Mejorar la calidad medioambiental en las comunidades urbanas
tradicionalmente desfavorecidas
En la década de 1980, cuando los activistas a favor de la justicia
ambiental (EJ, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos y otros países se
organizaron por primera vez de manera visible para hacer frente al impacto
desigual de la contaminación ambiental y los desechos, era evidente quiénes
estaban en su punto de mira: las fábricas contaminantes, los infractores de las
normativas sobre vertidos o los operadores de las incineradoras de residuos,
así como sus cómplices en los Gobiernos, que habían sido incapaces de regular
sus actividades o habían hecho la vista gorda. Formaban lo que la población
consideraba Usos del Suelo no Deseados por las Comunidades Locales, o LULUs,
por sus siglas en inglés.
Desde que se produjeron las primeras protestas de los militantes de la
justicia ambiental en Love Canal, en el estado de Nueva York, en 1978, y en el
Condado de Warren, en Carolina del Norte, en 1982, pusieron de manifiesto que
los residuos tóxicos abundaban sobre todo en las comunidades de bajos ingresos
y habitadas por minorías, y auguraron una larga lucha por remediar las
desigualdades y el racismo ambientales, una lucha que ha vuelto a estar de
actualidad a raíz de la reciente contaminación por plomo y el envenenamiento de
más de 6.000 niños, la mayoría negros, ocurridos en Flint, en el estado de
Michigan.
Sin embargo, con el tiempo, el activismo a favor de la justicia
ambiental en zonas urbanas ha adquirido múltiples vertientes, y engloba a
grupos locales que trabajan en proyectos diversos dirigidos a mejorar activamente
el medio ambiente, como granjas urbanas, huertos, corredores ecológicos, áreas
de juego y parques, que se apoyan mutuamente, atienden a las necesidades en
cuanto a salud física y mental, y dan solución a años de abandono de las
comunidades y trauma medioambiental. Entre los ejemplos emblemáticos de esta
clase de movilización colectiva están los de los barrios de Sant Pere y Santa
Caterina en Barcelona, Cayo Hueso en La Habana, o Dudley en Boston.
La planificación ecológica de las ciudades da lugar a nuevas formas de
desigualdad para los habitantes pobres o pertenecientes a minorías
Sin embargo, la planificación ecológica de las ciudades parece que se
está traduciendo cada vez más en tendencias a la gentrificación ambiental, es
decir, a la ejecución de proyectos de planificación ambiental relacionados con
espacios verdes públicos que desembocan en la exclusión de los grupos más
vulnerables, al tiempo que adoptan una ética ambiental que promete beneficios
para todos (Dooling, 2009, y Checker, 2011). La gentrificación llama la
atención sobre el hecho de que los bienes ambientales nuevos o recuperados
suelen venir acompañados por un aumento del valor de las propiedades
inmobiliarias, lo cual, a su vez, atrae a grupos más ricos, mientras que abre
una brecha mayor con los barrios más pobres. Significa, asimismo, que la gente
es expulsada de sus casas, de sus redes de relaciones y de sus medios de vida.
En muchos casos, el equipamiento de los barrios con zonas verdes
‒ejemplificado por los parques nuevos o recuperados, las infraestructuras y los
cinturones verdes, los corredores ecológicos o las instalaciones adaptadas al
cambio climático‒ está patrocinado oficialmente por los responsables políticos
municipales y por cargos electos porque les resulta útil para cumplir con su
programa de sostenibilidad. Un ejemplo estéticamente vívido de gentrificación
verde es la zona ajardinada de la High Line, en Nueva York, una antigua
ferrovía elevada que el Ayuntamiento restauró y transformó en una extensa zona
verde urbana que actualmente recibe cinco millones de visitantes al año. La
transformación ha estado acompañada por importantes aumentos de los precios de
las propiedades en el barrio y por la exclusión de los comercios locales y los
residentes de clase trabajadora debido a la subida de los alquileres. De hecho,
entre 2003 y 2011, los precios de las propiedades inmobiliarias en los
alrededores de la High Line aumentaron un 103%, y se multiplicaron las
promociones de bloques de viviendas de lujo, entre ellos los proyectos 505 West
19 Street o 551W21. En Barcelona, un estudio preliminar llevado a cabo también
por mí en 2015 mostró ejemplos de gentrificación medioambiental alrededor de
los nuevos parques y zonas verdes creados por el Ayuntamiento en el distrito de
San Martí, al que se han mudado habitantes más ricos y con un nivel de estudios
superior, mientras que los socialmente vulnerables se han marchado.
Pop
Brixton, en Londres. Un espacio de revitalización urbana que combina
revitalización de espacio, creación de pequeñas empresas alrededor de la
comida, y espacio recreativo y de deporte. Una forma de gentrificación verde,
comida sana, deporte, etc. Foto de Isabelle Anguelovski
En consecuencia, numerosos ejemplos ilustran que la planificación
ecológica puede ser contraproducente para los grupos que luchan por la justicia
ambiental si las inversiones públicas en equipamientos verdes tales como
parques, paseos, zonas de ribera, corredores ecológicos e incluso carriles para
bicicletas hacen que aparezcan nuevas clases de desigualdades. Si bien a
primera vista estos proyectos son beneficiosos para los habitantes que antes
padecían el abandono medioambiental, en realidad, a medio plazo solo los grupos
más ricos y con un nivel educativo más alto pueden permitirse los precios más
caros de las propiedades inmobiliarias que, al parecer, son consecuencia de los
proyectos de planificación ambiental. Por lo visto, estas iniciativas
medioambientales generan oportunidades de obtener ganancias para los promotores
y las agencias inmobiliarias que especulan con el "salto" de los
alquileres como resultado de la presencia de vertederos o parcelas vacías
reconvertidas en zonas verdes y de la construcción de nuevas viviendas de lujo
para clases sociales más privilegiadas.
Nuevas paradojas para el activismo a favor de la justicia ambiental y
perspectivas de futuro
En consecuencia, las intervenciones urbanas en nombre de la mejora
medioambiental o la sostenibilidad originan una nueva paradoja para los
activistas defensores de un programa de justicia ambiental. Efectivamente,
muchos de ellos están empezando a considerar dichas intervenciones GREENLULUS
(lo que yo llamo "usos ecológicos del suelo no deseados por las
comunidades locales") debido a que excluyen a gran número de grupos
marginales de las ventajas de los equipamientos verdes nuevos o recuperados.
Para hacer frente a la gentrificación ambiental, las organizaciones sin
ánimo de lucro han empezado a conectar la meta de la justicia ambiental con
otros programas. Gran parte de sus reivindicaciones giran en torno a la
asequibilidad de la vivienda, el control de los alquileres, la protección de
los pequeños negocios de propiedad local y la preservación de la identidad del
sitio, incluida la antigua historia industrial. En lo que se refiere a los
Ayuntamientos, adquirir nuevos compromisos con la vivienda pública o social,
las estrategias de creación de riqueza para la comunidad, las iniciativas de
control del suelo público, e incluso la reforma fiscal municipal deberían ser
el centro de la planificación ecológica de los ayuntamientos. Por ejemplo, se
ha demostrado que las organizaciones locales para la gestión de los bienes de
interés colectivo, como la de la calle Dudley, en Boston, dan a la gente más
poder sobre qué clase de desarrollo se lleva a cabo en su barrio, y le permiten
controlar la especulación inmobiliaria.
A pesar del impacto de la gentrificación ambiental, rechazo la peligrosa
postura (que algunos considerarían el siguiente paso lógico) consistente en
instar a la supresión o la anulación de los equipamientos medioambientales
nuevos o recuperados en los barrios pobres o en las comunidades negras. Esta
clase de decisiones aumentaría su marginalidad, concentraría las inversiones
verdes o enfocadas a la sostenibilidad en los barrios más lujosos o
privilegiados, y acabaría por dar lugar a nuevos ciclos de abandono y desinversión
en las comunidades urbanas desfavorecidas. Cuando empleo el término GREENLULUS
para referirme a los equipamientos verdes nuevos o recuperados en comunidades
urbanas con escasos recursos económicos sometidas a procesos de transformación
medioambiental, mi intención es volver a dotar de contenido político a una
retórica de la sostenibilidad pospolítica y llamar la atención sobre el hecho
de que los proyectos medioambientales no siempre ‒ni mucho menos‒ tienen
repercusiones beneficiosas para todos los habitantes de la ciudad.
En suma, la gentrificación medioambiental nos obliga a preguntarnos si
las ciudades verdes pueden ser justas. ¿Los procesos urbanos de mejora
medioambiental en realidad reproducen o exacerban las desigualdades
socioespaciales en las ciudades? ¿En qué condiciones los proyectos de mejora de
las condiciones medioambientales en los barrios desfavorecidos redistribuyen
positivamente el acceso a los servicios ambientales? Todavía hay mucho en juego
para que la puesta en práctica de la planificación ambiental tenga más poder
transformador y sea más igualitaria durante y después de la ejecución de los
equipamientos verdes nuevos o recuperados.
19 SEP 2016 - 08:00 CEST EL PAIS
(*) Por Isabelle Anguelovski
Foto principal:Pop Brixton, en Londres. Un espacio de revitalización urbana que combina revitalización de espacio, creación de pequeñas empresas alrededor de la comida, y espacio recreativo y de deporte. Una forma de gentrificación verde, comida sana, deporte, etc. Foto de Isabelle Anguelovski
* Isabelle Anguelovski es investigadora principal del Instituto de
Ciencia y Tecnología Ambientales (ICTA) de la Univeridad Autónoma de Barcelona
y del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas.
Esta investigación cuenta con la financiación de la Starting Grant
678034 del Consejo Europeo de Investigación y la beca Ramón y Cajal
RYC-2014-15870
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