lunes, 2 de mayo de 2016

La gente aún no entiende el vínculo entre el consumo de carne y el cambio climático - Annick de Witt


Un nuevo tipo de mensajes podría hacer que sea más fácil apreciar los enormes beneficios de alejarse de una dieta rica en carne.
Durante la última década, los medios de comunicación han alimentado al público, lenta pero constantemente, con información sobre el asombroso impacto de nuestros hábitos carnívoros en el medio ambiente, y sobre el cambio climático en particular. Por ejemplo, un estudio reciente encontró que una transición global hacia dietas bajas en carne podría reducir los costos de mitigación del cambio climático hasta un 50 por ciento para el 2050. Desde informes y artículos en revistas científicas, pasando por vídeos virales de Facebook, hasta documentales como Cowspiracy y Meat the Truth, la noticia de la contribución exorbitante del carnívoro al problema del efecto invernadero claramente se está extendiendo.


Sin embargo, a pesar de todos estos mensajes, una nueva investigación de mis colegas y mía muestra que la mayoría de la gente todavía no es consciente de la magnitud de los impactos climáticos de la carne. Examinamos cómo ciudadanos de Estados Unidos y de los Países Bajos evalúan varios alimentos y distintas opciones relacionadas con la energía para hacer frente al cambio climático. Expusimos, a grupos representativos de más de 500 personas en ambos países, tres opciones relacionadas con la alimentación (comer menos carne, comer productos locales y de temporada, y comer productos orgánicos) y tres opciones relacionadas con la energía (conducir menos, ahorrar energía en casa, e instalar paneles solares). Les preguntamos si estaban dispuestos a hacer estos cambios en sus propias vidas, y si ya hacían estas cosas. Si bien la mayoría de los encuestados reconoció que la reducción del consumo de carne era una opción eficaz para hacer frente al cambio climático, la sobresaliente eficacia de esta opción, en comparación con las otras opciones, solo quedaba clara al 6% de la población de Estados Unidos, y solo al 12% de la población holandesa.

¡Esto es notablemente bajo! Teniendo en cuenta que el cambio climático es uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo, ¿no queremos que la gente conozca el poder de una solución simple que está en sus propias manos?
En cuanto a los esfuerzos de comunicación para el cambio de comportamiento, la eficacia excepcional de reducir el consumo de carne podría ser un punto de inflexión: saber que marca una diferencia tan grande puede motivar a la gente a cambiar. Esto es particularmente así, debido a que los resultados de la investigación también muestran una relación directa entre este conocimiento y la voluntad de las personas a consumir menos carne, así como su consumo de carne real. Así que saber parece ser poder, en este caso.

Sin embargo, para poner este último hallazgo en perspectiva, puede no tratarse de una relación causal. Las personas que ya comen menos carne pueden estar más abiertas a escuchar y retener información sobre los impactos climáticos de la carne, mientras que las personas que comen mucha carne pueden estar más inclinadas a la negación o a restarle importancia. Es decir, el comportamiento puede informar al conocimiento tanto como el conocimiento informa al comportamiento. Y como muchos estudios han demostrado, aunque el conocimiento es un aspecto importante del cambio de comportamiento, rara vez es suficiente por sí solo para que la gente cambie su estilo de vida. Cambiar un comportamiento tan íntimo y culturalmente arraigado como los hábitos dietéticos diarios de las personas, exige una cuidadosa consideración de las dinámicas psicológicas y culturales en juego.
En la actualidad, la mayoría de las comunicaciones alrededor de la carne y el cambio climático están en la categoría de "dedo acusador”, que crean culpa, vergüenza y estigmatización entre los carnívoros comprometidos, activando mecanismos psicológicos de negación y minimización. Por tanto, declarar que el consumo de carne es "malo" no parece funcionar muy bien.
Sin embargo, para personas que ya se identifican como ecologistas, esta estrategia puede ser muy eficaz. Ellos tienden a abrazar este mensaje, especialmente si el dedo está apuntando a alguien externo, de quién ya sospechan (por ejemplo, "el sistema capitalista", "la industria cárnica”). Esto lo vemos en el éxito de Cowspiracy, que convenció de inmediato a innumerables personas a “pasarse al veganismo”. Muchas de estas personas tienen una visión del mundo posmoderna, comparten valores ambientales, y desconfían de la influencia de las corporaciones en el sistema económico –por lo que el mensaje es fácil de digerir–.

Sin embargo, si estas comunicaciones son la esperanza de convencer al resto de la población, es urgente ir más allá de las tácticas de dedos acusadores. Esto cuenta especialmente para las personas con visiones del mundo más tradicionales y modernas, que en general no se identifican como ecologistas ni tienen fuertes valores ambientalistas. Quizás esta es la razón por la que las organizaciones ambientales se han mantenido notablemente silenciosas sobre el tema del consumo de carne, y por qué todavía el tema a menudo escasea en los debates sobre el cambio climático. Dado que aún no hemos descubierto la manera de comunicarlo de una manera no paternalista, que no juzgue, la mayoría de las instituciones evitan entrometerse en asuntos tan personales como lo que cada uno pone en su plato.
Parece que estamos en extrema necesidad de una narrativa sobre el cambio climático y el impacto de nuestras dietas que sea inspiradora y empodere. Lo bueno es que, la situación alrededor de la carne es de empoderamiento, ya que pone el poder de nuevo en nuestras propias manos (y bocas). No estamos a merced del sistema, sino que nosotros mismos tenemos una influencia sustancial. Del mismo modo, resulta que la forma más eficaz, con mucho, para que las personas pongan de su parte también tiende a conducir a una mejor salud, al control del peso, a creatividad en la cocina, y al bienestar animal. Mientras que los comportamientos ambientales a menudo implican sacrificios, la opción de reducir la carne ofrece varios beneficios personales.
Según un informe de 2015 de Chatham House "Clima cambiante, dietas cambiantes", la gente en países industrializados consume en promedio alrededor el doble de carne que los expertos consideran saludable. En los Estados Unidos el múltiplo es casi tres veces. ¡La adopción de una dieta saludable, por tanto, generaría más de una cuarta parte de las reducción de emisiones necesarias para el año 2050! La propuesta a hacer a la gente por tanto, no es renunciar a su delicioso filete y convertirse en vegetariano (algo que se puede considerar "extremo"), sino más bien hacer algo que les sirva a si mismos: comer un poco menos carne y volverse más saludable. Convertirse en “flexatarian” –semivegetariano– , como llama la gente a esta nueva tendencia. Para un mundo que también está luchando con la obesidad y muchos otros problemas de salud, la noticia no podía ser mejor; hacer frente a dos grandes problemas a la vez.

Además, esta opción de reducir la carne encaja a la perfección con una era en la que el “movimiento de concienciación” influye cada vez más en la cultura dominante. La gente presta más atención a los orígenes de su comida, valora su conexión con la naturaleza, y por lo general muestra una mayor preocupación por su salud y bienestar, incluyendo los hábitos alimentarios y conciencia del cuerpo. Esto lo vemos por ejemplo en los innumerables estudios de yoga que aparecen en las grandes ciudades, la “moda” de los alimentos orgánicos, los súper alimentos que hoy en día también se encuentran en los supermercados convencionales, y las forcejeantes empresas de comida rápida, como McDonald’s.

También resuena con la búsqueda ubicua de "equilibrio". Esto significa que la evolución cultural de la sociedad se está moviendo en la dirección correcta: tenemos el Zeitgeist, el espíritu de la época, que trabaja a nuestro favor.
Esto es de importancia crucial. Como muchos autores han argumentado, el mayor potencial para un cambio hacia estilos de vida sostenibles es a través de un cambio en la cultura y la visión del mundo –un cambio en las suposiciones sobre la naturaleza humana, nuestra relación con el mundo (natural) que nos rodea, y nuestras aspiraciones para la "buena vida”–.
La comida afecta los hábitos y las normas sociales; desempeña un papel en la mediación de poder y estatus; a menudo es clave para la participación social y la aceptación; y expresa valores colectivos y la identidad. Por tanto, se tiende a dar forma de manera más colectiva que individual al consumo y al estilo de vida. Por consiguiente, las estrategias más efectivas incumben a los grupos, y les dan la oportunidad de desarrollar su comprensión y narrativa acerca de la comida en diálogos entre sí.
Una de mis estudiantes de maestría, Lena Johanning, tradujo esta idea mediante el desarrollo de postales que en el frente representan humorísticamente superhéroes "flexitarios", con una invitación para una cena vegetariana en la parte posterior, junto con algún hecho sorprendente de la carne y el cambio climático. De ese modo, enmarcó cenas a base de vegetales no sólo como eficaces ambientalmente, sino también como algo divertido y social, una oportunidad para que la gente se reúna y explore.
El desarrollo de una variedad de enfoques, incluyendo el marco de cenas a base de plantas alrededor de la cocina creativa y la delicia de los vegetales, en torno a los beneficios de salud y de peso, o alrededor de lo que significa para los animales y nuestra conexión con la naturaleza, podría ser una manera eficaz de hablar con una amplia gama de personas. Aunque no se han realizado estudios para examinar científicamente esos criterios, teniendo en cuenta lo que está en juego, sin duda vale la pena el experimento. Entonces, los políticos y las organizaciones ecologistas pueden empezar a aprovechar y reforzar la cultura cambiante y el espíritu de la época. De esta manera, el cambio puede empezar a acelerarse, apoyándonos para colectivamente conseguir ser mejores en crear el mundo que queremos.
Por Annick de Witt | 29 de abril de 2016 Investigación y Ciencia

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