Antes del chavismo se
conocían como “Pichacheros” a aquellos que revisaban los desperdicios de los
mercados municipales: Coche, Quinta Crespo Guaicaipuro. Hoy, luego de los 17
años de revolución, la necesidad golpea a cientos: cada vez son más las
familias que hurgan la basura para tomar bocado, así sea descompuesto. Este
recorrido por Caracas desvela que, en cada esquina, el hambre acecha con sus
inmundicias.
Son más de las 7:30 de la noche y la carrera que
libran los caraqueños para guarecerse en sus hogares toma ventaja. El fin de la
tarde transcurrida, la insignificante luz de algunos postes y la estampida de
la muchedumbre insinúan aires de desolación en la parroquia Candelaria.
Mientras algunos corren con pasos resueltos con dirección a la estación de
Metro Parque Carabobo, otros, hombres, madres y niños hambrientos, echan mano a
los desperdicios que yacen en bolsas apiladas en la acera contigua a la
Panadería Safari, adyacente a la plaza Candelaria, en pleno corazón de Caracas.
Una decena de bolsas
y arrendajos de sacos son la presa. Más de 20 personas hurgan el botín de
basura. El bocado apremia para aplacar el ardor del estómago. Se turnan.
Olfatean lo que consiguen. Los gemidos de quienes engullen pan roñoso y de los
otros que se atiborran de frutas podridas y huesos de pollo. Es el desafuero
del hambre que arremete contra una población que, por fuerza, salió a la calle
para alimentarse de deshechos.
Algunos dicen tener
más de 12 horas sin probar alimento y otros aseguran completar un día entero.
Parecen zombis. Están ansiosos, descompuestos del hambre y cada vez que sacan
sus brazos de las bolsas, represan las migajas en sus manos y se las llevan a
la boca para devorarlas de una vez. Casi nunca tienen claro de qué se trata,
solo quieren comer.
A Elizabeth, una
mujer de aproximadamente 40 años de edad, la acompañan sus dos hijas pequeñas
en la plaza Candelaria. Una de ellas impedida, en silla de ruedas, permanece
arrinconada en un extremo y la otra, muy despierta, escarba los restos regados
en el suelo desnudo y los amasa con desespero para acomodarlos en una bolsa. El
varón, su hijo mayor, de 16 años de edad, se quedó en casa, en Ocumare del Tuy,
y aún no sabe que su madre desbarata bolsas negras en Caracas para darle de
comer. Una práctica a la que Elizabeth recurrió por primera vez en
enero de este año. Tiene ocho meses en ello.
—No tengo empleo,
hace mucho que no tengo uno, y nadie quiere darme trabajo. He tocado puertas en
casas ajenas para planchar o lavar, pero la gente está como todo el mundo,
tratando de sobrevivir —afirma mientras hunde su cabeza en una bolsa y vuelve
su mirada para avisarle a su madre que también la acompaña sobre el nuevo
hallazgo: una bandeja de fresas descompuestas con crema pastelera y un plato de
plástico agrietado que decide llevarse a casa.
Sus brazos destilan
un líquido viscoso. El jugo pestilente también corre por sus cachetes y empapa
su blusa. Toda ella apesta a basura pero no lo percibe, tampoco los otros que
la circundan.
El Capítulo Pobreza
de la Encuesta sobre Condiciones de Vida en Venezuela, un estudio realizado el
año pasado por las universidades Central de Venezuela (UCV), Católica Andrés
Bello (UCAB) y Simón Bolívar (USB), advierte que 2014 y 2015 han sido los
peores años de contracción de ingresos que ha tenido el país. La investigación
presenta datos que retratan la crisis a escala nacional: 73% de los hogares y
76% de los venezolanos están en pobreza de ingresos. Nominalmente, ello
significa que en el país cerca de 23 millones de habitantes viven con escasos
recursos. Y más del 80% del presupuesto familiar está destinado a la compra de
alimentos.
El
informe publicado en 2016 agrega que 49,9% de los hogares está en condición de
pobreza extrema, frente a 23,6% en 2014.“Todos
los pobres no extremos del 2014 pasaron a ser pobres extremos y la mitad de los
no pobres de 2014 pasaron a ser pobres en 2015″, resume la Encovi. Ello en un
país donde más de 5 millones 530 mil 486 personas desempañan actividades
informales para sobrevivir, según indicaron del Instituto Nacional de
Estadísticas. El sondeo sobre situación de hogares en pobreza, correspondiente
al primer semestre de 2015 y publicado recientemente por el Instituto Nacional
de Estadística (INE), detalla que de 7.519.342 hogares pobres por ingresos,
33,1% se declararon pobres, lo que equivale a 2.434.035 núcleos familiares.
23,8% son pobres no extremos (1.750.665) y 9,3% pobres extremos (683.370).
Competencia
para los “pichacheros”
Hoy el hambre rompe
estómagos en toda Caracas y se instala en sus calles. Para muchos profesionales
es el engendro del chavismo que asoma sus colmillos, incluso, a plena luz del
día, cuando los transeúntes se vuelven testigos de la miseria. Las esquinas,
vertederos y depósitos comunes de residuos terminan siendo un mercado a cielo
abierto, con despacho las 24 horas del día.
El drama que deambula
en la ciudad trasciende a los “pichacheros”, —mendigos que, desde mucho antes
de Chávez, revuelven los desperdicios en los mercados—, y ahora tiene como
protagonistas a familias desempleadas, personas que carecen de una entrada fija
o gente empobrecida. “Yo como de la calle porque quedé sin familia, me echaron
a la calle porque tengo problemas con la droga, pero ahora es mucha la gente
sin vicios que recoge como yo para comer”, cuenta un mendigo con resabio en la
avenida Universidad, mientras desata una bolsa.
Se niega a conversar.
Dice que intenta medio comer. Su nombre es Pedro, pero pide que se le llame por
su apodo: “Pepedescalzo”. Pepe, como es reconocido entre los mendigos
andariegos del centro, lleva el pie izquierdo calzado y el otro desnudo. Cree
tener más de 13 años en la calle. Aunque se declara falto de memoria. Cuenta
que en el último año le ha salido competencia: más gente muerta de hambre.
Afirma que son
numerosos los cristianos a los que ha visto desmembrar una bolsa como si se
tratara de una res en pie. El cuidado que este hombre tiene a la hora de hurgar
los despojos demuestra su pericia. Caracas es la basura, eso muy bien lo saben
los mendigos, pero hoy las bolsas contienen menos comida desperdiciada. “Hay
que revisar más para conseguir algo bueno”, balbucea Pepe y retoma su ruta.
El
nuevo rostro de la miseria
Para quienes se saben
empobrecidos por la crisis, ver a alguien comer de la basura siempre parecerá
inverosímil. Se trata de una imagen que la propia ciudad se empeña en corroborar
e incluso olvidar. Y supera con creces eso que el chavismo ha divulgado tantas
veces: en la Cuarta República se comía perrarina. En Caracas los residuos
dejaron de tener una connotación nauseabunda y para algunas personas de aspecto
pulcro y buen vestir son ahora su única fuente de alimento. La pobreza
estructural —causada por falta de servicios—, precisa la Encovi, hoy alcanza
30% de los hogares del país. “Es solo cuestión de tiempo para que
lleguemos al 45%, tope histórico en los últimos 16 años”.
En los principales
mercados municipales, los comerciantes son testigos de la miseria que circunda
los recintos. Allí los restos de las ventas atraen a decenas de personas. Para
Nancy Lozada y su marido, comerciantes del Mercado Mayorista de Coche, nada de esto
es nuevo. La dinámica es casi la misma desde hace 20 años cuando iniciaron la
venta de verduras en el lugar. Reciben a los socios que vienen cargados de
auyama, papa y cebolla de los andes y el interior el país, ofertan el producto
y lo despachan. Luego rematan lo que queda y botan lo que no sirve. Es ahí
cuando llega el enjambre de “pichacheros”, “langostas”, “mendigos”,
“recolectores de oficio” o como quiera que se llamen.
Pero en los mercados
de Coche, Guaicaipuro, Catia, Sucre y otros itinerantes en El Junquito, Macarao
y La Vega aseguran que la pobreza tiene un nuevo perfil: es el rostro de
personas que tienen familia, casa y quizá algo de comida en la alacena, pero
hoy deben salir a la calle para buscar lo que no encuentran en la mesa. Algunos
incluso tienen empleos informales como “cuidacarros”, “fiscales callejeros”,
carretilleros o lavan carros. Otros, sospechan algunos, hasta tienen trabajos
formales, pero nada de ello pudo ser confirmado en un recorrido: todos se
declaran desempleados, empobrecidos y hambrientos.
En Coche abundan los
recodos atestados de desperdicios. Los botaderos están en las entradas, debajo
de los camiones, en las aceras y calles internas. En “El paredón”, un punto muy
concurrido en una de las salidas perimetrales del mercado, a una mujer alta le
brotan los huesos del rostro. Es blanca, esquelética y repasa los guacales de
frutas con destreza. Escarba los desperdicios en compañía de un hombre y dos
niños. Allí comparten el botín con las moscas y los roedores que se
adelantaron.
En un intento por
disolver una nube de moscas verdes, la mujer de los huesos pronunciados bate
con fuerza las manos y la cabeza para espantarlas. Luego recupera la quietud y
reanuda su búsqueda en un área de más de seis metros de largo donde se consiguen
tomates enteros, zanahoria, patilla, lechosa, melón y otros frutos maltrechos.
—No todo lo que aquí
tiran está en mal estado. Aquí se aprovecha todo —comenta la mujer quien se
niega a identificarse.
En el lugar, los
niños, sus hijos, se desenvuelven confiados. El más pequeño, de piel tostada y
ojos verdes achinados, embojota algunos duraznos en su franela, mientras
vocifera el hallazgo:
—Mira aquí hay
duraznos, están sanitos —grita.
Cuerpos
descompensados
La búsqueda de las
familias se multiplica en los mercados de Guaicaipuro y Quinta Crespo, ambos en
el oeste de Caracas. El silencio domina la escena que transcurre bajo las
miradas solapadas de quienes intentan comer de la basura. A Luisa se le cae la
cara de vergüenza pero es lo único que puede hacer para llenar el estómago.
“Mira hasta dónde hemos llegado. Esto es inhumano, chico; que uno tenga que
hacer esto”, grita mientras con su aliento espeso y agrio.
La situación desanda
a los cuerpos esqueléticos y descompensados. La imagen deprimente salta de los
informes internacionales de los países en guerra y se reproduce en un país “de riqueza”.
Aunque continúe
respirando, una persona que muere de hambre y remueve la porquería para
alimentarse, ya ha muerto dos veces: la primera vez de impotencia, por la
miseria que le impide el acceso a lo básico. Y la segunda por la deshonra e
indignación que le produce el estar privado de la comida. Pero el
peligro está en morir una tercera vez, que es la definitiva, cundo el cuerpo se
vuelve cadáver. El infortunio se ha hecho sentir en instituciones como
la casa Hogar Madre Teresa de Calcuta, un albergue en Mamera, donde reportan 30
fallecimientos asociados a presunta malnutrición. La crisis se repite en el
Sanatorio Mental La Paz, en Carrizal, donde también perdieron la vida 23
pacientes psiquiátricos por la misma causa. Todos los decesos han ocurrido este
año.
Mario Molina describe
la agonía con su verbo callejero, palabras sencillas y sentidas, que encierran
una amplia noción de su realidad. “Siempre he sido pobre, pero ahora soy más
pobre porque no puedo ni comer. Antes me rebuscaba para vivir mejor, ahora me
rebusco de la basura para sólo vivir”, expresa.
Molina es del barrio
La Gruta de Antímano y peregrina la ciudad en busca de porquería. En su faena
lo acompañan un cuñado y su hermana. En días buenos, comenta el hombre
desdentado, han llegado a conseguir piernas enteras de pollo a las puertas de
los establecimientos de comida en Chacao, Sabana Grande y Plaza Venezuela,
sitios muy concurridos. “Lo que gano como fiscal de carros en Bellas Artes no
me alcanza y eso me obliga a rebuscarme”, sostiene.
En torno a ello, el
estudio de la UCV, UCAB y USB señala un aumento muy importante de los hogares y
la cantidad de personas sumergidas en la pobreza por ingresos. En 2014 la
proporción de hogares en pobreza era 48,4% y en el caso de las personas
52,6%. Expertos explican que la política de salario mínimo, único
mecanismo que emplea el Gobierno para tratar de mitigar la crisis, solo incluye
a los trabajadores del sector formal y se cumple fundamentalmente en las
empresas privadas. Pero es devorado por la hiperinflación. Hoy miles
de trabajadores públicos reclaman con pancartas los últimos cuatro aumentos
oficializados por el Ejecutivo. “La mitad de los hogares en pobreza de ingreso
dicen comprar en las distintas modalidades de la Misión Alimentación. Esto es
un síntoma de la crisis de ingresos. Sin abastecimiento subsidiado no se come
en Venezuela. Las misiones estructurales, aquellas que pudieran actuar sobre
las causas de la pobreza (básicamente las educativas) lucen abandonadas”,
agrega la encuesta.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario