jueves, 29 de diciembre de 2016

¿Qué estamos comiendo? - Carlos Laorden

La falta de información y la publicidad contribuyen a una alimentación poco saludable

Un padre o madre cualquiera, en un país a elegir entre muchos. Se levanta y les da a sus hijos unos cereales de chocolate muy conocidos que les encantan, y (tras muchas otras tareas) se va a trabajar. Los niños comen un menú escolar con patatas fritas y helado, o con bocadillos y zumos azucarados. El progenitor pica algo ya preparado porque no tiene tiempo, y después se toma un refresco para seguir despierto. A la salida, los niños insisten en comer una chocolatina, y el padre o la madre acaban cediendo. Al llegar a casa, tienen que terminar algunas cosas o están agotados, así que dejan a los niños delante de la tele después de freírles unos congelados o calentar una pizza precocinada. Quizá algunos de esos hábitos les parezcan perfectamente adecuados, o tal vez piensen que deben cambiar otros. En cualquier caso, no parece fácil.

Efectivamente, no lo es. Esa misma hacía reflexión Corinna Hawkes, directora del centro para políticas alimentarias de la Universidad de la Ciudad de Londres. Las autoridades sanitarias de numerosos países y expertos en nutrición de todo el mundo llevan tiempo sugiriendo cambios en la dieta. Pero el coste, la falta de tiempo y la mayor disponibilidad hacen que cada vez consumamos más productos ultraprocesados o con grandes cantidades de azúcares, sales, y grasas saturadas, con demasiadas calorías. Muchas veces sin ser conscientes de ello. Y las cifras del aumento de la obesidad y diabetes en los lugares donde se imponen esos patrones de consumo no dejan de aumentar.

Expertos de todo el mundo reunidos estos días en Roma en el simposio internacional sobre nutrición organizado por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura) han debatido este jueves sobre qué pueden hacer los Gobiernos y los Parlamentos para facilitar o impulsar ese cambio hacia dietas más sanas, sobre todo entre los más pequeños. Se ha hablado de medidas que equilibren la lucha de precios entre productos frescos y ultraprocesados (como las tasas especiales), otras que regulen los menús escolares o incluso de normas que directamente obliguen a rebajar los niveles de azúcares o grasas en los alimentos. Pero los ponentes se han centrado en dos aspectos: el etiquetado nutricional y la publicidad de los alimentos.

IMPUESTO A LOS REFRESCOS

Marisa Macari, de la ONG mexicana El poder del consumidor, se refería al impuesto para los refrescos azucarados —como el que estudian implantar España y otros países— que promovieron en México. Macari ha asegurado que ya se ha reducido el consumo de refrescos como estos, que incluyen hasta un 30% de azúcares, entre un 6% y un 11% desde que se implantó la tasa en 2014. Sin embargo, aún no está claro que lo recaudado se haya invertido en instalar fuentes de agua en los colegios y otras medidas de prevención de la obesidad y la diabetes, como estaba previsto. Medidas como esta pueden ayudar a reducir la diferencia de precio entre estos productos y otros más saludables, como un zumo natural, o el agua.

En Chile, el senador Guido Girardi aboga por aumentar al 18% ese impuesto sobre los refrescos y extender este tipo de tasas a todos los productos alimentarios que lleven una etiqueta "alto en" de acuerdo con los estándares establecidos en el país, al tiempo que apuesta por desgravar alimentos saludables como frutas o verduras.
"Porque las etiquetas de información nutricional no las entiende nadie, ni los médicos de familia", señalaba el senador y también médico chileno Guido Girardi, impulsor de una ley de etiquetado en su país. "Vienen cifradas y en letra pequeñita". En los últimos años, países tan dispares como Reino Unido, Irán o Ecuador han obligado a los productores de alimentos a rotularlos con lo que se conoce como "semáforo". Un sistema de tres colores (verde, ámbar y rojo) que en principio indica al consumidor de una forma más clara los niveles de sales, azúcares o grasas que contiene el producto.

"En Irán el 79% de los productos ya llevan estos símbolos, y la gente tiende a elegir las que tienen verdes", afirmaba Rassoul Dinarwand, de la Administración alimentaria iraní. Sin embargo, en países como Ecuador han encontrado numerosos incumplimientos de la norma a la hora de pintar ese semáforo. El sistema no está exento de polémica, ya que a falta de matices, no siempre hace justicia al contenido: en algunos países, por ejemplo, se puede encontrar que un refresco de cola light recibe luz verde, y una botella de aceite de oliva virgen tiene el disco en rojo.

La gran industria alimentaria se ha resistido y se resiste a implantar este tipo de etiquetas. "Decían que no era información útil para los consumidores, que era mejor mostrar solo la cantidad diaria recomendada (CDR)", explicaba Wilma Freire, de la Universidad de San Francisco de Quito (Ecuador). "Hubo presiones de todo tipo para retirar los semáforos", contaba

Algo parecido ocurrió en Chile, donde los niños de 6 años con sobrepeso y los obesos ya son más de la mitad del total. Pero, tras numerosos estudios, allí decidieron optar por otro sistema. No hay colores para cada valor nutricional, sino sellos. Son señales de stop negras que deben ir en el frontal del producto. "Alto en calorías", "alto en grasas saturadas", "alto en sodio [sales]", "alto en calorías". O las cuatro a la vez. "Tras varias encuestas, los niños dijeron que entendían mejor esto que los colores. Y entonces las empresas rogaron volver al semáforo", recordaba el senador Girardi.

Esos discos negros se imponen cuando el producto supera los niveles considerados aceptables de cada uno de esos elementos. "Es muy importante contar con la academia y el mundo científico, nosotros tuvimos que trabajar mucho con ellos hasta establecer los parámetros", insistía Girardi. Al final, se fijaron, por ejemplo, en 5 gramos de azúcares por 100 mililitros de bebida o 10 gramos por cada 100 de sólido. "Había galletas de avena, empaquetadas como saludables y anunciadas como integrales, que resultaron merecer las cuatro etiquetas", ilustraba el político chileno.

Porque ahí llega el segundo campo de batalla: la publicidad. En Chile, llevar el disco negro de "alto en" conlleva la prohibición de venderse en centros escolares, de hacer publicidad en televisión o internet y de regalar premios, juguetes o pegatinas con la compra. El huevo Kinder Sorpresa y la Cajita Feliz (Happy Meal) de McDonald's han sido algunos de los señalados. "No pueden tener trampas", sostiene Girardi. "Si quieren anunciarse, pueden hacerlo, pero que bajen los niveles".

Hawkes, de la Universidad de la Ciudad de Londres, se había referido al "entorno alimentario", como un factor que marca lo que nos gusta comer, o lo que demandamos. Sobre todo en el caso de los niños. Según la experta, además de su sabor, su precio y la comodidad, las marcas y la publicidad también determinan nuestra dieta. Eso opinaba también Knut-Inge Klepp, de la Universidad de Oslo (Noruega). "Está probado que el marketing de ciertos alimentos hacia los niños tiene una influencia negativa en sus elecciones y patrones de consumo, y cuestiona los mensajes en pos de una alimentación saludable".

Saber lo que comes y lo que das a tus hijos es un derecho humano

GUIDO GIRARDI, SENADOR CHILENO

En el país escandinavo se formó un comité de productores y distribuidores y un código de buenas prácticas publicitarias al que se adhirieron voluntariamente. Esa norma se basa en que dirigir a los niños menores de 13 años campañas o anuncios de ciertos productos (como helados, chocolatinas, refrescos, dulces...) es "inaceptable". Y por tanto, también está prohibido. En televisión, por ejemplo, hasta las 21.00. El Comité admite denuncias de forma anónima y sanciona de acuerdo con el código. "Es un ejemplo de cómo el sector privado puede colaborar", sostenía Klepp. Girardi, en cambio, desconfía: "Las empresas en Chile prometieron autorregulación, pero nunca cumplieron".

La principal crítica hacia este tipo de regulaciones es que limitan la libertad de elegir lo que se come. Anna Taylor, de la ONG británica The Food Foundation, criticaba ese argumento: "En realidad no hay elección: es una ilusión", defendía. "Porque si no tienes información tu decisión no está siendo libre". El senador Girardi insiste: "Saber lo que comes y lo que das a tus hijos es un derecho humano". Por eso, Taylor cree que argumentos como "si la gente lo compra es porque quiere" o "tenemos que poder elegir" son en realidad "una vaga excusa para la inacción de Gobiernos y empresas". Hawkes concluía: "No se trata de prohibir, sino de apoyar un cambio de los patrones. Reduciendo las intrusiones poco sanas en la vida de la gente, cada vez más personas demandarán una dieta saludable".

Una etiqueta nutricional tipo 'semáforo' en un paquete de salchichas. IAN J CLARK
Roma 2 DIC 2016 - 08:45 CET EL PAIS


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