Feminismo y
ecologismo están llamados a enriquecerse mutuamente. Su papel será fundamental
en el siglo XXI. Como han señalado conferencias mundiales de la ONU y numerosas
ONGs, las mujeres se cuentan entre las primeras víctimas del deterioro
medioambiental pero también participan como protagonistas en la defensa de la
Naturaleza. El ecofeminismo es el pensamiento y la praxis que aborda esta
cuestión en su doble vertiente.
Las catástrofes mal llamadas “naturales” no afectan ya solamente zonas
geográficas tradicionalmente conocidas por sus fenómenos climáticos extremos,
azotadas por huracanes, inundaciones o sequías. Ahora hay tormentas tropicales
en Nueva York. Hoy, las cuatro estaciones de los climas templados se ven
alteradas en todo el mundo. Países desarrollados y núcleos del poder económico
y político mundial están experimentando también _esperemos que sirva para
despertar conciencias_ la cara perversa de su enriquecimiento insostenible.
En algunas zonas rurales de los países empobrecidos, se está dando un fuerte
activismo ecologista impulsado por otro modelo de lo que es la calidad de vida
y, sobre todo, por la desesperación de quien todo lo pierde: sus tierras, su
cultura y hasta su vida. La resistencia heroica de la población indígena y
campesina a los proyectos extractivistas de megaminería y de monocultivos
transgénicos es hoy una referencia para el ecologismo.
Estamos asistiendo a la crónica de una muerte anunciada: la de la Naturaleza
(2). Los medios de comunicación siguen hablando de “desastres naturales" y
tratando de acompañar siempre tales noticias con alguna referencia a fenómenos
similares ocurridos en un pasado remoto, cuestión de que no sean entendidos
como manifestaciones de un peligroso cambio climático global generado por un
modelo tecno-económico irresponsable. No cabe duda de que vivimos lo que Ulrich
Beck llamó, hace ya bastante tiempo, "la sociedad del riesgo". Cuanta
más información poseemos sobre los alimentos que consumimos, el agua que
bebemos, el aire que respiramos y hasta el sol que tomamos, mayor inseguridad
sentimos (contaminación, pesticidas, agujero de ozono, conservantes... la lista
es muy larga). Hoy en día, sólo la ignorancia o la adopción de una actitud
tecno-entusiasta ciega pueden llevarnos a mirar hacia otro lado cuando los
signos de peligro son tan claros. O quizás se trate de un deseo inconsciente y
generalizado de no querer saber fomentado por el inmenso montaje escenográfico
de la sociedad de consumo. Para mucha gente, demasiada todavía, el ecologismo
sigue siendo el convidado de piedra, un aguafiestas, un enemigo...
El movimiento ecologista es deudor de una nueva disciplina, la ecología, que
nos ha enseñado a pensar en términos de ecosistema y de interdependencia. El
ecologismo inició su andadura como movimiento organizado en los países
industrializados, en aquellos en que la población, o al menos su juventud más
ilustrada, se había cansado del espejismo hedonista contemporáneo que prometía
la felicidad a través de la acumulación de un sinfín de objetos materiales.
Diversos informes científicos dieron la voz de alarma sobre los nuevos peligros
medioambientales, allá por los años sesenta. El avance del movimiento
ecologista es lento, pero está asegurado por la evolución misma de las cosas,
por la tozuda realidad que llama cada vez más frecuente y contundentemente a
nuestras puertas.
El feminismo es un movimiento con una historia mucho más extensa que el
ecologismo. Recordar sus orígenes como filosofía nos lleva a los siglos XVII y
XVIII, a las ideas de igualdad de todos los seres humanos que preparaban el
ambiente cultural que desembocaría más tarde en la abolición de los privilegios
de los nobles (3). Evocar su desarrollo como movimiento social nos remite al
sufragismo surgido de la lucha por la abolición de la esclavitud en el siglo
XIX. Una parte de las mujeres y de los hombres que denunciaban el racismo
legitimador de la esclavitud comprendió la necesidad de enfrentarse también a
los prejuicios sexistas y reivindicar la igualdad de derechos para las mujeres.
Tras décadas de mobilización, el sufragismo conseguirá, entre otros logros, el
voto femenino y el acceso de las mujeres a la educación superior. En la segunda
mitad del siglo XX, el feminismo volverá a resurgir con nuevas
reivindicaciones, entre las que destacan los derechos sexuales y reproductivos
y la conquista de una igualdad efectiva, más allá de aquel primer paso que
consistía en reclamar la igualdad ante la ley.
Al comienzo de estas líneas he sostenido que feminismo y ecologismo serán dos
movimientos sociales fundamentales para el siglo XXI. ¿En qué baso mi
afirmación? En el caso del primero, porque es muy difícil detener a un
colectivo que ha llegado a la autoconciencia y se ha esforzado por adquirir la
formación necesaria para salir de su antigua exclusión. A lo sumo se puede retrasar
la llegada a las metas emancipatorias con diversas estrategias pero no
impedirla; en el del segundo, por la cada vez más evidente insostenibilidad del
modelo de desarrollo tecno-económico.
Ahora bien, de la futura coexistencia triunfal de feminismo y ecologismo no se
deduce, a primera vista, al menos, que deba existir entre ellos una relación
particular. Sin embargo, una reflexión más detenida sobre la cuestión nos
muestra al menos dos grandes formas en que se plantea la necesidad del diálogo.
La primera de estas formas es la más superficial, pragmática y fácil de
comprender. Se trata, en realidad, de una negociación preventiva: ¿Qué papel se
reserva a las mujeres en la futura sociedad de desarrollo sustentable? Gran
parte de la emancipación femenina se ha apoyado en la industrialización, por
ejemplo, en los artículos envasados o de "usar y tirar", nefastos
para el medio ambiente. ¿Cómo organizaremos la infraestructura cotidiana sin
sacrificar los todavía inciertos márgenes de libertad de las mujeres? Algunas
experiencias de las militantes de partidos y organizaciones ecologistas en
diversos países muestran que subsisten, como en el resto de la sociedad,
fuertes inercias patriarcales. El ecologismo no es siempre feminista. Incluso
hay alguna corriente ecologista que ha tomado posiciones abiertamente
antifeministas (4). A su vez, por lo general, el feminismo no muestra gran
sensibilidad ecologista. Feminismo y ecologismo son todavía, en gran medida,
dos mundos que viven de espaldas pero que en el futuro están destinados a
tratarse y, probablemente, a realizar pactos de apoyo mutuo.
Si lo anterior se refiere a las necesidades futuras, hay otras razones actuales
para que el feminismo se interese por la ecología. Si el feminismo quiere
mantener su vocación internacionalista, deberá pensar también en términos
ecologistas ya que las mujeres pobres del llamado “Sur” son las primeras
víctimas de la destrucción del medio natural llevada a cabo para producir
objetos suntuarios que se venden en el Primer Mundo. El nivel de vida de los
países ricos no es exportable a todo el planeta. Los recursos naturales son
consumidos sin atender a la posibilidad o imposibilidad de su renovación. El
expolio no tiene límites en aquellos países en los que la población carece de poder
político y económico para hacer frente a la destrucción de su medio natural.
Así, por ejemplo, los elegantes muebles de teca que proliferan hoy en las
tiendas de decoración europeas son, por lo general, lo que queda de los bosques
indonesios, sistemáticamente arrasados. Las mujeres rurales indias o africanas
que viven en una economía de subsistencia han visto su calidad de vida
disminuir trágicamente con la llegada de la explotación "racional"
dirigida al mercado internacional. Si antes disponían de leña junto al pueblo,
ahora deben caminar kilómetros para encontrarla. Esa es la modernización que
les llega. Si en nombre de la justicia deseamos que nuestra calidad de vida se
extienda a toda la humanidad, esta calidad debe cambiar y hacerse sustentable.
Si la población china tuviera acceso a los automóviles como la occidental, la
atmósfera de la Tierra sería irrespirable. Hay límites físicos, estudiados por
la ciencia de la ecología, que imponen un rumbo ecologista a nuestro modelo
civilizatorio.
El ecofeminismo atiende a éstas y otras cuestiones. No hay un solo
ecofeminismo. Se ha llegado incluso a decir que hay tantos ecofeminismos como
teóricas ecofeministas. Dada la novedad de sus planteamientos y por ser una de
las formas más recientes del feminismo, suele ser mal conocido y, a menudo,
rechazado injustamente en bloque bajo el calificativo de
"esencialista". En este breve trabajo, intentaré distinguir
esquemáticamente tipos de ecofeminismo, plantearé lo que considero sus
problemas y terminaré señalando lo que es más prometedor para afrontar el
incierto futuro del siglo XXI.
La antigua identificación de Mujer y Naturaleza y el surgimiento del
ecofeminismo
El feminismo había mostrado que uno de los mecanismos de legitimación del
patriarcado era la naturalización de La Mujer. En El Segundo Sexo (1949), Simone de Beauvoir denuncia la
exclusión de las mujeres del mundo de lo público realizada a través de la conceptualización
de la Mujer como Alteridad, como Naturaleza, como Vida Cíclica casi
inconsciente, por parte del Hombre (Varón) que se reservaba los beneficios de
la civilización. Recordemos, por ejemplo, que, en la obra de Hegel, la Mujer es
presentada como un ser más próxima a formas de vida consideradas inferiores
_animales o vegetales_ al Hombre. Este no es el único caso en la Historia de la
Filosofía.
El famoso "no se nace mujer, se llega a serlo" beauvoireano (5) es
una denuncia del carácter cultural, construido, de los estereotipos femeninos
y, al mismo tiempo, un alegato en favor del reconocimiento del derecho de las
mujeres, en tanto seres humanos portadores de un proyecto existencial, a
acceder al mundo de la Cultura del que fuimos injustamente excluidas. Los
feminismos liberal, socialista y radical de principios de los años setenta del
siglo XX recogerán esta reivindicación consiguiendo romper, al menos en gran
parte, la prisión doméstica en la que se hallaban encerradas las mujeres de la
época.
Parte del feminismo radical (6) desarrollará una saludable desconfianza hacia
los discursos de los expertos y las soluciones que hoy llamaríamos
“tecnoentusiastas”. Buscará una ginecología alternativa frente a los
tratamientos invasivos de médicos y grandes laboratorios farmacéuticos. Podemos
hacernos una idea de la importancia de los resultados de esta búsqueda de los
grupos de autoayuda por su eco en una obra de referencia muy conocida y que
aconsejo a quienes aún no se hayan servido de ella: el manual de ginecología
alternativa del Colectivo de Mujeres de Boston: Nuestros cuerpos, nuestras vidas (7) Ante la manipulación creciente del
cuerpo de las mujeres, las feministas radicales denunciaron los efectos
secundarios para la salud de unos anticonceptivos dirigidos a la satisfacción
masculina de la androcéntrica "liberación sexual". Lo hacían desde
posiciones que nada tenían que ver con el conservadurismo que también rechazaba
la contracepción química. Más recientemente, sus advertencias se han dirigido a
un fenómeno nuevo: la terapia hormonal sustitutoria para la menopausia, nuevo
filón de las multinacionales farmacéuticas.
Al hilo de esta crítica a la ciencia y la técnica, hacia finales de los
setenta, algunos grupos del feminismo radical reconsideran la oposición
Naturaleza/Cultura, recuperando la antigua identificación patriarcal de Mujer y
Naturaleza para darle un nuevo significado. Invierten la valoración de este par
conceptual que en los pensadores tradicionales servía para sostener la
inferioridad de la Mujer. Afirman estas feministas radicales que la Cultura
masculina, obsesionada por el poder, nos ha conducido a guerras suicidas y al
envenenamiento de la tierra, el agua y el aire. La Mujer, más próxima a la
Naturaleza, es la esperanza de conservación de la Vida. La ética del cuidado
femenina (de la protección de los seres vivos) se opone, así, a la esencia
agresiva de la masculinidad.
El
ecofeminismo “clásico”
Aunque las primeras autoras ecofeministas no pueden ser resumidas en una sola
línea ni un único centro de interés, puede decirse que la preocupación por la
salud y por recuperar el control del propio cuerpo fue un elemento central del
primer ecofeminismo y explica el título de una de sus obras inspiradoras:
Gyn/Ecology (1978) de Mary Daly. De formación teológica, M. Daly se dedica a
analizar los mitos llegando a la certera conclusión de que la única religión
que prevalece en todas partes es el culto al patriarcado. Propone desarrollar
una conciencia "ginocéntrica" y "biofílica" de resistencia
frente a la civilización "falotécnica" y "necrofílica"
dominante. Llama a desarrollar una cultura femenina separada de la de los
hombres. De ahí que recibiera el nombre de “feminismo cultural”.
El ecofeminismo esencialista hoy recibe el apelativo de "clásico". Es
un feminismo de la diferencia que afirma que hombres y mujeres expresan
esencias opuestas: las mujeres se caracterizarían por un erotismo no agresivo e
igualitarista y por aptitudes maternales que las predispondrían al pacifismo y
a la preservación de la Naturaleza. En cambio, los varones se verían
naturalmente abocados a empresas competitivas y destructivas. Este biologicismo
suscitó fuertes críticas dentro del feminismo, acusándosele de demonizar al
varón.
El nombre de ecofeminismo también remite a formas de
espiritualidad popular propias de la New Age en la América del Norte de la
misma época. Los rituales de la Diosa Tierra buscaron reemplazar al Dios Padre
celestial separado de la Naturaleza. Figuras como la de Z. Budapest o Starhawk
han creado ritos neopaganos con numerosos seguidores que festejan la energía y
la fertilidad de la Tierra.
Bien por su carácter místico-popular, bien por su propuesta de separatismo
lésbico o por la ingenuidad epistemológica de su esencialismo, el primer
ecofeminismo fue un blanco fácil de las críticas de los sectores feministas
mayoritarios carentes de sensibilidad ecológica. Actualmente, todavía, se suele
asociar el nombre de ecofeminismo únicamente a estas primeras formas del
movimiento y de la teoría y se conoce poco las tendencias constructivistas más
recientes.
La aparición del ecofeminismo postcolonial
A mediados de los ochenta, con la publicación de Staying alive, obra traducida
al español con el título de Abrazar
la vida, se produce un fenómeno nuevo: la teoría feminista llega al Norte
desde el Sur. La física nuclear y filósofa de la India Vandana Shiva, autora
del libro, se halla vinculada a las tendencias místicas del primer ecofeminismo
pero rechaza su demonización de los hombres. Deudora del pensamiento de Gandhi,
subraya que este filósofo, siendo varón, había desarrollado la idea de no
violencia creativa. Para Shiva, el enemigo no es el varón, sino el capitalismo
patriarcal del colonizador. Combinando las aportaciones de historiadoras
feministas de la ciencia como Evelyn Fox Keller o Carolyn Merchant con su
propia tradición filosófico-religiosa, V. Shiva realiza una seria crítica al
desarrollo técnico occidental que ha colonizado el mundo entero. Con gran
lucidez, observa que se llama “desarrollo” a lo que no es más que un “mal
desarrollo” que genera desigualdad y violencia contra la naturaleza. El mal
desarrollo se caracterizaría, a su juicio, por los postulados patriarcales
modernos de homogeneidad, dominación y centralización (8). En efecto, la
desaparición de la biodiversidad y de la diversidad cultural son procesos
estrechamente vinculados. La denuncia de V. Shiva se ha centrado en la llamada
“revolución verde” de mediados del siglo XX (introducción de la agricultura
industrial a través de créditos para comprar semillas y agrotóxicos en naciones
como la India) y actualmente la globalización neoliberal, la biopiratería y la
dependencia creciente de los agricultores y de los gobiernos a las
multinacionales de los transgénicos.
Tempranamente, gracias a V. Shiva, hemos podido saber de la existencia del
movimiento de mujeres Chipko. Shiva nos contó tempranamente lo que los medios
de comunicación todavía suelen silenciar: existen movimientos exitosos de
resistencia al "mal desarrollo". Uno de los primeros fue el de las
mujeres Chipko. Basándose en los principios de no violencia creativa de Gandhi,
las mujeres rurales Chipko, en nombre del principio femenino de la Naturaleza
de la cosmología de la India, consiguieron detener la deforestación total del
Himalaya turnándose en la vigilancia de la zona y atándose a los árboles cuando
iban a talarlos. Enfrentándose a sus maridos, dispuestos a vender los bosques
comunales, las mujeres Chipko adquirieron conciencia de grupo y posteriormente
continuaron luchando contra la violencia doméstica y por la participación
política. En la estela de este legado, V. Shiva nos ha hablado también, más
recientemente, del movimiento de mujeres de Plachimada, que a través de la
dharna (sentada) obtuvieron una sentencia judicial que reconocía los derechos
comunitarios sobre el agua frente a la explotación devastadora de las
multinacionales (9).
El pensamiento de V. Shiva fue acusado de esencialismo debido a pasajes de su
obra que parecían indicar una relación ontológica entre mujer y Naturaleza a
través del “principio femenino”: “En la India, la mujer está íntimamente
integrada a la naturaleza, tanto en la imaginación como en la práctica. En un
nivel, la naturaleza es simbolizada como la encarnación del principio femenino
y, en el otro, es alimentada por lo femenino para producir vida y proporcionar
los medios de subsistencia” (10) . La crítica más conocida ha sido la
realizada por Bina Agarwal desde posiciones constructivistas, es decir,
teorías que no apelan a esencias sino a construcciones culturales que
generarían identidades diferenciadas. Economista de formación, originaria de la
India como Vandana Shiva, critica la teoría de ésta que atribuye la actividad
protectora de la Naturaleza de las mujeres de su país al principio femenino de
su cosmología. Para Agarwal, el lazo que ciertas mujeres sienten con la
Naturaleza tiene su origen en sus responsabilidades de género en la economía
familiar. Piensan holísticamente y en términos de interacción y prioridad
comunitaria por la realidad material en la que se hallan. No son las
características afectivas o cognitivas propias de su sexo sino su interacción
con el medio ambiente (cuidado del huerto, recogida de leña) lo que favorece su
conciencia ecológica. Observa Agarwal que la interacción con el medio ambiente
y la correspondiente sensibilidad o falta de sensibilidad ecologista generada
por ésta dependen de la división sexual del trabajo y de la distribución del
poder y de la propiedad según las divisiones de clase, género, raza y casta.
Vandana Shiva se ha defendido de esas críticas y ha tratado de evitar conceptos
que pudieran ser interpretados como esencialistas. En los últimos años y frente
a una auténtica emergencia planetaria, ha preferido centrarse en la lucha
contra las semillas transgénicas. Sus referencias a las mujeres se limitan a
las tareas que desarrollan en el campo. Sin embargo, el ecologismo conservador
que recientemente ha lanzado una auténtica cruzada a favor del retorno de las
mujeres al mundo doméstico y contra el derecho a la interrupción voluntaria del
embarazo traslada las afirmaciones de V. Shiva sobre la agricultura al terreno
de la reproducción humana afirmando que las sociedades contemporáneas se
caracterizarían por el culto a la muerte (11). El silencio de esta autora con
respecto a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, su concepto de
“santidad de la vida” y su insistencia en no pedir la igualdad sino el respeto
a la diferencia hacen posible esta transposición.
Ecofeminismo
espiritualista de América Latina
En la estela cristiana emancipatoria dejada por la Teología de la Liberación en
América Latina, se viene elaborando desde hace más de veinte años una
reflexión teológica ecofeminista (12). El Colectivo Con-Spirando (juego de
palabras que alude a respirar juntas y conspirar frente al poder patriarcal)
reúne mujeres de Chile, Brasil, México, Uruguay, Bolivia, Argentina, Perú y
Venezuela (13). La teóloga brasileña Yvone Gevara nos recuerda que, hoy en día,
la justicia social implica ecojusticia. Este ecofeminismo latinoamericano se
caracteriza por su interés en las mujeres pobres, su defensa de los indígenas,
víctimas de la destrucción de la Naturaleza, y su crítica a la discriminación
de la mujer en las estructuras de autoridad religiosa. Llama a abandonar la
imagen patriarcal de Dios como dominador, el dualismo de la antropología
cristiana tradicional (cuerpo/espíritu) y la misoginia que ha llevado a
demonizar el cuerpo femenino. La trascendencia ya no estará basada en el
desprecio de la materia sino que se definirá como inmersión en el misterio de
la vida, pertenencia a un todo que nos trasciende. Será concebida como
"experiencia de la belleza, de la grandiosidad de la naturaleza, de sus
relaciones y de su interdependencia" (14). En esta teología feminista
latinoamericana, el ecofeminismo es una postura política crítica de la
dominación, una lucha antisexista, antirracista, antielitista y profundamente
enraizada en una comprensión holista de la Naturaleza. Sus representantes
reclaman los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, formando parte
del grupo Católicas por el
Derecho a Decidir que
defiende la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo. Recordemos
que esta última se halla prohibida en casi todos los países de América Latina y
que miles de mujeres pobres mueren cada año como consecuencia de los abortos
clandestinos.
Como en todo movimiento o pensamiento no sometido a restricciones doctrinarias,
existe variedad y libertad de posiciones en el pensamiento y la praxis
ecofeminista de Con-Spirando. Mientras que teólogas como Ivone Gebara asumen
posiciones teóricas constructivistas, algunas artistas y participantes del
movimiento se decantan por evocaciones más cercanas al esencialismo. Por otra
parte, en los últimos años, puede advertirse un interés creciente por las
cosmologías de los pueblos originarios de América Latina o Abya Yala (Tierra
fértil). La cosmovisión relacionada con la figura de la Pachamama y el concepto
de sumak kausay (vida buena) frente al productivismo
extractivista atraen actualmente la atención de las pensadoras y activistas de
este ecofeminismo.
Ecofeminismo
en la Filosofía
A partir de los años noventa del siglo XX, el planteamiento ecofeminista entra
con pie firme en el ámbito de la reflexión filosófica (15). La filósofa
australiana Val Plumwood (1939-2008) constituye un buen ejemplo de la posición
constructivista que caracteriza el pensamiento ecofeminista en este ámbito ya
que ha insistido en el carácter histórico, construido, de la racionalidad
dominadora patriarcal, alejándose así de los planteamientos esencialistas.
Plumwood sostiene que la superación de los dualismos jerarquizados
Naturaleza/Cultura, Mujer/Hombre, Cuerpo/Mente, Afectividad/Racionalidad,
Materia/Espíritu exige un análisis deconstructivo, por lo que examina la
historia de la filosofía occidental desde sus inicios en la Grecia clásica como
la construcción de un yo masculino dominador, hiperseparado de su propio
cuerpo, de sus afectos, de las mujeres, de los demás seres vivos y de la Tierra
que lo sustenta. Esta visión irreal de la propia identidad humana, utilizada
como legitimación del dominio, habría conducido a la civilización destructiva
actual (16). Pero no es una esencia ligada a la biología del sexo masculino,
sino un fenómeno histórico, una construcción.
Algunas pensadoras, para diferenciarse de las “clásicas”, han preferido
denominar su posición como Ecological
Feminism. Es el caso de Karen Warren, filósofa estadounidense coordinadora
de importantes compilaciones de Ecological
Feminism que, en un artículo
muy conocido titulado “El poder y la promesa de un feminismo ecológico”, llama
a “un cambio en la actitud desde la percepción arrogante hacia la percepción
afectiva del mundo no humano” (17) .
Otras, a pesar de asumir igualmente una visión constructivista, han preferido
conservar el término ecofeminismo.
Esta ha sido mi elección al elaborar una teoría ecofeminista desde las
coordenadas feministas de mi propio contexto cultural y vital. He llamado a mi
posición ecofeminismo crítico,
en referencia a la necesidad de reconocer y afirmar, pero también revisar
críticamente, el legado ilustrado de crítica al prejuicio y de igualdad y
autonomía de las mujeres. He dado a estos principios un carácter vertebrador
junto con una conceptualización nominalista del género, un diálogo
intercultural con especial atención a las culturas latinoamericanas, la
aceptación prudente de la ciencia y la técnica, la universalización de las
virtudes del cuidado aplicadas a los humanos y al resto de la Naturaleza y una
ética de la justicia y la compasión frente a la radical finitud del mundo (18).
El problema de la praxis
El ecofeminismo clásico inspiró a numerosos grupos feministas pacifistas que
participaron en acciones exitosas como la del cierre de la base de misiles
atómicos de Greenham Common. La mística diferencialista se manifestó apta para
movilizaciones de gran impacto en las que se utilizaron los elementos del mundo
tradicional femenino con maestría política. Por ejemplo, se tejieron redes que
simbolizaban las labores femeninas y la interconexión de las distintas formas
de la vida en torno a las entradas de la citada base militar. En resumen,
su debilidad teórica (esencialismo) es su fuerza práctica. Pero, podemos
preguntarnos, ¿favorece al colectivo femenino la utilización de los
estereotipos de género?
Es comprensible que la naturalización de la Mujer, utilizada desde tiempos
remotos para la exclusión de las mujeres del mundo de la cultura suscite graves
reparos en las filas feministas. ¿Decir que las mujeres estamos más cerca de la
Naturaleza por nuestra capacidad materna no es volver a encerrarnos en los
límites de las funciones reproductivas? Y, por otro lado, ¿la exaltación de lo
inferiorizado desde posiciones de no poder es capaz de alterar los valores
establecidos? ¿No estaríamos agregando un trabajo más a las oprimidas, la de
ser salvadoras del ecosistema invocando su esencia?
Podría parecer a primera vista que la potencia teórica constructivista del ecofeminismo
filosófico tiene el reverso de su debilidad práctica. El rechazo de la mística
de la feminidad natural y la complejidad de su análisis le despojan de
herramientas útiles a la hora de las movilizaciones ambientalistas. Pero tales
instrumentos pueden volverse rápidamente en contra de las mujeres, como ha
sucedido muchas veces en la Historia. La prueba: las llamadas actuales de
cierto ecologismo a que las mujeres se liberen de las ataduras del
“tecnoestado”, abandonen los estudios universitarios y se dediquen en exclusiva
a la tarea natural de la crianza de los hijos.
Constructivismo, pues, pero también transformación de la cultura
antropocéntrica narcisista para la que el conjunto de la Naturaleza parece
estar destinada exclusivamente al servicio de los humanos. Desde el
constructivismo de posiciones de corte economicista como las de Agarwal, todo
se reduce a tomar medidas prácticas de conservación del medio ambiente que se
apoyen en el saber tradicional de las mujeres rurales, sustituir el monocultivo
industrial por la diversidad de semillas autóctonas, descentralizar e impulsar
la participación de los grupos desfavorecidos en la toma de decisiones. Esto es
indudablemente útil y necesario pero, como ha señalado la ecofeminista alemana
Barbara Holland Cunz, este tipo de críticas al ecofeminismo espiritualista
ignora la aportación de éste a la conciencia contemporánea: la imagen de un
diálogo horizontal, democrático, empático con la Naturaleza. Al perder esta
nueva sensibilidad, tales críticas vuelven a considerar a la Naturaleza como
mero "recurso" a disposición de los humanos. El mismo término
"medio ambiente" expresa ese reduccionismo por el que la Naturaleza
aparece como simple escenario en el que los humanos realizan sus proezas.
A mi juicio, y así lo he sostenido, no se trata de conservar celosamente la
especificidad femenina de las tareas del cuidado. Hay que universalizarlas,
enseñar actitudes, virtudes y prácticas del cuidado a los varones ya que todos
los seres humanos podemos desarrollarlas. Y es necesario extender el cuidado
humano desgenerizado a la Naturaleza no humana.
El
ecofeminismo como nuevo proyecto ético y político
El ecofeminismo ofrece una alternativa a la crisis de valores de la sociedad
consumista e individualista actual. Las aportaciones de dos pensamientos
críticos _feminismo y ecologismo_ nos dan la oportunidad de enfrentarnos al
sexismo de la sociedad patriarcal al tiempo que descubrimos y denunciamos el
subtexto androcéntrico de la dominación de la Naturaleza ligada al paradigma
del conquistador, el guerrero y el cazador. Hay praxis ecofeminista cuando de
una manera u otra avanzamos en ambos objetivos. Las formas pueden ser muy
variadas y dependen del contexto y de la trayectoria vital de las personas. El
activismo ecológico y decrecentista, las prácticas agroecológicas, la defensa
de los animales, la creación de redes de producción, distribución y consumo
ecológicas y solidarias, la lucha por los territorios y los bienes naturales,
el reciclado, la educación ambiental, la difusión de ideas a través de las
múltiples vías disponibles desde las redes sociales hasta la educación formal.
Estas y otras pueden ser formas ecofeministas de crear una nueva cultura de la
igualdad y la sostenibilidad.
Nuestra
autoconciencia como especie humana ha de avanzar hacia la igualdad de mujeres y
hombres en tanto partícipes no sólo de la Cultura, sino también de la
Naturaleza. Esto incluye tanto el reconocimiento de las mujeres en el ámbito de
la Cultura como la plena aceptación, en lo propiamente humano, de aquellos
elementos despreciados y marginalizados como femeninos (los lazos afectivos, la
compasión, la materia, la Naturaleza). Obtendremos, así, una visión más
realista de nuestra especie como parte de un continuo de la Naturaleza y,
consecuentemente, trataremos a los seres vivos no humanos con el respeto que
merecen. Son muchas las formas de dominación _ de género, clase, raza, opción
sexual, especie..._ que impugna el ecofeminismo al señalar sus interconexiones.
El feminismo no debe cerrarse a las nuevas preocupaciones y
sensibilidades de las mujeres. El ecologismo es una de ellas. Y si creemos que
el feminismo ha de plantear horizontes utópicos en el sentido etimológico de
"utopía" (ou-topos, aquello que todavía no ha tenido lugar, pero
puede tenerlo), podemos ver que el ecofeminismo tiene mucho que aportar en este
siglo XXI en que la humanidad habrá de enfrentarse a una profunda
transformación socioeconómica y cultural para alcanzar la igualdad y la
ecojusticia y para, simplemente, sobrevivir.
NOTAS
1 Alicia H. Puleo
es autora del libro Ecofeminismo
para otro mundo posible (ed.
Cátedra, 2011), forma parte de la Cátedra de Estudios de Género de la
Universidad de Valladolid y del Instituto de Investigaciones Feministas de la
Universidad Complutense de Madrid
2. En 1981,
Carolyn Merchant titulaba The
Death of Nature: Woman, Ecology, and the Scientific Revolution su excelente estudio sobre la
transformación de la visión de la Naturaleza en la Modernidad.
3. Ver Alicia
Puleo (ed.), La Ilustración
olvidada. La polémica de los sexos en el siglo XVIII, Presentación de
Cèlia Amorós, Barcelona, Anthropos, 1ª ed. 1993, 2ª edición 2011.
4. Sobre las
posiciones de la revista The Ecologist para España y América Latina, ver Alicia
H. Puleo, “Contrarreforma patriarcal en nombre de la ecología”, en Mientras
tanto, 2/9/2012. Puede consultarse on line: http://www.mientrastanto.org/boletin-105/notas/contrarreforma-patriarcal-en-nombre-de-la-ecologia
5. Tesis
desarrollada por la filósofa Simone de Beauvoir en su libro El Segundo Sexo, publicado en
1949.
6. Autodenominado
“radical” no por apelar a la violencia como suele evocar actualmente este
término, sino porque, etimológicamente, significa “ir a la raíz de los
problemas”. ver Alicia H. Puleo, “Lo personal es político: el surgimiento
del feminismo radical”, en Cèlia Amorós y Ana De Miguel (ed.), Historia de la teoría feminista,
ed. Minerva, Madrid, 2005, pp.35-67.
7. Existen varias
ediciones desde los años setenta. La continua transformación de las terapias
médicas y de los medicamentos, así como la evolución del mismo colectivo de
personal sanitario y pacientes que elaboran el manual aconsejan consultar las
más recientes. La última edición en inglés es del año 2011 (Our bodies our
selves). La edición original es de los años setenta y, por lo tanto, no
habla de problemas y tratamientos que surgieron con posterioridad y que son
tratados en las últimas reelaboraciones. Sobre salud de las mujeres y contaminación
ambiental, pueden leerse fragmentos de la última edición en este enlace: http://www.ourbodiesourselves.org/book/chapter.asp?id=7
Para salud sexual
y reproductiva, dietas, imagen corporal, menopausia y otros temas, consultar
este otro enlace: http://www.ourbodiesourselves.org/book/default.asp
8. Vandana Shiva, Abrazar la vida. Mujer, ecología y
desarrollo, trad. Instituto del Tercer Mundo de Montevideo (Uruguay),
Madrid, Cuadernos inacabados 18, ed. horas y HORAS, 1995.
9. Vandana Shiva, Manifiesto para una Democracia de
la Tierra. Justicia, sostenibilidad y paz, trad. Albino Santos Mosquera,
Barcelona, Paidós, 2006.
10. Vandana Shiva,
Abrazar la vida. Mujer, ecología y desarrollo, ed.cit, p.77.
11. Ver el
monográfico “La re-evolución calostral ha empezado”, The Ecologist para España y
Latinoamérica, enero-febrero-marzo 2012.
12. Ver Mary
Judith Ress, Sin visiones nos perdemos: Reflexiones
sobre Teología Ecofeminista Latinoamericana, trad. Maruja González Torre,
Con-spirando, Santiago, Chile, 2012. Versión original en inglés: Ecofeminism in Latin America,
Orbis Books, New York, 2006.
13. Puede
consultarse la página web de este colectivo: http://www.conspirando.cl/
14. Ivone Gebara, Intuiciones ecofeministas. Ensayo
para repensar el conocimiento y la religión, trad. Graciela Pujol, ed.
Trotta, Madrid, 2000,
15. También en la
sociología y la crítica económica como lo muestra la obra de Mary Mellor
Feminism and Ecology, Polity Press, Cambridge University Press, New York, 1997
. Ver de la misma autora “Ecofeminist as Economics”, Women &
Environments International Magazine nº 54/55, Spring 2002.
16. Val Plumwood, Feminism
and the Mastery of Nature, London-New York, Routledge, 1993.
17. K. Warren, “El
poder y la promesa de un feminismo ecológico”, en María Xosé Agra,
Ecología y Feminismo, trad. Carme Adán Villamarín, Ecorama, Granada, 1997,
p.134.
18. Alicia H.
Puleo, Ecofeminismo para otro
mundo posible, ed. Cátedra, Madrid, 2011.
19. Ver, como
ejemplo de estas propuestas, el monográfico La R-Evolución calostral ha
empezado” The Ecologist para
España y Latinoamérica n.º
48, enero-marzo de 2012. Para una crítica detallada, mi artículo de Mientras tanto ya citado. Ambas publicaciones se
encuentran on line.
FEMINISMO Y ECOLOGÍA
Alicia H. Puleo
Cátedra de Estudios de Género de la Universidad de Valladolid
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