Sigo con atención los análisis económicos que se
realizan en Brasil y en todo el mundo. Con raras y buenas excepciones, la gran
mayoría de los analistas son rehenes del pensamiento único neoliberal
mundializado. Es raro que hagan una autocrítica que rompa la lógica del sistema
productivista, consumista, individualista y anti-ecológico. Y aquí veo un gran
riesgo ya sea para la biocapacidad del planeta Tierra o para la supervivencia
de nuestra especie.
El título del libro de Jesse Souza La insensatez de la inteligencia brasileña (2015)
inspiró el título de mi reflexión: “El desatino de los análisis económicos
actuales”.
Mi sentido del mundo me dice que podemos conocer
cataclismos ecológicos y sociales de dimensiones dantescas si no tomamos
absolutamente en serio dos factores fundamentales: el factor ecológico, de
carácter más objetivo, y la recuperación de la razón sensible, de sesgo más
subjetivo. En cuanto al factor ecológico: la mayoría de la macroeconomía
todavía alimenta la falsa ilusión de un crecimiento ilimitado, en el supuesto
ilusorio de que la Tierra dispone igualmente de recursos ilimitados y tiene una
capacidad de recuperación ilimitada para soportar la explotación sistemática a
que es sometida. La maldición del pensamiento único muestra un soberano
desprecio por los efectos negativos en términos de calentamiento global, la
devastación de los ecosistemas, la escasez de agua potable y otros considerados
como externalidades, es decir, datos que no entran en la contabilidad de las
empresas. Este pasivo se deja para que lo resuelva el estado. Lo que debe ser
garantizado en cualquier forma son las ganancias de los accionistas y la
acumulación de riqueza a niveles tan inimaginables que dejarían loco a Karl
Marx.
La gravedad radica en el hecho de que los órganos
que se ocupan del estado de la Tierra, desde las organizaciones mundiales como
la ONU, a los nacionales que denuncian la creciente erosión de casi todos los
elementos esenciales para la continuidad de la vida (alrededor de 13), no se
tienen en cuenta. La razón es que son antisistémicos, perjudican el crecimiento
del PIB y los grandes beneficios de las empresas.
Los escenarios proyectados por centros de
investigación serios son cada vez más perturbadores. El calentamiento, por
ejemplo, no para de aumentar como se afirmó ahora en la COP 22 de Marrakesch.
La temperatura global en 2016 ha sido 1,35º C por encima de lo normal para el
mes de febrero, la más alta de los últimos 40 años. Los propios científicos
como David Carlson, de la Organización Meteorológica Mundial, un organismo de
la ONU, declaró: “Esto es increíble... la Tierra es ciertamente un planeta
alterado”.
Tanto la Carta de la Tierra como la encíclica de
Francisco Laudato Si: cómo cuidar de la Casa Común advierten
de los riesgos que corre la vida sobre el planeta. La Carta de la Tierra (grupo animado por M.
Gorbachov, en el que he participado) es contundente: «o formamos una alianza
global para cuidar la Tierra y unos de otros o corremos el riesgo de
destruirnos y destruir diversidad de la vida».
En los debates sobre economía, en casi todas las
instancias, los riesgos y los factores ecológicos ni siquiera se nombran. La
ecología no existe, incluso en las declaraciones del PT, en las que no aparece
siquiera la palabra ecología. Y así, inconscientemente, hacemos un camino de no
retorno, a causa de la ignorancia, irresponsabilidad y ceguera producidas por
el deseo de acumulación de bienes materiales.
Donald Trump ha dicho que el calentamiento global
es un engaño y que cancelará el acuerdo de París, ya firmado por Obama. Paul
Krugman, Nobel de Economía, ha advertido de que tal decisión significaría un
daño grave para EE.UU. y para todo el planeta.
Conclusión: o incorporamos los datos ecológicos en
todo lo que hacemos, o nuestro futuro no estará garantizado. La estupidez de la
economía sólo nos ciega y nos perjudica.
Pero este dato científico, resultado de la razón
instrumental analítica, no es suficiente, ya que analiza y calcula friamente y
entiende al ser humano fuera y por encima de la naturaleza. A la que puede
explotar a su voluntad.
Tenemos que completarla con el rescate de la razón
sensible, la más antigua en nosotros. En ella se encuentra la sensibilidad, el
mundo de los valores, la dimensión ética y espiritual. Ahí residen las motivaciones
para el cuidado de la Tierra y para comprometernos en un nuevo tipo de relación
amistosa con la naturaleza, sintiéndonos parte de ella y sus cuidadores,
reconociendo el valor intrínseco de cada ser e inventando otra manera de
satisfacer nuestras necesidades y el consumo con una sobriedad compartida y
solidaria.
Tenemos que articular los dos factores, el
ecológico (objetivo) y el sensible (subjetivo): de otro modo difícilmente
escaparemos, tarde o temprano, de la amenaza de un colapso del sistema-vida.
28/11/2016
2016-11-25
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