viernes, 11 de marzo de 2016

Escepticismo climático, otra "verdad incómoda" - Luigi Jorio --- Las mentiras del cambio climático - Jorge Alcalde




Los expertos del IPCC publicarán dentro de poco un nuevo informe cuyo contenido ratifica que el cambio climático tiene origen humano. Pero esa tesis no es unánime. Según los denominados “escépticos del clima”, el aumento de la temperatura se debe a fenómenos naturales. ¿Cuáles son sus argumentos? ¿Cuál es la reacción de la comunidad científica?


“Creer que el hombre puede influir en el clima es increíblemente arrogante”, afirma Werner Munter, especialista suizo en avalanchas de renombre mundial. El bernés de 73 años no es climatólogo, pero eso no le ha impedido interesarse a fondo en el tema.

En los últimos tres años ha leído una veintena de libros y analizado un centenar de estudios científicos. “En ninguna parte he visto cómo puede el CO2 calentar el clima sin violar las leyes fundamentales de la naturaleza”.

Werner Munter es una de las pocas voces críticas de Suiza que manifiesta su escepticismo públicamente. Y lo hace sin tapujos cuando califica de “ridícula” la tesis oficial manejada por gran parte de los climatólogos, entre ellos por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU (IPCC). “Hay una lista larga de artículos científicos opuestos al parecer del IPCC”, indica a swissinfo.ch.

El ex colaborador del Instituto de Estudios de la Nieve y las Avalanchas de Davos no niega el calentamiento del clima, lo que refuta son las causas del aumento de la temperatura. El hombre, sostiene, no es una de ellas.

El IPCC suena la alarma

El grupo de expertos de la ONU sobre el clima (IPCC) publica el 2 de noviembre de 2014 su último informe. Se trata de una síntesis del Quinto Informe de Evaluación.

El documento contiene las conclusiones principales de los tres grupos de trabajo del IPCC que se encarga de analizar, respectivamente: las bases científicas del cambio climático; el impacto sobre el sistema natural y humano y la alternativa de adaptación; así como la mitigación del cambio climático.

Las indiscreciones de algunos diarios, entre ellos el New York Times, dan a entender que el borrador del informe usa un tono mucho más alarmante que los publicados anteriormente. Se dice, por ejemplo, que la temperatura global estaría alcanzando un nivel que haría inevitable el deshielo del casquete gélido de Groenlandia. La consecuencia: aumento de unos 7 centímetros del nivel del mar.

El informe del IPCC constituye la base para las discusiones políticas sobre el calentamiento terrestre y las emisiones de gas de efecto de invernadero.

Relación nula entre el CO2 y la temperatura

Para sostener su hipótesis, Werner Munter recuerda lo ocurrido en el pasado. “En el curso del Holoceno (época geológica iniciada hace unos 10.000 años, ndlr) hubo cinco periodos con tanto o más calor que hoy”. La reconstrucción paleo-climática, añade, muestra que hace cientos de millones de años no había correlación entre el CO2 atmosférico y la temperatura en la Tierra.

El segundo argumento señala que el CO2 no es una sustancia nociva, sino “un gas vital sin el cual la vida en la Tierra no sería posible”, puntualiza Werner Munter. La concentración del anhídrido carbónico en la atmósfera es insignificante (0,04%) y solamente el 5% de la cantidad actual se debe al hombre, explicó durante una presentación en el marco del 125 aniversario de la Universidad de Friburgo. “¿Cambiaría eso el clima?”, pregunta.

Desde su punto de vista, el efecto invernadero atribuido al CO2 es, en realidad,  infundado. Desde hace más de un siglo “sabemos que este fenómeno no puede existir porque se opone la ley de la física”, sostiene Werner Munter citando el estudio del físico estadounidense Robert W. Wood.

De acuerdo con la teoría oficial, la molécula de CO2 en la atmósfera absorbe y devuelve las radiaciones infrarrojas. Una parte es reenviada a la Tierra y aumenta la temperatura. “Sin embargo, esto contradice el principio de la termodinámica, según la cual el calor va siempre de un cuerpo caliente a uno más frío”, afirma.

Si se considera que a 10 km de altitud la temperatura es de aproximadamente -50°C y que en la superficie terrestre es de unos 15°C, “es imposible que la radiación pueda calentar ulteriormente el planeta”, escribe Werner Munter en un documento enviado a swissinfo.ch.

Entonces, ¿cuál es el origen del cambio climático? “Son múltiples los factores a considerar. La única fuente energética que calienta la Tierra es el sol, no el CO2. Las radiaciones y el campo magnético del sol son los que determinan si el planeta se calienta o enfría”, recalca Werner Munter.

¿Cuántos son los escépticos?

Werner Munter no es el único contestatario de la versión oficial. “Entre los científicos escépticos o las personas que ponen en tela de juicio la existencia del calentamiento, su origen humano o sus consecuencias problemáticas, se encuentra   el 20 o 30% de la población en Estados Unidos”, afirma Mike Schäfer, profesor en el Instituto de Periodismo e Investigación de los Medios de Comunicación IPMZ en la Universidad de Zúrich.



Werner Munter está convencido de que el calentamiento global es de origen natural.(srf)

Coautor de un sondeo hecho en Alemania, Mike Schäfer, subraya que el porcentaje en los países europeos es notoriamente inferior: entre 13 y14%. “No hay datos sobre Suiza, pero pienso que la situación es similar. Salvo alguna excepción, en los medios de comunicación de masas no veo que sostengan la posición de los escépticos”, dice a swissinfo.ch.

En opinión de Marko Kovic, presidente de la Asociación helvética por un pensamiento crítico Skeptiker, los únicos que manifiestan dudas son “personas particulares que han pasado tiempo consultando sitios y blogs estadounidenses”.

En general, en Europa hay amplio consenso científico y la mayor parte de la población parece estar de acuerdo en que hay un problema vinculado con la actividad humana, recalca Martin Beniston, climatólogo de la Universidad de Ginebra.
 “Los escépticos son, en cambio, más numerosos en Estados Unidos, Australia y  los países anglosajones. La inmensa mayoría tiene nexos con el lobby económico de la industria del petróleo, el carbón o el automóvil cuyo interés es negar un vínculo entre las emisiones y el cambio climático”, precisa.

Werner Munter se refiere, por el contrario, a la integridad de numerosos investigadores que se sienten decepcionados de lo que llama “una creciente corrupción de la ciencia climática por parte de la política y del dinero”. Después de aquella presentación del ex vicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore, con el filme documental del 2006 (‘An Inconvenient Truth’) -donde se dice que el CO2 es la causa del aumento de la temperatura-, ¿es el cambio climático acaso otra “verdad incómoda”?

El sol no basta

Consultado por swissinfo.ch, el experto helvético Thomas Stocker, copresidente del Grupo de trabajo del IPCC, rechaza totalmente la teoría la teoría de los escépticos. Se trata de cuestiones del tiempo que los investigadores del clima han abordado y respondido de manera detallada, subraya Thomas Stocker, remitiéndose al informe del IPCC publicado en el 2013.

¿Por qué no se calienta la Tierra?

Entre los aspectos más controvertidos sobre el cambio climático está el hecho de que la temperatura media de la Tierra se ha mantenido casi constante desde 1998.

A juicio de Reto Knutti, del Instituto de Investigación de la Atmósfera y el Clima de la Escuela Politécnica Federal de Zúrich, esta pausa se debe esencialmente a dos razones:
Ante todo, la variación natural del clima (como el Niño y la Niña)  que es imposible predecir con exactitud, escribe en un estudio publicado este año. Luego, la radiación solar en el curso de los años fue menos intensa de lo previsto.

Los argumentos de los escépticos son numerosos, pero también contradictorios, indica el Foro Suizo sobre el Clima y la Transformación Global (ProClim). “Algunos sostienen que la temperatura de la Tierra no aumenta apenas y hay quienes dicen que el sol es el origen del calentamiento”, observa Urs Neu, director de ProClim.

Los escépticos, prosigue, se concentran siempre en los elementos particulares del sistema climático como son, por ejemplo, el sol o los rayos cósmicos, pero no consideran el cuadro completo. La única teoría que engloba todo el proceso y presenta un cuadro coherente del clima es aquella compartida por la inmensa mayoría de los científicos del clima, insiste Urs Neu.

De un análisis hecho sobre las síntesis de unos 12.000 estudios científicos  publicados entre 1991 y 2011 se desprende que el 97% de los autores son favorables a la hipótesis que atribuye el calentamiento al origen antropológico.

Tanto el sol como otros fenómenos naturales, entre ellos las erupciones volcánicas, han influido seguramente en el clima, señala Martin Beniston. “Gracias al modelo matemático lo sabíamos, pero si solamente tomáramos en cuenta estos factores, el clima tendría que ser más frío de lo que observamos”.

La climatología no es una ciencia exacta, reconoce Martin Beniston. “La relación entre el CO2 y la temperatura puede ser bidireccional, como ya habíamos notado a finales del periodo glacial. En la situación actual, sin embargo, el anhídrido carbónico emitido por la actividad humana ha acelerado el proceso de calentamiento”.

El escepticismo hace bien a la ciencia

No es fácil remar a contra corriente, constata Werner Munter, quien se define como “un pensador pragmático que cree en la capacidad de regeneración autónoma de la naturaleza”. Lo molesto es, dice, “reprimir la opinión de quien piensa de manera distinta”.

El escepticismo se basa en afirmaciones fundadas, tiene un rol importante para la ciencia, rebate Martin Beniston. “Los escépticos nos permiten, a los investigadores, afinar argumentos y conducir  la investigación suplementaria para responder a la crítica. Sin esta “fuerza de oposición”, el progreso de la investigación en el sector del clima hubiera sido tal vez menos rápida”.

Por Luigi Jorio
31 DE OCTUBRE DE 2014 - 11:00

Entre la época preindustrial y el 2013, la concentración de CO2 en la atmósfera ha aumentado en 142%. (Keystone)

Traducido del italiano por Juan Espinoza, swissinfo.ch



Las mentiras del cambio climático

Por Jorge Alcalde

NOTA: Este texto es un fragmento editado del prólogo del libro de JORGE ALCALDE LAS MENTIRAS DEL CAMBIO CLIMÁTICO, que acaba de publicar la editorial Libros Libres.   ALCALDE, director de la revista QUO y del programa de LDTV VIVE LA CIENCIA.
Libertad Digital. Viernes, 19.10.2007

Este libro está lleno de mentiras y su autor es un fascista hijo de Bush. Lo primero es, ya se lo voy anticipando, parte de la probable respuesta que la lectura de estas páginas provocará en algunos grupos, sobre todo en los activistas del llamado ecoalarmismo. Lo segundo no es más que uno de los insultos reales que yo mismo he recibido cada vez que he hecho públicas informaciones contrarias a lo que Bjorn Lomborg llama la "letanía ecologista".

No es para quejarse. Lomborg, el ecologista escéptico, el ex dirigente de Greenpeace que hoy reniega de los postulados ecoalarmistas, fue condenado casi al ostracismo científico tras la publicación de su primer libro, en el que ponía en duda que el deterioro del medioambiente fuese un problema prioritario para la Humanidad. Tuvo que someterse a un juicio por supuesta deshonestidad científica (que, por supuesto, ganó), recibió el desaire de muchos de sus compañeros, fue amenazado, contempló cómo activistas ecologistas reventaban sus conferencias lanzándole tartas a la cara.   Otros escépticos han corrido similar suerte. Martin Durkin, autor del documental El gran timo del calentamiento global, recibe miles de cartas ominosas, incluyendo algunas que le desean la muerte más terrible entre dolores provocados por el cáncer de colon. Docenas de científicos que critican las conclusiones del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) padecen serias dificultades para encontrar financiación para sus proyectos y son denominados "negacionistas" por los medios y por sus compañeros.

Más de una firma autorizada ha tenido que presentar su dimisión como autor del IPCC, asqueada por la deriva política de la institución, a pesar de que ello supone cercenar de pleno sus aspiraciones científicas. Todos aquellos que se han atrevido, simplemente, a sospechar que en la ciencia del cambio climático existen todavía demasiadas incertidumbres ven cómo sus trabajos son inmediatamente puestos en duda y se les acusa de investigar bajo sueldo de las grandes compañías energéticas.   [...]   Es probable que las docenas de científicos que vierten sus opiniones en las páginas de este libro y los centenares que opinan como ellos estén equivocados. En cualquier caso, no merecerían el trato que se les da: sospechosos de ser radicales negacionistas, condenados a investigar por libre, aislados de los medios de comunicación, que sistemáticamente prefieren ofrecer informaciones en una sola dirección, más "ortodoxa"...  



Pero también es posible que no estén equivocados, o al menos que no lo estén del todo. Es posible que, simplemente, estén pagando el precio de ser escépticos en una disciplina (la ciencia sobre el calentamiento global) en la que el escepticismo está penado.   [...]   Pocos asuntos científicos se han vuelto tan viscerales como el del cambio climático. Pocos mueven tales cantidades de dinero, reciben la atención de personalidades de tamaño brillo, suscitan pasiones tan cercanas a la emoción, a la causa política, a la profesión de fe.

Muchos, la mayoría, de los científicos que son tachados de negacionistas ni siquiera niegan la existencia de un calentamiento global antropogénico. Pero se les condena por no poner sus cerebros al servicio de la acción política (en este caso la acción política es la defensa del Protocolo de Kyoto, un esfuerzo global sin precedentes), por preferir la cautela o por defender que existen otras vías más eficaces para mejorar el medio ambiente.   En este entorno, la hipérbole se ha convertido en moneda de cambio. El lenguaje científico, obligadamente parsimonioso, se ha vuelto combativo: se ha polarizado, "trincherizado". Y los que debieran ser datos asépticos, refutables, objetivos, hoy se tornan venablos arrojadizos.

La matemática en el mundo del clima ha dejado de ser una herramienta para convertirse en un argumento.   Pero es imprescindible separar la hipérbole de la realidad si no queremos correr el riesgo de estar cometiendo un error de proporciones históricas. Es necesario advertir que, cuando el IPCC dice que el mundo se calentará 5,8 grados en los próximos cien años, no es más que un probable escenario de las docenas de posibilidades que manejan los científicos.

Que, en realidad, el IPCC se niega a realizar predicciones climáticas y nos sirve sólo modelos informáticos de toda índole basados en la cuidadosa selección de los datos de partida y, según han denunciado algunos de sus miembros, profundamente sesgados.   Es imprescindible que se sepa que en los propios informes del IPCC (el texto único en el que se basan el Protocolo de Kyoto y todo el movimiento pancontinental en torno al clima) es imposible encontrar datos que demuestren que el calentamiento global va a producir descensos en la producción de alimentos, aumentos en la frecuencia de las tormentas o huracanes, mayores prevalencias de enfermedades tropicales como la malaria, desplazamientos humanos consistentemente más graves de los que hoy provocan las hambrunas, las sequías y las guerras. Nada de esto está en los informes del IPCC, y sin embargo aparece reseñado en los medios de comunicación y en las agendas de los políticos como un mantra grabado a fuego: el calentamiento global es hoy ya culpable de todo, desde la explosión de enfermedades hasta la caída de puentes.  

Convertido en la nueva bandera de acción global, el cambio climático pasa por ser el tema más "cool" de la política del siglo XXI. Situarse en las filas del ecologismo hoy no sólo nos confiere cierta pátina contestataria (contra las multinacionales, la globalización y los Estados Unidos), sino que parece profundamente solidario. Y nadie duda de las buenas intenciones de muchas organizaciones que promueven la causa ecologista bajo alguna de estas premisas. Pero el "encantamiento" generalizado ante el asunto parece impedir una visión más profunda.   Lo verdaderamente alternativo es tratar de mantener la cabeza fría y escéptica ante la ola pro cambio climático. 

Las verdades más incómodas son las que no coinciden con la visión ortodoxa del IPCC. Lo que ciertamente es global y multinacional, lo que está más de moda y es más políticamente correcto, es defender la teoría antropogénica del calentamiento de la Tierra. Sin embargo, lo menos progresista es defender el Protocolo de Kyoto. Nada hay más alejado de la plausible intención de solidarizarse con los países más pobres que el indolente ejercicio de mirarse el ombligo que supone el activismo ecologista. Alguien dijo que el ecologismo es un juguete con el que sólo pueden jugar los niños ricos. Quizás sea injusta la frase, pero en buena parte responde a una realidad que puede constatarse viajando: mientras Leonardo DiCaprio, Al Gore o George Clooney se suman a la causa verde, en los países más pobres del planeta Greenpeace no puede hacer nada: allí necesitan más a Médicos sin Fronteras.   Paradójicamente, invertir las ingentes cantidades de dinero que el cumplimiento del Protocolo de Kyoto exige sólo servirá para mejorar un poco las cosas en los países más ricos.

Cualquier análisis económico demuestra que será mucho más caro reducir las emisiones de CO2 que invertir en que los países del Tercer Mundo sean capaces de adaptarse a los efectos del cambio climático (si es que éste se produce). El efecto de Kyoto sobre el clima, incluso en el caso de que todos los países firmantes lo cumplan a rajatabla, será minúsculo: en el mejor de los casos, se pospondrá el aumento de las temperaturas unos seis años. Según todos los modelos macroeconómicos, la puesta en marcha del Protocolo de Kyoto costará entre 150.000 y 350.000 millones de dólares al año. Ésa es la cantidad de dinero que tendremos que pagar para "comprar" seis años de margen nada más, para conseguir que el aumento de temperaturas del peor de los escenarios del IPCC llegue en 2106 en lugar de en 2100.   Ese dinero, inevitablemente, tendrá que serle hurtado a otros proyectos de ayuda a los países menos favorecidos. Con mucho menor esfuerzo, podríamos intentar que estos países mejoraran sus infraestructuras, su sanidad, su régimen de libertades, sus recursos, y se pertrecharan de mejores herramientas para combatir los efectos del aumento de temperaturas, si se produce. Sin embargo, países como España, que a duras penas puede soñar con llegar a cumplir sus compromisos de ceder el 0,7% de su PIB a ayuda efectiva al Tercer Mundo, se embarcan en la firma de un costosísimo (y para muchos inútil) Protocolo de Kyoto (que, dicho sea de paso, tampoco va a cumplir).  

Algunos datos advierten que el dinero que tendría que invertir sólo Estados Unidos para converger con los recortes de CO2 impuestos en Kyoto sería suficiente para dotar de agua salubre a todos los ciudadanos del planeta. ¿Cómo es posible, sin embargo, que el calentamiento global haya calado de tal modo en las conciencias de los políticos y los ciudadanos del mundo rico hasta convertirlo en la "mayor amenaza para Humanidad", en palabras de Al Gore?   El propio informe del IPCC en 2001 tiene la clave: "Debemos fomentar la atención de los profesionales de los medios de comunicación sobre la necesidad de recortar las emisiones de CO2 y sobre el papel de la prensa en la divulgación de la idea de que modificar nuestros estilos de vida y aspiraciones puede ser una manera efectiva para provocar un cambio cultural a mayor escala".   El calentamiento de la Tierra, evidentemente, ha terminado por convertirse en catalizador de una idea más ambiciosa, en motor de cambio social a gran escala. Algo que ha sido entendido a la perfección por los grupos políticos de la izquierda. Es la nueva revolución silenciosa.  

¿Hay algo de malo en ello? Por supuesto que no. Pero desde los ojos de un científico debería quedar claro que hemos depositado la palabra de la ciencia, la portavocía de miles de investigadores (climatólogos, paleontólogos, geólogos, físicos, químicos, informáticos, estadísticos...) que trabajan buscando una pista sobre el devenir futuro del clima, en una sola organización con una vocación de influencia política sólo parcialmente declarada.   En realidad, es imposible ya saber si los defensores de Kyoto realmente quieren combatir el calentamiento (es decir, posponerlo sólo seis años al coste antes mencionado) o tienen en su agenda otros intereses políticos más ambiciosos.  

De ser así, estarían en su derecho, por supuesto. Pero quizás también estén los pensadores escépticos en el suyo de reseñar que el esfuerzo que supone un pequeño retraso en el aumento de temperaturas podría dedicarse más efectivamente a la solución de otros problemas realmente graves. O de insistir en que la acción política sin precedentes que se propone no cuenta con el cacareado consenso científico. O en reseñar las lagunas que los modelos informáticos ofrecen para predecir correctamente el clima. O en advertir que la incidencia de la variabilidad natural sobre el calentamiento está siendo poco estudiada por el IPCC. O en criticar a los medios de comunicación que sistemáticamente culpan de cualquier catástrofe meteorológica al cambio climático. O en mirar con escepticismo la "moda de lo verde"...   En este libro el lector no va a encontrar muchas respuestas. No es un libro de tesis científicas ni una propuesta de explicación de los fenómenos de la naturaleza. 

Es el resultado de centenares de contactos con el trabajo de docenas de expertos de todo el mundo que muestran en mayor o en menor grado su escepticismo ante los postulados del IPCC. Los hay que directamente niegan la existencia de un cambio climático. Los hay que aseguran que el cambio climático es real pero que es imposible demostrar que el culpable sea el hombre, a través de su emisión de gases de efecto invernadero. Los hay incluso que creen que efectivamente el clima está cambiando y el responsable es el ser humano, pero advierten que la acción política y científica se ha vuelto ciertamente histérica y se preocupan por el grado de sectarismo y gregarismo que envuelve al tema, que impide la correcta toma de decisiones.  

Sólo hay algo que les une: son escépticos y, por lo tanto, las están pasando canutas.   Estas páginas forman parte de todo un caudal de opinión "ecológicamente incorrecta" que, a pesar de estar sólidamente respaldada por la ciencia, no encuentra apenas espacio en los medios de comunicación. (...) Si no queremos que una dictadura ecológica asfixie nuestras libertades y cercene las posibilidades que tienen los países menos desarrollados de progresar, debemos prestar más atención a los científicos y analizar muy cuidadosamente lo que divulgan ecologistas y medios de comunicación sobre el cambio climático.   En una de sus últimas obras, Les mots, Jean-Paul Sartre hace repaso de sus primeros diez años de vida y recoge sus recuerdos sobre los miembros de su familia. De su abuela dice: "Ella no creía en nada. Sólo su escepticismo le impedía ser atea"... Pues eso.    
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Jorge Alcalde recuerda que cada vez son más los científicos críticos con el mensaje de Al Gore
DENUNCIA LA MANIPULACIÓN CIENTÍFICA DEL IPCC


Libertad Digital. Miércoles, 24.10.2007

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