martes, 3 de noviembre de 2015

Antonio Elizalde Hevia:“Hemos ido llenado la vida de cosas y hemos desatendido lo fundamental” - J. L. Fernández Casadevante



En la figura de Antonio Elizalde convergen de forma natural las reflexividades del activista, el investigador, el educador y el divulgador. Colaborador habitual de movimientos sociales y ecologistas chilenos, fue un licenciado en sociología por la Universidad Católica de Chile, que asumió tareas gubernamentales en los gobiernos previos a la dictadura de Pinochet, para posteriormente convertirse en investigador y consultor independiente de organismos internacionales como UNICEF, PNUD o CEPAL. Un infatigable ensayista y divulgador de cuestiones relacionadas con la globalización, los modelos de desarrollo y la sustentabilidad. Durante once años fue rector de la Universidad Bolivariana de Chile, y actualmente preside la Fundación Chile Sustentable y dirige las Revistas Polis y Sustentabilidades.

José Luis Fernández Casadevante: La teoría del Desarrollo a Escala Humana, que junto a Max Neef y Hopenhayn diseñasteis a finales de los ochenta, supuso un revulsivo a la hora de encarar la reflexión sobre las necesidades humanas y las diversas formas culturales de resolverlas. ¿Cómo resumirías dicha propuesta?

Antonio Erizalde Hevia: En el imaginario construido por el lenguaje economicista se instala una noción de ser humano como un ser de necesidades infinitas, permanentemente insatisfecho por la presión de la manipulación como reconocen los inventores de la publicidad. Generando una falacia en la que nos hemos instalado como civilización con una propensión suicida. Frente a esto, hace unos años atrás, nosotros nos dimos cuenta de que el elemento central de esta creencia de necesidades siempre crecientes, cambiantes y prácticamente infinitas era falso. El ser humano es por lógica un ser conformado por pocas necesidades, por lo que estas son pocas y constantes a lo largo de la historia humana, lo que cambia entonces son otras cosas. Y ahí introdujimos el concepto de satisfactor –acuñado previamente en la Fundación Bariloche–, el elemento cultural a través del cual se satisfacen dichas necesidades. 

Lo que cambia de una cultura a otra no son las necesidades sino los satisfactores. El otro elemento constitutivo del sistema con el que tratamos de representar la realidad, son los bienes. Los bienes son la dimensión material de una cultura. Entonces tenemos necesidades, pocas, finitas y clasificables. Tenemos satisfactores que cambian de cultura en cultura y finalmente los bienes, que conforman lo que los seres humanos hemos producido. Los bienes potencian la capacidad del satisfactor para dar cuenta de una necesidad. En nuestra sociedad, en la vida cotidiana nos relacionamos casi exclusivamente con bienes, pues es una civilización basada en el sobreconsumo que construye sistemáticamente la obsolescencia de dichos bienes porque los patrones de consumo o la moda dicen que ya no son viables. Los discursos críticos actuales afirman que no se puede seguir creciendo, que en esta sociedad de la desmesura hay que introducir la contención, la moderación, la simplicidad voluntaria... y esto encaja muy bien con nuestra teoría.

JLFC: Hace poco leía una frase de W. R. Lethaby, arquitecto amigo de William Morris y otros socialistas de finales del XIX, que dice: «Durante la época más temprana de mi vida me tranquilizaban diciéndome que el nuestro era el país más rico del mundo, hasta que descubrí que lo que yo entendía por riqueza era el aprendizaje y la belleza, la música y el arte, el café y las tortillas; quizás en los días de pobreza que se avecinan haya más de todo esto…». Afirmación muy en sintonía con esa propuesta vuestra de relativizar las nociones de riqueza y pobreza, cuestionando el etnocentrismo de la sociedad occidental.

AEH: Por supuesto, y me recuerda una anécdota ilustrativa en este sentido. A raíz de la Reforma Agraria asumí la Dirección Integrada de los servicios agrarios de una región de mi país, pasando de trabajar en una institución donde había 15 personas a otra con 2.000. ¿Cómo establecer una relación de cercanía con tanta gente? Se me ocurrió pedir las fechas de cumpleaños de todos los empleados a través de mi secretaria, la primera labor que hacía todas las mañanas era firmar una carta para quienes cumplían años ese día. Un día hubo un accidente y un trabajador resultó herido, al cabo de algunos días fui a visitarle a su casa para ver cómo estaba.
Allí me encontré la carta enmarcada: eso es un satisfactor. Puede que para una persona universitaria eso no signifique nada, pero para otras personas significa mucho: reconocimiento de tu trabajo, sentirte apreciado, estimado.

Este tipo de cuestiones tienen que ver con los satisfactores. Hemos ido llenado la vida de cosas y hemos desatendido lo fundamental, y eso tiene que ver con que los seres humanos vivimos demandando ser reconocidos, ser queridos. Algo que a nuestra sociedad se le ha ido olvidando y que debemos recuperar, formas simples de obtener mayores grados de felicidad con algo que no implica gastos materiales, simplemente preocuparte por el otro. Habría muchos ejemplos similares de satisfactores sinérgicos como este. En una presentación del libro Desarrollo a escala humana estaba el economista Osvaldo Sunkel y puso como ejemplo las cenas dominicales donde se junta la familia. Más allá de la ingesta que da cuenta de la necesidad de subsistencia, hay que pensarlo como un espacio donde se recrean los afectos, se accede a información, se participa y se genera determinado tipo de clima afectivo, de determinadas formas de relación entre nosotros, que permiten reproducir aquellos valores imprescindibles para la subsistencia humana civilizada y con un horizonte de felicidad colectiva.

JFC: Una de las críticas más constructivas y complementarias que se ha hecho a vuestra teoría sería la necesidad de incluir una tipología que diferenciara entre satisfactores ecológicos o antiecológicos. Por tu trayectoria personal e intelectual podemos sobreentender que serías un aliado para introducirlos…

AEH: Yo diría que los satisfactores pueden ser destructivos o sinérgicos, tienen una carga positiva o negativa. Cuando nosotros pensamos en un satisfactor sinérgico pensamos en aquel que logra estimular positivamente el conjunto del sistema, por lo que por naturaleza estamos planteando que es ecológico. Si entendemos que la ecología es la expresión de una demanda del ecosistema del que formamos parte, lo sinérgico implicaría una suerte de coherencia en la mirada de largo plazo que el cortoplacismo en el que estamos instalados no permite. 

La mirada humana está generalmente ausente en los procesos que nos superan en términos de espacio y tiempo, nos cuesta percibir la modificación de las corrientes oceánicas, los cambios provocados por la alteración en la ingesta alimentaria y la homogeneidad dietética, que se traduce en pérdida de biodiversidad o alteraciones inmunológicas. La sinergia implica una capacidad para potenciar cada uno de los elementos que están contenidos dentro de un sistema, incluida la naturaleza, de forma que cada uno reciba un agregado, un potenciamento. Recojo la crítica, en el sentido de que nuestra perspectiva trata de dar cuenta de ello, lo que pasa es que la categoría, la nomenclatura, no se ajusta a lo que esperarían las personas más involucradas en el ecologismo.

JFC: Desde hace tiempo tus reflexiones sobre la sustentabilidad te han abocado a defender la necesidad de un ecosocialismo o socialismo ecológico. Una noción que en las distintas geografías (europeas, latinoamericanas, anglosajonas…) ha ido enriqueciéndose, bajo la premisa de que son igualmente necesarias una redistribución de la riqueza, del trabajo productivo y reproductivo, así como una limitación en el consumo de materiales y energía. ¿Cómo imaginas este proyecto que invierte las prioridades del capitalismo?

AEH: El elemento medular tiene que ver con un cambio de chip ético-político, que consiste en cambiar nuestra forma de valorar las cosas. Este cambio nos permitiría percibir la existencia de límites en la base biofísica sobre la que operan los sistemas humanos. Reconocer los límites nos lleva inexorablemente a asumir la imposibilidad del consumo ilimitado, un discurso que tenemos interiorizado pero que no acabamos de trasladar a las prácticas. Desde la ecología del Sur, en el proyecto Países Sustentables hemos definido la línea de dignidad, una suerte de convergencia en el consumo.

Siempre hemos tenido clara la indignidad del subconsumo pero no hemos tenido igual de clara la indignidad del sobreconsumo, y ese paso es imprescindible para avanzar hacia un horizonte compartido, ecosocialista. No hay otra manera, no es posible universalizar las pautas de consumo occidentales, debemos de adoptar el principio de abajamiento, lo que implica la disposición ética y política, a reducir mi forma de consumo para aumentar las posibilidades de los que no tienen acceso. La línea de dignidad es una herramienta adecuada que nos serviría para ir tomando conciencia progresivamente. Las actividades de educación ambiental han tenido un gran impacto, ahora deberíamos de integrar la perspectiva de la distribución, pues la sustentabilidad se ancla en la relación que tenemos con el medio natural, pero también con el medio humano, social, cultural…

JFC: Esta crisis multidimensional está afectando a las bases del propio sistema político. ¿En que medida se están tensando o deviniendo en compatibles las relaciones entre democracia y capitalismo?

AEH: La característica fundamental del capitalismo, su ADN, es su impulso por el crecimiento ilimitado como forma de mantener la tasa de ganancia. Y va a hacer cualquier cosa por crecer, reformularse, construir nuevos imaginarios, desarrollar economías ficticias como la financiera para poder seguir creciendo. El capitalismo se encarga de forma permanente de construir escasez y de facilitar los procesos de concentración. Actualmente, vivimos una tendencia tan fuerte a la concentración del ingreso como nunca se ha visto en la historia y en ese contexto se recurre a la arbitrariedad, pues no hay elementos reguladores ya que mediante la desregulación se concentra no solo el capital sino también el poder. Y eso atenta contra la democracia. 

La democracia, diciéndolo de forma sencilla, sería la capacidad de que cada cual pueda decidir por sí mismo sobre su vida, pero la realidad es que en nuestra cultura tenemos desplegados una serie de satisfactores que son profundamente antidemocráticos. La propia profesionalización, la tecnoburocracia que en muchos casos hace operar mecanismos de toma de decisión donde esta ausente el criterio político, y se supone que este criterio debería expresar la voluntad popular soberana. El criterio “técnico” o “científico” desprecia voluntades colectivas que hemos ido construyendo en las democracias que nos orgullecemos de tener. Por lo que nos encontramos con sistemas democráticos con fuertes incapacidades en la práctica para escuchar las demandas populares, y así la democracia queda reducida a un procedimiento, a un ritual como celebrar el cumpleaños. 

La democracia debería celebrarse todos los días y no solamente en estos momentos electorales, lo que implica que el pueblo soberano pueda exigir respuestas, plantear demandas o pedir rendición de cuentas respecto a la coherencia de la oferta electoral. Yo visualizo un escenario en el que según la crisis ecológica se vaya haciendo más evidente avanzaremos crecientemente hacia una suerte de fascismo ecológico. El fascismo ecológico implica que en un momento dado, en razón de que no se adoptaron los cambios políticos y culturales que era necesario hacer, aquellos que tienen el poder, van a hacer uso de los elementos propios del fascismo para preservar esa concentración, reduciendo el umbral tolerable de crítica, restringiendo las libertades y criminalizando la protesta ciudadana. Mi impresión es que la escasez de recursos provocada por los procesos de privatización y concentración de capital va a facilitar la aplicación de este discurso, funcional para seguir controlando este sistema alentado por una codicia infinita, aún a pesar de conllevar riesgos enormes para el futuro de la democracia y aún más de la propia vida humana.

JFC: América Latina se ha convertido en una de las reservas de esperanza y uno de los principales laboratorios de innovación política a nivel mundial, tanto desde los movimientos sociales como desde algunas políticas públicas. ¿Cuál sería el balance que haces de los años de gobiernos progresistas? ¿Cuáles serían sus potencialidades, limitaciones, contradicciones… en relación a esta noción de transición al ecosocialismo?

AEH: En términos generales, percibo un avance y a la vez manifiesto mi absoluta disconformidad con lo existente, con los rumbos que han tomado estas democracias progresistas de nuestro continente. La razón es que, lamentablemente, ninguna ha logrado romper el paradigma industrialista, lo que hace que nos instalemos en sociedades con amplios procesos redistributivos donde ha habido una mejora sustantiva para sectores que estaban marginados de la sociedad y que han sido integrados mediante las políticas públicas pero, en su conjunto, este proceso sigue dominado por la creencia del cuento económico del crecimiento. Tristemente dada la coyuntura mundial y debido al motor del crecimiento chino y su demanda de materias primas nuestro continente queda abocado al extractivismo. Pan para hoy hambre para mañana.

Mi crítica es que los gobiernos solo asumen verbalmente el discurso crítico de la descolonización y del paradigma eurocéntrico, suscriben el sumak kawsay, el buen vivir, pero en lo formal porque en la política concreta que se realiza, en las actuaciones, son funcionales al modo dominante de acumulación que está instalado en el planeta y que opera sobre una sustracción absoluta de la energía humana o de los recursos naturales. No son pequeñas contradicciones, es que el imaginario no se ha modificado y es donde encontramos el principal problema. Y las propuestas alternativas carecen de suficiente apoyo popular, porque mientras no se abata esa concepción inducida por el capitalismo de empobrecer nuestras formas de trabajo, reducida al formato empleo/salario nos van a seguir gobernando bajo la amenaza de paro o la oferta del pleno empleo. Yo creo que la humanidad está en condiciones de transitar hacia otra forma distinta de distribución de la riqueza socialmente construida, nuestras capacidades materiales y tecnológicas lo posibilitarían pero no hemos sido capaces de construir las formas de avanzar en este imaginario alternativo. 

Ahí situó yo la perspectiva ecosocialista, pues a la larga debemos pensar en una Renta Básica ciudadana asociada a una línea de dignidad que nos dibuje los rangos en los que insertar la actividad humana para emplear la riqueza social. Una riqueza que va a ir siendo más inmaterial, asociada a la relacionalidad y el enriquecimiento de nuestros mundos interiores, transitando desde una civilización con una orientación exosomática a una endosomática. Tenemos el reto de que el colapso inducido por el sobredimensionamiento de nuestro sistema socioeconómico, al haber puesto toda nuestra confianza en lo exterior, no nos dañe de tal manera que no podamos realizar esta aventura. Esto obliga a repensar nuestra institucionalidad pública, pues nuestras instituciones en vez de potenciar los recursos imprescindibles para la supervivencia en tiempo de crisis los mutilan, nos falta imaginación. No hay más que pensar el sistema educativo, los sistemas de creencias, las organizaciones políticas… reprimen todo lo que sea disidencia, variación, herejía, creatividad o vocación de transformación.

JFC: Europa se encuentra metida en un laberinto (pérdida de peso internacional, de legitimidad social del proyecto neoliberal, repliegues nacionalistas ante las contradicciones en la arquitectura institucional, crisis económica asimétrica, fragilidad de proyectos alternativo). Vista desde la experiencia latinoamericana, ¿cómo se percibe esta crisis? ¿Qué paralelismos y diferencias encuentras respecto a lo que supusieron allí los Planes de Ajuste Estructural de los años ochenta y noventa?

AEH: Lo que estamos experimentando es un mundo unificado, la globalización implica que lo que haga un campesino talando en el Amazonas o un trabajador de una industria fabril de Taiwán nos afecta a todos, y no solo las decisiones de Obama u Hollande. El capitalismo opera expandiendo una suerte de burbuja de expectativas, requiere construir un imaginario en función de un universo virtual en el que las palabras y prácticas humanas generan realidad. Una economía financiera que crece basada en el humo. Pensemos en los mercados de futuros donde se compran los derechos sobre bienes pero antes de que se produzcan tratamos de revenderlos. Transacciones y transacciones que no generan riqueza pero todos hacemos como si sí lo hicieran. Este boom especulativo se ha traducido en cosas como la burbuja inmobiliaria, en la que para dinamizar la economía damos crédito a personas insolventes. Y estos insolventes compran viviendas y como eso genera riesgos, pues prestamos dinero a los bancos para que se lo presten a los insolventes aumentando las tasas de interés… esto funciona como una estafa piramidal.

Este modelo se armó y se puso a trabajar en Latinoamérica. Una vez que se decide inyectar en la economía el exceso de liquidez de los países de la OPEP, tras la subida de los precios del petróleo en el 1979. Ese dinero va a financiar a los países latinoamericanos para financiar el consumo. Durante un breve periodo se disfrutó de una paridad artificial de las monedas, una suerte de subsidios destinados a potenciar el consumo y no la industria básica o las infraestructuras como era tradición en la política latinoamericana. Después, esa masa monetaria se traslada a otros lugares y aparece la crisis que fue catastrófica. Además de la dictadura en Chile, a comienzos de los ochenta tuvimos tasas de paro del 30%, en investigaciones focalizadas en determinados barrios de Santiago aumentaba hasta el 90% de desocupados. En ese momento surge el crecimiento de las organizaciones económicas populares para encarar el temporal, como las ollas populares que eran principalmente de mujeres. 

Además como estábamos en un contexto dictatorial se pusieron en marcha programas de empleo absurdos destinados a que los desocupados se dedicaran a mover piedras de un lado a otro de la acera, pues era imprescindible transferir recursos para que la gente no muriera de hambre. Otro problema como el exceso de perros callejeros de Santiago se solucionó, pues era la única proteína animal a la que los sectores populares tenían acceso… una situación similar recorrió toda América Latina.

De esta crisis aprendimos mucho, pues identificamos los oficios de supervivencia, descubrimos las formas mediante las que la gente se las ingenia para poder sobrevivir y vas viendo cómo había un empobrecimiento en la forma de concebir el trabajo, fruto de la cultura, de los imaginarios introducidos por el capitalismo. Esto es lo que está pasando en Europa, con la diferencia de que nosotros no teníamos un Estado de Bienestar constituido, por lo que se jibarizó el aparato del Estado y dejó tiritando la institucionalidad pública destinada a resolver necesidades básicas de salud o educación. Los servicios sociales que estaban en proceso de instalación se redujeron, pero a la par se fortalecieron las organizaciones populares, se recuperó la memoria perdida, la solidaridad y las estrategias de supervivencia que se masificaron. En definitiva, esta búsqueda de ganancia se traslada posteriormente al primer mundo pues los latinoamericanos ya habíamos pagado con creces durante la década perdida de los noventa con los Planes de Ajuste Estructural que siempre afectaron a los más pobres y a las clases medias. El proceso que están comenzando a vivir en Europa es similar, una crisis muy dura que no ha hecho más que comenzar pero que abre posibilidades a la recuperación de las redes propias de solidaridad, de comunalidad, que están presentes en todas las sociedades.

Cuando Europa se democratiza tras la segunda guerra mundial es una propuesta política donde se perfila una política con un alto contenido de ideas, de propuestas, de visiones de mundo, de utopías… que te permite movilizarte. Y todo esto entra posteriormente en crisis, vemos cómo proliferan el populismo, los presidentes payaso como Berlusconi, o se resquebrajan los compartimentos económicos, culturales, políticos, en los que se había fragmentado la realidad para explicarla. La historia deja de aparecer de forma nítida como un progreso lineal, y eso cuesta aceptarlo pues venimos de una concepción, aristotélica, tomista, cartesiana y hegeliana; donde la idea se depura a sí misma, se perfecciona y acaba siendo más precisa a través de las instituciones. 

Hoy, sin embargo, percibimos la simbiosis, la mixtura, la hibridez de lo real, donde todo está relacionado con todo, y yo ahí percibo un potencial enorme en términos de proyecto civilizatorio. La salida que veo para Europa es recuperar la historia, el inconsciente colectivo, gran parte de las tradiciones destruidas por la propia Modernidad y el capitalismo. Uno de cuyos aspectos clave será repoblar el campo, recuperar la agricultura tradicional y ecológica, los circuitos cortos de comercialización.

JFC: Desde hace años vienes colaborando con grupos pacifistas en Colombia y otros lugares, buscando formas creativas de enfrentar la violencia estructural y la violencia política. ¿Qué aporta la noviolencia a la democratización de la democracia?

AEH: Yo descubrí que era pacifista gracias a mis amigos colombianos, como el personaje del Molière que hablaba en verso sin saberlo. En el fondo el movimiento pacifista se encuentra ligado al reconocimiento de los límites del planeta y de lo humano, es la forma de recuperar una relación con la naturaleza que perdimos. Algo que está presente en los clásicos del pacifismo como Thoreau, Gandhi, Luther King… donde encontramos esa valoración de la relación con el entorno del que formamos parte constitutiva. Una coincidencia y sintonía que se ha ido haciendo más explícita, avanzando hacia una teoría de la traducción como sugiere Sousa Santos. Ya hay literatura en esta línea de confluencia, yo mismo he recuperado a Barry Componer y su hacer la paz con la naturaleza, pues la mirada ecologista dispone de esa armonía que desde otros discursos políticos se ha denominado como paz. En las sociedades que hemos generado tan excluyentes, represivas y auto represivas, enfrentamos dos escenarios. Uno, donde la ausencia de un giro epistémico y moral oportuno implicará la muerte de millones de seres humanos, suponiendo un coste social, político y humano inconmensurable. El otro es que se proceda a esas transformaciones, cambios que van a ser acelerados por las enseñanzas y el valor de ejemplaridad de las luchas pacifistas. Algo que conflictos de décadas como el colombiano dejan claro es el papel de las armas y de la emergencia de la violencia. Yo no creo en las guerras justas, pues terminan desarrollando la lógica de perversión humana que a la larga termina autodestruyéndolos a todos. En la práctica el único camino es el de la noviolencia. Mi vinculación afectiva con Colombia y los procesos de Centroamérica guarda relación con haber conocido muchos mártires, santones… mucha gente bonita que lamentablemente ha dado su vida en defensa de causas justas.

JFC: Navegar en la incertidumbre es el título de uno de tus últimos libros donde relacionas la sustentabilidad con las teorías de la complejidad para terminar reivindicando la noción de utopía, como sueño colectivo cimentado sobre profundas y duraderas transformaciones individuales. ¿Cómo acompasan los movimientos sociales ambos procesos de transformación interna y externa? ¿Qué referencias y ejemplos tienes en mente cuando afirmas estas cuestiones?

AEH: Un proceso difícil, sin recetas, que va transcurriendo sin que tengamos conciencia de ello, en una suerte de transparencia del existir. Un proceso que se hace más fácil de entender al involucrarnos en lo local, pues es en el ámbito de lo cotidiano donde resulta posible sentipensar: que las distinciones irreconciliables que establece nuestra razón puedan armonizarse con las emociones. Vivimos una tendencia hacia la universalización y la homogenización, donde desaparece lo que caracteriza a cada cual; avanzamos en un proceso de abstracción en el que convertimos a los propios seres humanos en abstracciones, ya sea un número en un carnet de identidad, una unidad dentro de una muestra probabilística o una línea en un periódico. La única de forma de confrontar este espacio, el único espacio inexpropiable por el capitalismo, está en el ámbito del reconocimiento de la identidad propia, lo que nos hace singulares en el mundo, que es nuestra pertenencia a otros espacios. Aquello que a mí me caracteriza como ser humano es mi pertenencia a múltiples espacios que he compartido con otros seres humanos de los que he aprendido, lo que considero mío es algo construido en y para la otredad.

El espacio de contención está en lo más local y cercano, el territorio propio donde se desenvuelve la vida es donde reside una contradicción irreconciliable entre la tendencia homogeneizante y el mantener la especificidad de cada lugar, cada ente del universo. El mundo se ha empobrecido al desingularizarlo, por lo que tenemos que volcar nuestros esfuerzos en la reconstrucción desde lo local de estos espacios que anticipan las utopías. Yo cuando fui militante de un partido socialista, como fundador de la Izquierda Cristiana, mi discurso permanente era que nuestra responsabilidad era adelantar en el tiempo la construcción del socialismo.

La única forma que teníamos de demostrar a la gente que la forma de vivir socialista es mejor que otras, pasaba por anticipar en nuestro propio cotidiano esta forma de vida. Una demanda que iba a contrapelo de la historia hasta que descubrimos los límites, y volvemos a volcar la mirada hacia estos espacios, pues el gran drama que han tenido la mayoría de las propuestas manejadas hasta ahora es la absoluta incoherencia entre las teorías y las prácticas

JFC: Y para acabar, has sido rector de la Universidad Bolivariana de Chile y editor de revistas comprometidas con la reflexión crítica como Polis y Sustentabilidades. ¿Qué papel otorgas a la educación y a la divulgación cultural de las revistas a la hora de cambiar el mundo? ¿Ante la urgencia de cambios ecosociales en qué medida siguen siendo válidos los ritmos lentos de sedimentar cambios de valores y actitudes de la educación?

AEH: Los educadores, incluyendo a los comunicadores, tenemos gran responsabilidad en todo esto, disponemos de poco tiempo y debemos esmerarnos en nuestra creatividad e imaginación, recurriendo incluso a recursos legítimos pero no lícitos en cuestiones de copyrights e institucionalidades perversas en las que estamos instalados. Avanzar en estas perspectivas requiere de un imaginario distinto, pensar en que las instituciones en las que hemos sido moldeados y que reverenciamos fueron creadas en un momento histórico concreto en el que se creyó en la posibilidad de un mundo sin límites. Ahora vivimos otro tiempo histórico, estamos viviendo el dramatismo de la urgencia. Apelar a la creatividad supone pensar cómo vamos a saltar los obstáculos que las instituciones nos ponen, debemos reinventar la educación, la forma de comunicarnos y generar conciencia. En estos cuarenta años se ha avanzado mucho. 

En esa época yo sonaba como un profeta, en los márgenes, ahora me sitúo dentro de una de las corrientes principales. 

Lamentablemente las transformaciones no se producen a la velocidad que quisiéramos. Igual que se aceleran otras dimensiones de la existencia humana, también debemos acelerar nuestras formas de actuación sobre los imaginarios y sobre las políticas públicas, que en última instancia van a condicionar el mundo que tengamos.

Papeles Nº 124 2013/14, pp. 177-186 de relaciones ecosociales y cambio global


No hay comentarios.:

Publicar un comentario