miércoles, 23 de septiembre de 2015

Ecosocialismo: espiritualidad y sostenibilidad. Diálogo entre Frei Beto y Michael Lowy - Homenaje a Chico Mendes y Dorothy Stang



Este texto recoge una intervención de los dos autores en la que exponen su homenaje a dos figuras de elevada calidad humana que dieron su vida por la defensa de la Amazonia y de los Pueblos del Bosque, Chico Mendes y Dorothy Stang. Ellos son los más conocidos, la punta visible del iceberg, de tantas otras vidas sacrificadas en este combate desigual en el transcurso de los últimos decenios. Inspirados, cada uno a su manera, por su fe religiosa, se comprometieron, hasta las últimas consecuencias, con la causa de los oprimidos y los explotados, que es, al mismo tiempo y de forma inseparable, la causa de la naturaleza, del bosque, de la vida.



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Chico Mendes 
Michael Lowy
Formado en la cultura cristiana liberadora de las comunidades eclesiales de base, el joven seringueiro (campesino que vive de la recolección del árbol del caucho) Francisco Alves Mendes Filho, nacido el 15 de diciembre de 1944, descubrió el marxismo en la década de 1960, gracias a un veterano comunista, Euclides Fernandes Távora. Entre 1975-1977, Chico fundó, con su amigo Wilson Pinheiro, los primeros sindicatos de trabajadores rurales de la región de la Amazonia meridional. Fue en esta época cuando puso en marcha con sus compañeros del sindicato una forma de lucha no violenta inédita en el mundo: los empates, término que en portugués designa el combate que concluye en tablas. Centenares de seringueiros, con sus esposas y sus hijos, se dan la mano y hacen frente, sin armas, a los bulldozers de las grandes empresas interesadas en la deforestación, la tala o el arrancado de árboles. A veces los trabajadores son vencidos, pero a menudo logran detener, con sus manos desnudas, los tractores, los bulldozers y las sierras eléctricas de los destructores del bosque, en algunos casos ganándose el apoyo de los empleados encargados de la deforestación. Los enemigos de los seringueiros son los latifundistas, el agronegocio, las empresas exportadoras de madera o los grandes ganaderos. Un enemigo poderoso que cuenta con su brazo político, la Unión Democrática Ruralista, con su brazo armado, los jagunços (asesinos a sueldo) y otros pistoleros mercenarios, y con innumerables complicidades en la policía, la justicia y los gobiernos (local, regional y federal). Fue a partir de esta época cuando Chico Mendes comenzó a recibir las primeras amenazas de muerte; poco después, en 1980, su compañero de luchas, Wilson Pinheiro, morirá asesinado.

En el transcurso de estos años, la lucha por la defensa del bosque que llevan a cabo los campesinos y los trabajadores que viven de la extracción del caucho, de la nuez de Brasil, de la nuez de babasú, convergen con la de las comunidades indígenas y otros grupos de campesinos para formar la Alianza de los Pueblos de la Selva. Por primera vez, seringueiros e indígenas, que a menudo se habían enfrentado en el pasado, unen sus fuerzas contra el enemigo común. Chico Mendes definió con solemnidad las bases de esta alianza: «Nunca más uno de nuestros camaradas derramará la sangre del otro; juntos podemos proteger la naturaleza, que es el lugar donde nuestra gente ha aprendido a vivir, a criar a sus hijos y a desarrollar sus capacidades, en un espíritu de armonía con la naturaleza, con el medio ambiente y los seres que aquí viven».2

Chico Mendes era perfectamente consciente de la dimensión ecológica de esta lucha, que interesaba no sólo a los pueblos de la Amazonia sino a toda la población mundial, que depende del bosque tropical, “el pulmón verde del planeta”. Pragmático, hombre de campo y de acción, organizador y luchador, preocupado por cuestiones prácticas y concretas –la alfabetización, la formación de cooperativas, la búsqueda de alternativas económicas viables–, era también un soñador y un utopista, en el sentido noble y revolucionario de estos términos. Es imposible contener la emoción al leer el testamento socialista e internacionalista que legó a las generaciones venideras, publicado después de su muerte en un folleto del sindicato de Xapuri, su ciudad natal, vinculado a la Central Única de Trabajadores brasileña: «Atención, joven del futuro: 6 de septiembre de 2120, aniversario del primer centenario de la revolución socialista mundial que unificó a todos los pueblos del planeta en un solo ideal y un solo pensamiento de unidad socialista y que acabó con todos los enemigos de la nueva sociedad. Aquí sólo queda el recuerdo de un triste pasado de dolor, sufrimiento y muerte. Discúlpenme. Estaba soñando al describir esos acontecimientos que yo no veré. Pero he tenido el placer de haberlos soñado».3

En esa época, Chico Mendes consiguió dos victorias importantes: la creación de las primeras reservas «extractivistas» –sectores del bosque destinados exclusivamente a la extracción, es decir, la recolección– en el estado amazónico de Acre y la expropiación de la plantación de caucho Cachoeira, del latifundista Darly Alves da Silva, en Xapuri. Para la oligarquía rural, que desde hace siglos tiene por costumbre eliminar con absoluta impunidad a quienes se atreven a organizar a los trabajadores para luchar contra el latifundio, Chico Mendes es un «cabra marcado para morrer», un tipo destinado a morir. Poco después, en diciembre de 1988, Chico Mendes es asesinado, delante de su casa, por asesinos a sueldo al servicio del latifundista Alves da Silva.

Al combinar ecología y socialismo, reforma agraria y defensa de la Amazonia, luchas campesinas y luchas indígenas, supervivencia de las humildes poblaciones locales y protección de un patrimonio de la humanidad –el último gran bosque tropical no destruido todavía por el «progreso» capitalista–, el combate de Chico Mendes es un movimiento ejemplar que sigue inspirando nuevas luchas, en Brasil y en otros países.

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Dorothy Stang

Frei Beto

La hermana Dorothy Stang, de 73 años, misionera de la Congregación de Nuestra Señora de Namur, fue asesinada el 12 de febrero de 2005 por seis balas disparadas a corta distancia en Anapu, estado de Pará. Yo la conocí allá por la década de 1970, cuando prediqué en el estado de Maranhão en el marco de un retiro espiritual en el que ella participó. La intervención de Dorothy en los conflictos de tierras en la Amazonia comenzó en 1982, cuando Dom Erwin Krautler (también amenazado de muerte), obispo de la diócesis de Xingú (un afluente del Amazonas), le propuso trabajar en la pequeña localidad de Anapu, cortada por la ruta Transamazónica, donde el fracaso de los fantasiosos proyectos de la dictadura militar ha dejado una estela de miserias y conflictos. «Quería consagrar su vida a las familias aisladas que viven en la miseria. Así que le propuse la Transamazónica, el tramo entre Altamira y Marabá. Y allí es donde se fue», ha explicado Dom Erwin. Con una superficie de 11.895 km2 y una población de unos 8.000 habitantes, Anapu se caracteriza por los conflictos por la posesión de la tierra.

A partir de la década de 1980, la deforestación se intensificó en esta región, y sobre todo en la parte conocida como la «Tierra del Medio» agravó los conflictos entre grileiros –grandes propietarios rurales sin títulos legales de propiedad o con falsos títulos–, empresas de exportación de madera, pequeños propietarios y campesinos. Inspirada por Chico Mendes, Dorothy emprendió la creación de reservas «extractivistas». «Las personas que vivían en esta región eran expulsadas siempre porque llegaba alguien que decía ser propietario de la tierra», cuenta Toninha (Antonia Melo), del Grupo de Trabajo Amazónico de Altamira (estado de Pará), amiga de la religiosa asesinada. Dorothy luchaba por proyectos de desarrollo sostenible y por el derecho de los pequeños productores a la tierra. 

En junio de 2004, en Brasilia, Dorothy declaró ante la Comisión Parlamentaria Mixta de Investigación sobre la Violencia en el Campo y denunció la impunidad (de los grandes propietarios) como factor agravante de los conflictos. Toninha consideraba a Dorothy como «una mujer comprometida con la justicia, con las causas sociales, con el medio ambiente y el desarrollo sostenible».

Dorothy había nacido el 7 de junio de 1931, en Dayton (Ohio), Estados Unidos. Llegó a Brasil en 1966. En Coroatá (estado de Mato Grosso), trabajó con las comunidades eclesiales de base integradas por pequeños agricultores. Debido a la expansión del latifundio, muchas familias tuvieron que abandonar su tierras y migrar hacia el estado de Pará, más al norte. Dorothy las acompañó. Su apoyo en las ocupaciones de tierras basadas en la agricultura familiar, orientadas hacia actividades de recolección (“extractivistas”) respetuosas con el medio ambiente, provocó las iras de los grileiros y los latifundistas de la región. Cuando una zona de Anapu se destinó al proyecto conocido como Polo de Desarrollo Sostenible, los grileiros la invadieron y amenazaron a las familias, obligándolas a marcharse.

El fiscal del estado de Pará, Lauro Freitas Júnior, declaró que no le cabía ninguna duda de que el hacendado Vitalmiro Bastos de Moura, alias «Bida», y el ganadero Regivaldo Pereira Galvão, conocido como «El Degenerado», se asociaron para financiar el asesinato de Dorothy Stang. «Hay que ir más allá de esta muerte. El responsable no es sólo el que da la orden, sino toda una estructura, en el estado de Pará y en Brasil entero», subrayó Dom Tomás Balduíno, el obispo que preside la Comisión Pastoral de la Tierra. Las dos causas principales de crímenes en las regiones rurales del país, como el asesinato de la hermana Dorothy Stang, son la tradicional impunidad de los latifundistas y la ausencia de reforma agraria, una de las grandes deudas sociales del Gobierno de Lula.

En mayo de 2008, el terrateniente Vitalmiro Moura, que comparecía por segunda vez ante un jurado, fue absuelto. La sentencia no es firme, puede ser recurrida. En el primer juicio fue condenado a 30 años de prisión. El asesino a sueldo Rayfran das Neves Sales confesó su crimen y fue condenado a veintiocho años de prisión. Una característica perversa del sistema judicial brasileño se confirmó una vez más. En este país, el que no es pobre goza de plena inmunidad e impunidad. ¡Rayfran das Neves modificó su declaración catorce veces! El retraso en el proceso de los responsables fue fundamental en la construcción de la impunidad. El veredicto del jurado demuestra que es necesario transferir al nivel federal los casos emblemáticos de violación de los derechos humanos, como preconiza la Secretaría Especial de los Derechos Humanos de la Presidencia de la República. De este modo sería posible evitar que las autoridades judiciales y el jurado se sometieran a las presiones locales. El Tribunal Superior de Justicia ha denegado la petición de «federalización» del caso de Dorothy Stang. El ganadero Regivaldo Pereira Galvão, después de un año y tres meses de prisión, se benefició de un hábeas corpus concedido por el Supremo Tribunal Federal e intentó fugarse. Afortunadamente, fue detenido el 29 de diciembre de 2008, cuanto intentaba apropiarse ilegalmente de tierras en la región de Anapu.

Según la Comisión Pastoral de la Tierra, entre 1971 y 2007 murieron en el estado de Pará 819 personas como consecuencia de conflictos agrarios. Sólo 92 de estos crímenes dieron lugar a un proceso. Veintidós de estos procesos se celebraron ante un jurado, y sólo seis mandantes (inductores del crimen) fueron condenados. Ninguno está en la cárcel.



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La crisis ecológica actual, crisis de civilización

El calentamiento global (Michael Lowy)

La crisis ecológica planetaria, que es una crisis de civilización, encuentra en el fenómeno del calentamiento global su expresión más amenazadora. Resultado de la acumulación de gases de efecto invernadero –especialmente el dióxido de carbono– emitidos a la atmósfera por los combustibles fósiles, como el petróleo y el carbón, el proceso de cambio climático es un desafío sin precedentes en la historia de la humanidad. ¿Qué ocurrirá si la temperatura del planeta aumenta en más de 2°C? Los riesgos son conocidos, gracias a los trabajos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés): subida del nivel del mar, con riesgo de inundación de las ciudades marítimas, desde Dacca en Bangladesh hasta Belém en Brasil, pasando por Nueva York, Londres, Amsterdam o Venecia; desertificación de tierras en una escala gigantesca: el de - sierto del Sáhara podría llegar hasta Roma; escasez dramática de agua potable; catástrofes «naturales», huracanes, inundaciones en serie. Podríamos continuar con la lista. ¿A partir de qué temperatura –4,5 ó 6 grados más– la Tierra no sería habitable para nuestra especie? Lamentablemente, no disponemos, por ahora, de un planeta de recambio en el universo conocido por los astrónomos... Existe un proyecto secreto en el Pentágono: en el caso de que nuestro planeta se volviera inhabitable, una lanzadera espacial transportaría a representantes de la élite –banqueros, políticos, militares, científicos– hasta el planeta Marte. No estamos invitados a ese viaje...

Lo que resulta sumamente inquietante es que este proceso de cambio climático se desarrolla con una rapidez muy superior a la prevista. La acumulación de dióxido de carbono, la elevación de la temperatura, la fusión de los hielos polares y de las nieves perpetuas de las montañas, las sequías, las inundaciones: todo se precipita y los balances de los cientí- ficos, nada más secarse la tinta de sus documentos, resultan demasiado optimistas. No se habla ya de lo que ocurrirá al final del siglo, sino de lo que nos espera en los próximos veinte o treinta años.

¿Quién es el responsable de esta crisis, del catastrófico proceso de calentamiento global, de esta amenaza planetaria sin precedentes? Es el ser humano, nos responden los científicos: no se trata de una evolución «normal» del clima, sino el producto de la actividad humana. La respuesta es correcta pero se queda un poco corta. El ser humano vive sobre la Tierra desde hace milenios, pero la concentración de dióxido de carbono sólo se ha convertido en un peligro en los últimos decenios. En realidad, la responsabilidad del proceso recae en el sistema capitalista mundial, un sistema intrínsecamente insostenible.



 Frei Beto


Las raíces de la crisis (Frei Beto)

La civilización del capitalismo occidental se basa en el consumismo, el fetichismo de la mercancía, la acumulación ilimitada de beneficios y la ostentación de la riqueza por parte de las élites. Al conceder prioridad a la acumulación de capital en detrimento de los derechos humanos y del equilibrio ecológico, el capitalismo ha instaurado, a escala planetaria, una brutal desigualdad social, al tiempo que impulsa la devastación del medio ambiente. Actualmente, el 80% de la producción industrial del mundo es absorbida por sólo el 20% de  la población que vive en los países ricos del hemisferio Norte. ¡Estados Unidos, donde vive solamente el 5% de la población mundial, consume el 30% de los recursos del planeta!

El modelo de consumo de la sociedad capitalista es insostenible y desempeña un papel decisivo en el proceso de cambio climático. Una parte considerable de este consumo está reservada a las prácticas ostentosas de una pequeña oligarquía. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la renta total de las 500 personas más ricas del mundo supera la que obtienen los 416 millones más pobres. ¡Un multimillonario gana más que un millón de personas! Los muros de los campos de concentración de la renta son demasiado altos para permitir la entrada de la multitud de los excluidos, pero son demasiado frágiles para impedir el riesgo de implosión. Hay que buscar una alternativa al modelo actual de civilización. Y esta alternativa pasa necesariamente por un cambio de valores, y no sólo de mecanismos económicos.

Si el mundo gira alrededor de la economía y la economía gira alrededor del mercado, quiere decirse que este, convertido en ídolo, se cierne sobre los derechos de las personas y de los recursos de la Tierra. Se presenta como un bien absoluto. Decide sobre la vida y la muerte de la naturaleza y de la humanidad. De este modo, los fines –la defensa de la vida en el planeta, la promoción de la felicidad humana– quedan subordinados a la acumulación privada de riquezas. Poco importa que la opulencia de un puñado signifique la miseria de la mayoría. El paradigma del mercado son las cifras de las cuentas bancarias y no la dignidad de las personas.

El principio supremo de la ciudadanía mundial es el derecho de todas las personas a la vida y, como proclamaba Jesús, «la vida en plenitud» (Juan, 10, 10). ¿Cómo hacer que este objetivo sea viable?

La alternativa deseable debe evitar los dos extremos que han penalizado a una parte considerable de la humanidad en el transcurso del siglo XX: el libre mercado y la planificación burocrática centralizada. Ni el uno ni la otra someten la economía a los derechos del ciudadano. El mercado concentra la riqueza en las manos de una peque- ña minoría. La planificación burocrática, gestionada supuestamente en nombre del pueblo, lo excluye de hecho de la toma de decisiones. El mercado agrava el estado de injusticia. La planificación burocrática restringe el ejercicio de la libertad. Los dos son incompatibles con el entorno natural y conducen al dramático proceso actual de calentamiento global.

Para salir de estos callejones sin salida, la lógica económica tiene que abandonar el paradigma de la acumulación privada para recuperar el del bien común y el respeto por la naturaleza, para que la ciudadanía prevalezca sobre el consumismo, y los derechos sociales de la mayoría sobre los privilegios ostentosos de una minoría. Es la lucha del Foro Social Mundial, una luz al final del túnel, que encarna la esperanza de todos aquellos para quienes «el mundo no es una mercancía».

Replantearse el socialismo supone que no se lo identifique con el régimen derribado por la caída del Muro de Berlín, del mismo modo que la historia de la Iglesia no se reduce a la Inquisición. Si somos cristianos, es porque el Evangelio de Jesús contiene ciertos valores, como la naturaleza sagrada de toda persona, que permiten un juicio que condena todo lo que representó la Inquisición.

Una propuesta alternativa de sociedad debe partir de las prácticas concretas que asocien la economía política y la ecología. Una de las razones de la brutal desigualdad social que existe en Brasil –el 75,4% de la riqueza nacional está en manos de sólo el 10% de la población, según datos oficiales de mayo de 2008– es la esquizofrenia neoliberal que separa la economía de la política, y la política de lo social y de lo ecológico. El carácter emancipador del programa «Hambre Cero», propuesto en 2003, ha sido sustituido por una medida compensatoria, la Bolsa Familia, a partir de 2004. En consecuencia, las familias que, en el plazo de dos años, debían salir de la miseria para ser capaces de producir su propia renta se han convertido en dependientes del Estado; pueden adquirir alimentos, medicamentos, aparatos electrodomésticos... pero no lo esencial: la tierra para cultivar. La consolidación de la democracia y la defensa de los ecosistemas de nuestro país y del mundo dependen ahora de la capacidad para afrontar esta cuestión decisiva: eliminar las desigualdades sociales.

La “solución” del mercado: la bolsa de derechos de emisión (ML)

¿Cómo afronta la oligarquía dominante los problemas ecológicos, y en particular la cuestión del calentamiento global? Durante el Gobierno de Bush, la respuesta de EEUU, el mayor contaminador y emisor de gases de efecto invernadero del planeta, fue cruzarse de brazos: «business as usual», ninguna medida de reducción obligatoria, ya que la «american way of life no es negociable», Bush dixit. Está por ver si la Administración de Obama cambiará efectivamente de política, dista de ser evidente...

El discurso consensual de los portavoces del sistema es el «desarrollo sostenible», término utilizado por el FMI, el Banco Mundial y los gobiernos del G-8. Lamentablemente, es una fórmula sin contenido, lo que los escolásticos de la Edad Media llamaban un flatus vocis, una verbosidad vacía. Se trata en realidad de una simple concesión terminológica a una opinión pública cada vez más preocupada por la cuestión ecológica.

Los sectores ecológicamente más avanzados del capital internacional, la élite dominante europea y japonesa, han llegado a un acuerdo para hacer frente al peligro del efecto invernadero: el llamado Protocolo de Kioto, que EEUU se ha negado a firmar. Su parte dispositiva central, el «mercado de derechos de emisión» [de gases de efecto invernadero], ha resultado totalmente ineficaz. 

Europa, el grupo de países más comprometidos, sólo ha logrado, en 10 años, reducir sus emisiones en un 2%. No se acaba de entender cómo podrá alcanzar en 2012 el objetivo declarado del 5%, un objetivo tan modesto que no tendría prácticamente ninguna incidencia en el efecto invernadero. Este fracaso no es casual: las cuotas de emisión distribuidas por los «responsables» eran tan generosas que todos los países acabaron el año 2006 con grandes excedentes de «derechos de emisión». Resultado: el precio de la tonelada de CO2 se desplomó de 20 euros en 2006 a menos de un euro en 2007... Transformar el derecho a contaminar en una mercancía que se compra en la bolsa de valores: esa es la medida más avanzada que la élite capitalista ha sido capaz de proponer.

Podemos agregar a esto un amplio abanico de seudosoluciones “técnicas”. Algunas tienen que ver con la «geoingeniería» más delirante: sembrar los océanos con fertilizantes para favorecer el florecimiento del plancton, difundir en la estratosfera miríadas de fragmentos de espejo para reflejar el calor solar, y así sucesivamente; la imaginación tecnocrática es bastante fértil. Otra vía, más clásica, consiste en proponer como alternativa la energía nuclear, que supuestamente no produce emisiones. Salvo que, para sustituir al conjunto de energías fósiles, sería necesario construir cientos de centrales nucleares, con un número inevitable de accidentes –uno, dos tres, varios Chernóbil?– y una masa astronómica de residuos radiactivos –algunos con una vida útil de miles de años– con los que nadie sabe qué hacer. Por no hablar del muy importante riesgo de proliferación de armas atómicas.


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Las supuestas soluciones técnicas: el ejemplo del etanol (FB)

 Según el argumento oficial –desarrollado por los Gobiernos de Brasil, EEUU y la Unión Europea–, los “biocombustibles” serían una respuesta al problema del calentamiento global, al sustituir la gasolina –uno de los grandes responsables de las emisiones de gases de efecto invernadero– por el etanol producido a partir de cereales (maíz) o de caña de azúcar. En realidad, habida cuenta de las emisiones de gases derivadas de la producción –fertilizantes, maquinaria agrícola, fábricas y transporte de los biocombustibles–, la diferencia con el petró- leo apenas es significativa. Se trata, pues, de una falsa solución –un intento, bastante vano, de salvar un sistema de transportes irracional basado en el coche y el camión– con dramá- ticas consecuencias sociales.

El prefijo griego “bio” significa vida; “necro”, muerte. ¿Aporta vida el combustible de origen vegetal? En mi época de escuela primaria, la historia de Brasil se dividía en ciclos: madera, oro, caña de azúcar, café, etc. Esta clasificación no es del todo absurda. En este momento parece que estamos en pleno ciclo de los agrocombustibles, falsamente designados como biocombustibles. Este nuevo ciclo se traduce en una elevación acelerada del precio de los alimentos. Los precios agrícolas están por encima de la media de los últimos diez años. Los cereales cuestan entre un 20% y un 50% más. Vamos a alimentar a los coches y matar de hambre a las personas. En el mundo hay 800 millones de coches. El mismo número de personas sobrevive con desnutrición crónica. Lo preocupante es que ninguno de los Gobiernos partidarios entusiastas de los agrocombustibles ponga en entredicho el modelo de sociedad que concede prioridad al transporte individual –uno de los grandes responsables de las emisiones que producen el cambio climático–, como si los beneficios de la industria automovilística fueran intocables.

Los precios de los alimentos suben a ritmo acelerado en Europa, en China, India y EEUU, en América Latina. El etanol made in USA, producido a partir del maíz, hace que suba su precio. Siguiendo los dictados del mercado, los productores de bienes agrícolas abandonan sus productos tradicionales por el nuevo «oro» agrícola: el maíz en Estados Unidos, la caña de azúcar en Brasil. Esto repercute también en los precios de los demás productos agrícolas y de toda la cadena alimentaria.

La desnutrición amenaza hoy la vida de 52,4 millones de latinoamericanos y caribeños, el 10% de la población del continente. Con la expansión de las zonas de producción destinadas al etanol, se corre el riesgo de que se transforme, de hecho, en necrocombustible, depredador de vidas humanas. En Brasil, la expansión de los campos de caña de azúcar empuja la producción de soja hacia la Amazonia, agravando de este modo la deforestación de una región que ha perdido ya una parte importante de su cubierta vegetal natural. Entre 1990 y 2006, la zona de cultivo de la soja registró una expansión del 18% al año. La de la ganadería tuvo un crecimiento del 11% anual.

Los satélites del Instituto Nacional de Investigación Espacial de Brasil detectaron, entre agosto y diciembre de 2007, la destrucción de 3.235 km2 de bosque. Es importante subrayar que los satélites no localizan las zonas de corta y quema sino sólo las talas de bosque. En consecuencia, sólo dan cuenta del 40% de la superficie devastada. El propio Gobierno calcula que se han destruido 7.000 km2 de bosque. Del total de emisiones de dióxido de carbono de Brasil, el 70% es el resultado de las actividades de corta y quema en la Amazonia.

Desde ahora hasta 2030, Brasil corre el riesgo de perder el 21% de su bosque, según los datos de la Universidad Federal de Minas Gerais y del Instituto Nacional de Investigación de la Amazonia. De continuar este ritmo de deforestación, 670.000 km2 de bosque, el equivalente de la suma de la superficie de Alemania y Polonia, desaparecerán del mapa Sufriremos una pérdida incalculable de biodiversidad y un recrudecimiento del calentamiento global, con consecuencias dramáticas para toda la humanidad.

La producción de caña de azúcar en Brasil es conocida históricamente por la sobreexplotación del trabajo, la apropiación ilegal de recursos públicos y la destrucción del medio ambiente. El Gobierno brasileño, más que transformar el país en un inmenso campo de caña de azúcar y soñar con la energía nuclear, debería dar prioridad a las fuentes de energía alternativas, abundantes en Brasil, como la hidráulica, la solar y la eólica. Y ocuparse de dar de comer a los hambrientos en vez de subvencionar a los usineiros, los propietarios de azucareras a quienes Lula ha calificado de «nuevos héroes».

Una alternativa radical: el ecosocialismo (ML)

La dramática crisis ecológica exige alternativas radicales, más allá del capitalismo. Ese es precisamente el objetivo del ecosocialismo. Se trata de una corriente de pensamiento y de acción que preconiza al mismo tiempo la defensa ecológica del medio ambiente y la lucha por una sociedad socialista, inspirada en los valores de libertad, igualdad y solidaridad.

En total desacuerdo con la ideología productivista del progreso –en su forma capitalista y/o burocrática– y en oposición a la expansión ilimitada de un modo de producción y consumo insostenible e incompatible con la protección de la naturaleza, esta corriente constituye un intento original de articular las ideas fundamentales del socialismo –marxista y/o libertario– con los avances de la crítica ecológica.

La racionalidad estrecha del mercado capitalista, con su cálculo de pérdidas y ganancias inmediatas, es intrínsecamente contradictoria con una racionalidad ecológica que tenga en cuenta la temporalidad larga de los ciclos naturales. No se trata de contraponer los «malos» capitalistas ecocidas a los «buenos» capitalistas verdes. El destructor del medio ambiente es el propio sistema, basado en la competencia despiadada, las exigencias de rentabilidad y la carrera por el beneficio rápido.

El socialismo no implica sólo el cambio de las relaciones de producción. La estructura de las fuerzas productivas también está contaminada por la lógica del capital. Marx insistía, partiendo de la experiencia de la Comuna de París, en el hecho de que los trabajadores no pueden apropiarse del aparato del Estado (burgués) existente y ponerlo a su servicio. Tienen que acabar con él y construir otra forma, radicalmente democrática, de poder político. Lo mismo cabe decir, mutatis mutandis, del aparato productivo. Se trata de transformarlo radicalmente y de idear otros métodos de producción que respeten la salud de los trabajadores y el equilibrio ecológico. Por ejemplo: las fuentes de energía del sistema de producción capitalista son nocivas y peligrosas. Lo que es peligroso para el medio ambiente lo es también para el género humano. Es el caso, desde luego, de las energías fósiles, el carbón y el petróleo, responsables del cambio climático, pero también, como hemos visto, de esa falsa alternativa que es la energía nuclear. La transformación revolucionaria de las fuerzas productivas pasa por la cuestión de las nuevas fuentes de energía, renovables y compatibles con la salvaguardia de los equilibrios ecológicos, como el viento, el agua y, sobre todo, la energía solar.

Otro desafío es cambiar el modelo de consumo existente en el capitalismo, y especialmente en los países industrializados, que es totalmente insostenible. Si el conjunto de la humanidad viviera según el modelo del consumismo norteamericano, ¡harían falta cinco planetas para garantizar la producción...! El tipo de consumo de las sociedades capitalistas se basa en la acumulación obsesiva de bienes, la adquisición compulsiva de seudonovedades impuestas por la «moda» y el fetichismo de la mercancía. Favorece el consumo ostentoso de las élites, mientras que la mayoría de pobres, sobre todo en los países del Sur, no tienen acceso al mínimo indispensable.

Una sociedad nueva decidiría orientar la producción hacia la satisfacción de las verdaderas necesidades –democráticamente definidas por la propia población–, comenzando por las que podemos catalogar como «bíblicas»: agua, alimentos, vestido, techo, pero incluyendo también los servicios fundamentales: salud, educación, transporte, cultura. ¿Cómo distinguir las necesidades auténticas de las artificiales? Las segundas son provocadas por la manipulación mental, por la ideología dominante y, en particular, por la publicidad. 

Con la desaparición de la publicidad, las necesidades artificiales –¡por ejemplo, Coca-Cola, PepsiCola!– perderán, poco a poco, su poder, lo que permitirá también el auge progresivo de un modelo de consumo sostenible.

Desde el punto de vista ecosocialista, es necesaria una reorganización del conjunto del modo de producción y de consumo, basada en criterios ajenos al mercado capitalista: las necesidades reales de la población y la defensa del medio ambiente. Esto supone una economía de transición al socialismo, en la que sea la propia población –y no las «leyes del mercado» o un buró político autoritario– la que decida democráticamente las prioridades y las inversiones.

Esta transición conduciría no sólo a un nuevo modo de producción y a una sociedad más igualitaria, solidaria y democrática, sino también a un modo de vida alternativo, a una nueva civilización, ecosocialista, basada en otros valores, más allá del reino del dinero, de los hábitos de consumo artificialmente producidos por la publicidad y de la producción hasta el infinito de mercancías inútiles.

 Michael Lowy
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Ecosocialismo y espiritualidad: nuevos valores para una nueva civilización (FB)

Encontrar alternativas es un trabajo colectivo. No surgen de la cabeza de intelectuales iluminados o de ideólogos gurús. Las alternativas al neoliberalismo y el ecosocialismo se construyen en la práctica social, a través de las luchas populares, las de los movimientos sindicales, campesinos, indígenas, ecologistas, de las comunidades de base, de las comunidades negras.

Sin utopía, sin la esperanza de un mundo diferente, nuevo y mejor, no hay movilización. La esperanza y la utopía favorecen el auge de nuevos proyectos políticos y culturales, inspirados en valores éticos, en el sentido de la justicia, en prácticas de solidaridad y de reparto, y en el respeto de la naturaleza. Se trata de un desafío espiritual, en el sentido de lo que proponía el gran geógrafo brasileño Milton Santos cuando explicaba que debemos conceder prioridad a los «bienes infinitos» y no a los «bienes finitos».

Este proyecto de sociedad ecosocialista, alternativa al neoliberalismo, debe ser capaz de integrar la experiencia de los movimientos sociales y ecológicos, así como la de la revolución cubana, el levantamiento zapatista en Chiapas o los campamentos del Movimiento de los Sin Tierra de Brasil. Tenemos que incluir en nuestra utopía, nuestro proyecto y nuestro programa los paradigmas que ahora surgen, como la ecología, el indigenismo, la ética comunitaria, la formación de subjetividades solidarias, el feminismo, la holística, la espiritualidad.

Este sueño, esta utopía, esta esperanza que llamamos ecosocialismo es la continuación de las esperanzas de quienes lucharon por la defensa de la vida, de aquellos que, como Chico Mendes y Dorothy Stang, dos luchadores cristianos, dieron su vida por la causa de los pobres, los explotados, los indígenas, los trabajadores de la tierra y los pueblos del bosque.

Traducción de Fabián Chueca
In memoriam A quienes dieron su vida por la Amazonia y por los Pueblos del Bosque: Chico Mendes y Dorothy Stang

Papeles de relaciones ecosociales y cambio global Nº 125 2014, pp. 29-41


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