REFLEXIONES SOBRE LA OBRA DE JOHN BELLAMY FOSTER
Gran parte de la población del
planeta enfrenta condiciones de vida degradadas asociadas a la combinación de
crisis ecológicas y económicas, lo que vuelve a los problemas ambientales un
centro de atención cotidiano. La posibilidad de que la temperatura media de la
Tierra se eleve en más de 2° C con consecuencias desastrosas, no es el único
cambio peligroso producido por acción humana, si bien es uno de los más
evidentes.
Existe un amplio consenso en la presencia de nueve límites
planetarios que se han traspasado o que están próximos a traspasarse1:
(1) el cambio climático, (2) la acidificación de los océanos, (3) la
desaparición del ozono estratosférico, (4) la alteración de los ciclos
biogeoquímicos del nitrógeno y del fósforo, (5) el uso del agua dulce, (6) los
cambios en el uso de la tierra, en particular la deforestación, (7) la pérdida
de biodiversidad, (8) el incremento de los aerosoles en la atmósfera y (9) la
contaminación química. La comunidad científica se ha expedido, en forma casi
unánime, sobre los peligros que enfrenta la humanidad de superarse cada uno de
estos límites. Pero uno de los aspectos más peligrosos del cambio ambiental,
señalado por David Harvey2, es que el mismo capitalismo no está
necesariamente amenazado por los cambios ambientales ya que “el capital nunca
se ha amedrentado a la hora de destruir a las personas en su afán de lucro”,
por el contrario “el capital ha convertido los asuntos medioambientales en una
gran área de actividad empresarial”. Sin embargo, según afirma Naomi Klein3 “la derecha está en lo cierto” en
percibir el combate contra el cambio climático como una amenaza al capitalismo,
porque las acciones necesarias en este combate desafían, directamente, al
paradigma económico dominante.
En este marco, en el terreno de
la izquierda la crisis ecológica actual impone debatir cómo abordar
problemáticas cuya resolución, a primera vista, parecen contrarios. Por ejemplo,
cuando el foco es la erradicación de industrias contaminantes, en ocasiones se
desconoce la realidad de los trabajadores de esas industrias, que habitualmente
son los primeros en sufrir los efectos de sus condiciones insalubres e
inseguras de trabajo. Pero, si esto es un caso puntual, más notable ha sido el
auge de modelos extractivistas en América Latina, legitimados por los
gobiernos posneoliberales como una vía para atacar la pobreza y destinar
recursos para el desarrollo de una industria nacional. Estas contradicciones
fueron abordadas en años recientes por varios intelectuales, lo que ha aportado
una base teórica al fenómeno nuevo del ecosocialismo.Movimientos
que, según Michael Löwy, pueden definirse a partir de una constatación
esencial: la protección de los equilibrios ecológicos del planeta, la
preservación de un medio favorable para las especies vivientes –incluida la
nuestra– son incompatibles con la lógica expansiva y destructiva del sistema
capitalista. Para comprender mejor cómo pueden establecerse estos puentes, en
esta nota analizamos las opiniones de John Bellamy Foster, publicadas en
recientes editoriales deMonthly
Review4.
Las razones de este desacople
entre el movimiento ecologista y el marxismo, se remontan, según explica
Foster, a la misma división dentro del marxismo sobre la aplicabilidad de la
dialéctica a la esfera natural. Engels argumentó que el razonamiento dialéctico
era esencial para nuestra comprensión de la complejidad y el dinamismo del
mundo físico. Pero los pensadores asociados a la tradición filosófica conocida
como marxismo occidental alegaron que el razonamiento dialéctico, dado su
carácter reflexivo, se aplicaba únicamente a la sociedad y a la historia
humana, y no a la naturaleza independiente de la historia humana5.
El marxismo occidental desarrolló, según Foster,
… críticas ecológicas
filosóficas y abstractas, estrechamente asociadas a las preocupaciones éticas
que posteriormente serían dominantes en la filosofía ambiental, pero distantes
de la ciencia ecológica y de los problemas del materialismo. El desdén por los
desarrollos de las ciencias naturales y un fuerte giro antitecnológico
impusieron agudos límites a las contribuciones de la mayoría de los marxistas
occidentales al diálogo ecológico.
Foster vuelve a las bases del
marxismo para retomar lecciones valiosas que permitan abordar la problemática
ambiental. En su camino realiza un estudio del pensamiento del propio Marx
sobre la naturaleza, que desarrolla en profundidad en su libro La
Ecología de Marx6. Para Foster,
… Marx vio la tensión
antagónica entre el valor de uso y el valor de cambio como un factor clave
tanto en las contradicciones internas del capitalismo como en el conflicto de
éste con su ambiente natural externo.
Así, en el capitalismo
solamente se incorpora el trabajo en el cálculo del valor económico por lo que
… se asegura que los costos
ecológicos y sociales de producción sean excluidos del cálculo final. Esto se
refleja todavía hoy en nuestras estadísticas de ingresos o producto bruto
interno (PBI) nacional, que representan el recimiento económico en su totalidad
en términos del valor añadido de los servicios humanos,
medido en forma de salarios o de rentas de la propiedad (…) Los poderes de la
naturaleza son, para el sistema, un regalo directo al capital en sí mismo, para
el que no es necesario el intercambio. Esto significa, en verdad, que la
naturaleza o la riqueza real, es robada7.
Una de las grandes
contribuciones de Foster es su rescate de la “teoría de la brecha metabólica”. En la
segunda mitad del siglo XIX, la preocupación por la pérdida de la fertilidad de
los suelos fue constante en Europa y América del Norte. Marx se vio
influenciado, particularmente, por las críticas del químico alemán Justus von
Liebig a la agricultura capitalista británica. Liebig observó que los
nutrientes esenciales del suelo, como nitrógeno y fósforo, eran extraídos del
suelo con las cosechas, enviados bajo la forma de alimento a las grandes
ciudades y finalmente se perdían, ya que los residuos de las ciudades no eran
utilizados para fertilizar el suelo. La economía británica debía reponer estos
nutrientes importando huesos de los campos de las batallas napoleónicas, guano
de Perú o salitre de los yacimientos de Tarapacá y Antofagasta (cuya posesión
provocó la Guerra del Pacífico en 1879). Liebig expandió, de esta forma, el
concepto de metabolismo referido a los intercambios de materia y energía en el
cuerpo, a los ciclos biogeoquímicos de los sistemas naturales. Un aspecto
notable del análisis de Marx, según Foster, es su énfasis en el intercambio
ecológico desigual, o imperialismo ecológico, por ejemplo en la referencia de
Marx a que Inglaterra ha “exportado indirectamente el suelo de Irlanda”8,
socavando la fertilidad a largo plazo de la agricultura irlandesa.
Sobre el “metabolismo universal
de la naturaleza”, el “metabolismo social” y la brecha metabólica, Marx
escribió en El Capital:
… la preponderancia
incesantemente creciente de la población urbana (…) por una parte acumula la
fuerza motriz histórica de la sociedad, y por otra perturba el metabolismo
entre el hombre y la tierra, esto es, el retorno al suelo de aquellos elementos
constitutivos del mismo que han sido consumidos por el hombre bajo la forma de
alimentos y vestimenta, retorno que es condición natural eterna de la
fertilidad permanente del suelo (…) todo progreso de la agricultura capitalista
no es sólo un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino a la vez en el
arte de esquilmar el suelo9.
Foster señala cómo la reflexión
sobre la brecha metabólica brinda a Marx las bases para definir el socialismo
en términos ecológicos, al requerir que:
… el hombre socializado, los
productores asociados, gobiernen el metabolismo humano con la naturaleza de una
manera racional (…) llevando esta tarea a cabo con el menor gasto de energía y
en las condiciones más dignas y adecuadas para su naturaleza humana.
Cabe señalar que la tendencia
inherente a la acumulación en una escala siempre mayor es un elemento central
de la dinámica destructiva del capitalismo. Esto conduce a la creciente
contradicción entre los imperativos de crecimiento ecológico y resiliencia y
sostenibilidad ecológica. El sistema capitalista no posee un sistema de
retroalimentación que prevenga la degradación ambiental, ya que los mismos
impactos ecológicos negativos se designan como “externalidades” dando a
entender que su consideración no está dentro del sistema10. Esto
choca abiertamente con la necesidad de establecer una relación racional con la
naturaleza. Marx introduce, en El Capital, un concepto de sostenibilidad:
Ni siquiera toda una sociedad,
una nación o, es más, todas las sociedades contemporáneas reunidas, son
propietarias de la tierra. Sólo son sus poseedoras, sus usufructuarias, y deben
legarla mejorada, como boni patres familias [buenos padres de familia], a
las generaciones venideras11.
Foster y las contradicciones en
una revolución por etapas
Foster plantea dos crisis
estructurales a largo plazo como consecuencia de la lógica de acumulación del
capital es su fase actual (monopolista-financiero). Por un lado la crisis
ecológica propiamente dicha, prácticamente invisible para el valor contable. Y
por otro, pero ligado, que toda salida al estancamiento económico es el
crecimiento por cualquier medio: lo que por lo general implica la propagación
del desastroso capitalismo neoliberal, extendiendo la miseria en todo el globo.
Es por esto que, para Foster, la lucha ecológica y social debe ser
revolucionaria y tomar sus fuerzas de las capas de la sociedad más
precarizadas, que desarrollarán su lucha en dos etapas:
Una fase ecodemocrática en el
presente inmediato, tratando de construir una amplia alianza –una alianza en la
cual la inmensa mayoría de la humanidad, fuera de los intereses dominantes, se
verá obligada por sus condiciones inhumanas [de vida] a exigir un mundo de
desarrollo humano sostenible. Con el tiempo esto debe crear las condiciones
para una segunda fase ecosocialista, más decisiva de la lucha revolucionaria,
dirigida a la creación de una sociedad de la igualdad sustantiva, la sostenibilidad
ecológica y la democracia colectiva12.
En esta revolución por etapas,
a pesar de que Foster aclara que quedan afuera los intereses
dominantes, la definición no tiene límites claros, y al igual que
para Löwy (otro referente del ecosocialismo) no distingue cuál es el sujeto
social al que interpela. En este sentido, se orientan más hacia los movimientos
sociales y a los “verdes” que a la clase trabajadora y a las organizaciones del
movimiento obrero13. Esto último no es un problema menor. En algunas
entrevistas, Foster remarca que la única forma de luchar contra el imperialismo
es con la unidad de los trabajadores a nivel mundial (particularmente define un
emergente “proletariado ambiental” en la periferia del mundo capitalista,
oprimido por las condiciones ambientales)14. Sin embargo, hay una
evidente contradicción en Foster que luego del camino recorrido, en el que
recupera valiosas lecciones del propio Marx en un aporte para la izquierda
anticapitalista, adhiere como posible alternativa a un modelo extractivista
como el de Chávez15.
Esta contradicción impide
identificar claramente una alternativa para los países de fuerte dependencia
extractivista donde los problemas ecológicos están vinculados con los problemas
más generales del capitalismo actual. El ecólogo uruguayo Eduardo Gudynas da
cuenta de esto, y afirma que los gobiernos de Sudamérica, como el de Chávez,
colocaron el extractivismo en el centro de sus estrategias de desarrollo y que
ya sea la senda conservadora o la progresista, profundizaron su dependencia del
agronegocio, la minería y la producción de hidrocarburos16. Solo por
poner un ejemplo, el proyecto de la ruta del TIPNIS (área protegida de un
elevado valor ecológico y cultural) en Bolivia respondía, sobre todo, a las
presiones generadas para aumentar las reservar y explotación de los posibles
yacimientos de hidrocarburos, para dar respuesta a un mercado de exportación.
Solo la fuerte resistencia indígena, que cobró resonancia internacional, tiró
por la borda el plan que el gobierno de Evo Morales anunciaba en nombre del
“desarrollo” y “superar el atraso”. Plan que dio cuenta de la condición
histórica extractivista a la que sigue sujeta la economía boliviana y continúa
dejando grandes conflictos sin resolver.
Estos gobiernos no dieron
claros intentos de llevar adelante el propio programa reivindicado por el
ecosocialismo, como los explicitados en el Acuerdo de los Pueblos sobre el
Cambio Climático de Cochabamba, Bolivia, de 2010. En su lugar, legitimaron el
extractivismo y profundizaron una estructura dependiente del capital financiero
y extranjero, en base al mercado de las commodities, en un proceso que el mismo
Foster, basándose en Marx, podría reconocer como un intercambio ecológico
desigual. Esto funcionó mientras los precios del crudo, minerales y productos
agrícolas se mantuvieron en alto, y durante este periodo de grandes ganancias
con crecimiento récord nunca se llevó adelante ningún plan para, por ejemplo,
cambiar la matriz energética de estos países o diversificar su economía. La
actual crisis capitalista, abierta en el 2008 y que cerró el ciclo virtuoso
para América Latina desde el 2013, tiene su propia dinámica en cada país de la
región, pero promete extender la miseria y la destrucción de la riqueza natural
con métodos cada vez más agresivos. Esto interpela a la izquierda
anticapitalista y a aquella que retoma las lecciones del marxismo, la que tiene
como tarea poner en pie un alternativa que asegure la resiliencia y
sostenibilidad ecológica.
- Rockström, J., et. al., “A safe operating space for humanity”, Nature461(7263).
- Harvey,
D., Diecisiete contradicciones y el fin del
capitalismo, Quito, Editorial IAEN, 2014.
- Klein, N., This Changes Everything: Capitalism vs. the Climate,
Toronto, Penguin Random House, 2014.
- Foster, J.B.,
“The Great Capitalist Climacteric. Marxism”, “System Change not Climate
Change”, y “Marxism and Ecology. Common Fonts of a Great Transition”, Monthly Review 67(6).
- Lukács,
G., Historia y consciencia de clase,
México, Grijalbo, 1965.
- Foster,
J.B., La Ecología de Marx. El Viejo
Topo, Barcelona, 2004.
- Foster, J.B.,
“The Great…”, ob. cit.
- Marx,
K., El Capital. Crítica de la economía
política. Tomo 1, Vol. 3, Buenos Aires, Siglo XXI Editores,
2003.
- Marx
K. El Capital. Crítica de la economía
política,Tomo 1, Vol. 2, Buenos Aires, Siglo XXI Editores,
2003.
- Foster, J.B.,
“Marxism and…”, ob. cit.
- Marx
K, . El Capital. Crítica de la economía
política,Tomo 1, Vol. 8, Buenos Aires, Siglo XXI Editores,
2002.
- Foster, J.B.,
“The Great…”, ob. cit.
- Sobre
las posiciones de Michael Löwy, ver nota de Juan Luis Hernández, “Marxismo
y ecología”, IdZ 12, agosto 2014.
- En
Sudáfrica, por ejemplo, la lucha de clases es ahora un tanto ambiental
como económico –lucha que ya muestra síntomas de la emergencia de una
clase trabajadora ambiental. También en zonas de Asia, donde se combina un
rápido desarrollo con algunas de las más agudas contradicciones de clase
(ver Weston, D., The Political Economy of Global Warming,
Nueva York, Routledge, 2014, pp. 113– 52). El resultado lógico es la unión
de las revueltas contra el sistema, a lo que David Harvey se refiere en
forma útil como lucha “co-revolucionaria” (ver Harvey, D., The Enigma of Capital, Londres, Profile, 2010, pp.
228–35). Esto se ejemplifica de la mejor forma por el movimiento global de
justicia ambiental/climática y por el movimiento radical de acción directa
que Naomi Klein llama “Blockadia” (Klein, ob. cit., pp. 293–336).
- “John Bellamy
Foster: The only force that can combat imperialism today is a worldwide
struggle of workers”, ahtribune.com, 17/04/2016.
- “Consecuencias
del extractivismo en América Latina”, La Izquierda Diario,
13/05/2016. Post on: 22 agosto, 2016 SANTIAGO BENÍTEZ-VIEYRA y MATÍAS RAGESSINúmero 32, agosto 2016.
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