Reproducimos para la sección Ecología y
medioambiente un fragmento de la obra de Michael Löwy Ecosocialismo, la
alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista, sobre el pensamiento
político-ecológico de Walter Benjamin.
Walter Benjamin fue uno de los pocos
marxistas que, antes de 1945, propuso una crítica radical del concepto de
“explotación de la naturaleza” y de la relación “asesina” de la civilización
capitalista con esta.
En 1928, en su libro Dirección única
(Einbahnstraße), denuncia la idea de dominación de la naturaleza como un
discurso “imperialista” y propone una nueva definición de la técnica coma “control
de las relaciones entre la naturaleza y la humanidad”. En sus escritos de los
años 1930, se refiere a las prácticas de las culturas premodernas para criticar
la “avidez” destructiva de la sociedad burguesa en su relación con la
naturaleza. “Los más viejos usos de los pueblos parecen dirigirnos como una
advertencia: cuidarnos del gesto de avidez cuando se trata de aceptar lo que
recibimos tan abundantemente de la naturaleza”. Habría que “manifestar un
profundo respeto” por la “tierra nutricia”; si, un día, “la sociedad, bajo el
efecto del desamparo y la avidez, es desnaturalizada al punto de recibir solo a
través del robo los dones de la naturaleza [...], su suelo se empobrecerá y la
tierra dará malas cosechas”, escribe. Parecería que ese día ha llegado.
En uno de los textos que constituyen
Dirección única, leemos bajo el título Aviso de incendio una premonición
histórica de las amenazas del progreso, íntimamente asociadas al desarrollo
tecnológico impulsado por el capital: si el derrocamiento de la burguesía por
parte del proletariado “no es consumado antes de un momento casi calculable de
la evolución técnica y científica (indicado por la inflación y la guerra
química), todo está perdido. Hay que cortar la mecha que arde antes de que la
chispa alcance la dinamita”, escribe Benjamin. Se equivocó en lo que concierne
a la inflación, pero no en relación con la guerra; no obstante, no podía prever
que el arma química, es decir, los gases letales, ya no sería usada en los
campos de batalla, como en la Primera Guerra Mundial, sino en las cámaras para
el exterminio industrial de los judíos y de los gitanos.
Contrariamente al
marxismo evolucionista vulgar, Benjamin no concibe la revolución como el
resultado “natural” o “inevitable” del proceso económico y técnico (o de la
“contradicción entre fuerzas y relaciones de producción”), sino coma la
interrupción de una evolución histórica que conduce a la catástrofe. La
alegoría de la revolución como “freno de emergencia” ya es sugerida en este
pasaje.
Debido al hecho de que percibe la
catástrofe, Benjamin reivindica, en su artículo sobre el surrealismo que data
de 1929, un pesimismo -un pesimismo revolucionario que no tiene nada que ver
con la resignación fatalista, y aún menos con el Kulturpessimismus alemán,
conservador, reaccionario y prefascista, que sería el de un Carl Schmitt, de un
Oswald Spengler o de un Moeller van der Bruck-. El pesimismo está aquí al
servicio de la emancipación de las clases oprimidas. Su preocupación no es la
“decadencia” de las élites, o de la nación, sino la amenaza que hace pesar
sobre la humanidad el progreso técnico y económico promovido par el
capitalismo.
La filosofía pesimista de la Historia
de Benjamin se manifiesta de manera particularmente aguda en su visión del
futuro europeo.
“Pesimismo en general. Sí, sin duda, y
totalmente. Desconfianza en cuanto al destino de la literatura, desconfianza en
cuanto al destino de la libertad, desconfianza en cuanto al destino del hombre
europeo, pero, sobre todo, tres veces desconfianza frente a cualquier
acomodamiento: entre las clases, entre los pueblos, entre los individuos. Y
confianza ilimitada en I. G. Farben y en el perfeccionamiento pacífico de la
Luftwaffe”.
La mirada lúcida permite a Benjamin
percibir -intuitivamente, pero con una extraña agudeza- la aplicación metódica
que pondría el complejo militar-industrial alemán en destruir Europa,
perfectamente resumida en la expresión irónica “confianza ilimitada”. Por
supuesto, no podía prever los bombardeos de la Luftwaffe sobre Londres y las
otras ciudades europeas y sobre las poblaciones civiles; y aún menos podía
imaginar que el industrial I. G. Farben iba a destacarse, apenas una docena de
años más tarde, por la producción del Ziklon B, gas utilizado para
“racionalizar” el genocidio, ni que sus fábricas iban a emplear, por centenares
de miles, la mano de obra concentracionaria. No obstante, único entre todos los
pensadores y dirigentes marxistas de esos años treinta, Benjamin tuvo la
premonición de los monstruosos desastres que podía engendrar la civilización
industrial-burguesa en crisis.
Si bien rechaza las doctrinas del
progreso inevitable, propone, no obstante, una alternativa radical al desastre
inminente: la utopía revolucionaria. Las utopías, los sueños de un futuro
diferente nacen -escribe en Paris, capital del siglo XIX- en íntima asociación
con elementos llegados desde una historia arcaica (Urgeschichte), “es decir,
una sociedad sin clases” primitiva. Depositadas en el inconsciente colectivo,
estas experiencias del pasado, “en relación reciproca con lo nuevo, dan
nacimiento a la utopía”.
En su ensayo de 1935 sobre Johan Jacob
Bachofen, antropólogo suizo del siglo XIX, conocido por sus investigaciones
sobre el matriarcado, Benjamin desarrolla de manera más concreta ésta
referencia a la prehistoria. Si la obra de Bachofen fascinó tanto a los
marxistas, principalmente a Friedrich Engels y a los anarquistas, entre los que
está Elisee Reclus, se debe a su “evocación de una sociedad comunista en los
albores de la historia”, una sociedad sin clases, democrática e igualitaria,
con formas de comunismo primitivo que significaban una verdadera “conmoción del
concepto de autoridad”.
Las sociedades arcaicas también son
aquellas de una mayor armonía entre los seres humanos y la naturaleza. En su
libro inconcluso sobre los pasajes parisinos, Libro de los pasajes
(Passagenwerk), se opone nuevamente, de la manera más enérgica, a las prácticas
de “dominación” o de “explotación” de la naturaleza por parte de las sociedades
modernas. Rinde homenaje una vez más a Bachofen por haber mostrado que la
“concepción asesina (mörderisch) de la explotación de la naturaleza”,
concepción capitalista-moderna, predominante a partir del siglo XIX, no existía
en las sociedades matriarcales del pasado, en las que la naturaleza era
percibida como una madre generosa (schenkende Mutter).
No se trata, para Benjamin -como
tampoco, por lo demás, para Engels o Eliseé Reclus-, de volver al pasado
prehistórico, sino de proponer la perspectiva de una nueva armonía entre la
sociedad y el medioambiente natural. El pensador que, a sus ojos, encarna esta
promesa de una reconciliación futura con la naturaleza es el socialista utópico
Charles Fourier. Solo en una sociedad socialista, en la que la producción
dejará de estar basada en la explotación del trabajo humano,
“el trabajo perderá su carácter de
explotación de la naturaleza por el hombre. Seguirá entonces el modelo del
juego infantil, que en Fourier está en la base del “trabajo apasionado” de los
“armonianos”, [...] Un trabajo como este, efectuado en el espíritu del juego,
no apunta a la producción de valores, sino a la mejora de la naturaleza. [...]
Una tierra cultivada de acuerdo con esta imagen [...] sería un lugar en el que
la acción es la hermana del sueño”.
En las Tesis sobre la filosofía de la
historia, su testamento filosófico redactado en 1940, Benjamin vuelve una vez
más a Fourier. Desea“una forma de trabajo que, lejos de
explotar la naturaleza, esté en condiciones de hacer que produzca creaciones
virtuales que están adormecidas en su seno -ensoñaciones cuya expresión poética
son sus "fantásticas imaginaciones”, en realidad plenas de un
“sorprendente buen sentido”.
Esto no quiere decir que el autor de
las Tesis quiera reemplazar el marxismo por el socialismo utópico: considera a
Fourier como complemento de Marx. En la misma tesis XI pone en evidencia la
discordancia entre las observaciones de Marx sobre la naturaleza del trabajo y
el conformismo del programa socialdemócrata de Gotha. En el programa de Gotha
(que es una traducción del positivismo socialdemócrata), así como en los
escritos del ideólogo Joseph Dietzgen, observa Benjamin, “el trabajo apunta a
la explotación de la naturaleza, explotación que se opone con una ingenua
satisfacción a la del proletariado”. Se trata, de acuerdo con esta ideología,
de un “abordaje de la naturaleza que rompe siniestramente con las utopías
anteriores a 1848” -aquí, Benjamin hace una alusión evidente a Fourier-. Aún
peor, por su culto del progreso técnico y su desprecio de la naturaleza-
“ofrecida gratuitamente” -de acuerdo con Dietzgen-, este discurso positivista
“ya presenta los rasgos tecnocráticos que se volverán a encontrar más adelante
en el fascismo”.
En las Tesis de 1940, Benjamin
establece una correspondencia -en el sentido dado por Baudelaire a este término
en su poema “Les correspondances”- entre teología y política: entre el paraíso
perdido del que nos aleja la tormenta que se llama “progreso”, y la sociedad
sin clases en la aurora de la historia; entre el ser mesiánico del futuro y la
nueva sociedad sin clases del socialismo. ¿Cómo interrumpir la catástrofe
permanente, la acumulación de ruinas “hasta el cielo”, que se deriva del
“progreso” (tesis IX)? Una vez más, la respuesta de Benjamin es a la vez
religiosa y profana: es la tarea del Mesías, cuyo “correspondiente” profano, no
es otro que la Revolución. La interrupción mesiánico-revolucionaria del
Progreso es la respuesta de Benjamin a las amenazas que hacen pesar sobre la
humanidad la continuación de la tormenta maléfica y la inminencia de nuevas
catástrofes. Estamos en 1940, dos años antes de que sea formulada la Solución
final.
En las Tesis sobre la filosofía de la
historia, Benjamin se refiere a menudo a Marx, pero, sobre un punto importante,
toma una distancia crítica del autor de El capital: “Marx dijo que las
revoluciones son la locomotora de la historia mundial. Tal vez las cosas se
presenten de otra manera. Puede ocurrir que las revoluciones sean el acto por
el cual la humanidad que viaja en el tren tira del freno de emergencia”. Implícitamente,
la imagen sugiere que, si la humanidad permite que el tren siga su camino -ya
marcado por la estructura de acero de los rieles- y si nada retiene su
progresión, entonces nos precipitaremos directamente en el abismo.
No obstante, incluso Walter Benjamin,
el más pesimista de los marxistas, no podía prever hasta qué punto el proceso
de explotación y de dominación capitalista de la naturaleza estaba avanzado, ni
que su copia burocrática en la Unión Soviética conduciría a consecuencias
desastrosas para el conjunto de la humanidad.
* Este artículo ha sido tomado de un
fragmento de la obra Ecosocialismo, la alternativa radical a la catástrofe
ecológica capitalista de Michael Löwy, publicado al español por Ediciones
Herramienta y Editorial El Colectivo en 2011.
Sábado 24 de septiembre 2015
No hay comentarios.:
Publicar un comentario