Los expertos del IPCC
publicarán dentro de poco un nuevo informe cuyo contenido ratifica que el
cambio climático tiene origen humano. Pero esa tesis no es unánime. Según los
denominados “escépticos del clima”, el aumento de la temperatura se debe a
fenómenos naturales. ¿Cuáles son sus argumentos? ¿Cuál es la reacción de la
comunidad científica?
“Creer que el hombre puede influir en el clima es
increíblemente arrogante”, afirma Werner Munter, especialista suizo en
avalanchas de renombre mundial. El bernés de 73 años no es climatólogo, pero
eso no le ha impedido interesarse a fondo en el tema.
En los últimos tres años ha leído una veintena de
libros y analizado un centenar de estudios científicos. “En ninguna parte he
visto cómo puede el CO2 calentar el clima sin violar las leyes fundamentales de
la naturaleza”.
Werner Munter es una de las pocas voces críticas de
Suiza que manifiesta su escepticismo públicamente. Y lo hace sin tapujos cuando
califica de “ridícula” la tesis oficial manejada por gran parte de los
climatólogos, entre ellos por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el
Cambio Climático de la ONU (IPCC). “Hay una
lista larga de artículos
científicos opuestos al parecer del IPCC”, indica a swissinfo.ch.
El ex colaborador del Instituto de Estudios de la Nieve
y las Avalanchas de Davos no niega el calentamiento del clima, lo que refuta
son las causas del aumento de la temperatura. El hombre, sostiene, no es una de
ellas.
El IPCC suena la alarma
El grupo de expertos de la ONU sobre el clima (IPCC)
publica el 2 de noviembre de 2014 su último informe. Se trata de una síntesis del Quinto Informe de Evaluación.
El documento contiene las conclusiones principales de
los tres grupos de trabajo del IPCC que se encarga de analizar,
respectivamente: las bases científicas del cambio climático; el impacto sobre
el sistema natural y humano y la alternativa de adaptación; así como la
mitigación del cambio climático.
Las indiscreciones de algunos diarios, entre ellos el New
York Times, dan a entender que el borrador del informe usa un tono mucho
más alarmante que los publicados anteriormente. Se dice, por ejemplo, que la
temperatura global estaría alcanzando un nivel que haría inevitable el deshielo
del casquete gélido de Groenlandia. La consecuencia: aumento de unos 7
centímetros del nivel del mar.
El informe del IPCC constituye la base para las
discusiones políticas sobre el calentamiento terrestre y las emisiones de gas
de efecto de invernadero.
Relación nula entre el CO2 y la temperatura
Para sostener su hipótesis, Werner Munter recuerda lo
ocurrido en el pasado. “En el curso del Holoceno (época geológica iniciada hace
unos 10.000 años, ndlr) hubo cinco periodos con tanto o más calor que hoy”. La
reconstrucción paleo-climática, añade, muestra que hace cientos de millones de
años no había correlación entre el CO2 atmosférico y la temperatura en la
Tierra.
El segundo argumento señala que el CO2 no es una
sustancia nociva, sino “un gas vital sin el cual la vida en la Tierra no sería
posible”, puntualiza Werner Munter. La concentración del anhídrido carbónico en
la atmósfera es insignificante (0,04%) y solamente el 5% de la cantidad actual
se debe al hombre, explicó durante una presentación en el marco del 125
aniversario de la Universidad de Friburgo. “¿Cambiaría eso el clima?”,
pregunta.
Desde su punto de vista, el efecto invernadero
atribuido al CO2 es, en realidad, infundado. Desde hace más de un siglo
“sabemos que este fenómeno no puede existir porque se opone la ley de la
física”, sostiene Werner Munter citando el estudio del
físico estadounidense Robert W. Wood.
De acuerdo con la teoría oficial, la molécula de CO2 en
la atmósfera absorbe y devuelve las radiaciones infrarrojas. Una parte es
reenviada a la Tierra y aumenta la temperatura. “Sin embargo, esto contradice
el principio de la termodinámica, según la cual el calor va siempre de un
cuerpo caliente a uno más frío”, afirma.
Si se considera que a 10 km de altitud la temperatura
es de aproximadamente -50°C y que en la superficie terrestre es de unos 15°C,
“es imposible que la radiación pueda calentar ulteriormente el planeta”,
escribe Werner Munter en un documento enviado a swissinfo.ch.
Entonces, ¿cuál es el origen del cambio climático? “Son
múltiples los factores a considerar. La única fuente energética que calienta la
Tierra es el sol, no el CO2. Las radiaciones y el campo magnético del sol son
los que determinan si el planeta se calienta o enfría”, recalca Werner Munter.
¿Cuántos son los escépticos?
Werner Munter no es el único contestatario de la
versión oficial. “Entre los científicos escépticos o las personas que ponen en
tela de juicio la existencia del calentamiento, su origen humano o sus
consecuencias problemáticas, se encuentra el 20 o 30% de la
población en Estados Unidos”, afirma Mike Schäfer, profesor en el Instituto de
Periodismo e Investigación de los Medios de Comunicación IPMZ en la Universidad
de Zúrich.
Werner Munter está convencido de que el calentamiento
global es de origen natural.(srf)
Coautor de un sondeo hecho
en Alemania, Mike Schäfer, subraya que el porcentaje en los países europeos es
notoriamente inferior: entre 13 y14%. “No hay datos sobre Suiza, pero pienso
que la situación es similar. Salvo alguna excepción, en los medios de
comunicación de masas no veo que sostengan la posición de los escépticos”, dice
a swissinfo.ch.
En opinión de Marko Kovic, presidente de la Asociación
helvética por un pensamiento crítico Skeptiker,
los únicos que manifiestan dudas son “personas particulares que han pasado
tiempo consultando sitios y blogs estadounidenses”.
En general, en Europa hay amplio consenso científico y
la mayor parte de la población parece estar de acuerdo en que hay un problema
vinculado con la actividad humana, recalca Martin Beniston, climatólogo de la
Universidad de Ginebra.
“Los escépticos son, en cambio, más numerosos en
Estados Unidos, Australia y los países anglosajones. La inmensa mayoría
tiene nexos con el lobby económico de la industria del petróleo, el carbón o el
automóvil cuyo interés es negar un vínculo entre las emisiones y el cambio
climático”, precisa.
Werner Munter se refiere, por el contrario, a la
integridad de numerosos investigadores que se sienten decepcionados de lo que
llama “una creciente corrupción de la ciencia climática por parte de la
política y del dinero”. Después de aquella presentación del ex vicepresidente
de los Estados Unidos, Al Gore, con el filme documental del 2006 (‘An
Inconvenient Truth’) -donde se dice que el CO2 es la causa del aumento de la
temperatura-, ¿es el cambio climático acaso otra “verdad incómoda”?
El sol no basta
Consultado por swissinfo.ch, el experto helvético
Thomas Stocker, copresidente del Grupo de trabajo del IPCC, rechaza totalmente
la teoría la teoría de los escépticos. Se trata de cuestiones del tiempo que
los investigadores del clima han abordado y respondido de manera detallada,
subraya Thomas Stocker, remitiéndose al informe del IPCC publicado en
el 2013.
¿Por qué no se calienta la Tierra?
Entre los aspectos más controvertidos sobre el cambio
climático está el hecho de que la temperatura media de la Tierra se ha
mantenido casi constante desde 1998.
A juicio de Reto Knutti, del Instituto de Investigación
de la Atmósfera y el Clima de la Escuela Politécnica Federal de Zúrich, esta
pausa se debe esencialmente a dos razones:
Ante todo, la variación natural del clima (como el Niño
y la Niña) que es imposible predecir con exactitud, escribe en un estudio publicado
este año. Luego, la radiación solar en el curso de los años fue menos intensa
de lo previsto.
Los argumentos de los escépticos son numerosos, pero
también contradictorios, indica el Foro Suizo sobre el Clima y la
Transformación Global (ProClim). “Algunos sostienen que la temperatura de la
Tierra no aumenta apenas y hay quienes dicen que el sol es el origen del
calentamiento”, observa Urs Neu, director de ProClim.
Los escépticos, prosigue, se concentran siempre en los
elementos particulares del sistema climático como son, por ejemplo, el sol o
los rayos cósmicos, pero no consideran el cuadro completo. La única teoría que
engloba todo el proceso y presenta un cuadro coherente del clima es aquella
compartida por la inmensa mayoría de los científicos del clima, insiste Urs
Neu.
De un
análisis hecho sobre las síntesis de unos 12.000 estudios científicos
publicados entre 1991 y 2011 se desprende que el 97% de los autores son
favorables a la hipótesis que atribuye el calentamiento al origen
antropológico.
Tanto el sol como otros fenómenos naturales, entre
ellos las erupciones volcánicas, han influido seguramente en el clima, señala
Martin Beniston. “Gracias al modelo matemático lo sabíamos, pero si solamente
tomáramos en cuenta estos factores, el clima tendría que ser más frío de lo que
observamos”.
La climatología no es una ciencia exacta, reconoce
Martin Beniston. “La relación entre el CO2 y la temperatura puede ser
bidireccional, como ya habíamos notado a finales del periodo glacial. En la
situación actual, sin embargo, el anhídrido carbónico emitido por la actividad
humana ha acelerado el proceso de calentamiento”.
El escepticismo hace bien a la ciencia
No es fácil remar a contra corriente, constata Werner
Munter, quien se define como “un pensador pragmático que cree en la capacidad
de regeneración autónoma de la naturaleza”. Lo molesto es, dice, “reprimir la
opinión de quien piensa de manera distinta”.
El escepticismo se basa en afirmaciones fundadas, tiene
un rol importante para la ciencia, rebate Martin Beniston. “Los escépticos nos
permiten, a los investigadores, afinar argumentos y conducir la
investigación suplementaria para responder a la crítica. Sin esta “fuerza de
oposición”, el progreso de la investigación en el sector del clima hubiera sido
tal vez menos rápida”.
Por Luigi Jorio
31 DE OCTUBRE DE 2014 - 11:00
Entre la época preindustrial y el 2013, la concentración de CO2 en la atmósfera ha aumentado en 142%. (Keystone)
Traducido del italiano por Juan Espinoza, swissinfo.ch
Las mentiras del cambio climático
Por Jorge Alcalde
NOTA: Este texto es un fragmento
editado del prólogo del libro de JORGE ALCALDE LAS MENTIRAS DEL CAMBIO CLIMÁTICO, que acaba de publicar la editorial Libros
Libres. ALCALDE, director de la revista QUO y del programa de LDTV VIVE LA CIENCIA.Libertad Digital. Viernes, 19.10.2007
Este libro está lleno de mentiras y su autor es un fascista hijo de Bush. Lo primero es, ya se lo voy anticipando, parte de la probable respuesta que la lectura de estas páginas provocará en algunos grupos, sobre todo en los activistas del llamado ecoalarmismo. Lo segundo no es más que uno de los insultos reales que yo mismo he recibido cada vez que he hecho públicas informaciones contrarias a lo que Bjorn Lomborg llama la "letanía ecologista".
No es para quejarse. Lomborg, el ecologista escéptico, el ex dirigente de Greenpeace que hoy reniega de los postulados ecoalarmistas, fue condenado casi al ostracismo científico tras la publicación de su primer libro, en el que ponía en duda que el deterioro del medioambiente fuese un problema prioritario para la Humanidad. Tuvo que someterse a un juicio por supuesta deshonestidad científica (que, por supuesto, ganó), recibió el desaire de muchos de sus compañeros, fue amenazado, contempló cómo activistas ecologistas reventaban sus conferencias lanzándole tartas a la cara. Otros escépticos han corrido similar suerte. Martin Durkin, autor del documental El gran timo del calentamiento global, recibe miles de cartas ominosas, incluyendo algunas que le desean la muerte más terrible entre dolores provocados por el cáncer de colon. Docenas de científicos que critican las conclusiones del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) padecen serias dificultades para encontrar financiación para sus proyectos y son denominados "negacionistas" por los medios y por sus compañeros.
Más de una firma autorizada ha tenido que presentar su dimisión como autor del IPCC, asqueada por la deriva política de la institución, a pesar de que ello supone cercenar de pleno sus aspiraciones científicas. Todos aquellos que se han atrevido, simplemente, a sospechar que en la ciencia del cambio climático existen todavía demasiadas incertidumbres ven cómo sus trabajos son inmediatamente puestos en duda y se les acusa de investigar bajo sueldo de las grandes compañías energéticas. [...] Es probable que las docenas de científicos que vierten sus opiniones en las páginas de este libro y los centenares que opinan como ellos estén equivocados. En cualquier caso, no merecerían el trato que se les da: sospechosos de ser radicales negacionistas, condenados a investigar por libre, aislados de los medios de comunicación, que sistemáticamente prefieren ofrecer informaciones en una sola dirección, más "ortodoxa"...
Pero también es posible que no estén equivocados, o al menos que no lo estén del todo. Es posible que, simplemente, estén pagando el precio de ser escépticos en una disciplina (la ciencia sobre el calentamiento global) en la que el escepticismo está penado. [...] Pocos asuntos científicos se han vuelto tan viscerales como el del cambio climático. Pocos mueven tales cantidades de dinero, reciben la atención de personalidades de tamaño brillo, suscitan pasiones tan cercanas a la emoción, a la causa política, a la profesión de fe.
Muchos, la mayoría, de los científicos que son tachados de negacionistas ni siquiera niegan la existencia de un calentamiento global antropogénico. Pero se les condena por no poner sus cerebros al servicio de la acción política (en este caso la acción política es la defensa del Protocolo de Kyoto, un esfuerzo global sin precedentes), por preferir la cautela o por defender que existen otras vías más eficaces para mejorar el medio ambiente. En este entorno, la hipérbole se ha convertido en moneda de cambio. El lenguaje científico, obligadamente parsimonioso, se ha vuelto combativo: se ha polarizado, "trincherizado". Y los que debieran ser datos asépticos, refutables, objetivos, hoy se tornan venablos arrojadizos.
La matemática en el mundo del clima ha dejado de ser una herramienta para convertirse en un argumento. Pero es imprescindible separar la hipérbole de la realidad si no queremos correr el riesgo de estar cometiendo un error de proporciones históricas. Es necesario advertir que, cuando el IPCC dice que el mundo se calentará 5,8 grados en los próximos cien años, no es más que un probable escenario de las docenas de posibilidades que manejan los científicos.
Que, en realidad, el IPCC se niega a realizar predicciones climáticas y nos sirve sólo modelos informáticos de toda índole basados en la cuidadosa selección de los datos de partida y, según han denunciado algunos de sus miembros, profundamente sesgados. Es imprescindible que se sepa que en los propios informes del IPCC (el texto único en el que se basan el Protocolo de Kyoto y todo el movimiento pancontinental en torno al clima) es imposible encontrar datos que demuestren que el calentamiento global va a producir descensos en la producción de alimentos, aumentos en la frecuencia de las tormentas o huracanes, mayores prevalencias de enfermedades tropicales como la malaria, desplazamientos humanos consistentemente más graves de los que hoy provocan las hambrunas, las sequías y las guerras. Nada de esto está en los informes del IPCC, y sin embargo aparece reseñado en los medios de comunicación y en las agendas de los políticos como un mantra grabado a fuego: el calentamiento global es hoy ya culpable de todo, desde la explosión de enfermedades hasta la caída de puentes.
Convertido en la nueva bandera de acción global, el cambio climático pasa por ser el tema más "cool" de la política del siglo XXI. Situarse en las filas del ecologismo hoy no sólo nos confiere cierta pátina contestataria (contra las multinacionales, la globalización y los Estados Unidos), sino que parece profundamente solidario. Y nadie duda de las buenas intenciones de muchas organizaciones que promueven la causa ecologista bajo alguna de estas premisas. Pero el "encantamiento" generalizado ante el asunto parece impedir una visión más profunda. Lo verdaderamente alternativo es tratar de mantener la cabeza fría y escéptica ante la ola pro cambio climático.
Las verdades más incómodas son las que no coinciden con la visión ortodoxa del IPCC. Lo que ciertamente es global y multinacional, lo que está más de moda y es más políticamente correcto, es defender la teoría antropogénica del calentamiento de la Tierra. Sin embargo, lo menos progresista es defender el Protocolo de Kyoto. Nada hay más alejado de la plausible intención de solidarizarse con los países más pobres que el indolente ejercicio de mirarse el ombligo que supone el activismo ecologista. Alguien dijo que el ecologismo es un juguete con el que sólo pueden jugar los niños ricos. Quizás sea injusta la frase, pero en buena parte responde a una realidad que puede constatarse viajando: mientras Leonardo DiCaprio, Al Gore o George Clooney se suman a la causa verde, en los países más pobres del planeta Greenpeace no puede hacer nada: allí necesitan más a Médicos sin Fronteras. Paradójicamente, invertir las ingentes cantidades de dinero que el cumplimiento del Protocolo de Kyoto exige sólo servirá para mejorar un poco las cosas en los países más ricos.
Cualquier análisis económico demuestra que será mucho más caro reducir las emisiones de CO2 que invertir en que los países del Tercer Mundo sean capaces de adaptarse a los efectos del cambio climático (si es que éste se produce). El efecto de Kyoto sobre el clima, incluso en el caso de que todos los países firmantes lo cumplan a rajatabla, será minúsculo: en el mejor de los casos, se pospondrá el aumento de las temperaturas unos seis años. Según todos los modelos macroeconómicos, la puesta en marcha del Protocolo de Kyoto costará entre 150.000 y 350.000 millones de dólares al año. Ésa es la cantidad de dinero que tendremos que pagar para "comprar" seis años de margen nada más, para conseguir que el aumento de temperaturas del peor de los escenarios del IPCC llegue en 2106 en lugar de en 2100. Ese dinero, inevitablemente, tendrá que serle hurtado a otros proyectos de ayuda a los países menos favorecidos. Con mucho menor esfuerzo, podríamos intentar que estos países mejoraran sus infraestructuras, su sanidad, su régimen de libertades, sus recursos, y se pertrecharan de mejores herramientas para combatir los efectos del aumento de temperaturas, si se produce. Sin embargo, países como España, que a duras penas puede soñar con llegar a cumplir sus compromisos de ceder el 0,7% de su PIB a ayuda efectiva al Tercer Mundo, se embarcan en la firma de un costosísimo (y para muchos inútil) Protocolo de Kyoto (que, dicho sea de paso, tampoco va a cumplir).
Algunos datos advierten que el dinero que tendría que invertir sólo Estados Unidos para converger con los recortes de CO2 impuestos en Kyoto sería suficiente para dotar de agua salubre a todos los ciudadanos del planeta. ¿Cómo es posible, sin embargo, que el calentamiento global haya calado de tal modo en las conciencias de los políticos y los ciudadanos del mundo rico hasta convertirlo en la "mayor amenaza para Humanidad", en palabras de Al Gore? El propio informe del IPCC en 2001 tiene la clave: "Debemos fomentar la atención de los profesionales de los medios de comunicación sobre la necesidad de recortar las emisiones de CO2 y sobre el papel de la prensa en la divulgación de la idea de que modificar nuestros estilos de vida y aspiraciones puede ser una manera efectiva para provocar un cambio cultural a mayor escala". El calentamiento de la Tierra, evidentemente, ha terminado por convertirse en catalizador de una idea más ambiciosa, en motor de cambio social a gran escala. Algo que ha sido entendido a la perfección por los grupos políticos de la izquierda. Es la nueva revolución silenciosa.
¿Hay algo de malo en ello? Por supuesto que no. Pero desde los ojos de un científico debería quedar claro que hemos depositado la palabra de la ciencia, la portavocía de miles de investigadores (climatólogos, paleontólogos, geólogos, físicos, químicos, informáticos, estadísticos...) que trabajan buscando una pista sobre el devenir futuro del clima, en una sola organización con una vocación de influencia política sólo parcialmente declarada. En realidad, es imposible ya saber si los defensores de Kyoto realmente quieren combatir el calentamiento (es decir, posponerlo sólo seis años al coste antes mencionado) o tienen en su agenda otros intereses políticos más ambiciosos.
De ser así, estarían en su derecho, por supuesto. Pero quizás también estén los pensadores escépticos en el suyo de reseñar que el esfuerzo que supone un pequeño retraso en el aumento de temperaturas podría dedicarse más efectivamente a la solución de otros problemas realmente graves. O de insistir en que la acción política sin precedentes que se propone no cuenta con el cacareado consenso científico. O en reseñar las lagunas que los modelos informáticos ofrecen para predecir correctamente el clima. O en advertir que la incidencia de la variabilidad natural sobre el calentamiento está siendo poco estudiada por el IPCC. O en criticar a los medios de comunicación que sistemáticamente culpan de cualquier catástrofe meteorológica al cambio climático. O en mirar con escepticismo la "moda de lo verde"... En este libro el lector no va a encontrar muchas respuestas. No es un libro de tesis científicas ni una propuesta de explicación de los fenómenos de la naturaleza.
Es el resultado de centenares de contactos con el trabajo de docenas de expertos de todo el mundo que muestran en mayor o en menor grado su escepticismo ante los postulados del IPCC. Los hay que directamente niegan la existencia de un cambio climático. Los hay que aseguran que el cambio climático es real pero que es imposible demostrar que el culpable sea el hombre, a través de su emisión de gases de efecto invernadero. Los hay incluso que creen que efectivamente el clima está cambiando y el responsable es el ser humano, pero advierten que la acción política y científica se ha vuelto ciertamente histérica y se preocupan por el grado de sectarismo y gregarismo que envuelve al tema, que impide la correcta toma de decisiones.
Sólo hay algo que les une: son escépticos y, por lo tanto, las están pasando canutas. Estas páginas forman parte de todo un caudal de opinión "ecológicamente incorrecta" que, a pesar de estar sólidamente respaldada por la ciencia, no encuentra apenas espacio en los medios de comunicación. (...) Si no queremos que una dictadura ecológica asfixie nuestras libertades y cercene las posibilidades que tienen los países menos desarrollados de progresar, debemos prestar más atención a los científicos y analizar muy cuidadosamente lo que divulgan ecologistas y medios de comunicación sobre el cambio climático. En una de sus últimas obras, Les mots, Jean-Paul Sartre hace repaso de sus primeros diez años de vida y recoge sus recuerdos sobre los miembros de su familia. De su abuela dice: "Ella no creía en nada. Sólo su escepticismo le impedía ser atea"... Pues eso.
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Jorge Alcalde
recuerda que cada vez son más los científicos críticos con el mensaje de Al
Gore
DENUNCIA LA
MANIPULACIÓN CIENTÍFICA DEL IPCC
Libertad Digital. Miércoles, 24.10.2007
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