En la figura de Antonio Elizalde convergen de forma
natural las reflexividades del activista, el investigador, el educador y el
divulgador. Colaborador habitual de movimientos sociales y ecologistas
chilenos, fue un licenciado en sociología por la Universidad Católica de Chile,
que asumió tareas gubernamentales en los gobiernos previos a la dictadura de
Pinochet, para posteriormente convertirse en investigador y consultor
independiente de organismos internacionales como UNICEF, PNUD o CEPAL. Un
infatigable ensayista y divulgador de cuestiones relacionadas con la globalización,
los modelos de desarrollo y la sustentabilidad. Durante once años fue rector de
la Universidad Bolivariana de Chile, y actualmente preside la Fundación Chile
Sustentable y dirige las Revistas Polis y Sustentabilidades.
José
Luis Fernández Casadevante: La teoría del Desarrollo a Escala
Humana, que junto a Max Neef y Hopenhayn diseñasteis a finales de los ochenta,
supuso un revulsivo a la hora de encarar la reflexión sobre las necesidades
humanas y las diversas formas culturales de resolverlas. ¿Cómo resumirías dicha
propuesta?
Antonio
Erizalde Hevia: En el imaginario construido por el
lenguaje economicista se instala una noción de ser humano como un ser de
necesidades infinitas, permanentemente insatisfecho por la presión de la
manipulación como reconocen los inventores de la publicidad. Generando una
falacia en la que nos hemos instalado como civilización con una propensión
suicida. Frente a esto, hace unos años atrás, nosotros nos dimos cuenta de que
el elemento central de esta creencia de necesidades siempre crecientes,
cambiantes y prácticamente infinitas era falso. El ser humano es por lógica un
ser conformado por pocas necesidades, por lo que estas son pocas y constantes a
lo largo de la historia humana, lo que cambia entonces son otras cosas. Y ahí introdujimos
el concepto de satisfactor –acuñado previamente en la Fundación Bariloche–, el
elemento cultural a través del cual se satisfacen dichas necesidades.
Lo que
cambia de una cultura a otra no son las necesidades sino los satisfactores. El
otro elemento constitutivo del sistema con el que tratamos de representar la
realidad, son los bienes. Los bienes son la dimensión material de una cultura.
Entonces tenemos necesidades, pocas, finitas y clasificables. Tenemos
satisfactores que cambian de cultura en cultura y finalmente los bienes, que
conforman lo que los seres humanos hemos producido. Los bienes potencian la
capacidad del satisfactor para dar cuenta de una necesidad. En nuestra
sociedad, en la vida cotidiana nos relacionamos casi exclusivamente con bienes,
pues es una civilización basada en el sobreconsumo que construye
sistemáticamente la obsolescencia de dichos bienes porque los patrones de
consumo o la moda dicen que ya no son viables. Los discursos críticos actuales
afirman que no se puede seguir creciendo, que en esta sociedad de la desmesura
hay que introducir la contención, la moderación, la simplicidad voluntaria... y
esto encaja muy bien con nuestra teoría.
JLFC:
Hace poco leía una frase de W. R. Lethaby, arquitecto amigo de William Morris y
otros socialistas de finales del XIX, que dice: «Durante la época más temprana
de mi vida me tranquilizaban diciéndome que el nuestro era el país más rico del
mundo, hasta que descubrí que lo que yo entendía por riqueza era el aprendizaje
y la belleza, la música y el arte, el café y las tortillas; quizás en los días
de pobreza que se avecinan haya más de todo esto…». Afirmación muy en sintonía
con esa propuesta vuestra de relativizar las nociones de riqueza y pobreza,
cuestionando el etnocentrismo de la sociedad occidental.
AEH:
Por supuesto, y me recuerda una anécdota ilustrativa en este sentido. A raíz de
la Reforma Agraria asumí la Dirección Integrada de los servicios agrarios de
una región de mi país, pasando de trabajar en una institución donde había 15
personas a otra con 2.000. ¿Cómo establecer una relación de cercanía con tanta
gente? Se me ocurrió pedir las fechas de cumpleaños de todos los empleados a
través de mi secretaria, la primera labor que hacía todas las mañanas era
firmar una carta para quienes cumplían años ese día. Un día hubo un accidente y
un trabajador resultó herido, al cabo de algunos días fui a visitarle a su casa
para ver cómo estaba.
Allí me encontré la carta enmarcada: eso es un
satisfactor. Puede que para una persona universitaria eso no signifique nada,
pero para otras personas significa mucho: reconocimiento de tu trabajo,
sentirte apreciado, estimado.
Este tipo de cuestiones tienen que ver con los
satisfactores. Hemos ido llenado la vida de cosas y hemos desatendido lo
fundamental, y eso tiene que ver con que los seres humanos vivimos demandando
ser reconocidos, ser queridos. Algo que a nuestra sociedad se le ha ido
olvidando y que debemos recuperar, formas simples de obtener mayores grados de
felicidad con algo que no implica gastos materiales, simplemente preocuparte
por el otro. Habría muchos ejemplos similares de satisfactores sinérgicos como
este. En una presentación del libro Desarrollo a escala humana estaba el
economista Osvaldo Sunkel y puso como ejemplo las cenas dominicales donde se
junta la familia. Más allá de la ingesta que da cuenta de la necesidad de
subsistencia, hay que pensarlo como un espacio donde se recrean los afectos, se
accede a información, se participa y se genera determinado tipo de clima
afectivo, de determinadas formas de relación entre nosotros, que permiten
reproducir aquellos valores imprescindibles para la subsistencia humana
civilizada y con un horizonte de felicidad colectiva.
JFC:
Una de las críticas más constructivas y complementarias que se ha hecho a
vuestra teoría sería la necesidad de incluir una tipología que diferenciara
entre satisfactores ecológicos o antiecológicos. Por tu trayectoria personal e
intelectual podemos sobreentender que serías un aliado para introducirlos…
AEH:
Yo diría que los satisfactores pueden ser destructivos o sinérgicos, tienen una
carga positiva o negativa. Cuando nosotros pensamos en un satisfactor sinérgico
pensamos en aquel que logra estimular positivamente el conjunto del sistema,
por lo que por naturaleza estamos planteando que es ecológico. Si entendemos
que la ecología es la expresión de una demanda del ecosistema del que formamos
parte, lo sinérgico implicaría una suerte de coherencia en la mirada de largo
plazo que el cortoplacismo en el que estamos instalados no permite.
La mirada
humana está generalmente ausente en los procesos que nos superan en términos de
espacio y tiempo, nos cuesta percibir la modificación de las corrientes
oceánicas, los cambios provocados por la alteración en la ingesta alimentaria y
la homogeneidad dietética, que se traduce en pérdida de biodiversidad o
alteraciones inmunológicas. La sinergia implica una capacidad para potenciar
cada uno de los elementos que están contenidos dentro de un sistema, incluida
la naturaleza, de forma que cada uno reciba un agregado, un potenciamento.
Recojo la crítica, en el sentido de que nuestra perspectiva trata de dar cuenta
de ello, lo que pasa es que la categoría, la nomenclatura, no se ajusta a lo
que esperarían las personas más involucradas en el ecologismo.
JFC:
Desde hace tiempo tus reflexiones sobre la sustentabilidad te han abocado a
defender la necesidad de un ecosocialismo o socialismo ecológico. Una noción
que en las distintas geografías (europeas, latinoamericanas, anglosajonas…) ha
ido enriqueciéndose, bajo la premisa de que son igualmente necesarias una
redistribución de la riqueza, del trabajo productivo y reproductivo, así como
una limitación en el consumo de materiales y energía. ¿Cómo imaginas este
proyecto que invierte las prioridades del capitalismo?
AEH:
El elemento medular tiene que ver con un cambio de chip ético-político, que
consiste en cambiar nuestra forma de valorar las cosas. Este cambio nos
permitiría percibir la existencia de límites en la base biofísica sobre la que
operan los sistemas humanos. Reconocer los límites nos lleva inexorablemente a
asumir la imposibilidad del consumo ilimitado, un discurso que tenemos
interiorizado pero que no acabamos de trasladar a las prácticas. Desde la
ecología del Sur, en el proyecto Países Sustentables hemos definido la línea de
dignidad, una suerte de convergencia en el consumo.
Siempre hemos tenido clara la indignidad del subconsumo
pero no hemos tenido igual de clara la indignidad del sobreconsumo, y ese paso
es imprescindible para avanzar hacia un horizonte compartido, ecosocialista. No
hay otra manera, no es posible universalizar las pautas de consumo
occidentales, debemos de adoptar el principio de abajamiento, lo que implica la
disposición ética y política, a reducir mi forma de consumo para aumentar las
posibilidades de los que no tienen acceso. La línea de dignidad es una
herramienta adecuada que nos serviría para ir tomando conciencia
progresivamente. Las actividades de educación ambiental han tenido un gran
impacto, ahora deberíamos de integrar la perspectiva de la distribución, pues
la sustentabilidad se ancla en la relación que tenemos con el medio natural,
pero también con el medio humano, social, cultural…
JFC:
Esta crisis multidimensional está afectando a las bases del propio sistema
político. ¿En que medida se están tensando o deviniendo en compatibles las
relaciones entre democracia y capitalismo?
AEH:
La característica fundamental del capitalismo, su ADN, es su impulso por el
crecimiento ilimitado como forma de mantener la tasa de ganancia. Y va a hacer
cualquier cosa por crecer, reformularse, construir nuevos imaginarios,
desarrollar economías ficticias como la financiera para poder seguir creciendo.
El capitalismo se encarga de forma permanente de construir escasez y de facilitar
los procesos de concentración. Actualmente, vivimos una tendencia tan fuerte a
la concentración del ingreso como nunca se ha visto en la historia y en ese
contexto se recurre a la arbitrariedad, pues no hay elementos reguladores ya
que mediante la desregulación se concentra no solo el capital sino también el
poder. Y eso atenta contra la democracia.
La democracia, diciéndolo de forma
sencilla, sería la capacidad de que cada cual pueda decidir por sí mismo sobre
su vida, pero la realidad es que en nuestra cultura tenemos desplegados una
serie de satisfactores que son profundamente antidemocráticos. La propia
profesionalización, la tecnoburocracia que en muchos casos hace operar
mecanismos de toma de decisión donde esta ausente el criterio político, y se
supone que este criterio debería expresar la voluntad popular soberana. El
criterio “técnico” o “científico” desprecia voluntades colectivas que hemos ido
construyendo en las democracias que nos orgullecemos de tener. Por lo que nos
encontramos con sistemas democráticos con fuertes incapacidades en la práctica
para escuchar las demandas populares, y así la democracia queda reducida a un
procedimiento, a un ritual como celebrar el cumpleaños.
La democracia debería
celebrarse todos los días y no solamente en estos momentos electorales, lo que implica
que el pueblo soberano pueda exigir respuestas, plantear demandas o pedir
rendición de cuentas respecto a la coherencia de la oferta electoral. Yo
visualizo un escenario en el que según la crisis ecológica se vaya haciendo más
evidente avanzaremos crecientemente hacia una suerte de fascismo ecológico. El
fascismo ecológico implica que en un momento dado, en razón de que no se
adoptaron los cambios políticos y culturales que era necesario hacer, aquellos
que tienen el poder, van a hacer uso de los elementos propios del fascismo para
preservar esa concentración, reduciendo el umbral tolerable de crítica,
restringiendo las libertades y criminalizando la protesta ciudadana. Mi
impresión es que la escasez de recursos provocada por los procesos de
privatización y concentración de capital va a facilitar la aplicación de este
discurso, funcional para seguir controlando este sistema alentado por una
codicia infinita, aún a pesar de conllevar riesgos enormes para el futuro de la
democracia y aún más de la propia vida humana.
JFC:
América Latina se ha convertido en una de las reservas de esperanza y uno de
los principales laboratorios de innovación política a nivel mundial, tanto
desde los movimientos sociales como desde algunas políticas públicas. ¿Cuál
sería el balance que haces de los años de gobiernos progresistas? ¿Cuáles
serían sus potencialidades, limitaciones, contradicciones… en relación a esta
noción de transición al ecosocialismo?
AEH:
En términos generales, percibo un avance y a la vez manifiesto mi absoluta
disconformidad con lo existente, con los rumbos que han tomado estas
democracias progresistas de nuestro continente. La razón es que,
lamentablemente, ninguna ha logrado romper el paradigma industrialista, lo que
hace que nos instalemos en sociedades con amplios procesos redistributivos
donde ha habido una mejora sustantiva para sectores que estaban marginados de
la sociedad y que han sido integrados mediante las políticas públicas pero, en
su conjunto, este proceso sigue dominado por la creencia del cuento económico
del crecimiento. Tristemente dada la coyuntura mundial y debido al motor del
crecimiento chino y su demanda de materias primas nuestro continente queda
abocado al extractivismo. Pan para hoy hambre para mañana.
Mi crítica es que los gobiernos solo asumen verbalmente
el discurso crítico de la descolonización y del paradigma eurocéntrico,
suscriben el sumak kawsay, el buen vivir, pero en lo formal porque en la
política concreta que se realiza, en las actuaciones, son funcionales al modo
dominante de acumulación que está instalado en el planeta y que opera sobre una
sustracción absoluta de la energía humana o de los recursos naturales. No son
pequeñas contradicciones, es que el imaginario no se ha modificado y es donde
encontramos el principal problema. Y las propuestas alternativas carecen de
suficiente apoyo popular, porque mientras no se abata esa concepción inducida
por el capitalismo de empobrecer nuestras formas de trabajo, reducida al
formato empleo/salario nos van a seguir gobernando bajo la amenaza de paro o la
oferta del pleno empleo. Yo creo que la humanidad está en condiciones de
transitar hacia otra forma distinta de distribución de la riqueza socialmente
construida, nuestras capacidades materiales y tecnológicas lo posibilitarían
pero no hemos sido capaces de construir las formas de avanzar en este
imaginario alternativo.
Ahí situó yo la perspectiva ecosocialista, pues a la
larga debemos pensar en una Renta Básica ciudadana asociada a una línea de
dignidad que nos dibuje los rangos en los que insertar la actividad humana para
emplear la riqueza social. Una riqueza que va a ir siendo más inmaterial,
asociada a la relacionalidad y el enriquecimiento de nuestros mundos
interiores, transitando desde una civilización con una orientación exosomática
a una endosomática. Tenemos el reto de que el colapso inducido por el
sobredimensionamiento de nuestro sistema socioeconómico, al haber puesto toda
nuestra confianza en lo exterior, no nos dañe de tal manera que no podamos
realizar esta aventura. Esto obliga a repensar nuestra institucionalidad
pública, pues nuestras instituciones en vez de potenciar los recursos
imprescindibles para la supervivencia en tiempo de crisis los mutilan, nos
falta imaginación. No hay más que pensar el sistema educativo, los sistemas de
creencias, las organizaciones políticas… reprimen todo lo que sea disidencia,
variación, herejía, creatividad o vocación de transformación.
JFC:
Europa se encuentra metida en un laberinto (pérdida de peso internacional, de
legitimidad social del proyecto neoliberal, repliegues nacionalistas ante las
contradicciones en la arquitectura institucional, crisis económica asimétrica,
fragilidad de proyectos alternativo). Vista desde la experiencia latinoamericana,
¿cómo se percibe esta crisis? ¿Qué paralelismos y diferencias encuentras
respecto a lo que supusieron allí los Planes de Ajuste Estructural de los años
ochenta y noventa?
AEH:
Lo que estamos experimentando es un mundo unificado, la globalización implica
que lo que haga un campesino talando en el Amazonas o un trabajador de una
industria fabril de Taiwán nos afecta a todos, y no solo las decisiones de
Obama u Hollande. El capitalismo opera expandiendo una suerte de burbuja de
expectativas, requiere construir un imaginario en función de un universo
virtual en el que las palabras y prácticas humanas generan realidad. Una
economía financiera que crece basada en el humo. Pensemos en los mercados de
futuros donde se compran los derechos sobre bienes pero antes de que se
produzcan tratamos de revenderlos. Transacciones y transacciones que no generan
riqueza pero todos hacemos como si sí lo hicieran. Este boom especulativo se ha
traducido en cosas como la burbuja inmobiliaria, en la que para dinamizar la
economía damos crédito a personas insolventes. Y estos insolventes compran
viviendas y como eso genera riesgos, pues prestamos dinero a los bancos para
que se lo presten a los insolventes aumentando las tasas de interés… esto
funciona como una estafa piramidal.
Este modelo se armó y se puso a trabajar en
Latinoamérica. Una vez que se decide inyectar en la economía el exceso de
liquidez de los países de la OPEP, tras la subida de los precios del petróleo
en el 1979. Ese dinero va a financiar a los países latinoamericanos para
financiar el consumo. Durante un breve periodo se disfrutó de una paridad
artificial de las monedas, una suerte de subsidios destinados a potenciar el
consumo y no la industria básica o las infraestructuras como era tradición en
la política latinoamericana. Después, esa masa monetaria se traslada a otros
lugares y aparece la crisis que fue catastrófica. Además de la dictadura en
Chile, a comienzos de los ochenta tuvimos tasas de paro del 30%, en
investigaciones focalizadas en determinados barrios de Santiago aumentaba hasta
el 90% de desocupados. En ese momento surge el crecimiento de las
organizaciones económicas populares para encarar el temporal, como las ollas
populares que eran principalmente de mujeres.
Además como estábamos en un contexto
dictatorial se pusieron en marcha programas de empleo absurdos destinados a que
los desocupados se dedicaran a mover piedras de un lado a otro de la acera,
pues era imprescindible transferir recursos para que la gente no muriera de
hambre. Otro problema como el exceso de perros callejeros de Santiago se
solucionó, pues era la única proteína animal a la que los sectores populares
tenían acceso… una situación similar recorrió toda América Latina.
De esta crisis aprendimos mucho, pues identificamos los
oficios de supervivencia, descubrimos las formas mediante las que la gente se
las ingenia para poder sobrevivir y vas viendo cómo había un empobrecimiento en
la forma de concebir el trabajo, fruto de la cultura, de los imaginarios
introducidos por el capitalismo. Esto es lo que está pasando en Europa, con la
diferencia de que nosotros no teníamos un Estado de Bienestar constituido, por
lo que se jibarizó el aparato del Estado y dejó tiritando la institucionalidad
pública destinada a resolver necesidades básicas de salud o educación. Los
servicios sociales que estaban en proceso de instalación se redujeron, pero a
la par se fortalecieron las organizaciones populares, se recuperó la memoria
perdida, la solidaridad y las estrategias de supervivencia que se masificaron.
En definitiva, esta búsqueda de ganancia se traslada posteriormente al primer
mundo pues los latinoamericanos ya habíamos pagado con creces durante la década
perdida de los noventa con los Planes de Ajuste Estructural que siempre
afectaron a los más pobres y a las clases medias. El proceso que están
comenzando a vivir en Europa es similar, una crisis muy dura que no ha hecho
más que comenzar pero que abre posibilidades a la recuperación de las redes
propias de solidaridad, de comunalidad, que están presentes en todas las
sociedades.
Cuando Europa se democratiza tras la segunda guerra
mundial es una propuesta política donde se perfila una política con un alto
contenido de ideas, de propuestas, de visiones de mundo, de utopías… que te
permite movilizarte. Y todo esto entra posteriormente en crisis, vemos cómo
proliferan el populismo, los presidentes payaso como Berlusconi, o se
resquebrajan los compartimentos económicos, culturales, políticos, en los que
se había fragmentado la realidad para explicarla. La historia deja de aparecer
de forma nítida como un progreso lineal, y eso cuesta aceptarlo pues venimos de
una concepción, aristotélica, tomista, cartesiana y hegeliana; donde la idea se
depura a sí misma, se perfecciona y acaba siendo más precisa a través de las
instituciones.
Hoy, sin embargo, percibimos la simbiosis, la mixtura, la
hibridez de lo real, donde todo está relacionado con todo, y yo ahí percibo un
potencial enorme en términos de proyecto civilizatorio. La salida que veo para
Europa es recuperar la historia, el inconsciente colectivo, gran parte de las
tradiciones destruidas por la propia Modernidad y el capitalismo. Uno de cuyos
aspectos clave será repoblar el campo, recuperar la agricultura tradicional y
ecológica, los circuitos cortos de comercialización.
JFC:
Desde hace años vienes colaborando con grupos pacifistas en Colombia y otros
lugares, buscando formas creativas de enfrentar la violencia estructural y la
violencia política. ¿Qué aporta la noviolencia a la democratización de la
democracia?
AEH:
Yo descubrí que era pacifista gracias a mis amigos colombianos, como el
personaje del Molière que hablaba en verso sin saberlo. En el fondo el
movimiento pacifista se encuentra ligado al reconocimiento de los límites del
planeta y de lo humano, es la forma de recuperar una relación con la naturaleza
que perdimos. Algo que está presente en los clásicos del pacifismo como
Thoreau, Gandhi, Luther King… donde encontramos esa valoración de la relación
con el entorno del que formamos parte constitutiva. Una coincidencia y sintonía
que se ha ido haciendo más explícita, avanzando hacia una teoría de la
traducción como sugiere Sousa Santos. Ya hay literatura en esta línea de
confluencia, yo mismo he recuperado a Barry Componer y su hacer la paz con la
naturaleza, pues la mirada ecologista dispone de esa armonía que desde otros
discursos políticos se ha denominado como paz. En las sociedades que hemos
generado tan excluyentes, represivas y auto represivas, enfrentamos dos
escenarios. Uno, donde la ausencia de un giro epistémico y moral oportuno
implicará la muerte de millones de seres humanos, suponiendo un coste social,
político y humano inconmensurable. El otro es que se proceda a esas
transformaciones, cambios que van a ser acelerados por las enseñanzas y el
valor de ejemplaridad de las luchas pacifistas. Algo que conflictos de décadas
como el colombiano dejan claro es el papel de las armas y de la emergencia de
la violencia. Yo no creo en las guerras justas, pues terminan desarrollando la
lógica de perversión humana que a la larga termina autodestruyéndolos a todos.
En la práctica el único camino es el de la noviolencia. Mi vinculación afectiva
con Colombia y los procesos de Centroamérica guarda relación con haber conocido
muchos mártires, santones… mucha gente bonita que lamentablemente ha dado su
vida en defensa de causas justas.
JFC:
Navegar en la incertidumbre es el título de uno de tus últimos libros donde
relacionas la sustentabilidad con las teorías de la complejidad para terminar
reivindicando la noción de utopía, como sueño colectivo cimentado sobre
profundas y duraderas transformaciones individuales. ¿Cómo acompasan los
movimientos sociales ambos procesos de transformación interna y externa? ¿Qué
referencias y ejemplos tienes en mente cuando afirmas estas cuestiones?
AEH:
Un proceso difícil, sin recetas, que va transcurriendo sin que tengamos
conciencia de ello, en una suerte de transparencia del existir. Un proceso que
se hace más fácil de entender al involucrarnos en lo local, pues es en el
ámbito de lo cotidiano donde resulta posible sentipensar: que las distinciones
irreconciliables que establece nuestra razón puedan armonizarse con las
emociones. Vivimos una tendencia hacia la universalización y la homogenización,
donde desaparece lo que caracteriza a cada cual; avanzamos en un proceso de
abstracción en el que convertimos a los propios seres humanos en abstracciones,
ya sea un número en un carnet de identidad, una unidad dentro de una muestra
probabilística o una línea en un periódico. La única de forma de confrontar
este espacio, el único espacio inexpropiable por el capitalismo, está en el
ámbito del reconocimiento de la identidad propia, lo que nos hace singulares en
el mundo, que es nuestra pertenencia a otros espacios. Aquello que a mí me caracteriza
como ser humano es mi pertenencia a múltiples espacios que he compartido con
otros seres humanos de los que he aprendido, lo que considero mío es algo
construido en y para la otredad.
El espacio de contención está en lo más local y
cercano, el territorio propio donde se desenvuelve la vida es donde reside una
contradicción irreconciliable entre la tendencia homogeneizante y el mantener
la especificidad de cada lugar, cada ente del universo. El mundo se ha
empobrecido al desingularizarlo, por lo que tenemos que volcar nuestros
esfuerzos en la reconstrucción desde lo local de estos espacios que anticipan
las utopías. Yo cuando fui militante de un partido socialista, como fundador de
la Izquierda Cristiana, mi discurso permanente era que nuestra responsabilidad
era adelantar en el tiempo la construcción del socialismo.
La única forma que teníamos de demostrar a la gente que
la forma de vivir socialista es mejor que otras, pasaba por anticipar en
nuestro propio cotidiano esta forma de vida. Una demanda que iba a contrapelo
de la historia hasta que descubrimos los límites, y volvemos a volcar la mirada
hacia estos espacios, pues el gran drama que han tenido la mayoría de las
propuestas manejadas hasta ahora es la absoluta incoherencia entre las teorías
y las prácticas
JFC: Y
para acabar, has sido rector de la Universidad Bolivariana de Chile y editor de
revistas comprometidas con la reflexión crítica como Polis y Sustentabilidades.
¿Qué papel otorgas a la educación y a la divulgación cultural de las revistas a
la hora de cambiar el mundo? ¿Ante la urgencia de cambios ecosociales en qué
medida siguen siendo válidos los ritmos lentos de sedimentar cambios de valores
y actitudes de la educación?
AEH:
Los educadores, incluyendo a los comunicadores, tenemos gran responsabilidad en
todo esto, disponemos de poco tiempo y debemos esmerarnos en nuestra
creatividad e imaginación, recurriendo incluso a recursos legítimos pero no
lícitos en cuestiones de copyrights e institucionalidades perversas en las que
estamos instalados. Avanzar en estas perspectivas requiere de un imaginario
distinto, pensar en que las instituciones en las que hemos sido moldeados y que
reverenciamos fueron creadas en un momento histórico concreto en el que se
creyó en la posibilidad de un mundo sin límites. Ahora vivimos otro tiempo
histórico, estamos viviendo el dramatismo de la urgencia. Apelar a la
creatividad supone pensar cómo vamos a saltar los obstáculos que las
instituciones nos ponen, debemos reinventar la educación, la forma de comunicarnos
y generar conciencia. En estos cuarenta años se ha avanzado mucho.
En esa época
yo sonaba como un profeta, en los márgenes, ahora me sitúo dentro de una de las
corrientes principales.
Lamentablemente las transformaciones no se producen a
la velocidad que quisiéramos. Igual que se aceleran otras dimensiones de la
existencia humana, también debemos acelerar nuestras formas de actuación sobre
los imaginarios y sobre las políticas públicas, que en última instancia van a
condicionar el mundo que tengamos.
Papeles
Nº 124 2013/14, pp. 177-186 de relaciones ecosociales y
cambio global
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