Hay momentos que la historia parece ir para atrás. Las malas noticias se
suceden y nos abruman, creándonos una sensación de impotencia. El pesimismo
hace su aparición, y la inmovilidad se instala en nuestro ser. A los problemas
sociales y económicos que existen se le suman, desde hace un tiempo, la
destrucción de la Naturaleza. Calentamiento global, contaminación de las aguas,
deforestación, desertificación, extinción de especies, basura, pérdida de
calidad del aire y el suelo, etc.
¿Qué nos llevó a esta
crisis? Algunos han acusado, como responsable, a la dominación de la cultura
occidental basada en un Dios trascendente, que no forma parte de este mundo (y
que por lo tanto lo despreciaría), y en una interpretación incompleta y sesgada
de sus libros religiosos: “llenen la tierra y sométanla” (Génesis1,28). Otros
han señalado al sistema capitalista como la causa de convertir a la Naturaleza en
una mercancía de la que hay que adueñarse, explotarla y venderla. Un sistema
económico que crece a base de fomentar en los humanos la posesión sin límites
mediante la envidia y la codicia. El paradigma científico-técnico es un
cómplice para sobreexigir y expoliar los ecosistemas sirviendo
a los intereses económicos dominantes.
Pareciera
que el “progreso” del hombre en lo que respecta a la tecnología, y su avance en
las demás ciencias, no hubiera servido para vivir mejor. Más de 2.000 millones
de personas en el mundo padeciendo miseria, la depresión como epidemia del
siglo XXI y la crisis climática son solo tres puntos a señalar como prueba de
la insuficiencia de nuestros esfuerzos… ¿Insuficiencia o equivocación en el
camino elegido?
Los pueblos originarios
de América tienen una visión de unidad con la tierra. Sin tierra un aborigen
pierde su identidad. Ellos no están por encima de la Naturaleza, sino
que forman parte de ella. Hasta el punto de pedir permiso a un árbol para
sacarle su fruto.
El
judaísmo tiene una antiquísima tradición: Tikún Olam. Esta expresión hebrea
significa “reparar el mundo”. Son numerosos los judíos que sienten la
responsabilidad sagrada de curar y proteger la Tierra.
Muchos musulmanes
rescatan las leyes islámicas que nos hablan de la protección de la tierra, el
agua, los árboles y toda la creación. Los animales tienen
derechos. Alá se les revela, conversa con ellos. Incluso son canales para ofrecer
sus enseñanzas. Está prohibido matarlos por placer. Merecen nuestro cuidado.
Con respecto al
hinduismo, taoísmo y budismo, sus filosofías tienen una base de inmanencia que
hace sagrados los entornos naturales. Sus practicantes adaptan sus acciones a
los ritmos propios de la naturaleza.
El cristianismo, en
general, comenzó a tomar muchos versículos del Antiguo y Nuevo Testamento
reinterpretándolos a la luz de estos tiempos. Tal es el caso del catolicismo,
quién con la última encíclica papal “Laudato si´”, mostró una interpretación
bíblica holística y nos propuso el “cuidado de la casa común”, nuestro planeta.
Recordemos que el patrono de la ecología es San Francisco de Asís, quien
consideraba hermanos, no solo a los animales, sino
también a los vegetales.
Podríamos
extendernos con más tradiciones espirituales, algunas muy antiguas y otras más
modernas, varias de las cuales resurgieron con el movimiento que se conoce como
New Age.
No está de más recordar,
que para ser una persona espiritual, no es condición sine qua non practicar
una religión. Como
señala el teólogo Leonardo Boff la espiritualidad es una dimensión que
poseemos los humanos, como puede ser la inteligencia o la voluntad. Es cuestión
de despertar y desarrollar esa dimensión; de ser sensibles a la vida y a las
maravillas de la existencia.
Una de
las características del hombre, que lo diferencia de los demás seres vivos, es
su conciencia. El hombre es capaz de prever la consecuencia de sus actos, de
razonarlos, de vencer sus impulsos instintivos. Grandes sabios de la humanidad
nos hicieron diferentes legados de sabiduría, de un conocimiento particular
para transformarnos en seres conscientes, apreciar cuánta enseñanza se esconde
en todo lo que nos rodea y acceder, incluso, a niveles más profundos de la
realidad.
En las religiones y/o
filosofías antes mencionadas, en sus vertientes más espirituales, se observa lo
mismo: la idea de conciencia y amor. Una actitud de asombro y contemplación
ante la magnificencia del universo. Existe una reverencia a la Vida. Ese
misterio que el hombre, a pesar de sus “avances”, no ha podido crear a partir
de la materia inerte. Una vida que evolucionó desde las primeras moléculas
autorreplicantes hasta el chimpancé y de éste al hombre.
Siendo, el próximo
escalón, un ser con mayor grado de complejidad y conciencia. Quizás
nuestros problemas sociales y ambientales se producen cuando frenamos
este proceso, embruteciendo al ser humano, transformándolo en una máquina de
trabajar y consumir o, sencillamente, en algo descartable. En definitiva, en una
simple mercancía al igual que hacemos con la Naturaleza.
Quizás debemos darle más importancia a la sabiduría sobre la técnica. Al amor
sobre el “éxito”. Al Entendimiento sobre el impulso. Para, de esta forma,
llegar a algo semejante a lo que el jesuita Teilhard de Chardin llamó el Punto
Omega, confluencia absoluta de la evolución. Punto de encuentro de todas las
conciencias y todo el amor del universo.
Si
seguimos un camino espiritual no solo salvaremos al planeta y a todas sus
criaturas, sino llevaremos plenitud y felicidad a nosotros mismos y a nuestros
semejantes.
(*)Docente.
Licenciado en Ciencia Política (UBA). Master-Trainer en Programación
Neuro-Lingüística (PNL) y estudios en Economía Ecológica.
Ecoportal.net
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