Poco antes de las 7:30 de la noche
del sábado, se escucharon los aplausos en Le
Bourget, justo después de que Laurent Fabius, ministro de
relaciones exteriores de Francia y presidente de la conferencia sobre el cambio
climático dijera: “el acuerdo de París ha sido aceptado”. Representantes de 195
países superaron décadas de divisiones que impedían establecer un trato para
prevenir un catastrófico futuro.
El convenio global busca reducir las emisiones de gases de
efecto invernadero, con una contribución de todos los países para evitar que la
temperatura aumente 2°C por encima del nivel de la era preindustrial, debido a
que dicha cifra generaría daños descomunales para el planeta: aumento de la
temperatura de los océanos (inundando ciudades de baja altitud), daño en campos
de cosecha, lo que a su vez podría aumentar los niveles de hambrunas, y
migraciones masivas. La meta propuesta es mantener el aumento de la temperatura
global por debajo de 1.5°C con respecto a los niveles preindustriales.
La tarea de salvar al mundo resulta bastante oportuna. A
pesar de que muchos países han publicado planes para vencer el calentamiento
global, en los que figura la inversión en energía solar y eólica, las
propuestas individuales resultan débiles e insuficientes. Al sumar todas las
propuestas anteriores al tratado de París, se proyecta que las emisiones
globales podrían aumentar la temperatura del planeta en 2.7°C.
De acuerdo con una investigación liderada por James Hansen, precursor de la divulgación de
los efectos del cambio climático, y financiada por la NASA y la Universidad de
Columbia, una marca por encima de los 2°C tendría consecuencias dramáticas.
No obstante, hay posturas encontradas en torno al Acuerdo
de París. Para el mismísimo James Hansen, científico de la NASA, el tratado es
un fraude. “Son palabras sin valor. No hay acción verdadera, sólo promesas.
Siempre que los combustibles fósiles sigan siendo los más económicos, seguirán
siendo utilizados”. Por otra parte, para Kumi Naidoo, director ejecutivo de
Greenpeace Internacional, el tratado resulta prometedor: “la raza humana se ha
unido en una causa común. El acuerdo de París es sólo un paso en un largo
camino y hay partes de él que frustran, que me decepcionan, pero es un avance.
El acuerdo por sí solo no nos va a sacar del agujero en el que estamos, pero sí
hará el camino menos empinado”.
Si bien es habitual encontrar opiniones divergentes, es
relevante revisar qué dice el texto aprobado por los 195 países. A continuación
5 claves del Acuerdo de París.
¿Qué propone el Acuerdo de París?
1. El
acuerdo de París no obliga legalmente a los países a hacer recortes de emisión
de gases de efecto invernadero. El Protocolo de Kyoto de 1997 pretendía obligar a los
países a recortar sus emisiones, pero no funcionó. No resultó viable que los
países fueran forzados a reducir el consumo de combustibles fósiles cuando no
estaban dispuestos a hacerlo o no tenían los recursos necesarios. El Acuerdo de
París propone que cada Estado presente su propio plan para disminuir las
emisiones y obtener fuentes alternativas de energía.
Si un país no logra reducir las
emisiones de gases de efecto invernadero, no recibirá ninguna penalización, ni
se podrá castigar el incumplimiento del acuerdo. Este aspecto ha sido
ampliamente criticado por quienes consideran que sin sanciones el tratado es
“ingenuo”. Sin embargo, la principal razón por la que no es vinculante es para
evitar la necesidad de que sea ratificado por los congresos nacionales de cada
nación, como sucedió con el Protocolo de Kyoto que, por ejemplo, nunca fue
ratificado por el Congreso de Estados Unidos.
2.
Un aumento menor a 2°C es la meta de temperatura global. Desde el inicio de la era industrial hasta hoy, el
planeta se ha calentado alrededor de 1°C. Si bien el objetivo del acuerdo es
mantener el calentamiento total por debajo de los 2°C en relación a la
temperatura de la era preindustrial, los países prometieron esforzarse en
lograr un aumento menor a 1.5°C. Inicialmente se trata de una meta ideal que
sólo podrá lograrse al aplicar políticas públicas internas.
3.
Se presentarán nuevas propuestas cada 5 años. Debido a que los planes actuales no pueden asegurar que
mantendrán el calentamiento por debajo de los 2°C, los países podrán corregir
sus propuestas y agudizar las exigencias para presionar a otras naciones a que
tomen medidas más fuertes y efectivas.
4.
Se adoptará una política de transparencia. Se implementarán medidas de monitoreo para poder reportar
el avance de los planes climáticos de cada país. China se ha opuesto a este
punto argumentando que las inspecciones intrusivas atentan contra la soberanía.
El método con el que funcionaría el sistema de monitoreo no ha sido
determinado.
5.
Se dispondrá de un fondo para los países más pobres. Los países con menos recursos necesitarán ayuda para
adoptar energías limpias y para adaptarse al impacto climático que podrá causar
desastres naturales (inundaciones, tormentas, aumento del nivel de los mares,
etc). Los países propusieron un fondo, no vinculante a nivel legal, de 100.000
millones de dólares, que podrá aumentar en el futuro.
Hay un gran nivel de escepticismo
frente a los alcances reales del convenio. Para David Victor, profesor de la escuela de políticas públicas globales y
leyes de la Universidad de California, el tratado se puede beneficiar de la teoría de la bicicleta, según la cual las
negociaciones son sostenibles sólo si son ininterrumpidas —al igual una
bicicleta se mantiene en movimiento hasta que se deje de pedalear—. Mientras se
promueva la cooperación y haya un monitoreo, los responsables de las propuestas
sentirán la presión para profundizar en las medidas hasta obtener resultados
concretos.
Vencer el reto que plantea el cambio climático es una
tarea de proporciones descomunales que deberá ser realizada por varias
generaciones. El tratado de París no es un punto de llegada, por el contrario
es el primer paso en un arduo y largo camino.
Por Diego Marcano Arciniegas | 15 de diciembre, 2015
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