jueves, 6 de julio de 2017

Manifiesto agroecológico vs. La revolución verde - dos artículos de Sumito Estévez


Capítulo I. La Revolución Verde

Si existe una predicción que signó a la humanidad hacia finales del siglo XIX, fue aquella famosa advertencia del clérigo Thomas Robert Malthus, quien dijo que para finales de esa centuria apenas habría alimentos para un tercio de la población, en vista de que crecía geométricamente mientras nuestros medios de subsistencia (alimentos) lo hacían de manera aritmética.
La famosa catástrofe malthusiana no se dio, pero quedó flotando en la psiquis colectiva con su vaticinio apocalíptico. Y fue a raíz de eso que el hombre se puso a investigar cómo lograr mejores cosechas. El resultado fue que entre 1940 y 1970 entramos de lleno en lo que se conoció como laRevolución Verde, liderada con un éxito tremendo por el agrónomo estadunidense Norman Borlaug.

Las cosechas de nuestros cuatro principales rubros de energía (arroz, trigo, papa y maíz, que equivalen a 60% de la ingesta energética mundial) pasaron a ser descomunales.
La Revolución Verde nació gracias a un inglés asustado porque podíamos llegar a ser 200 millones de habitantes sin alimento. Hoy somos 7 mil millones y se calcula que estamos produciendo unas 7 veces lo necesario para alimentar a todos los seres humanos en un mundo con 800 millones de hambrientos.
Es una prueba más de que nuestros males siguen teniendo el mismo origen desde siempre: injusta distribución.
Es tal el excedente que se calcula que un tercio de los alimentos se botan, gran parte para alimentar animales y otra parte para hacer combustible. Y, además, la obesidad es una pandemia. Para ahondar, les recomiendo la lectura del informe de la FAO sobre el panorama de la agricultura y sus perspectivas a largo plazo.

Capítulo II. El Paquete

El éxito de la Revolución Verde se basó en la implementación de un poderoso paquete compuesto por siete elementos: semilla mejorada, siembra extensiva de un solo cultivo (también conocidos como monocultivos), agroquímicos, fertilizantes, control de maleza, riego masivo y mecanización.
La intención detrás de este paquete era buena y cumplió inicialmente su misión: crear riqueza y lograr el autoabastecimiento en muchos lugares del planeta. Pero eso nos encadenó a un círculo vicioso del que ahora no sabemos cómo salir y amenaza con dejarnos en condiciones muy débiles a mediano plazo.
Muchos creen que estamos ante una situación en la que el remedio comienza a resultar peor que la enfermedad.
Imagine por un momento que se inventa un paquete para alimentar al hombre dándonos pastillas energéticas, dosis masivas de antibióticos y un coctel alimenticio que supla todas nuestras necesidades. Lograríamos trabajar sin parar, sin enfermarnos y sin quejarnos. Obviamente la productividad subiría de forma exponencial y aumentaría la riqueza, pero el costo sería la dependencia.
Si no nos dan el coctel no sabríamos cómo alimentarnos. Si no nos dan los antibióticos, nos atacarían las enfermedades que habíamos logrado mantener a raya. Y peor todavía: el uso cotidiano preventivo de esos medicamentos haría que aparecieran nuevas enfermedades inmunes y entraríamos en un circulo vicioso de búsqueda de antibióticos mas poderosos. Si un día nos llegaran a quitar ese paquete milagroso, descubriríamos con horror que estamos terriblemente cansados, sin saberlo. Los suplementos energéticos no nos permitían notarlo. Veríamos con horror que hemos matado ese bien precioso que es nuestro cuerpo y, llegados a este punto, nos preguntaríamos si no estábamos mejor cuando éramos menos productivos y menos dependientes.
Traigo a colación este ejemplo hipotético para que entendamos lo que ha pasado con el paquete de la Revolución Verde.
Somos inmensamente productivos, pero el precio que hemos pagado por ello es dependencia y el empobrecimiento de la tierra. Y eso, en el fondo, es lo único que realmente tenemos como riqueza y medio de vida.
De oro no nos alimentamos.
Ese modelo-paquete estandarizado de la Revolución Verde ha sido particularmente dañino para los países del Tercer Mundo, donde son más las plagas porque, por ejemplo, no hay un invierno esterilizador.  Y los problemas y distorsiones pasan a ser acumulativos por las dicotomías que genera no tener el paquete completo: no siempre nuestros campesinos tienen acceso a los siete elementos del paquete juntos.
La consecuencia es que literalmente se esterilizó el suelo, quedando desnudo y erosionable.
En muchas de nuestras tierras sólo manteniendo el ciclo del paquete (es decir: comprando fertilizantes, agrotóxicos  y semillas) es que se puede sembrar en él.
Predecir cuándo será el colapso no es fácil. Sólo sabemos que el colapso viene porque ya hay señales que son claras.
Capítulo III. Las Consecuencias

Al sembrar grandes extensiones de un único rubro (monocultivo) eliminamos la diversidad que mantiene a raya los organismos patógenos y las condiciones de equilibrio del suelo.
Por ejemplo: el olor de la yerbabuena confunde a la mariposa que busca colocar sus huevos en las hojas de un coliflor; las flores amarillas sembradas alrededor del campo atraen los mosquitos que se hubiesen posado en las flores de la papa; las raíces superficiales del maíz se rotan con habas que hacen que sus largas raíces vayan metros más abajo y le den chance al sustrato superior para regenerarse: o a veces sembramos plantas altas para que le den sombra a las que así lo necesitan.
El hombre lleva milenios descubriendo cada uno de los elementos de la diversidad que mantienen el equilibrio y la vida.
A veces lo olvidamos, pero la tierra donde sembramos se comporta como un ser vivo, orgánico, con millones de años evolucionando y que necesita cuidado y alimento para seguir viviendo. Y como todo ser vivo, también puede morir. Eso que llamamos terrón no es más que arcilla, arena y limo unidos por materia orgánica. Al perderse la diversidad, el sembradío es pasto de patógenos y tenemos que apelar a los agroquímicos que no sólo matan a esos patógenos, sino que literalmente matan la materia orgánica de la tierra. Y al eliminar esa materia orgánica, el terrón se disgrega y desertificamos.

¡A un sembradío de papa, desde la siembra hasta la cosecha, se le agregan agrotóxicos 16 veces!
La primera gran consecuencia del paquete de la Revolución Verde es que hemos matado a la tierra. En el mejor de los casos, la empobrecemos: “está flaca”, como dicen nuestros campesinos andinos. Y eso se debe a un ciclo frenético que no le da descanso. Sembramos plantas enfermizas que, de no aplicarse múltiples dosis de agrotóxicos, morirían antes de ser cosechadas. Hoy esas tierras son apenas receptoras muertas donde podemos sembrar sólo porque tenemos fertilizantes: lo rendidor (lo cuantitativo) no necesariamente implica calidad.
La segunda gran consecuencias del paquete verde es dependencia y dominación. Así como la mula, híbrida de burro y yegua, es eficiente pero estéril, casi todas las semillas “mejoradas” que se venden para monocultivo son manipuladas mediante modificación genética o hibridación. Por esa razón dan plantas cuyas semillas no son capaces de generar más vida: sólo comprando semillas, fertilizantes y agrotóxicos es que se puede sembrar. Así que por primera vez en la historia humana y en apenas cincuenta años hemos puesto el alimento de la humanidad en manos de un puñado de grandes corporaciones, con su juego de manipulación financiera.
No seamos inocentes: el trabajo del directorio de una empresa es hacer dinero. Este dominio de las empresas de insumo, en integración corporativa con las agroquímicas, ha terminado por constituir gigantes corporativos de la alimentación que lideran una forma de neocolonialismo. La gran ironía es que ahora los menos pudientes sólo tienen acceso a alimentos baratos, pero modificados genéticamente y barnizados de agrotóxicos. Mientras tanto, las clases altas ponen de moda el alimento orgánico. El trabajo Agroecología y Soberanía Alimentaria, de Eduardo Sevilla, aclara muchos puntos como estos.

La tercera gran consecuencia del paquete de la Revolución Verde es la pobreza. Aunque 50% del planeta sigue manteniendo una economía rural, la tecnificación desplazó a los agricultores de las zonas rurales de los procesos productivos al colocar el proceso de siembra en pocas manos con grandes extensiones de tierra.
Esto definitivamente ha contribuido con el número creciente de hambrientos en el mundo. La mecanización ayudó al aumento de los cinturones de miseria urbanos, pues al ser más rentable el uso de la maquinaria agrícola desplazó al pequeño productor hacia las grandes ciudades, presentando así un incremento en el desempleo y la pobreza.
Y la cuarta consecuencia es un gran empobrecimiento cultural. Empobrecer la tierra (lo único que tiene el campesino como riqueza y como medio de vida) ya es una forma de empobrecimiento, pero también debemos hablar de pobreza biocultural, al perderse opciones. Cuando se pierde parte de la biodiversidad, se pierde el conjunto de conocimientos asociados a esos productos. Y con eso estamos ante la muerte de la versatilidad culinaria.
El problema al que nos enfrentamos es grave. Pero así como han sonado las alarmas también crece un movimiento agroecológico que, sin negar los avances tecnológicos, busca arreglar el entuerto.
Capítulo IV. (Curando)

Muchas son las veces en las cuales al enfrentar un problema (en este caso el hambre y el crecimiento exponencial de la población) tomamos caminos que solucionan en el corto plazo pero se convierten en problemas mayores en el mediano o largo plazo. Y, llegados a ese punto, suele ser inviable regresar al  momento inicial.
En el caso de los modelos actuales de cultivo pasa exactamente lo mismo: es imposible plantearse un regreso a los métodos de siembra de hace doscientos años porque, para empezar, en esa época había 2% de la población actual y, de paso, la tierra no estaba enferma. Por otra parte, sería negar las virtudes de los avances científicos: acá nadie plantea regresar a la prehistoria, pero tampoco tiene sentido avanzar hacia el despeñadero.

Un ejemplo de los problemas ideológicos que plantean los avances tecnológicos está en las semillas con modificación genética, mejor conocidas como transgénicas. Son la gran vedette de los sistemas de monocultivo y de la producción masiva de alimentos.

Yo creo en las virtudes de los estudios genéticos. En el caso de la medicina han implicado un avance tremendo. Por eso advierto que considero un error haber llevado la discusión en contra de los transgénicos al terreno de la salud. Todavía es muy temprano para saber si son dañinas y al menos yo no he conseguido un estudio científico que me convenza en esa dirección. Y esta debilidad argumental es justamente de lo que se han valido las grandes corporaciones de producción de semillas. Aunque está en inglés, si hacen click acá verán que vale la pena leer este artículo al respecto, publicado por la Organización Mundial de la Salud.

Los argumentos en contra de los transgénicos deberían ir en la dirección de cinco puntos irrebatibles:
1. Exigen toneladas de pesticidas y herbicidas.
2. Generan pobreza.
3: Generan dependencia (y atentan contra la seguridad alimentaria).
4. Generan pobreza cultural.
5. Matan (literalmente) la tierra cultivable.
Lo interesante de los movimientos agroecológicos radica justamente en su pragmatismo. No son negadores de la tecnología. En palabra de Eduardo Sevilla:
“La agroecología propone un enfoque pluralista que asume todo conocimiento, también el científico, como contextual y subjetivo, tomando en cuenta la diversidad histórica, ecológica y cultural”
Estamos a tiempo: el 60% del planeta sigue siendo agroecológico, pues en esas áreas se mantienen métodos de siembra tradicionales. Pero la presión es enorme y ese porcentaje está bajando rápidamente.
La clave está en empezar por devolverle la vida a la tierra: revivir a ese 40% que ya matamos.
No es fácil plantearse esto porque, en el fondo, la forma actual de cultivo es fácil: siembro una semilla, uso agrotóxicos, agrego fertilizantes y herbicidas, riego y me acuerdo de nuevo de esa tierra cuando toca cosechar.

Llegamos a un punto donde es más costoso tener prácticas ecológicas de siembra que industriales, pero las segundas con una irresponsabilidad con el futuro del planeta.
Capítulo V. El Manifiesto

Los movimientos agroecologistas, concretamente, proponen enseñar métodos agroecológicos que sustituyan los agroquímicos por elementos biológicos, pero con una biotecnología manejada por la gente común. Ellos entienden que los sistemas de manejo tradicionales deben actualizarse porque las condiciones han cambiado, pero con el auxilio de tecnologías apropiables por la gente mediante siete estrategias. Intentaré hacer un resumen libre:
a. Romper la dependencia mediante la producción y conservación de semillas que, por principio, no deben ser híbridas.
b. Reciclaje de nutrientes para romper con el círculo vicioso del subsidio energético.
c. Entender los conceptos de complementariedad.
d. Reivindicar métodos tradicionales efectivos.
e. Reivindicar el concepto de soberanía alimentaria.
f. Revertir los patrones de consumo modificado, mediante la recuperación cultural de hábitos perdidos.
g. Conseguir la sinergia dentro de las organizaciones, pues las personas aisladas difícilmente pueden cambiar un modelo tan poderoso.
Se trata de una lucha de resistencia que tenemos que librar.
Ser coherente con la vida implica trabajo y tiene un precio, pero por suerte cada vez son más los enamorados de las causas imposibles.
Por Sumito Estévez | 31 de enero, 2015
Foto principal. Agricultores recolectan verduras. Mérida, 25-07-09. (Fotografía de Carlos Balza/Orinoquiaphoto) Haga click en la imagen.




Un imperio con muchas bocas Sumito Estévez

Por Sumito Estévez | 16 de febrero, 2015


I. El Mundo

A mediados del siglo VI, Roma era un imperio venido a menos: había pasado de tener un millón de habitantes en su esplendor a unos menguados 80.000. El emperador era Justiniano I y el profeta Mahoma estaba por nacer. En Europa al concepto de cloaca le faltaban 1.200 años para aparecer. En una ciudad como la sufrida Londres, los transeúntes estaban acostumbrados a esquivar los baldazos inmundos que llovían desde los balcones. Y, además, en aquel viejo continente eran demasiados los que pasaban hambre.
Sin embargo, ninguno de estos datos habría impresionado a una descomunal y ordenada ciudad de casi 300.000 habitantes que florecía a los pies de unas pirámides, con sistemas de disposición de aguas negras en cada una de las viviendas y un sistema de estratificación de labores diseñado en función del bien colectivo. ¡Tan distante de la barbárica Europa!
Hablo de Teotihuacán, el impero que se acobijó bajo la sombra de lo que hoy los turistas que van a México llaman la Pirámide del Sol.
Alimentar a 300.000 personas todos los días no es juego. Y mucho menos en el año 600 d.C. El crecimiento (y la decadencia) de una civilización depende íntimamente de su capacidad para alimentarse. Conseguir esos alimentos bien puede darse por capacidad de compra, gracias a los ingresos comerciales de otros bienes, bien por fijar impuestos a pueblos esclavizados, o bien por el desarrollo autónomo de formas de agricultura.
Lograr 500 gramos de vegetales y cereales cocidos, que es el promedio de consumo diario de los humanos, implica procesar dos kilos de ingredientes (recordemos que los tallos, las raíces, las pieles y las hojas también pesan). Es la nada despreciable cifra de 18 mil toneladas de vegetales por mes. En una ciudad a la que diariamente tenía que entrar tal cantidad de comida (no había refrigeración para entonces), es fácil intuir el frenesí que flotaba sobre esta megalópolis: el comercio, el transporte, las cocinas, además de la disposición de residuos de los comedores bulliciosos.
¿Cómo lo lograron? ¿Cómo pudieron alimentar a tantos, antes de que las guerras y las sequías arrodillaran al imperio?
Lo lograron porque estaba más avanzados en metodologías de producción agrícola de lo que jamás soñó la humanidad en cualquier otro sitio del orbe.
II. Las Chinampas

Buena parte de lo que es el actual territorio de la capital de México fue una enorme zona inundada por un sistema de lagos conocido como Texcoco. Aunque todos esos lagos fueron alimentados por el deshielo circundante, muchos de ellos eran salobres (hasta el punto de haber sido fuentes de sal) por los minerales arrastrados. Otros eran de aguas poco potables por los sedimentos orgánicos que había en ellas, pero esos eran ideales para la agricultura. Uno de estos cuerpos acuíferos no salobres es el lago de Xochimilco, un espacio de canales e islas muy popular entre los turistas porque allí se toman unas barcas coloridas en las que se puede comer y oír música popular y mariachis mientras se pasea.
Esa zona es justamente la cuna de los Toltecas, quienes desarrollaron el método de chinampas para sembrar.
Aunque el apogeo del método se sitúa ya cuando el imperio de Teotihuacán estaba en su fase de decadencia, la historia del método  de chinampas permite entender, por una parte, la importancia como despensa que tenía la zona de los lagos y, por otra, el grado impresionante de perfección técnica que desarrollaron quienes habitaban esas riberas: literalmente construyeron un México flotante lleno de vida. Un México perdido que, como les voy a contar un poco más adelante, cuenta con un ejército de resistencia que intenta retomar esta herencia como la solución ante la estupidez humana que durante siglos nos llevó a sembrar incorrectamente.
Tramo a tramo, con paciencia, terminaron por hacer un entramado de canales, una Venecia verde, un paraíso en la tierra donde todavía hoy hacen vida personas que van al trabajo o al colegio en sus botes, en su cotidianidad.

Lo primero era colocar unas estacas que sobresalen desde el fondo del lago, y que servirán de borde a las futuras islas. Luego comenzaban a rellenar con material orgánico, tanto del fondo de la laguna como de tierra firme, hasta lograr islas que iban desde algunos metros cuadrados hasta varias hectáreas. Entonces allí sembraban sauces, para que las raíces fijaran las islas flotantes hasta convertirlas en espacio ganados territorialmente.

Ya logradas las islas, empezaba la magia: se hacía en la tierra un rectángulo ahuecado de uno 3 metros de ancho por 10 de largo y eso se rellenaba con el fondo orgánico de la laguna. Justo antes de que ese barro se endureciera, se cuadriculaba hasta lograr un enorme tablero con terrones cuadrados de dos centímetros por lado. A cada terrón se le hacía con el dedo un hueco en el medio y allí se colocaba la semilla para que germinara: ¡era un almácigo reciclable de 30 metros cuadrados!
Mientras germinaban las semillas, se abrían los canales de siembra en la tierra y se rellenaban con un compost hecho con fondo de la laguna, cenizas volcánicas y material orgánico descompuesto controladamente. Luego del tiempo debido, cada semilla germinada se agarraba con su terroncito y se pasaba al lugar preparado para su crecimiento. Al final se cubre con pastura seca a modo de colchón, para evitar que las salpicadas de la lluvia en la tierra salobre afectara el crecimiento de las plantas.
No había necesidad de agroquímicos, ese invento infernal de la modernidad, porque todavía no había aparecido ese jinete del apocalipsis que es el monocultivo. Plantas en crecimiento, acompañadas estratégicamente por otras que se coadyuvaban a la hora de controlar plagas. Y, en caso de que fuese necesario controlar alguna, se rociaban con cocciones de ajíes (chiles) y ceniza, como todavía hacen y yo mismo pude verlo: media hectárea con mucha comida y en un lago con muchas hectáreas ganadas, capaz de alimentar a poblaciones circundantes que sumaban la población de cualquier capital actual.
Por la naturaleza de mi oficio, he estudiado muchas metodologías de siembra. Me apasiona entender cómo fue el proceso de domesticación de la semilla, quizás el más grande logro de la humanidad, porque fue eso lo que nos dio el tiempo para pensar y amar. Y nunca, en ningún lugar del mundo, he visto un método de ingeniería agrícola más depurado que el de las chinampas.
Es el ciclo perfecto de la vida, sin llevarse a la vida por los cachos en el intento.
III. En el pasado está el secreto del futuro

A los campesinos de Xochimilco los fue engullendo el sistema actual, si es que puede llamarse sistema a algo tan dañino.
La mayoría vive de llevar turistas en botes por los canales contaminados de la laguna y así ganar un mísero salario que apenas da lo suficiente para comprar esos alimentos que dejaron de sembrar. Otros siembran flores y la verdura que necesite el mercado por encargo para las grandes cadenas, con un precio que ha sido pre-fijado desde muy arriba. Vemos así grandes viveros cubiertos de plástico con coloridas flores que hacen que los turistas digamos cada diez remadas “¡Qué bonito!” o llenos únicamente de la lechuguita perfecta que pedimos los amos desde la ciudad, en nuestro dictatorial ciclo de la estética que deshecha cualquier vegetal feo.

Es necesario que sepamos que la única forma de tener lechugas o tomates sin sembrarles otro vegetal al lado que funja de control (y fuera de su estación natural de crecimiento) es llenando esos bonitos viveros de mucho veneno. Con tal de tener todo el año los mismos vegetales, preferimos comerlos envenenados. Así somos. Pero allí, en ese lago, a apenas unos metros del monocultivo y el veneno, también crece un movimiento de resistencia.
Estos grupos agroecológicos que están sembrando mediante el viejo método tolteca, están tratando de hacerles entender que quien siembra con semillas obtenidas de las mejores plantas y siembra aquello que pide la estación climática, uniendo cultivos para no comprar agroquímicos y usando composturas con el material orgánico del entorno, puede dejar de ser pobre porque no depende de comprarle a otro para vivir.
No es fácil. En Xochimilco pasa como cuando un vecino fumiga y todas las cucarachas huyen a nuestra casa. Ese vecino empeñado en sembrar flores en una tierra que no se ganó para eso sino para alimentos lo logra gracias a mucho veneno, así que sus plagas migran a los lugares donde no lo hay. Pero es muy interesante ver cómo el esfuerzo de estos grupos está puesto en combatir un entorno que cambió para mal (más contaminado, con plagas nuevas, más caliente) usando un método tradicional como el de las chinampas y desarrollando nuevas tecnologías naturales adaptadas a estos tiempos.
Ya no podremos volver al pasado, pero el futuro no pinta bien. Y parece que unir los métodos tradicionales con nuevas biotecnologías es la cantera de la solución. Pero depende de usted y de mí que funcione, porque la sociedad actual debe romper con uno de sus más grandes paradigmas alimentarios: tenemos que volver a comer aquello que hay y no lo que queremos.
No es tan malo que a veces no haya tomate porque no es temporada. Al contrario: es divertido saber qué es lo mejor que nos dará la tierra e inventar con el producto perfecto.

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