Este texto recoge una intervención de
los dos autores en la que exponen su homenaje a dos figuras de elevada calidad
humana que dieron su vida por la defensa de la Amazonia y de los Pueblos del
Bosque, Chico Mendes y Dorothy Stang. Ellos son los más conocidos, la punta
visible del iceberg, de tantas otras vidas sacrificadas en este combate
desigual en el transcurso de los últimos decenios. Inspirados, cada uno a su
manera, por su fe religiosa, se comprometieron, hasta las últimas
consecuencias, con la causa de los oprimidos y los explotados, que es, al mismo
tiempo y de forma inseparable, la causa de la naturaleza, del bosque, de la
vida.
https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi4nuEt8eV9BsIcqwxStAruwxpcm6RRBtZPW4obNWxPr3WIG7dWmzK_66gEnbGlQsi8Ev7SPB2cbzo93Z6r5Y6P9xomoB7pjVQMuLRotEbQwzIL8YGD3zdTTGTOHpA4j7YPbaFzSs59b8KR/s1600/22mendes.480.jpg
Chico Mendes
Michael Lowy
Formado en la cultura cristiana
liberadora de las comunidades eclesiales de base, el joven seringueiro
(campesino que vive de la recolección del árbol del caucho) Francisco Alves
Mendes Filho, nacido el 15 de diciembre de 1944, descubrió el marxismo en la
década de 1960, gracias a un veterano comunista, Euclides Fernandes Távora.
Entre 1975-1977, Chico fundó, con su amigo Wilson Pinheiro, los primeros
sindicatos de trabajadores rurales de la región de la Amazonia meridional. Fue
en esta época cuando puso en marcha con sus compañeros del sindicato una forma
de lucha no violenta inédita en el mundo: los empates, término que en portugués
designa el combate que concluye en tablas. Centenares de seringueiros, con sus
esposas y sus hijos, se dan la mano y hacen frente, sin armas, a los bulldozers
de las grandes empresas interesadas en la deforestación, la tala o el arrancado
de árboles. A veces los trabajadores son vencidos, pero a menudo logran
detener, con sus manos desnudas, los tractores, los bulldozers y las sierras
eléctricas de los destructores del bosque, en algunos casos ganándose el apoyo
de los empleados encargados de la deforestación. Los enemigos de los
seringueiros son los latifundistas, el agronegocio, las empresas exportadoras
de madera o los grandes ganaderos. Un enemigo poderoso que cuenta con su brazo
político, la Unión Democrática Ruralista, con su brazo armado, los jagunços
(asesinos a sueldo) y otros pistoleros mercenarios, y con innumerables
complicidades en la policía, la justicia y los gobiernos (local, regional y
federal). Fue a partir de esta época cuando Chico Mendes comenzó a recibir las
primeras amenazas de muerte; poco después, en 1980, su compañero de luchas,
Wilson Pinheiro, morirá asesinado.
En el transcurso de estos años, la
lucha por la defensa del bosque que llevan a cabo los campesinos y los
trabajadores que viven de la extracción del caucho, de la nuez de Brasil, de la
nuez de babasú, convergen con la de las comunidades indígenas y otros grupos de
campesinos para formar la Alianza de los Pueblos de la Selva. Por primera vez,
seringueiros e indígenas, que a menudo se habían enfrentado en el pasado, unen
sus fuerzas contra el enemigo común. Chico Mendes definió con solemnidad las
bases de esta alianza: «Nunca más uno de nuestros camaradas derramará la sangre
del otro; juntos podemos proteger la naturaleza, que es el lugar donde nuestra
gente ha aprendido a vivir, a criar a sus hijos y a desarrollar sus
capacidades, en un espíritu de armonía con la naturaleza, con el medio ambiente
y los seres que aquí viven».2
Chico Mendes era perfectamente
consciente de la dimensión ecológica de esta lucha, que interesaba no sólo a
los pueblos de la Amazonia sino a toda la población mundial, que depende del
bosque tropical, “el pulmón verde del planeta”. Pragmático, hombre de campo y
de acción, organizador y luchador, preocupado por cuestiones prácticas y
concretas –la alfabetización, la formación de cooperativas, la búsqueda de
alternativas económicas viables–, era también un soñador y un utopista, en el
sentido noble y revolucionario de estos términos. Es imposible contener la
emoción al leer el testamento socialista e internacionalista que legó a las
generaciones venideras, publicado después de su muerte en un folleto del
sindicato de Xapuri, su ciudad natal, vinculado a la Central Única de
Trabajadores brasileña: «Atención, joven del futuro: 6 de septiembre de 2120,
aniversario del primer centenario de la revolución socialista mundial que
unificó a todos los pueblos del planeta en un solo ideal y un solo pensamiento
de unidad socialista y que acabó con todos los enemigos de la nueva sociedad.
Aquí sólo queda el recuerdo de un triste pasado de dolor, sufrimiento y muerte.
Discúlpenme. Estaba soñando al describir esos acontecimientos que yo no veré.
Pero he tenido el placer de haberlos soñado».3
En esa época, Chico Mendes consiguió
dos victorias importantes: la creación de las primeras reservas
«extractivistas» –sectores del bosque destinados exclusivamente a la
extracción, es decir, la recolección– en el estado amazónico de Acre y la
expropiación de la plantación de caucho Cachoeira, del latifundista Darly Alves
da Silva, en Xapuri. Para la oligarquía rural, que desde hace siglos tiene por
costumbre eliminar con absoluta impunidad a quienes se atreven a organizar a
los trabajadores para luchar contra el latifundio, Chico Mendes es un «cabra
marcado para morrer», un tipo destinado a morir. Poco después, en diciembre de
1988, Chico Mendes es asesinado, delante de su casa, por asesinos a sueldo al
servicio del latifundista Alves da Silva.
Al combinar ecología y socialismo,
reforma agraria y defensa de la Amazonia, luchas campesinas y luchas indígenas,
supervivencia de las humildes poblaciones locales y protección de un patrimonio
de la humanidad –el último gran bosque tropical no destruido todavía por el
«progreso» capitalista–, el combate de Chico Mendes es un movimiento ejemplar
que sigue inspirando nuevas luchas, en Brasil y en otros países.
https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgxuEZH-pvRhR0ByKBQVPKjkZEXDZVo_pqmX7iAehzZGSiuiPieOC8vXVI1Wr8nNR_4GFrf-HV8_QpcSlO51R7kb1xpCTgVTd0v3nVWso624aDMhqt5bukG4uqZlIhH7KoOz09DAC3gcVs/s1600/about-sister-dorothy1_430_218.jpg
Dorothy Stang
Frei Beto
La hermana Dorothy Stang, de 73 años, misionera de la Congregación de Nuestra Señora de Namur, fue asesinada el 12 de febrero de 2005 por seis balas disparadas a corta distancia en Anapu, estado de Pará. Yo la conocí allá por la década de 1970, cuando prediqué en el estado de Maranhão en el marco de un retiro espiritual en el que ella participó. La intervención de Dorothy en los conflictos de tierras en la Amazonia comenzó en 1982, cuando Dom Erwin Krautler (también amenazado de muerte), obispo de la diócesis de Xingú (un afluente del Amazonas), le propuso trabajar en la pequeña localidad de Anapu, cortada por la ruta Transamazónica, donde el fracaso de los fantasiosos proyectos de la dictadura militar ha dejado una estela de miserias y conflictos. «Quería consagrar su vida a las familias aisladas que viven en la miseria. Así que le propuse la Transamazónica, el tramo entre Altamira y Marabá. Y allí es donde se fue», ha explicado Dom Erwin. Con una superficie de 11.895 km2 y una población de unos 8.000 habitantes, Anapu se caracteriza por los conflictos por la posesión de la tierra.
A partir de la década de 1980, la
deforestación se intensificó en esta región, y sobre todo en la parte conocida
como la «Tierra del Medio» agravó los conflictos entre grileiros –grandes
propietarios rurales sin títulos legales de propiedad o con falsos títulos–,
empresas de exportación de madera, pequeños propietarios y campesinos.
Inspirada por Chico Mendes, Dorothy emprendió la creación de reservas
«extractivistas». «Las personas que vivían en esta región eran expulsadas
siempre porque llegaba alguien que decía ser propietario de la tierra», cuenta
Toninha (Antonia Melo), del Grupo de Trabajo Amazónico de Altamira (estado de
Pará), amiga de la religiosa asesinada. Dorothy luchaba por proyectos de
desarrollo sostenible y por el derecho de los pequeños productores a la
tierra.
En junio de 2004, en Brasilia, Dorothy
declaró ante la Comisión Parlamentaria Mixta de Investigación sobre la
Violencia en el Campo y denunció la impunidad (de los grandes propietarios)
como factor agravante de los conflictos. Toninha consideraba a Dorothy como
«una mujer comprometida con la justicia, con las causas sociales, con el medio
ambiente y el desarrollo sostenible».
Dorothy había nacido el 7 de junio de
1931, en Dayton (Ohio), Estados Unidos. Llegó a Brasil en 1966. En Coroatá
(estado de Mato Grosso), trabajó con las comunidades eclesiales de base
integradas por pequeños agricultores. Debido a la expansión del latifundio,
muchas familias tuvieron que abandonar su tierras y migrar hacia el estado de
Pará, más al norte. Dorothy las acompañó. Su apoyo en las ocupaciones de
tierras basadas en la agricultura familiar, orientadas hacia actividades de
recolección (“extractivistas”) respetuosas con el medio ambiente, provocó las
iras de los grileiros y los latifundistas de la región. Cuando una zona de
Anapu se destinó al proyecto conocido como Polo de Desarrollo Sostenible, los
grileiros la invadieron y amenazaron a las familias, obligándolas a marcharse.
El fiscal del estado de Pará, Lauro
Freitas Júnior, declaró que no le cabía ninguna duda de que el hacendado
Vitalmiro Bastos de Moura, alias «Bida», y el ganadero Regivaldo Pereira
Galvão, conocido como «El Degenerado», se asociaron para financiar el asesinato
de Dorothy Stang. «Hay que ir más allá de esta muerte. El responsable no es
sólo el que da la orden, sino toda una estructura, en el estado de Pará y en
Brasil entero», subrayó Dom Tomás Balduíno, el obispo que preside la Comisión
Pastoral de la Tierra. Las dos causas principales de crímenes en las regiones
rurales del país, como el asesinato de la hermana Dorothy Stang, son la tradicional
impunidad de los latifundistas y la ausencia de reforma agraria, una de las
grandes deudas sociales del Gobierno de Lula.
En mayo de 2008, el terrateniente
Vitalmiro Moura, que comparecía por segunda vez ante un jurado, fue absuelto.
La sentencia no es firme, puede ser recurrida. En el primer juicio fue
condenado a 30 años de prisión. El asesino a sueldo Rayfran das Neves Sales
confesó su crimen y fue condenado a veintiocho años de prisión. Una
característica perversa del sistema judicial brasileño se confirmó una vez más.
En este país, el que no es pobre goza de plena inmunidad e impunidad. ¡Rayfran
das Neves modificó su declaración catorce veces! El retraso en el proceso de
los responsables fue fundamental en la construcción de la impunidad. El veredicto
del jurado demuestra que es necesario transferir al nivel federal los casos
emblemáticos de violación de los derechos humanos, como preconiza la Secretaría
Especial de los Derechos Humanos de la Presidencia de la República. De este
modo sería posible evitar que las autoridades judiciales y el jurado se
sometieran a las presiones locales. El Tribunal Superior de Justicia ha
denegado la petición de «federalización» del caso de Dorothy Stang. El ganadero
Regivaldo Pereira Galvão, después de un año y tres meses de prisión, se
benefició de un hábeas corpus concedido por el Supremo Tribunal Federal e
intentó fugarse. Afortunadamente, fue detenido el 29 de diciembre de 2008,
cuanto intentaba apropiarse ilegalmente de tierras en la región de Anapu.
Según la Comisión Pastoral de la
Tierra, entre 1971 y 2007 murieron en el estado de Pará 819 personas como
consecuencia de conflictos agrarios. Sólo 92 de estos crímenes dieron lugar a
un proceso. Veintidós de estos procesos se celebraron ante un jurado, y sólo seis
mandantes (inductores del crimen) fueron condenados. Ninguno está en la cárcel.
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La crisis ecológica actual, crisis de civilización
El calentamiento global (Michael
Lowy)
La crisis ecológica planetaria, que
es una crisis de civilización, encuentra en el fenómeno del calentamiento
global su expresión más amenazadora. Resultado de la acumulación de gases de
efecto invernadero –especialmente el dióxido de carbono– emitidos a la
atmósfera por los combustibles fósiles, como el petróleo y el carbón, el
proceso de cambio climático es un desafío sin precedentes en la historia de la
humanidad. ¿Qué ocurrirá si la temperatura del planeta aumenta en más de 2°C?
Los riesgos son conocidos, gracias a los trabajos del Grupo Intergubernamental
de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés): subida
del nivel del mar, con riesgo de inundación de las ciudades marítimas, desde
Dacca en Bangladesh hasta Belém en Brasil, pasando por Nueva York, Londres,
Amsterdam o Venecia; desertificación de tierras en una escala gigantesca: el de
- sierto del Sáhara podría llegar hasta Roma; escasez dramática de agua
potable; catástrofes «naturales», huracanes, inundaciones en serie. Podríamos
continuar con la lista. ¿A partir de qué temperatura –4,5 ó 6 grados más– la
Tierra no sería habitable para nuestra especie? Lamentablemente, no disponemos,
por ahora, de un planeta de recambio en el universo conocido por los
astrónomos... Existe un proyecto secreto en el Pentágono: en el caso de que
nuestro planeta se volviera inhabitable, una lanzadera espacial transportaría a
representantes de la élite –banqueros, políticos, militares, científicos– hasta
el planeta Marte. No estamos invitados a ese viaje...
Lo que resulta sumamente inquietante
es que este proceso de cambio climático se desarrolla con una rapidez muy
superior a la prevista. La acumulación de dióxido de carbono, la elevación de
la temperatura, la fusión de los hielos polares y de las nieves perpetuas de
las montañas, las sequías, las inundaciones: todo se precipita y los balances
de los cientí- ficos, nada más secarse la tinta de sus documentos, resultan
demasiado optimistas. No se habla ya de lo que ocurrirá al final del siglo,
sino de lo que nos espera en los próximos veinte o treinta años.
¿Quién es el responsable de esta
crisis, del catastrófico proceso de calentamiento global, de esta amenaza
planetaria sin precedentes? Es el ser humano, nos responden los científicos: no
se trata de una evolución «normal» del clima, sino el producto de la actividad
humana. La respuesta es correcta pero se queda un poco corta. El ser humano
vive sobre la Tierra desde hace milenios, pero la concentración de dióxido de
carbono sólo se ha convertido en un peligro en los últimos decenios. En
realidad, la responsabilidad del proceso recae en el sistema capitalista
mundial, un sistema intrínsecamente insostenible.
Frei Beto
Las raíces de la crisis (Frei Beto)
La civilización del capitalismo
occidental se basa en el consumismo, el fetichismo de la mercancía, la
acumulación ilimitada de beneficios y la ostentación de la riqueza por parte de
las élites. Al conceder prioridad a la acumulación de capital en detrimento de
los derechos humanos y del equilibrio ecológico, el capitalismo ha instaurado,
a escala planetaria, una brutal desigualdad social, al tiempo que impulsa la
devastación del medio ambiente. Actualmente, el 80% de la producción industrial
del mundo es absorbida por sólo el 20% de la población que vive en los
países ricos del hemisferio Norte. ¡Estados Unidos, donde vive solamente el 5%
de la población mundial, consume el 30% de los recursos del planeta!
El modelo de consumo de la sociedad
capitalista es insostenible y desempeña un papel decisivo en el proceso de
cambio climático. Una parte considerable de este consumo está reservada a las
prácticas ostentosas de una pequeña oligarquía. Según el Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la renta total de las 500 personas
más ricas del mundo supera la que obtienen los 416 millones más pobres. ¡Un
multimillonario gana más que un millón de personas! Los muros de los campos de
concentración de la renta son demasiado altos para permitir la entrada de la
multitud de los excluidos, pero son demasiado frágiles para impedir el riesgo
de implosión. Hay que buscar una alternativa al modelo actual de civilización.
Y esta alternativa pasa necesariamente por un cambio de valores, y no sólo de
mecanismos económicos.
Si el mundo gira alrededor de la
economía y la economía gira alrededor del mercado, quiere decirse que este,
convertido en ídolo, se cierne sobre los derechos de las personas y de los
recursos de la Tierra. Se presenta como un bien absoluto. Decide sobre la vida
y la muerte de la naturaleza y de la humanidad. De este modo, los fines –la
defensa de la vida en el planeta, la promoción de la felicidad humana– quedan
subordinados a la acumulación privada de riquezas. Poco importa que la
opulencia de un puñado signifique la miseria de la mayoría. El paradigma del
mercado son las cifras de las cuentas bancarias y no la dignidad de las
personas.
El principio supremo de la ciudadanía
mundial es el derecho de todas las personas a la vida y, como proclamaba Jesús,
«la vida en plenitud» (Juan, 10, 10). ¿Cómo hacer que este objetivo sea viable?
La alternativa deseable debe evitar
los dos extremos que han penalizado a una parte considerable de la humanidad en
el transcurso del siglo XX: el libre mercado y la planificación burocrática
centralizada. Ni el uno ni la otra someten la economía a los derechos del
ciudadano. El mercado concentra la riqueza en las manos de una peque- ña
minoría. La planificación burocrática, gestionada supuestamente en nombre del
pueblo, lo excluye de hecho de la toma de decisiones. El mercado agrava el
estado de injusticia. La planificación burocrática restringe el ejercicio de la
libertad. Los dos son incompatibles con el entorno natural y conducen al
dramático proceso actual de calentamiento global.
Para salir de estos callejones sin
salida, la lógica económica tiene que abandonar el paradigma de la acumulación
privada para recuperar el del bien común y el respeto por la naturaleza, para
que la ciudadanía prevalezca sobre el consumismo, y los derechos sociales de la
mayoría sobre los privilegios ostentosos de una minoría. Es la lucha del Foro
Social Mundial, una luz al final del túnel, que encarna la esperanza de todos
aquellos para quienes «el mundo no es una mercancía».
Replantearse el socialismo supone que
no se lo identifique con el régimen derribado por la caída del Muro de Berlín,
del mismo modo que la historia de la Iglesia no se reduce a la Inquisición. Si
somos cristianos, es porque el Evangelio de Jesús contiene ciertos valores,
como la naturaleza sagrada de toda persona, que permiten un juicio que condena
todo lo que representó la Inquisición.
Una propuesta alternativa de sociedad
debe partir de las prácticas concretas que asocien la economía política y la
ecología. Una de las razones de la brutal desigualdad social que existe en
Brasil –el 75,4% de la riqueza nacional está en manos de sólo el 10% de la
población, según datos oficiales de mayo de 2008– es la esquizofrenia
neoliberal que separa la economía de la política, y la política de lo social y
de lo ecológico. El carácter emancipador del programa «Hambre Cero», propuesto
en 2003, ha sido sustituido por una medida compensatoria, la Bolsa Familia, a
partir de 2004. En consecuencia, las familias que, en el plazo de dos años,
debían salir de la miseria para ser capaces de producir su propia renta se han
convertido en dependientes del Estado; pueden adquirir alimentos, medicamentos,
aparatos electrodomésticos... pero no lo esencial: la tierra para cultivar. La
consolidación de la democracia y la defensa de los ecosistemas de nuestro país
y del mundo dependen ahora de la capacidad para afrontar esta cuestión
decisiva: eliminar las desigualdades sociales.
La “solución” del mercado: la bolsa
de derechos de emisión (ML)
¿Cómo afronta la oligarquía dominante
los problemas ecológicos, y en particular la cuestión del calentamiento global?
Durante el Gobierno de Bush, la respuesta de EEUU, el mayor contaminador y
emisor de gases de efecto invernadero del planeta, fue cruzarse de brazos:
«business as usual», ninguna medida de reducción obligatoria, ya que la
«american way of life no es negociable», Bush dixit. Está por ver si la
Administración de Obama cambiará efectivamente de política, dista de ser
evidente...
El discurso consensual de los
portavoces del sistema es el «desarrollo sostenible», término utilizado por el
FMI, el Banco Mundial y los gobiernos del G-8. Lamentablemente, es una fórmula
sin contenido, lo que los escolásticos de la Edad Media llamaban un flatus
vocis, una verbosidad vacía. Se trata en realidad de una simple concesión
terminológica a una opinión pública cada vez más preocupada por la cuestión
ecológica.
Los sectores ecológicamente más
avanzados del capital internacional, la élite dominante europea y japonesa, han
llegado a un acuerdo para hacer frente al peligro del efecto invernadero: el
llamado Protocolo de Kioto, que EEUU se ha negado a firmar. Su parte
dispositiva central, el «mercado de derechos de emisión» [de gases de efecto
invernadero], ha resultado totalmente ineficaz.
Europa, el grupo de países más
comprometidos, sólo ha logrado, en 10 años, reducir sus emisiones en un 2%. No
se acaba de entender cómo podrá alcanzar en 2012 el objetivo declarado del 5%,
un objetivo tan modesto que no tendría prácticamente ninguna incidencia en el
efecto invernadero. Este fracaso no es casual: las cuotas de emisión
distribuidas por los «responsables» eran tan generosas que todos los países
acabaron el año 2006 con grandes excedentes de «derechos de emisión».
Resultado: el precio de la tonelada de CO2 se desplomó de 20 euros en 2006 a
menos de un euro en 2007... Transformar el derecho a contaminar en una
mercancía que se compra en la bolsa de valores: esa es la medida más avanzada
que la élite capitalista ha sido capaz de proponer.
Podemos agregar a esto un amplio
abanico de seudosoluciones “técnicas”. Algunas tienen que ver con la
«geoingeniería» más delirante: sembrar los océanos con fertilizantes para
favorecer el florecimiento del plancton, difundir en la estratosfera miríadas
de fragmentos de espejo para reflejar el calor solar, y así sucesivamente; la
imaginación tecnocrática es bastante fértil. Otra vía, más clásica, consiste en
proponer como alternativa la energía nuclear, que supuestamente no produce
emisiones. Salvo que, para sustituir al conjunto de energías fósiles, sería
necesario construir cientos de centrales nucleares, con un número inevitable de
accidentes –uno, dos tres, varios Chernóbil?– y una masa astronómica de
residuos radiactivos –algunos con una vida útil de miles de años– con los que
nadie sabe qué hacer. Por no hablar del muy importante riesgo de proliferación
de armas atómicas.
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Las supuestas soluciones técnicas: el
ejemplo del etanol (FB)
Según el argumento oficial
–desarrollado por los Gobiernos de Brasil, EEUU y la Unión Europea–, los
“biocombustibles” serían una respuesta al problema del calentamiento global, al
sustituir la gasolina –uno de los grandes responsables de las emisiones de
gases de efecto invernadero– por el etanol producido a partir de cereales (maíz)
o de caña de azúcar. En realidad, habida cuenta de las emisiones de gases
derivadas de la producción –fertilizantes, maquinaria agrícola, fábricas y
transporte de los biocombustibles–, la diferencia con el petró- leo apenas es
significativa. Se trata, pues, de una falsa solución –un intento, bastante
vano, de salvar un sistema de transportes irracional basado en el coche y el
camión– con dramá- ticas consecuencias sociales.
El prefijo griego “bio” significa
vida; “necro”, muerte. ¿Aporta vida el combustible de origen vegetal? En mi
época de escuela primaria, la historia de Brasil se dividía en ciclos: madera,
oro, caña de azúcar, café, etc. Esta clasificación no es del todo absurda. En
este momento parece que estamos en pleno ciclo de los agrocombustibles,
falsamente designados como biocombustibles. Este nuevo ciclo se traduce en una
elevación acelerada del precio de los alimentos. Los precios agrícolas están
por encima de la media de los últimos diez años. Los cereales cuestan entre un
20% y un 50% más. Vamos a alimentar a los coches y matar de hambre a las
personas. En el mundo hay 800 millones de coches. El mismo número de personas
sobrevive con desnutrición crónica. Lo preocupante es que ninguno de los
Gobiernos partidarios entusiastas de los agrocombustibles ponga en entredicho
el modelo de sociedad que concede prioridad al transporte individual –uno de
los grandes responsables de las emisiones que producen el cambio climático–,
como si los beneficios de la industria automovilística fueran intocables.
Los precios de los alimentos suben a
ritmo acelerado en Europa, en China, India y EEUU, en América Latina. El etanol
made in USA, producido a partir del maíz, hace que suba su precio. Siguiendo
los dictados del mercado, los productores de bienes agrícolas abandonan sus
productos tradicionales por el nuevo «oro» agrícola: el maíz en Estados Unidos,
la caña de azúcar en Brasil. Esto repercute también en los precios de los demás
productos agrícolas y de toda la cadena alimentaria.
La desnutrición amenaza hoy la vida
de 52,4 millones de latinoamericanos y caribeños, el 10% de la población del
continente. Con la expansión de las zonas de producción destinadas al etanol,
se corre el riesgo de que se transforme, de hecho, en necrocombustible,
depredador de vidas humanas. En Brasil, la expansión de los campos de caña de
azúcar empuja la producción de soja hacia la Amazonia, agravando de este modo
la deforestación de una región que ha perdido ya una parte importante de su
cubierta vegetal natural. Entre 1990 y 2006, la zona de cultivo de la soja
registró una expansión del 18% al año. La de la ganadería tuvo un crecimiento
del 11% anual.
Los satélites del Instituto Nacional
de Investigación Espacial de Brasil detectaron, entre agosto y diciembre de
2007, la destrucción de 3.235 km2 de bosque. Es importante subrayar que los
satélites no localizan las zonas de corta y quema sino sólo las talas de
bosque. En consecuencia, sólo dan cuenta del 40% de la superficie devastada. El
propio Gobierno calcula que se han destruido 7.000 km2 de bosque. Del total de
emisiones de dióxido de carbono de Brasil, el 70% es el resultado de las
actividades de corta y quema en la Amazonia.
Desde ahora hasta 2030, Brasil corre
el riesgo de perder el 21% de su bosque, según los datos de la Universidad
Federal de Minas Gerais y del Instituto Nacional de Investigación de la
Amazonia. De continuar este ritmo de deforestación, 670.000 km2 de bosque, el
equivalente de la suma de la superficie de Alemania y Polonia, desaparecerán
del mapa Sufriremos una pérdida incalculable de biodiversidad y un
recrudecimiento del calentamiento global, con consecuencias dramáticas para
toda la humanidad.
La producción de caña de azúcar en
Brasil es conocida históricamente por la sobreexplotación del trabajo, la
apropiación ilegal de recursos públicos y la destrucción del medio ambiente. El
Gobierno brasileño, más que transformar el país en un inmenso campo de caña de
azúcar y soñar con la energía nuclear, debería dar prioridad a las fuentes de
energía alternativas, abundantes en Brasil, como la hidráulica, la solar y la
eólica. Y ocuparse de dar de comer a los hambrientos en vez de subvencionar a
los usineiros, los propietarios de azucareras a quienes Lula ha calificado de
«nuevos héroes».
Una alternativa radical: el
ecosocialismo (ML)
La dramática crisis ecológica exige
alternativas radicales, más allá del capitalismo. Ese es precisamente el
objetivo del ecosocialismo. Se trata de una corriente de pensamiento y de
acción que preconiza al mismo tiempo la defensa ecológica del medio ambiente y
la lucha por una sociedad socialista, inspirada en los valores de libertad,
igualdad y solidaridad.
En total desacuerdo con la ideología
productivista del progreso –en su forma capitalista y/o burocrática– y en
oposición a la expansión ilimitada de un modo de producción y consumo
insostenible e incompatible con la protección de la naturaleza, esta corriente
constituye un intento original de articular las ideas fundamentales del
socialismo –marxista y/o libertario– con los avances de la crítica ecológica.
La racionalidad estrecha del mercado
capitalista, con su cálculo de pérdidas y ganancias inmediatas, es
intrínsecamente contradictoria con una racionalidad ecológica que tenga en
cuenta la temporalidad larga de los ciclos naturales. No se trata de contraponer
los «malos» capitalistas ecocidas a los «buenos» capitalistas verdes. El
destructor del medio ambiente es el propio sistema, basado en la competencia
despiadada, las exigencias de rentabilidad y la carrera por el beneficio
rápido.
El socialismo no implica sólo el
cambio de las relaciones de producción. La estructura de las fuerzas
productivas también está contaminada por la lógica del capital. Marx insistía,
partiendo de la experiencia de la Comuna de París, en el hecho de que los
trabajadores no pueden apropiarse del aparato del Estado (burgués) existente y
ponerlo a su servicio. Tienen que acabar con él y construir otra forma,
radicalmente democrática, de poder político. Lo mismo cabe decir, mutatis
mutandis, del aparato productivo. Se trata de transformarlo radicalmente y de
idear otros métodos de producción que respeten la salud de los trabajadores y
el equilibrio ecológico. Por ejemplo: las fuentes de energía del sistema de
producción capitalista son nocivas y peligrosas. Lo que es peligroso para el
medio ambiente lo es también para el género humano. Es el caso, desde luego, de
las energías fósiles, el carbón y el petróleo, responsables del cambio
climático, pero también, como hemos visto, de esa falsa alternativa que es la
energía nuclear. La transformación revolucionaria de las fuerzas productivas
pasa por la cuestión de las nuevas fuentes de energía, renovables y compatibles
con la salvaguardia de los equilibrios ecológicos, como el viento, el agua y,
sobre todo, la energía solar.
Otro desafío es cambiar el modelo de
consumo existente en el capitalismo, y especialmente en los países
industrializados, que es totalmente insostenible. Si el conjunto de la
humanidad viviera según el modelo del consumismo norteamericano, ¡harían falta
cinco planetas para garantizar la producción...! El tipo de consumo de las
sociedades capitalistas se basa en la acumulación obsesiva de bienes, la
adquisición compulsiva de seudonovedades impuestas por la «moda» y el
fetichismo de la mercancía. Favorece el consumo ostentoso de las élites,
mientras que la mayoría de pobres, sobre todo en los países del Sur, no tienen
acceso al mínimo indispensable.
Una sociedad nueva decidiría orientar
la producción hacia la satisfacción de las verdaderas necesidades
–democráticamente definidas por la propia población–, comenzando por las que
podemos catalogar como «bíblicas»: agua, alimentos, vestido, techo, pero
incluyendo también los servicios fundamentales: salud, educación, transporte,
cultura. ¿Cómo distinguir las necesidades auténticas de las artificiales? Las
segundas son provocadas por la manipulación mental, por la ideología dominante
y, en particular, por la publicidad.
Con la desaparición de la publicidad,
las necesidades artificiales –¡por ejemplo, Coca-Cola, PepsiCola!– perderán,
poco a poco, su poder, lo que permitirá también el auge progresivo de un modelo
de consumo sostenible.
Desde el punto de vista
ecosocialista, es necesaria una reorganización del conjunto del modo de
producción y de consumo, basada en criterios ajenos al mercado capitalista: las
necesidades reales de la población y la defensa del medio ambiente. Esto supone
una economía de transición al socialismo, en la que sea la propia población –y
no las «leyes del mercado» o un buró político autoritario– la que decida
democráticamente las prioridades y las inversiones.
Esta transición conduciría no sólo a
un nuevo modo de producción y a una sociedad más igualitaria, solidaria y
democrática, sino también a un modo de vida alternativo, a una nueva
civilización, ecosocialista, basada en otros valores, más allá del reino del
dinero, de los hábitos de consumo artificialmente producidos por la publicidad
y de la producción hasta el infinito de mercancías inútiles.
Michael Lowy
http://www.pagina12.com.ar/fotos/20141102/notas/na26fo01.jpg
Ecosocialismo y espiritualidad:
nuevos valores para una nueva civilización (FB)
Encontrar alternativas es un trabajo
colectivo. No surgen de la cabeza de intelectuales iluminados o de ideólogos
gurús. Las alternativas al neoliberalismo y el ecosocialismo se construyen en
la práctica social, a través de las luchas populares, las de los movimientos
sindicales, campesinos, indígenas, ecologistas, de las comunidades de base, de
las comunidades negras.
Sin utopía, sin la esperanza de un
mundo diferente, nuevo y mejor, no hay movilización. La esperanza y la utopía
favorecen el auge de nuevos proyectos políticos y culturales, inspirados en
valores éticos, en el sentido de la justicia, en prácticas de solidaridad y de
reparto, y en el respeto de la naturaleza. Se trata de un desafío espiritual,
en el sentido de lo que proponía el gran geógrafo brasileño Milton Santos
cuando explicaba que debemos conceder prioridad a los «bienes infinitos» y no a
los «bienes finitos».
Este proyecto de sociedad
ecosocialista, alternativa al neoliberalismo, debe ser capaz de integrar la
experiencia de los movimientos sociales y ecológicos, así como la de la
revolución cubana, el levantamiento zapatista en Chiapas o los campamentos del
Movimiento de los Sin Tierra de Brasil. Tenemos que incluir en nuestra utopía,
nuestro proyecto y nuestro programa los paradigmas que ahora surgen, como la
ecología, el indigenismo, la ética comunitaria, la formación de subjetividades
solidarias, el feminismo, la holística, la espiritualidad.
Este sueño, esta utopía, esta
esperanza que llamamos ecosocialismo es la continuación de las esperanzas de
quienes lucharon por la defensa de la vida, de aquellos que, como Chico Mendes
y Dorothy Stang, dos luchadores cristianos, dieron su vida por la causa de los
pobres, los explotados, los indígenas, los trabajadores de la tierra y los
pueblos del bosque.
Traducción de Fabián Chueca
In memoriam A quienes dieron su vida
por la Amazonia y por los Pueblos del Bosque: Chico Mendes y Dorothy Stang
Papeles de relaciones ecosociales y cambio global Nº 125 2014, pp. 29-41
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