esta intrusión de la era de la información
con sus tecnologías inéditas es soberbiamente ignorada e incomprendida en su
significado profundo, no menos por parte de la ecología política que por la
socialdemocracia o el economismo liberal. Es sintomático ver que el reciente
número de L’Écologiste (13) sobre el “desarrollo a derrotar” tampoco toma en
cuenta este paso decisivo de nuestro tiempo.
No obstante, lo que parece decisivo es que si la
ecología política se apropiara de esta mutación informacional, reforzaría sus
perspectivas y podría ser capaz de proponer la construcción de otro mundo
posible. Sería más fácilmente sustituible la economía capitalista de mercado
por una economía plural (con mercado y sin mercado), que respetara varias
lógicas económicas, utilizando, además del PIB, indicadores de riqueza
cualitativos y monedas plurales. En asuntos como el agua, el aire, el genoma y,
claro está, el conocimiento, la creación de “bienes del patrimonio común de la
humanidad”, sería visto como una acertada necesidad.
Construyendo un modelo ecológico, no productivista, que
elimine el consumo a todo gas y el despilfarro generalizado, nos podríamos
reconciliar con la Naturaleza sin hipotecar el bienestar de nuestros
descendientes. La búsqueda de una mejor calidad de vida, de un nuevo arte de
vivir y de morir sería más fácil. Asimismo sería posible, mediante una
educación apropiada, la cultura de la complejidad. El tiempo liberado, gracias
a las capacidades inéditas de producción a gran escala de bienes y servicios
que permite las tecnologías de la información, serviría para la conquista de
nuestra autonomía. La extensión de lo relacional, marca distintiva de las
tecnologías informacionales de la comunicación, permitiría la realización
personal en el marco del progreso colectivo. Los portavoces de la ecología
política ante los ciudadanos de todos los continetes se limitan, con demasiada
frecuencia, a propuestas sectoriales sobre el medio ambiente. Sin embargo,
tienen a su disposición un verdadero bulevar lleno de argumentos.
Además, es necesario que la ecología política asuma una
segunda necesidad: elaborar propuestas concretas para instaurar una ciudadanía
y una democracia ética y planetaria. Tal actitud exige aportar respuestas a dos
cuestiones centrales en interacción: ¿cuáles son las condiciones necesarias de
funcionamiento de las sociedades que permitan el completo desarrollo de las
personas que la componen? ¿Cuáles son las condiciones de funcionamiento
personal que permitan la emergencia de sociedades más humanas? En suma, cómo
modificar los comportamientos y las mentalidades de cada uno, cómo reinventar
prácticas sociales para devolver a la humanidad el sentido de su
responsabilidad, no solamente para su supervivencia, sino para preservar el
futuro de la vida sobre el planeta, tanto para las especies animales y
vegetales como para las artes, la cultura, la relación con el tiempo o el
sentimiento de pertenencia al cosmos.
Nos encontramos ante una verdadera “polución mental”,
de una humanidad que no quiere saber nada que la pueda molestar, ni tomar en
cuenta nada de lo que la amenaza. El economicismo dominante ha marcado los
modos de dominación en la cabeza y en el corazón de los individuos, en el
centro de su vida personal. Carrera contra el tiempo, culto al beneficio,
competitividad exacerbada bajo el pretexto de la rentabilidad, emergencia de
nuevos miedos, deficiente calidad de vida en todos los aspectos, esos son los
signos evidentes.
En nuestras propias redes y asociaciones ¡cuánta basura
debida a las querellas intestinas, a las luchas de poder y a los apetitos
personales! El objetivo se encuentra no solamente en la reconciliación con la
Naturaleza, sino en volver a poner a los humanos en el centro de lo económico,
lo social, lo cultural y lo político. El respeto por la diversidad, es decir,
la idea de pluralidad tiene que situarse en el centro del proyecto político a
desarrollar.
Quien dice pluralidad dice alteridad; no estamos ni educados ni
preparados para eso. “Ser responsables de la responsabilidad del otro” según la
fórmula de Levinas, no significa un abandono a las ilusiones idealistas; la
pobreza, la explotación del Tercer Mundo subsisten y hacen necesarias las
luchas activas. Pero una ecología política adaptada al mundo actual tiene que
estar asociada a la democracia, a una democracia a la vez representativa y
participativa. Para que hoy sea creíble debe situarse a nivel planetario y
progresar al mismo tiempo en los niveles locales y de proximidad. Portadora de
sentido, de justicia y de responsabilidad, la ecología política se halla
recorrida por las grandes tradiciones éticas y espirituales. “Hacer la política
de otra manera” es abandonar los comportamientos de dominación y de jerarquía.
No olvidemos que han existido grandes tentativas de transformación social y
política que desembocaron en derivas monstruosas. Es necesario, pues, que la
ecología política favorezca las transformaciones personales educando a cada uno
en la autonomía y en la complejidad, pues como lo subraya Edgar Morin: “¿Cómo
podemos soñar con mejorar de forma duradera las relaciones a nivel planetario
si no somos capaces de transformar nuestras relaciones individuales, y, por lo
tanto, de transformarnos nosotros mismos?”
Utilizando las redes de información, de intercambio y
de comunicación, lo que nos permiten las tecnologías de la información, una
ecología política del siglo XXI podría, sin dejarnos paralizar por la presión
de las catástrofes, sustituir nuestras sociedades habitadas por el miedo, la
angustia, el individualismo y el egoísmo, por otras culturas orientadas hacia
la emulación, el reparto, la alteridad, la fraternidad y la alegría. Tenemos la
necesidad de fijar otra mirada sobre lo que constituye nuestro interés en este
mundo.
La urgencia parece extrema.
La urgencia parece extrema.
NOTAS
1. Vladimir Vernadsky, La Biosphère, Le Seuil, 2002
(primera edición en 1926).
2. Nicholas Georgescu-Roegen, The Antropy Law and the economic Process, Academic Press, Boston, 1971.
3. René Passet, L’Économique et le Vivant, Payot, 1979.
4. Serge Moscovici, Essai sur l’histoire humaine de la Nature, Flammarion, 1968.
5. Edgar Morin, Le Paradigme perdu: la nature humaine, Le Seuil, 1973.
6. Ivan Illich, Libérer l’avenir, Le Seuil, 1971.
7. Teddy Goldsmith, fundador de la revista The Ecologist, Londres, 1969.
8. A. Rapoport, General Systems Theory, The free Press, New-York, 1968.
9. Joël de Rosnay, Le Macroscope. Vers une vision globale, Le Seuil, 1975.
10. Bernard Charbonneau, Le Système et le Chaos, Económica, 1973.
11. François Ramade, Écologie des ressources naturelles, Mc Grawhill, Paris, 1982.
12. Jacques Grinevald, Institut universitaire du développement, Genève.
13. L’Écologiste, nº 6, invierno 2001. En un número especial, la edición francesa de The Ecologist trata de manera magistral el tema “Deshacer el desarrollo-rehacer el mundo”, bajo la égida de Serge Latouche. Bonne bibliographie.
14. André Gorz, Écologie et Politique, Le Seuil, 1978.
15. Jean-Paul Deléage, Histoire de l’écologie, une science de l’Homme et de la Nature, La Découverte, 1991.
16. Alain Lipietz, Qu’est-ce que l’écologie politique? La grande transformation du XXIe siècle, La Découverte, 1999.
17. Wolfgang Sachs, Des Ruines du développement, Écosociété, Montréal, 1996.
18. Edgar Morin, La Méthode (III), La Connaissance de la connaissance, Le Seuil, 1986.
19. Félix Guattari, Les Tríos Écologies, Galilée, Paris, 1989. “Vers une écosophie”, Transversales Science Culture nº 2, abril 1990.
20. El Bit, contracción de binary digit, no es de ninguna manera una unidad de sentido. No mide nada más allá de la transmisión de señales. Es una unidad elemental de información capaz de tomar dos valores distintos: en general cero y uno, en relación con el excepcional desarrollo del ordenador en sistema binario.
21. J. Von Neumann, Theory of Games and economic Behaviour, Princeton University Press, Princeton, 1947. The General and logical Theory of Automates, Aldine, Chicago, 1968.
22. Norbert Wiener, Cybernétique et société, Union générale d’éditions, Paris, 1962.
23. Heinzs Von Förster, Organizing Systems and their Environnements, Bergamon, New-York, 1960.
24. Claude Elwood Shannon and W. Weaver, The Mathematical Theory of Communication, University of Illinois Press, Urbana, 1949.
25. Henri Atlan, L’Organisation biologique et la théorie de la communication, Herman, Paris, 1972.
26. Henri Laborit, Société informationnelle. Idées pour l’autogestion, Édition du Cerf, Paris, 1973. La Nouvelle grille, Laffont, 1974
2. Nicholas Georgescu-Roegen, The Antropy Law and the economic Process, Academic Press, Boston, 1971.
3. René Passet, L’Économique et le Vivant, Payot, 1979.
4. Serge Moscovici, Essai sur l’histoire humaine de la Nature, Flammarion, 1968.
5. Edgar Morin, Le Paradigme perdu: la nature humaine, Le Seuil, 1973.
6. Ivan Illich, Libérer l’avenir, Le Seuil, 1971.
7. Teddy Goldsmith, fundador de la revista The Ecologist, Londres, 1969.
8. A. Rapoport, General Systems Theory, The free Press, New-York, 1968.
9. Joël de Rosnay, Le Macroscope. Vers une vision globale, Le Seuil, 1975.
10. Bernard Charbonneau, Le Système et le Chaos, Económica, 1973.
11. François Ramade, Écologie des ressources naturelles, Mc Grawhill, Paris, 1982.
12. Jacques Grinevald, Institut universitaire du développement, Genève.
13. L’Écologiste, nº 6, invierno 2001. En un número especial, la edición francesa de The Ecologist trata de manera magistral el tema “Deshacer el desarrollo-rehacer el mundo”, bajo la égida de Serge Latouche. Bonne bibliographie.
14. André Gorz, Écologie et Politique, Le Seuil, 1978.
15. Jean-Paul Deléage, Histoire de l’écologie, une science de l’Homme et de la Nature, La Découverte, 1991.
16. Alain Lipietz, Qu’est-ce que l’écologie politique? La grande transformation du XXIe siècle, La Découverte, 1999.
17. Wolfgang Sachs, Des Ruines du développement, Écosociété, Montréal, 1996.
18. Edgar Morin, La Méthode (III), La Connaissance de la connaissance, Le Seuil, 1986.
19. Félix Guattari, Les Tríos Écologies, Galilée, Paris, 1989. “Vers une écosophie”, Transversales Science Culture nº 2, abril 1990.
20. El Bit, contracción de binary digit, no es de ninguna manera una unidad de sentido. No mide nada más allá de la transmisión de señales. Es una unidad elemental de información capaz de tomar dos valores distintos: en general cero y uno, en relación con el excepcional desarrollo del ordenador en sistema binario.
21. J. Von Neumann, Theory of Games and economic Behaviour, Princeton University Press, Princeton, 1947. The General and logical Theory of Automates, Aldine, Chicago, 1968.
22. Norbert Wiener, Cybernétique et société, Union générale d’éditions, Paris, 1962.
23. Heinzs Von Förster, Organizing Systems and their Environnements, Bergamon, New-York, 1960.
24. Claude Elwood Shannon and W. Weaver, The Mathematical Theory of Communication, University of Illinois Press, Urbana, 1949.
25. Henri Atlan, L’Organisation biologique et la théorie de la communication, Herman, Paris, 1972.
26. Henri Laborit, Société informationnelle. Idées pour l’autogestion, Édition du Cerf, Paris, 1973. La Nouvelle grille, Laffont, 1974
Jacques Robin (31-agosto-1919 a 7-juilo-2007), médico humanista, asesor de Centros Hospitalarios de París y gerente general de los Laboratorios Clin-Midy. Compañero de ruta de Edgar Morin y René Passet. Escribió más de una decena de libros sobre los límites de la sociedad industrial, la búsqueda de saberes transdisciplinarios y los grandes retos socio-ambientales del presente. Los títulos más difundidos son : Del crecimiento económico al desarrollo humano, La biotecnología Gush, Cuando el trabajo se va de la sociedad industrial, Cambio de era (quizá su trabajo más importante). Su último libro es La urgencia de la metamorfosis, publicado poco meses antes de morir.
Jaques Robin, fundador de TRANSVERSALES SCIENCE CULTURE. Artículo publicado en TRANSVERSALES SCIENCE CULTURE 1, nueva serie, primer trimestre 2002.
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