Forjar otro porvenir
En
la Constantinopla asediada se discutía del sexo de los ángeles. En Francia y en
Europa, donde en este comienzo de otoño nada funciona, donde el bienestar
social, los salarios mínimos, los convenios colectivos, el derecho laboral, son
denunciados por considerarse insoportablemente "rígidos", donde el
miedo al futuro, la precariedad del empleo, la miseria -rebautizada "gran
pobreza"-, estallan al mismo tiempo que... el beneficio de las empresas,
eminentes responsables discuten doctamente sobre la mejor forma de que aguanten
unas transformaciones fundamentales que prefieren no analizar en el marco, ya
viejo, de un sistema que está siendo llevado a la implosión por aquéllas.
Cuando se habla de estas transformaciones, la mayoría de las veces se presentan como dos procesos diferentes pero paralelos, acordes con la "naturaleza de las cosas": la mundialización y la informatización. ¿Es posible ser tan desmemoriado como para olvidar que ambas se integran en una estrategia adoptada como respuesta a una crisis distinta de la que hoy vivimos? ¿Cuál? Aquella que, a mediados de los setenta, preocupaba en el seno de la Trilateral a los grandes responsables privados y públicos del mundo industrializado. Por aquel entonces, los pueblos y las empresas se habían vuelto ingobernables, los salarios se disparaban, los beneficios se hundían y el crecimiento chocaba contra límites físicos. El dinero ya no era el rey, el capital ya no era el amo en las fábricas ni los gobiernos eran los dueños de la calle.
Cuando se habla de estas transformaciones, la mayoría de las veces se presentan como dos procesos diferentes pero paralelos, acordes con la "naturaleza de las cosas": la mundialización y la informatización. ¿Es posible ser tan desmemoriado como para olvidar que ambas se integran en una estrategia adoptada como respuesta a una crisis distinta de la que hoy vivimos? ¿Cuál? Aquella que, a mediados de los setenta, preocupaba en el seno de la Trilateral a los grandes responsables privados y públicos del mundo industrializado. Por aquel entonces, los pueblos y las empresas se habían vuelto ingobernables, los salarios se disparaban, los beneficios se hundían y el crecimiento chocaba contra límites físicos. El dinero ya no era el rey, el capital ya no era el amo en las fábricas ni los gobiernos eran los dueños de la calle.
Era
urgente que las empresas se hicieran invulnerables a las huelgas-tapón; que su
rentabilidad dejase de depender de las economías de escala, que aprendieran a
producir más rápido, en series más reducidas, con un capital y un personal
menores. Era hora de sacar por fin partido a los recursos de las tecnologías de
la información, hasta entonces infrautilizados.
En
la industria, y luego en los servicios, estas tecnologías de la información
debían permitir producir más y mejor con la mitad de personal, de capital y de
locales. Al mismo tiempo debían permitir a las firmas trasladar sus operaciones
allí donde los salarios eran más bajos, los gobiernos tenían más manga ancha y
los sindicatos eran más débiles.
"La
empresa" se convirtió en una red transnacional de unidades semiautónomas,
interconectadas telemáticamente. Al no tener un territorio fijo, administraba
flujos transcontinentales de bienes inmateriales y materiales. En las guerras
comerciales que entablaba con sus competidores, podía movilizar a trabajadores
indios, filipinos, malgaches, a los que pagaba 100 dólares al mes. En nombre
del imperativo de la competitividad, podía exigir la supresión de cualquier
obstáculo a la circulación de las monedas, de los capitales y de las
mercancías. La deslocalización permitía a las empresas transnacionales
liberarse de las leyes del Estado-nación, dar a éste la vuelta y someterlo a
las leyes del estado mundial del capital, de la OMC (ex GATT) y del FMI:
desregulación, flexibilización, privatización, desmantelamiento del Estado de
bienestar. Resistir era exponerse a sufrir el "castigo de los
mercados"; de esos mercados cuyas leyes sin autor evitan con la máxima
eficacia que las empresas cumplan las leyes (políticas) de que se dotan las
sociedades humanas. "El horror económico" (1) demuestra lo que el
"pensamiento único" enmascara adrede: estamos sumergidos en un cambio
de era que hace que la lógica económica clásica pierda su pertinencia. La
creación de riqueza cada vez exige menos trabajo directo. Sacando partido de
una tercera dimensión fundamental de la materia, la informatización permite
almacenar secuencias de operaciones intelectuales para movilizarlas y
aplicarlas cuando y como se necesiten.
El
intelecto tiende a convertirse en el aspecto dominante de la fuerza de trabajo,
y los conocimientos y las operaciones acumuladas, en la forma dominante del
capital fijo. El tiempo de trabajo deja de ser la medida de las riquezas
creadas. Si continúa siendo la base sobre la que se asientan los beneficios
distribuidos, éstos seguirán disminuyendo para una gran mayoría y la sociedad
seguirá desmembrándose.
Es
necesario que surjan una sociedad y una economía diferentes en las que el
trabajo de producción ocupe un lugar subordinado, mientras que el tiempo de
producción de la sociedad, de producción de uno mismo y de producción de sentido
pasen a ser preponderantes. ¿Ello implica un cambio previo de las mentalidades?
¡Pero si las mentalidades ya están cambiando! La mayoría de la gente ya no
apuesta por el trabajo-empleo y por su carrera para triunfar en la vida. Lo que
falta es el espacio donde este cambio cultural pueda plasmarse en nuevas formas
de actuar y de vivir en sociedad; lo que falta es el proyecto colectivo que
permita a cada cual saber que no es el único que aspira a ese cambio. El futuro
se cargará de nuevo de sentido si sabemos progresar hacia esta otra sociedad
que está pidiendo surgir, liberando esas energías que esterilizan el miedo al
mañana, la exclusión y la guerra de todos contra todos. El camino será largo.
Es inútil detallar desde ahora el fin, sus actores y los medios para lograrlo,
pero es posible esbozar unas políticas que inviertan la tendencia actual y
vayan poniendo jalones en la dirección en la que se trata de avanzar.
La
consigna "trabajar
menos para que todos trabajen" surgió en Italia hace ya cerca de 20 años.
Michel Roland, tristemente fallecido, completó la frase añadiendo "... y vivir
mejor". Este
lema no alude a una serie de medidas, sino a un conjunto de políticas para
redistribuir continuamente tanto las riquezas producidas socialmente como el
trabajo necesario para producirlas.
"Trabajar
menos" sólo
permite "que
todos trabajen" si
la jornada laboral se reduce periódicamente. Sólo se podrá "vivir mejor" si las organizaciones y movimientos
asociaciativos, cooperativistas y mutualistas pueden hacerse cargo del nuevo
tiempo disponible para desplegar un gran
número de actividades colectivas e individuales. En este sentido, la
arquitectura y el urbanismo deben ser definidos de nuevo. Hay muchas ideas que
tomar, a este respecto, de los holandeses y escandinavos.
La semana de 4 días y de 32, horas podría ser una primera
etapa hacia el"trabajar menos". Para aquellos servicios públicos en
los que la productividad apenas crece (educación, sanidad, transportes urbanos,
etcétera), los sindicatos daneses han abierto una nueva vía: todos los años, un
10% de los empleados toma un año de excedencia y son reemplazados por parados.
El año sabático supondría un 14% de empleos adicionales en vez del 10%. Los
empleados que disfrutan del año sabático reciben en Dinamarca el 90% de su
salario.
Sin embargo, ninguna modalidad de reducción del tiempo
laboral es aplicable a los empleos precarios, a los temporales, a los de tiempo
muy parcial o a aquellos que se pagan por tarea realizada, no por tiempo. Y
este tipo de trabajos pronto serán mayoría. Es urgente convertir la creciente
discontinuidad del trabajo de la gente en una nueva libertad: el derecho a
trabajar de forma intermitente y a llevar una vida "multiactiva" en
la que trabajo y actividades no remuneradas se releven y se complementen.
¿Cómo lograrlo? He aquí una de las fórmulas en estudio:
los parados, las personas con empleos precarios, temporales, a tiempo parcial,
forman unpool de mano de
obra en cada nicho de empleo. Se reparten el trabajo, definen de forma
colectiva las condiciones y, para los periodos sin trabajo, prevén
posibilidades de formación, de autoactividad, de participación en redes de
asistencia mutua y de intercambio de servicios. Una suerte de vuelta a los
orígenes solidarios y mutualistas del sindicalismo.
Sin embargo, es necesario redistribuir la riqueza
producida para garantizar unos ingresos continuos suficientes para aquellas y
aquellos que trabajen de forma discontinua y/o a tiempo parcial. La noción de
subsidio de desempleo, total o parcial, no tiene mucho sentido cuando el empleo
estable a tiempo completo deja de ser la norma.
Hay una idea que no cesa de ganar terreno y es la de
instituir un salario social de base garantizado para todos, acumulable con el
salario laboral y suficiente para poder vivir. Para los artesanos y las
pequeñas empresas, constituiría el mejor incentivo para que, también ellos,
adopten la vía del"trabajar menos para que todos trabajen".
El salario social de base no debe tomarse como un reductor
de la actividad. Al contrario, debe favorecer una infinidad de actividades no
remuneradas y de trabajos no rentables, esenciales para la calidad de vida:
actividades artísticas, deportivas, políticas, de ayuda y de asistencia;
trabajos de mantenimiento, de ahorro de energía, de recuperación del medio
urbano y natural. Hay que concebir el salario social de base dentro de un
contexto en el que todos, desde la infancia, nos veremos atraídos y solicitados
por una multitud de grupos, talleres, clubes, cooperativas que intentarán
captarnos para sus actividades autoorganizadas. De esta forma, se volverán a
establecer el vínculo social y la socialidad más allá del empleo asalariado que
hoy está en vías de desaparición.
Se han estudiado decenas de fórmulas para su financiación.
Todas tienen una validez limitada en el tiempo en la medida en que descansan
sobre la redistribución fiscal. Porque la producción social depende cada vez
menos del trabajo inmediato: depende cada vez más de la eficacia de los medios
empleados. Distribuye cada vez menos medios de pago a un número cada vez menor
de gente. Nos encontramos en una pendiente en la que las sumas a redistribuir
terminarán por supera r las sumas ya. distribuidas.
Para evitar la implosión, será necesario, tarde o
temprano, que la distribución del poder adquisitivo corresponda al volumen de
las riquezas socialmente producidas, no al volumen del trabajo prestado. Lo que
implica, como señala René Passet, la creación de otra moneda que denomina
"moneda de consurno". A su manera, Leontiev decía lo mismo en 1982,
Jacques Duboin en 1931 y Marx en 1858. En una "economía plural" se
impondrán otros tipos de moneda (y de hecho ya lo hacen) junto a la actual, como
una moneda de distribución no atesorable, o una moneda local o regional con una
circulación y una convertibilidad limitadas. Gracias a la "revolución
informática" el capital ha podido liberarse de todo arraigo territorial,
emanciparse del poder político, imponer la "competitividad" (2) como
imperativo supremo.
Lo político se ve vaciado por doquier de su autonomía, la
política está desacreditada y la sociedad a punto de derrumbarse, mientras en
las prácticas y en las conciencias apenas se esboza una sociedad diferente. Las
políticas imaginativas pueden favorecer que esta nueva sociedad alcance la
madurez. Pero necesita tiempo.
Por eso la radicalidad de los cambios que se prevén debe
conjugarse con la modesta voluntad de evitar que un mundo se vea sumergido en
la barbarie antes de que otro tenga tiempo de nacer.
Y mientras se inicia un cambio de trayectoria hay que
ganar ese tiempo obteniendo para la política mayores márgenes de autonomía.
Sólo puede dárselos a sus países miembros una Unión Europea invulnerable a los
mercados financieros gracias a la moneda única, liberada del fetichismo
monetarista y primera potencia comercial del mundo consciente de que puede
serlo, imponiendo reglas y límites a la "competitividad", haciendo
que los intercambios sirvan al desarrollo social y ecológico de un planeta
solidario.
1. Viviane Forrester. L'horreur économique, Fayard, 1996. 2. A este respecto, ver la obra colectiva del Grupo de Lisboa Limiter la compétitivité, La Découverte, 1995. André Gorz es escritor y Jaques Robin es escritor científico y director de Transversales Science Culture.
ANDRE GORZ / JACQUES ROBIN 15 OCT 1996 EL PAIS
ANDRE GORZ / JACQUES ROBIN 15 OCT 1996 EL PAIS
http://grit-transversales.org/IMG/jpg/jacques_robin_dans_la_salle.jpg
Estrategia para el trabajo-empleo
El paro ha llegado a tales proporciones y es tan persistente
en Europa que se ha convertido en una de las preocupaciones prioritarias de los
gobiernos. Una de las fórmulas que desde hace algún tiempo se barajan para
paliarlo es la del reparto del trabajo existente. Esta idea, basada en la
convicción de que los cambios tecnológicos permiten producir cada vez más en
menos tiempo y que, por ello, sólo habrá puestos de trabajo para todos si cada
empleado trabaja menos horas, está siendo debatida desde hace tiempo entre
gobiernos, sindicatos y empresarios de Alemania y Francia. Ahora, con motivo de
las próximas elecciones, ha sido relanzada en España. En estas páginas se
expone la conveniencia o no de dicha fórmula y sus modalidades.
En
este texto vamos a tratar prioritariamente del trabajo-empleo, término por el que
entendemos el trabajo asalariado dentro del marco actual de producción de
bienes y servicios. Desde hace cerca de dos siglos, por trabajo se entendía un empleo a tiempo
completo y de duración ilimitada, desde que se salía del colegio hasta la edad
de jubilación. Servía de referencia al individuo para su instrucción, su lugar
en la sociedad, el nivel de su jubilación. Pero este sistema hoy está en
quiebra en todos los países industriales. Mutaciones tecnológicas y
económicas.- Mientras los responsables políticos y los actores sociales -a
remolque de los economistas, las empresas internacionales y los mercados
financieros mundiales- no intenten comprender el significado de la mutación
tecnológica en la que estamos inmersos desde hace dos o tres décadas, no serán
capaces de frenar el progreso del no-empleo, con el aumento irresistible del
paro, la pobreza y la exclusión.
La
informatización generalizada de la sociedad y las tecnologías mutantes que la
sostienen (informática, robótica, telecomunicaciones, biotecnologías) no
reflejan una tercera revolución industrial, como se nos quiere hacer creer,
sino un cambio de era que remueve todos los cimientos de nuestras sociedades.
Se
trata de una nueva
naturaleza del progreso técnico que,
en el ámbito de lo social que aquí nos preocupa, lleva a una consecuencia
imparable: la expulsión de la labor humana -a una escala inédita y de una
manera continua- en todos los sectores de la producción tanto de bienes
(agrícolas e industriales) como de servicios. Nos vemos forzados a imaginar un
reparto diferente de unas riquezas producidas con cada vez menos trabajo
humano, porque la economía capitalista de mercado demuestra ser incapaz de
regular una situación así.
Esta
situación de las economías occidentales se ve acelerada por la mundialización y
la globalización de la economía (facilitada por la informática y las
telecomunicaciones), que tiene lugar de manera salvaje en el plano financiero y
monetario. También se ve exacerbada por fenómenos como el aumento de la
producción de bienes de los países de Europa central y del Este, del Sureste
asiático y de China, de Centroamérica y Suramérica, o por la justa
reivindicación de las mujeres de un mayor lugar en el mundo del trabajo. Aunque
la dinámica de la automatización informática generalizada constituye el abono
principal de estos cambios.
La
situación de declive del trabajo-empleo.- Observamos, por consiguiente, un
aumento permanente del paro en los países industrializados, Estados Unidos y
Japón incluidos, pese a unas estadísticas trucadas (1). Esta evolución va
acompañada de una deflación generalizada (2), de la obligación para un gran
número de personas de aceptar trabajos a tiempo parcial, discontinuo y
precarios, y de la ampliación de las zonas de pobreza y de exclusión. Las
empresas transforman su estructura mediante la reorganización científica del
empleo para conservar únicamente un núcleo
duro de salarios
a jornada completa. Se aceleran las deslocalizaciones a países de mano de obra poco costosa.
Un
país como Francia no sólo tiene tres millones y medio de parados declarados,
sino, además, entre cuatro y cinco millones de personas de excluidos, que
reciben subsidios, o están abocadas a la miseria. La situación en España y el
Reino Unido no es mejor, a pesar de las devaluaciones monetarias.
Alemania,
cuya economía se reverenciaba no hace mucho, no tiene más remedio que buscar un
consenso general para evitar un descontrol social rápido: aunque, en nuestra
opinión, lo que la sacará adelante no es la bajada de los costes sociales del
trabajo, una mayor flexibilidad de este último, el aumento de las jornadas a
tiempo parcial, el fin de las horas extra o la congelación de los salarios,
aunque estas medidas vayan acompañadas de una bajada de los tipos de interés.
Los
altos tipos de interés han sido, junto con las crisis del petróleo, la subida
de los costes sociales y la rigidez de la Seguridad Social, simples cabezas de
turco sugeridas por un pensamiento económico que ha perdido los estribos.
De
hecho, estamos siguiendo un camino que conducirá a la Gran Implosión (3) si no
logramos formular como alternativa otro proyecto de sociedad con una
perspectiva nueva del trabajo-empleo.
La
reducción del trabajo-empleo.- La irrupción de las tecnologías de la
información convierte a todos los individuos de los países industrializados en
parados en potencia, independientemente de sus títulos, ambiciones o profesión.
Nos
encontramos ante el siguiente dilema: lanzarnos al crecimiento a tumba abierta,
a la hipercompetitividad, a la caza de cuotas de mercado, y aceptar una
sociedad futura con un índice de paro de entre 15% y 25%, o bien organizar de
la manera más armónica posible una reducción de la jornada laboral a gran
escala que permita el reparto y evite los efectos dañinos de una marginación
cada vez mayor.
Desde
hace más de dos siglos, el trabajo-empleo según lo hemos definido más arriba,
constituía el principal vínculo social y garantizaba la cohesión de nuestras
sociedades; hay que garantizar su disminución regular sin que ello signifique
perder el beneficio de la socialización de los individuos que representa.
Pero
la reducción del tiempo de trabajo exige las condiciones de un auténtico
"contrato social para el empleo" más allá de las medidas puntuales a
la que se suele reducir.
Este
contrato social supone una política de redistribución constante del trabajo
(con una fuerte reducción de su duración), pero también de la riqueza y los
ingresos. Es una política que sólo puede concebirse al servicio de un proyecto
de transformación social; debe abrir una perspectiva de superación de la
sociedad salarial.
André
Gorz y yo (4) hemos descrito las modalidades principales para Francia, que, en
líneas generales podrían aplicarse a un país como España.
1.
La duración del trabajo se reducirá de forma periódica y por tramos
importantes. La primera etapa, fijada por una ley marco y un acuerdo
interprofesional, adoptará, entre otras, la forma de la semana laboral de 32 o
33 horas, distribuidas en cuatro días. Este primer tramo tan importante viene
impuesto por la importancia del exceso de mano de obra actual y del previsible
aumento de la productividad.
La
fecha de entrada en vigor de la reducción de la jornada laboral debe estar lo
suficientemente alejada como para para permitir:
- La
realización de estudios-provisionales sobre las necesidades cualitativas y
cuantitativas de personal que la reducción de la jornada laboral entrañará en
las ramas profesionales, administraciones, servicios públicos y cuerpos
profesionales.
- La
formación o reconversión profesional a trabajos en los que habrá empleo.
-
Negociación de convenios colectivos por ramas y de empresa centrados
especialmente en la reorganización del trabajo, la duración del uso de los
equipos, unos horarios menos rígidos, un contrato de productividad, la
evolución de los efectivos, de las cualificaciones y de los salarios.
Pero
la reducción de la jornada laboral sólo puede adoptar una forma. La semana de
32 horas en cuatro días sólo es factible para los salarios estables y a jornada
completa de las administraciones, la industria y las grandes empresas de
servicios, públicas y privadas. En las otras actividades o empresas -incluidas
las agrícolas-, la reducción del tiempo de trabajo deberá adoptar otras formas
(derecho al trabajo intermitente, reducción a escala trimestral, anual o
quinquenal, etcétera).
2.
La redistribución de la riqueza producida y la redistribución del trabajo son
indisociables. Hay que respetar varios imperativos: no aumentar los costes de
producción; permitirles reducir sus costes salariales unitarios mediante
inversiones en productividad; preservar la supervivencia de los servicios y
oficios artesanales. Con este fin, conviene instituir un ingreso binomio que provenga de dos fuentes distintas:
el ingreso por trabajo (en el caso presente, 32 horas pagadas por la empresa) y
un segundo cheque(pagado
por los poderes públicos de nivel más bajo: región, ciudad, municipio) que
compense íntegramente (o para los ingresos elevados, parcialmente) la
disminución de los ingresos por trabajo, garantizando siempre la continuidad de
unos ingresos normales a los trabajadores activos, cada vez más numerosos, que
estén empleados de manera intermitente, temporal o con horario reducido. En el
caso de Francia, se puede pensar en una reducción de la jornada laboral con el
mantenimiento íntegro de los ingresos en salarios de hasta dos veces el salario
mínimo interprofesional, es decir, alrededor de 12.000 a 15.000 francos al mes,
y sólo considerar una progresiva reducción de los salarios para los sueldos
altos.
El segundo
cheque no podrá
financiarse indefinidamente sólo con la reasignación de sumas con las que hoy
se indemniza el paro. Habrá que recurrir a la Contribución Social Generalizada
[el CSG es un impuesto suplementario, vinculado al de la renta, para financiar
el gasto social] en todos los ingresos -incluidos los financieros- y a un
impuesto fuertemente modulado sobre el consumo. Este impuesto puede adoptar la
forma tanto de tasas específicas (sobre energías y recursos no renovables,
envases no retornables, coches particulares, etcétera) como de un IVA
eco-social que grave cada vez más los precios de venta de productos
industriales cuya automatización reduzca continuamente los costes de
fabricación, pero cuyo consumo creciente no fuera en interés ni de las
personas, ni de la sociedad, ni de la calidad del medio ambiente. Estos
impuestos tienen la ventaja, respecto a los directos, de permitir a la sociedad
orientar el consumo y la producción según criterios socioculturales y
ecológicos.
3.
Para ello habrá que establecer un sistema fiscal moderno: acabar con la
separación entre el presupuesto del Estado y el presupuesto social con el fin
de facilitar los flujos y transferencias necesarios, romper la opacidad de
éstos y someterlos al control de instancias democráticas.
La
reducción de la jornada laboral no resuelve por sí sola la cuestión del empleo
pero es una condición básica que permitirá, en el plazo de una década, que los
individuos se preparen para disponer de un tiempo progresivamente libre para
actividades ajenas al trabajo. Es la mejor respuesta de la solidaridad social a
la situación actual.
Otras
propuestas para el paro.- Algunas disposiciones en el marco del sistema actual
pueden constituir vías de transición y de prueba: indemnización del tiempo
reducido de larga duración, compensaciones salariales por el tiempo parcial
previsto de corta duración, paro técnico a intervalos regulares compensado en
su mayor parte. Pero hay que rechazar las propuestas de experiencias de
reducción de la jornada laboral propuestas para asociarlas únicamente a
operaciones de anualización o de aumento de flexibilidad sin contrapartida.
Respecto
a la reducción de trabajo con una reducción equivalente de salario, tiene un
nombre: reparto del paro.
4.
Las propuestas anteriores podrían crear, en un plazo de entre 15 y 18 meses,
entre un millón y un millón y medio de puestos de trabajo en Francia, pero son
insuficientes para alcanzar un nivel aceptable de puestos de trabajo en
nuestros países. Ahora bien, en el terreno de la economía de utilidad social, a
la que todavía se llama economía solidaria o del tercer sector, donde la lógica
no es la optimización del mercado, sino una lógica de cooperación social
(cooperativas, mutualidades, asociaciones, pero también formaciones
autóctonas), se pueden crear en Francia hasta un millón de puestos de traba o a
condición de que se regulen las cuestiones de estatutos, formación y solvencia.
También
habría que incluir la cuestión de un ingreso
mínimo de ciudadanía, que
se podría experimentar en ciertos sectores, como la agricultura, el mundo de
las artes o el de los jóvenes en formación alternante.
Aquí
no podemos examinar detalladamente estas perspectivas. Pero todas, desde el
trabajo-empleo hasta las actividades sociales-empleo, suponen poner en cuestión
el totalitarismo de la economía de mercado.
Tenemos
que hacer que surja una economía plural (con mercado y no de mercado) y nuevas modalidades de
reparto de la riqueza. La política tendrá entonces la misión de arbitrar los
flujos monetarios, financieros y fiscales entre los ámbitos del mercado y de la
utilidad social, los imperativos del desarrollo sostenible y los primeros
beneficios de una economía distributiva. Para que estos cambios sean lo menos
perjudiciales posibles, deberán establecerse en el marco de conjuntos
geopolíticos de niveles comparables, como el de la Unión Europea, con contratos
interregionales, y no en el de una mundialización monetaria salvaje que sirva
sólo a las potencias.
Deseamos
una toma de conciencia de estas propuestas para evitar que sea la la presión de
las catástrofes la que nos obligue a tomarlas en cuenta.
(1).
En 1994, la OCDE confirmó las cifras de The Wall
Street Journal (20de marzo de 1989). Si se utilizan los mismos
criterios que en Europa, la verdadera tasa de paro en Estados Unidos es del
9,9% (y no del 5,7%), y la de Japón, del 9,6% (y no del 2,7%).
(2). New York Herald Tribune, enero de 1995. La media salarial de
los trabajadores norteamericanos ha bajado casi un 20% desde hace cinco años.
(3).
Pierre Thuillier, La Grande
Implosion, Fayard,
1995.
(4).
André Gorz y Jacques Robin, 'Pour l'emploi... autrement', Libération,24 de febrero de 1994.
Jacques
Robin es director de la revista bimensual Transversales
Science Culture y autor, entre
otros libros de Changer
d'ère (Seuil, 1989).
La
reducción de trabajo con una reducción equivalente de salario tiene un nombre:
reparto del paro
No hay comentarios.:
Publicar un comentario