Un estudio muestra que la calidad del esperma
canino ha caído un 30% desde 1988 y achaca el desplome a contaminantes químicos
en su comida
El 12
de septiembre de 1992 la humanidad recibió una pésima noticia. La investigadora
Elizabeth Carlsen, del Rigshospitalet de Copenhague, anunció que la calidad del
semen de los hombres había caído en picado durante
el anterior medio siglo. Su equipo había estudiado el esperma de 15.000 hombres
en 61 países. Sus datos mostraban que el volumen medio de las eyaculaciones
había bajado de 3,4 mililitros en 1940 a 2,75 mililitros en 1990. Y el número
de espermatozoides por mililitro había descendido desde los 113 millones a los
66 millones. La fertilidad masculina, aparentemente, se estaba arruinando.
En
seguida, el fenómeno se asoció al tabaco, pero
muchos expertos miran hoy hacia otro lado. En algunos países, más del 40% de
los hombres jóvenes tiene semen de baja calidad, según un informe de
la Organización Mundial de la Salud que alertaba sobre el impacto en la salud
de los disruptores endocrinos, unos productos químicos utilizados masivamente
en la industria. Son componentes de plásticos, pinturas, pesticidas,
detergentes industriales, cosméticos y un largo etcétera que son sospechosos de
alterar el sistema endocrino, el conjunto de órganos que producen hormonas,
como testículos, ovarios, páncreas y tiroides.
En algunos países, más del 40% de los hombres jóvenes tiene semen de
baja calidad, según la OMS
Un
nuevo estudio apoya esta hipótesis. La calidad del semen de los perros también
está cayendo. El veterinario Richard Lea, de la Universidad de Nottingham (Reino
Unido), ha estudiado el esperma de un grupo de sementales de un centro de cría
entre los años 1988 y 2014. Su trabajo muestra que la motilidad de los
espermatozoides —su capacidad para moverse— disminuyó un 2,5% cada año entre
1988 y 1998 y continuó cayendo un 1,2% anual entre 2002 y 2014.
“La
calidad del esperma disminuyó alrededor de un 30% a lo largo de todo el
periodo”, advierte Lea, que ha trabajado con las razas golden retriever, pastor
alemán, labrador retriever, border collie y retriever de pelo rizado. Esta peor
calidad del semen se asocia, según el investigador y sus colegas, a una mayor
incidencia de malformaciones genitales, como testículos que no descienden hasta
la bolsa escrotal. Este fenómeno, conocido como criptorquidia, “muestra un
aumento constante, pasando del 0,1% al 1%, o sea que se ha multiplicado por
10”, alerta Lea.
Su
estudio, publicado hoy en la revista Scientific
Reports, afirma que el empeoramiento de la calidad del
semen en los hombres es un asunto “controvertido”. El trabajo pionero de
Elizabeth Carlsen ha sido rebatido posteriormente por expertos como Allan
Pacey, de la Universidad de Sheffield, que subraya que es difícil comparar muestras de semen analizadas
por diferentes laboratorios y con distintas tecnologías. Los resultados de los
perros hacen que esa crítica se tambalee. Todas las muestras fueron analizadas
con los mismos protocolos y por el mismo laboratorio. Y la calidad del semen ha
bajado.
"No hemos demostrado de forma concluyente que haya una relación de
causa y efecto entre los contaminantes químicos y la peor calidad del
esperma", reconoce el veterinario Richard Lea
Los
investigadores señalan a dos posibles culpables, hallados en los testículos de
los perros y también en su comida, “a concentraciones que según la literatura
científica perturban la función reproductiva en otras especies”. Son el DEHP y
el PCB153. El primero es un ftalato, una sustancia empleada para hacer los
plásticos más flexibles, que en la UE está prohibida en todos los juguetes y
cosméticos, ya que se considera cancerígena. El PCB153, también utilizado como
componente de materiales plásticos, fue prohibido en España en la década de
1980, pero debido a su resistencia a la degradación sigue presente en alimentos
ricos en grasas, como el pez espada y el atún. “No hemos demostrado de forma
concluyente que haya una relación de causa y efecto entre los contaminantes
químicos y la peor calidad del esperma”, reconoce Lea.
El
nuevo estudio llega en un momento clave. La Comisión Europea, con años de
retraso, está intentando establecer los criterios científicos que definen a un
disruptor endocrino. La principal organización de agricultores europeos,
Copa-Cogeca, presentó hace un mes un informe catastrofista que
alertaba de que una nueva regulación basada en riesgos exagerados podría acabar
con la agricultura del continente. El documento aseguraba que los nuevos
criterios podrían llevar a la prohibición de 75 de las 400 sustancias activas
actualmente disponibles contra plagas y enfermedades. Eso significaría,
afirmaban, que las cosechas de zanahorias caerían un 92%; las de pera, un 65%;
las de manzana, un 60%; y las de aceituna, tomate y cítricos lo harían
alrededor de un 40%. La industria química, a través de organizaciones como
Feique, también ha mostrado su "inquietud", pidiendo que se tenga
en cuenta el nivel de concentración a partir del cual se observan los efectos adversos.
“La
Comisión Europea está cediendo demasiado a las presiones de la industria”,
opina por su parte el médico Miquel Porta, catedrático de Salud Pública de la
Universidad Autónoma de Barcelona. Porta ve “un paralelismo” entre lo que se
acaba de detectar en los perros y lo que se observa desde hace décadas en los
hombres. “Cualquiera que siga la literatura científica sobre los efectos de los
disruptores endocrinos no se puede sorprender por los nuevos resultados en los
perros”, sostiene. Otro estudio publicado en 2012, analizando las eyaculaciones de 26.600 hombres en
Francia entre 1989 y 2005, mostró que los espermatozoides son cada vez más
escasos y presentan más malformaciones.
“Sería
un absurdo ser quimiofóbico. Nadie con dos dedos de frente plantea prohibir la
química sintética. Tiene un papel y yo soy el primero en decir que no es fácil
encontrar alternativas, pero hay que reconocer que nos está pasando una factura
en términos de sufrimiento y muerte”, sentencia Porta, expresidente de la
Federación Europea de Epidemiología.
Personas con sus perros en una playa de Barcelona. CARLES RIBAS
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