El Acuerdo de Paris entró en
efecto el 4 de Noviembre 2016. Es el resultado de décadas de negociación en el
seno de la Organización de Naciones Unidas sobre el
calentamiento global. Todos los países del mundo reconocen que el calentamiento
global es una consecuencia de la actividad humana que se ha convertido
en una peligrosa y creciente amenaza tanto para la estabilidad de la vida
en el planeta como para la seguridad de la especie humana.
El objetivo central del Acuerdo de Paris es
impedir que el aumento de la temperatura superficial promedio supere los 2ºC
para finales de siglo con respecto a la época preindustrial. Para alcanzar este
objetivo es imprescindible evitar que continúe aumentando la concentración de
los principales gases de efecto invernadero en la atmósfera. En el caso del
CO2, correspondiente al 76% del total de emisiones de gases de efecto
invernadero, es necesario evitar que su concentración supere las 450 partes por
millón.
El aumento de temperatura ya supera 1ºC con respecto a la
época preindustrial, mientras que la concentración de CO2 en la atmósfera
supera las 400 ppm, excediendo en 43% al promedio de la época
preindustrial. Las tendencias actuales conducen a la superación del límite de
las 450 ppm en apenas 20 años.
Para evitar que la concentración de CO2 supere las 450
ppm es necesario reducir drásticamente el consumo de combustibles fósiles:
petróleo, gas y carbón. Para el año 2050 es necesario reducir las emisiones de
CO2 en al menos un 70%, lo que implica una reducción proporcional del consumo
de combustibles fósiles.
Para optimizar la cantidad de energía utilizada y
minimizar las emisiones de CO2, es necesario que al menos dos tercios de las reservas probadas de hidrocarburos
permanezcan bajo tierra: el 37% de las de petróleo, el 84% de las de carbón y
el 30% de las reservas probadas de gas natural.
Estas
implicaciones representan un gigantesco reto para Venezuela. No sólo
porque su economía depende en una alta proporción de las
exportaciones de petróleo, por disponer de las reservas probadas de
petróleo más grandes del mundo (300 mil millones de barriles) y por contar
con la octava reserva global de gas natural y la segunda mayor
del hemisferio occidental después de Estados Unidos (5.6 billones
m3). El reto se debe también a la obligación de contribuir con la reducción de
emisiones, un compromiso particularmente significativo debido a que Venezuela
registra en la actualidad no sólo las mayores emisiones de CO2 por habitante de
América Latina, sino también las mayores emisiones de CO2 por unidad del
producto territorial bruto en la región.
En consecuencia, urge la diversificación efectiva de la
economía nacional y la definición de una estrategia para superar los retos
del calentamiento global, optimizando los esfuerzos para el monitoreo y la
reducción de emisiones, la mitigación de sus efectos y la adaptación a las
inevitables consecuencias de los cambios climáticos que se avecinan. El éxito
depende de la participación activa de la ciudadanía, por lo que se requiere de
una estrategia complementaria para la educación y la diseminación de
información con el fin de facilitar la participación protagónica de la
ciudadanía en tales esfuerzos.
Entre las medidas mas urgentes se encuentran: ponerle fin
a la deforestación, un injustificado crimen que según la FAO arrasó
con 164.000 hectáreas de bosques naturales cada año durante el período
2005-2010; reducir de 15% a no mas de 1% la quema de gas en mechurrrios
para el 2020; mejorar la penosa eficiencia energética de la economía nacional
en al menos un 20% para el 2020 y en un 40% para el 2030; mejorar el
lamentable rendimiento del parque automotor en al menos un 40% para el
2030; ampliar los sistemas de transporte público; reducir los subsidios a los
combustibles fósiles; sustituir el uso de diesel por gas natural en la
generación de electricidad, preferiblemente en plantas de ciclo combinado;
prohibir la comercialización de bombillos incandescentes, pues convierten
en calor el 80% de la electricidad que consumen y sólo un 20% en luz;
impulsar el desarrollo de energías limpias, como la solar y la eólica, fijando
como objetivo la generación de al menos un 20% de la energía eléctrica a través
de paneles solares y molinos de viento para el 2030; establecer al menos 4
millones de hectáreas de plantaciones con mezclas de especies nativas para
restituir cuencas hidrográficas seleccionadas durante el período 2017-2030, con
la consecuente extracción de millones de toneladas de carbono de la
atmósfera.
Cualquiera que sea la estrategia nacional que
se defina debe complementarse con la promoción de una política regional
latinoamericana en el mismo sentido, con el propósito de impulsar medidas
conjuntas regionales a través de los mecanismos disponibles de integración,
tales como CELAC, MERCOSUR, UNASUR, CEPAL, ALBA y PETROCARIBE.
Julio César Centeno
Universidad de Los Andes
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