Pese a precedentes más antiguos, la hipótesis que Alfred Wegener publicó en 1915 es el origen de la moderna tectónica de placas
Cuando Alfred Wegener murió –en 1930, durante la última de
sus expediciones a Groenlandia—, la gran idea de su vida había sido descartada,
olvidada y vilipendiada. La idea era la deriva continental, y habrían de pasar
aún 30 años para que se sacara del cajón, se demostrara correcta y se
convirtiera en el fundamento de la gran revolución de la geología, la moderna
tectónica de placas, un salto conceptual comparable al átomo de Bohr en la
física, o al código genético en la biología. Así son las revoluciones de la
ciencia, que no solo devoran a sus hijos, sino también a sus padres.
La moderna tectónica de placas supuso un salto conceptual en la
geología comparable al átomo de Bohr en la física, o al código genético en la
biología.
La chispa que encendió la hipótesis de la deriva
continental es la misma que habrán observado miles de niños al echar un vistazo
al mapamundi colgado de la pared del aula: el desconcertante parecido entre las
líneas de costa de Sudamérica y África, a los dos lados del Atlántico. Y no fue
Wegener el primero en reparar en ello. El filósofo británico Francis Bacon ya
mencionó el parecido de las líneas de costa en su Novum Organum de
1620, y también lo hizo el conde de Buffon, un naturalista francés del siglo XVIII,
y el alemán Alexander von Humboldt hacia el final de esa misma centuria. Von
Humboldt llegó a sugerir que aquellas dos costas habían estado juntas en el
pasado.
Recreación sobre cómo, de acuerdo con
las modernas reconstrucciones, Pangea (el supercontinente que existió al final
de la era Paleozoica y comienzos de la Mesozoica que agrupaba la mayor parte de
las tierras emergidas del planeta) se formó hace 300 millones de años y empezó
a romperse hace unos 175 millones de años. Dentro de alrededor de 250 millones
de años los continentes se volverían a juntar en un nuevo supercontinente,
denominado Pangea Proxima.
Pero Wegener fue mucho más allá de esas meras impresiones
visuales. No solo era explorador, sino también meteorólogo y geofísico, y ello
le permitió reunir un cuerpo de evidencia multidisciplinario y que, en
retrospectiva, se puede considerar más bien aplastante. Wegener demostró que no
solo la forma de las líneas de costa a los dos lados del Atlántico, sino
también las estructuras geológicas del oriente americano y el occidente
africano, sus tipos de fósiles y las secuencias de sus estratos, presentaban
unas similitudes asombrosas.
Como él mismo señaló en su publicación de 1915 –de la que
celebramos el centenario—, si reuniéramos esos dos continentes, todas las
estructuras “casarían como las líneas de texto en un periódico roto”, en la
eficaz metáfora citada en Sciencepor los geólogos Marco Romano, de la Universidad de Roma,
y Richard Cifelli, del Museo Sam Noble de Norman, en Oklahoma. Wegener también
conjeturó que los continentes representaban placas enormes de una roca más
ligera que flotaban sobre rocas oceánicas más densas, una
idea que, aunque no del todo correcta, prefigura la tectónica de placas
moderna.
Wegener demostró que no solo la forma de las líneas de costa a los
dos lados del Atlántico, sino también las estructuras geológicas del oriente
americano y el occidente africano, sus tipos de fósiles y las secuencias de sus
estratos, presentaban unas similitudes asombrosas
Pero, como tal vez habría cabido esperar, una hipótesis
tan rompedora con la geología de comienzos del siglo XX, y por muy bien que
estuviera fundamentada, solo podía desatar tormentas con gran aparato eléctrico
en los estamentos académicos de la época. Aunque la deriva continental suscitó
en 1915 algunos apoyos, como el de los geólogos Émile Argand y Alexander du
Toit, fueron muchos más los científicos que optaron por quemar al hereje. “La
hipótesis de la deriva”, escriben Romano y Cifelli, “era tan iconoclasta que se
ganó el vitriolo, el ridículo y el desprecio de los especialistas, cuyos
propios trabajos publicados partían de la premisa de una corteza terrestre
horizontalmente inmóvil”.
El punto débil de la hipótesis era que Wegener no pudo
encontrar un mecanismo convincente para alimentar todos esos movimientos de
continentes. Avanzó tímidamente un par de ideas basadas en la rotación de la
Tierra y algún otro fenómeno, pero eran tan obviamente incorrectas o
insuficientes que solo sirvieron para ponérselo más fácil a sus atacantes del
ramo de la geofísica. Pasado el revuelo inicial, la gran idea de Wegener fue
olvidada en un cajón humillante de la historia.
Nuevos datos sobre paleomagnetismo y sedimentos marinos, junto a
la observación de las cordilleras suboceánicas –por donde emerge de las
entrañas de la Tierra el nuevo suelo que va desplazando los continentes
actuales—, reivindicaron la hipótesis de la deriva continental
Y allí se quedó hasta tres décadas después de morir
Wegener, cuando nuevos datos sobre paleomagnetismo y sedimentos marinos, junto
a la observación de las cordilleras suboceánicas –por donde emerge de las
entrañas de la Tierra el nuevo suelo que va desplazando los continentes
actuales—, reivindicaron la hipótesis de la deriva continental y desarrollaron
alrededor de ella una nueva síntesis de la geología, la tectónica de placas que
fundamenta esa ciencia en la actualidad.
Wegener no pudo saberlo, pero la Tierra le dio la razón.
Alfred Wegener en su mesa en Groenlandia, en 1930. La imagen pertenece al Alfred Wegener Institute for Polar and Marine Research.
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