Al
pensar en el cambio climático, lo que suele venir a la mente es el aumento de
las temperaturas. Y con razón, ya que para gran parte de la población mundial,
las mayores temperaturas se manifiestan de forma más dramática a través de una
creciente frecuencia de olas de calor responsables de cientos y a veces miles
de muertes. Algunos ejemplos prominentes son las olas de calor en Chicago en
1995, en Francia y otros países europeos en 2003, y en el Sur de Asia durante
el verano de este año.
Los
riesgos de las olas de calor también son una realidad en los países de América
Latina y el Caribe, cuyos ciudadanos viven predominantemente en latitudes
sujetas a los mayores aumentos de temperaturas en curso y anticipados. En
Ciudad de México, por ejemplo, una de las mayores concentraciones urbanas en la
región y el mundo, la cantidad de días con temperaturas por encima de los 30ºC
entre 1991 y 2000 casi se duplicó frente a la década de 1970 y se triplicó con
relación a la década de 1950. Los modelos actuales proyectan una frecuencia aún
mayor de ese tipo de días antes de que termine este siglo.
Aunque
son muy serios, los daños inmediatos de las temperaturas extremadamente altas
—muertes, cansancio por el calor, días de trabajo y descanso arruinados— no
abarcan todos sus efectos. En algunos casos pueden durar toda la vida.
Esta
conclusión se basa en un
estudio sobre México realizado por el economista de la Universidad de
Connecticut Jorge M. Agüero como parte del
proyecto de la Red de Centros de Investigación de América Latina y el Caribe
del BID “Los impactos del cambio climático sobre la salud en América Latina y
el Caribe”. Usando datos nacionales de temperatura recolectados a nivel
municipal entre 1960 y 1990, y una muestra de datos de encuestas en hogares
entre 65.000 individuos nacidos entre 1960 y 1990 —cuando las olas de calor se
volvían más frecuentes— el autor encuentra resultados preocupantes. La
exposición a altas temperaturas durante períodos críticos del comienzo de la
vida lleva a reducciones en la altura de los adultos, una medida muy usada para
evaluar resultados en materia de salud. Más precisamente, la altura de los
adultos disminuye por la exposición a altas temperaturas durante la infancia (1
a 4 años) y la adolescencia (10 a 15 años), los principales períodos de
crecimiento humano. No se observa una diferencia significativa entre hombres y
mujeres. Sin embargo, los efectos de la exposición al calor son especialmente
negativos en las personas que crecieron en municipalidades más pobres. Esto
tiene implicaciones potencialmente problemáticas en la transmisión
intergeneracional de la pobreza y la amplificación de las diferencias en la
salud según el estatus socio-económico en un mundo que se calienta.
Aún no
está claro exactamente de qué forma la exposición al calor extremo se traduce
en una menor altura en los adultos. ¿El calor suprime el apetito o afecta la
digestión lo suficiente para afectar el crecimiento? ¿Los adultos salen de casa
a comprar comida con menos frecuencia, o pueden comprar menos comida debido a
que el calor los obligó a trabajar menos en la economía informal? ¿Las olas de
calor incrementan la contaminación y agravan sus efectos lo suficiente para
producir efectos a largo plazo sobre a la salud? A la vez, ¿la productividad
agrícola se reduce tanto que algunos hogares simplemente disponen de menos
alimentos? Se necesita investigar más para determinar cómo las olas de calor
afectan la salud y para formular respuestas de políticas apropiadas, en
especial para segmentos vulnerables de la población.
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