Se
tuerce el destino de una de las técnicas con mayor potencial para luchar contra
el cambio climático.
En la pasada cumbre de París
sobre cambio climático, los líderes mundiales hablaron largo y tendido sobre la
necesidad de reducir las emisiones de dióxido de carbono asociadas a la
combustión de carbón, la mayor fuente de gases de efecto invernadero. Por
ahora, la única forma de lograrlo sin renunciar a este combustible es la
captura y almacenamiento de carbono (CAC), consistente en apartar el CO2 de las chimeneas antes de que salga al
aire y, después, enterrarlo a grandes profundidades.
Aunque casi todos los planes
para mitigar el calentamiento global incluyen la CAC, hasta ahora pocos países
han adoptado esta técnica, ya que la inversión requerida es alta y los
incentivos, escasos. Hace años, sin embargo, EE.UU. dio con un ingenioso método
para hacer rentable el proceso: vincular la CAC a la extracción de petróleo. La
idea parecía funcionar, pero el hundimiento de los precios del petróleo ha
puesto en peligro la CAC y, con ella, casi todos los planes para
descongestionar la atmósfera.
Las primeras inyecciones de
CO2 en
pozos de crudo se llevaron a cabo en 1972. El método, conocido como «extracción
mejorada de petróleo», facilita que el combustible fluya y repone la presión
subterránea que necesita para salir a la superficie. Además, el gas se
introduce en resquicios que otras sustancias auxiliares, como el agua, solo
rodearían. En el proceso, parte del CO2queda atrapado bajo tierra.
Según Richard Esposito, geólogo que ha trabajado en el desarrollo de los
sistemas de CAC de la compañía eléctrica Southern Company, el CO2 enterrado «permanecerá allí para toda la
eternidad».
Julio Friedmann, alto cargo
del Departamento de Energía de EE.UU., sostiene que aprovechar el CO2 para obtener petróleo es una de las pocas
maneras de hacer rentable la CAC: «La extracción mejorada de petróleo ha sido
la técnica de almacenamiento dominante porque genera ingresos», razona. O,
dicho de otro modo, el método cuenta con el potencial de satisfacer tanto a
empresas como a ambientalistas. Las perspectivas económicas han hecho que, en
las últimas décadas, hayan surgido en EE.UU. varios proyectos de extracción
mejorada de petróleo. En el campo petrolífero de Tinsley, en Misisipi, la
compañía de petróleo y gas natural Denbury Resources empezó a inundar los pozos
con CO2 en
marzo de 2008. Hoy recicla unos 19 millones de metros cúbicos de gas al año y
ha aumentado su producción de 50 a 5000 barriles diarios.
De hecho, Denbury y otras
petroleras necesitan tanto CO2 que hace poco acordaron comprar este gas
a una nueva central de carbón construida en el condado de Kemper, en Misisipi:
la coronación de la idea. Hoy, el CO2 antropogénico da cuenta de en torno a una
cuarta parte de todo el CO2 que
se emplea en la extracción mejorada de petróleo (el resto procede de depósitos
naturales atrapados en domos geológicos).
Pero la relación entre el
almacenamiento de carbono y la extracción mejorada de petróleo es frágil. La
caída que desde hace unos años viene experimentando el precio del barril ha
hecho que enterrar CO2 ya no
salga rentable. Según Dan Cole, vicepresidente de desarrollo comercial y
relaciones gubernamentales de Denbury, los bajos precios del crudo hacen más
difícil que las compañías puedan reunir el dinero necesario para adquirir nueva
maquinaria, como bombas, compresores y conductos especializados. La empresa
Schlumberger, un gigante del sector de servicios para campos petrolíferos, ha
cerrado ya su unidad de servicios de carbono, que se suponía que convertiría el
CO2 en un
negocio estable. Otras firmas están pensando en tomar medidas parecidas. Tales
cierres podrían minar los planes de lucha contra el calentamiento que con tanto
cuidado han expuesto los recientes informes de la Agencia Internacional de la
Energía y el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático.
Al mismo tiempo, la situación
tal vez sirva para subrayar lo irónico que resulta intentar salvar el planeta
con medidas dependientes de la extracción de petróleo. Al fin y al cabo, al
quemar el combustible adicional obtenido gracias a la inyección de CO2,
se emite más carbono, el cual acaba en la atmósfera y aviva el calentamiento.
Existen otras soluciones para
rentabilizar la CAC, aunque su puesta en marcha se antoja distante. Friedmann,
por ejemplo, señala que una manera de incentivar el almacenamiento subterráneo
de CO2 sería
aplicar una desgravación fiscal de 50 dólares por tonelada secuestrada: «Las
duras matemáticas de la acumulación atmosférica dejan claro que la CAC tiene
que ser una solución para el clima». [Véase «La falacia de la captura de carbono»,
por David Biello, en
este mismo número.]
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