El Gobierno niega que el país sea de los más vulnerables al calentamiento global. Los australianos son cada vez más conscientes de que hay que combatirlo
Kate Laforest
era escéptica respecto al cambio climático hasta que vio los efectos con sus
propios ojos. En octubre de 2013, en plena primavera austral, temperaturas de
más de 35 grados y vientos de más de 95 kilómetros por hora desataron los
peores incendios de la última década en la zona de las Blue Mountains, unos 100
kilómetros al oeste de Sídney. Laforest, camarera en el Royal Hotel de la
localidad de Springwood, lo vivió de cerca.
La población de
Laforest fue una de las más afectadas por el fuego, que quemó unas 200 viviendas y
118.000 hectáreas en Nueva Gales del Sur. “Afectó a todo el mundo.
Los alrededores de Springwood estaban carbonizados. Recuerdo perfectamente que
ese fin de semana teníamos una boda y se canceló”, relata Laforest. "En
lugar de a los invitados, alojamos a las familias del pueblo que se habían
quedado sin casa”, añade.
A raíz de los
incendios, la secretaria ejecutiva de la Convención de Naciones Unidas contra el Cambio Climático, Christiana Figueres, declaró: “La ciencia nos dice que hay un número
creciente de olas de calor en Asia, Europa y Australia y que éstas van a
continuar en intensidad y en frecuencia”. El primer ministro australiano, Tony
Abbott, respondía así: “El cambio climático es real, pero estos fuegos no son
el resultado del cambio climático, sino de la vida en Australia”.
La Comisión del
Clima, el órgano del Gobierno australiano que estudiaba el cambio climático,
alertó en uno de sus últimos estudios que la intensidad y la estacionalidad de
los incendios en el sureste de Australia parecía estar cambiando, y que el
cambio climático era un factor contribuyente” El organismo fue disuelto por el
Gobierno de Abbott en septiembre de 2013 pero resurgió poco después comoConsejo del Clima, una
organización independiente financiada con contribuciones ciudadanas.
El Gobierno ha
recibido duras críticas por eliminar la tasa sobre el dióxido de carbono
“Australia ya es
el continente habitado más seco del mundo, con un clima muy variable y dado a
eventos extremos. Pero no hay duda de que el cambio climático nos está
afectando”, asegura la consejera Lesley Hughes. “El sistema fluvial del Murray
Darling, el más caudaloso de Australia, se ha secado un 40% en los últimos
años”, alerta.
El Grupo Intergubernamental de Expertos
sobre el Cambio Climático alerta de
que la sequía en Australia avanza a marchas forzadas y que el número de días
con peligro extremo de incendio habrá aumentado un 30% en 2020 y un 100% en
2050. “Es una lástima que muchos de nuestros políticos elijan poner su
ideología por delante del medio ambiente”, lamenta Huges.
En junio,
durante la última conferencia de la ONU sobre el clima, el ejecutivo de Abbott
recibió duras críticas por haber eliminado la tasa sobre el dióxido de carbono,
que obligaba a las empresas emisoras a pagar unos 15 euros por cada tonelada de
gases de efecto invernadero. A cambio, destinó 1.700 millones de euros de los
presupuestos del Estado para programas de reducción de emisión de gases. La
medida contó con el apoyo del senador y magnate minero Clive Palmer, que planea
extraer más de 40 millones de toneladas de carbón de sus yacimientos
australianos en los próximos 30 años. Incluso la descafeinada Autoridad del
Cambio Climático, creada por el Gobierno para sustituir la Comisión del Clima,
tachó la medida de “inadecuada” y estimó que haría falta triplicar la inversión
para que el resultado fuera significativo.
“Australia es el
decimoquinto mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo y uno de los
principales exportadores de carbón a países como China e India, que a su vez
son grandes emisores,” destaca Hughes. “Como país tenemos una gran
responsabilidad y, por suerte, la gente está cada vez más concienciada, aunque
los políticos y los medios no lo quieran ver”, añade.
La última encuesta del centro de
estudios Lowy muestra que el 63% de los australianos cree que el
Gobierno australiano debería comprometerse a reducir las emisiones para animar
a otros países a hacer lo mismo.
Frente abierto en la gran barrera de coral
La gran barrera
de coral, en la costa noreste de Australia, es la trinchera donde la batalla
contra el cambio climático es más feroz. Este enclave, que alberga más de 500
especies de peces y más de 400 de coral, es también el punto de partida y
llegada para los barcos que transportan mineral a China. “Basta que uno solo de
esos barcos tenga un accidente para que haya una catástrofe natural”, explica
Cherry Muddle, activista de la campaña Fight for the reef (Lucha por el arrecife).
Poco después de
llegar al poder, el Gobierno conservador autorizó la ampliación de seis
puertos. El principal de ellos, en Abbott Point, está destinado a ser el puerto
de extracción y transporte de carbón más grande del mundo. A menos de 100
kilómetros del parque natural de las islas Whitsundays, está rodeado de playas
de arena blanca y agua cristalina donde anidan tortugas marinas.
El calentamiento global y el
incremento de la acidez de los océanos han reducido la superficie de la barrera
de coral a la mitad
Desde Airlie
Beach, la población más próxima a Abbott Point, Muddle cuenta que los esfuerzos
de los activistas han conseguido parar la ampliación del puerto. Grandes
inversores como Citigroup, Deutsche Bank, Morgan Stanley y HSBC han retirado su
apoyo al proyecto tras las protestas de ciudadanos y grupos ecologistas.
Aun así, el
calentamiento global y el incremento en la acidez de los océanos han reducido la superficie de coral
en la barrera a la mitad. Muddle bucea
desde hace más de una década y ha sido testigo del deterioro de las aguas:
“Cada vez hay más partículas flotantes, producto de la ampliación de los
puertos mineros, así que la visibilidad es peor”, explica. “Encuentro más coral
muerto, emblanquecido, y los arrecifes tardan más en recuperarse tras los ciclones”.
Para esta joven
activista, el deterioro del gran tesoro natural de Australia es inevitable.
Pero con la campaña para parar la ampliación del puerto de Abbott Point como
precedente, Muddle está convencida de que “cada persona puede jugar un papel en
la protección de la barrera de coral” “Tengo la esperanza de que tarde o
temprano nuestros líderes políticos se implicarán en esta lucha", afirma.
"Aunque solo salvemos un pedazo de coral, habrá valido la pena".
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