La OMS cree que entre 2030 y
2050 el cambio climático causará 250.000 muertes cada año
Causa decenas de miles de muertes cada año,
por razones que van desde los cambios de patrones de las enfermedades, hasta
los fenómenos meteorológicos extremos, como las olas de calor y las
inundaciones, así como la degradación de la calidad del aire, del saneamiento y
de los abastecimientos de agua y alimentos”. Así lo expresó la Organización
Mundial de la Salud (OMS) pocos días antes de la inauguración en París de la
trascendental 21ª conferencia de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre
el Cambio Climático, y añadía la siguiente previsión: “durante el periodo
2030-2050, el cambio climático causará 250.000 muertes adicionales cada año por
dolencias asociadas a sus efectos ambientales”.
Para rematar el vaticinio, la OMS apuntó que los niños y las mujeres de
los países más pobres serán los más afectados. Ya lo son, en presente. Lo
constata José Graziano da Silva, director
general de otro organismo de la ONU, la Organización de las Naciones Unidas
para la Alimentación y la Agricultura (FAO): “el calentamiento global impacta
en la seguridad alimentaria y la agricultura de todos los países, especialmente
en las zonas áridas y en los pequeños Estados insulares en desarrollo donde
viven muchos de los pobres y hambrientos del mundo”.
Ipaishe Masvingise (Zimbabue) Cultivar entre
lluvias y sequías
“Mi familia vive y
cultiva en el sur de Zimbabue desde 1963, y siempre hemos logrado salir
adelante, pero ahora el cambio climático amenaza aquí a todos y a todo”.
Ipaishe Masvingise es una agricultura del distrito de Gutu que relata la
imposibilidad de cultivar y cosechar ante un clima que se ha vuelto
impredecible, que combina lluvias fuera de temporada, sequías recurrentes y
precipitaciones torrenciales que inundan y ahogan los campos.
“Esta situación nos
obliga a desplazarnos 85 kilómetros para comprar el trigo y el maíz que no
podemos cosechar, gastando el dinero que tenemos para la salud y la educación”,
afirma Masvingise. Gracias al trabajo de Oxfam, ella y otras familias
agricultoras han logrado paliar este problema desarrollando métodos de
adaptación, como sistemas de riego eficientes, cobertura del suelo con mantillo
para conservar la humedad o diversificación de cultivos con judías, patatas,
mijo, calabazas e incluso sandías. Y lo más importante, compartiendo entre
ellas experiencias y ayudas.
Jethro Greene, coordinador jefe de la Red
de Agricultores del Caribe, explicaba recientemente a la agencia Inter Press
Service, que el cambio climático plantea todo tipo de desafíos en su región:
“hay sequías que no esperamos, lluvias que no esperamos, inundaciones que no
esperamos. No se puede distinguir entre la estación de lluvias y la seca”.
Hilal Elver, relatora especial de Naciones
Unidas sobre el Derecho a la Alimentación, señala que “podría añadir 600
millones de personas a las filas de los desnutridos para 2080”. Hasta el Banco
Mundial, situado en la diana de muchas ONG de ayuda al desarrollo por sus
inversiones contrarias a la equidad social y ambiental, acaba de publicar un
informe (Grandes cataclismos: Cómo abordar
los efectos del cambio climático en la pobreza) en el que pronostica que si no se
adoptan medidas radicales y rápidas en la lucha contra este fenómeno, se
contabilizarían más de cien millones de personas adicionales en la pobreza ya
en 2030.
Nada como el libro Cambio climático y sistemas alimentarios,publicado
en junio de este año por la FAO, para corroborar todo lo expuesto y destacar
los riesgos de que se agrave la prevalencia del hambre oculta (falta crónica de
vitaminas y minerales) y la obesidad. “Una mayor concentración de dióxido de
carbono disminuye la cantidad de zinc, hierro y proteínas y aumenta el
contenido de almidón y azúcar en algunos de los principales cultivos
alimentarios del mundo, como el trigo y el arroz”, sostiene. El libro no pasa
por alto que algunas regiones se verán beneficiadas en la producción y
exportación de alimentos por los cambios en los patrones climáticos, pero
recuerda que seguirán siendo las zonas tropicales y meridionales y las
comunidades más pobres las que soportarán las peores consecuencias.
Olas de refugiados
Por si esto fuera poco, el cambio climático
amenaza con intensificar los flujos migratorios de personas que huyen de condiciones
extremas para su supervivencia. En 2012, Francesco Femia y Caitlin Werrell,investigadores del Center
for Climate and Security de Washington (Estados Unidos), publicaron un estudio
en el que señalaban que la avalancha de refugiados que comenzaba a llegar desde
Siria tenía algo más que componentes políticos de oposición al régimen de
Bachar el Asad y de huida del terrorismo del Estado Islámico.
Ioane Teitiota (República de Kiribati) Huir de la
subida del mar
“Una de las
prioridades debería ser apoyarlos en sus acciones para combatir el cambio
climático y adaptarse a los impactos del fenómeno”. Son palabras del secretario
general de la ONU, Ban Ki-moon, en relación a los pequeños estados insulares
tras el paso del ciclón Pam por Vanuatu en marzo de 2015.
Este archipiélago
del Pacífico, junto a otros como Tuvalu y Kiribati, sienten con mayor
intensidad la subida del nivel del mar asociada al cambio climático. De ese
riesgo huían Ioane Teitiota y su familia, habitantes de Tarawa, la isla
principal de Kiribati, que en su mayor elevación supera levemente los tres
metros por encima del nivel de mar.
Llegaron a Nueva
Zelanda para que se les reconociera el estatus de refugiado climático, pero los
tribunales de este país lo rechazaron por no estar contemplada oficialmente
dicha figura en la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de la ONU, a
pesar de que Acnur reconoce el problema. Teitiota teme porque sus hijos
contraigan enfermedades en un lugar donde la mortalidad infantil es mayor que
en Bangladesh y el exceso de agua salina es un factor trascendental.
El trabajo de Femia y Werrell exponía que
“en los últimos años se ha producido una serie de cambios sociales, económicos,
ambientales y climáticos significativos en Siria (…) y si la comunidad
internacional y los futuros responsables políticos en Siria quieren abordar y
resolver las causas de los disturbios tienen que asumir compromisos en este
campo”. Recordaban que entre 2006-2011 el 60% de las tierras de Siria
experimentó la peor sequía continuada conocida en milenios y que en 2009 más de
800.000 sirios habían perdido por ello su sustento de vida, fijado en la
agricultura.
Los diversos informes del Panel
Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC) de la ONU confirman
que desde 1950 las olas de calor han aumentado y hay más regiones afectadas por
sequías debido a que las lluvias han disminuido relativamente mientras que la
evaporación ha aumentado debido a condiciones más cálidas. Eurasia meridional,
donde se enclavan Estados como Siria, además de África septentrional, Canadá y
Alaska aparecen como las regiones más castigadas.
El drama de la migración siria ha devuelto
a la actualidad una controversia que no acaba de despejarse: ¿se puede aceptar
la figura de refugiado climático (o en su más amplia acepción, ambiental) y por
lo tanto cuantificar su número y otorgarles derechos de asilo? La Convención
sobre el Estatuto de los Refugiados de la ONU no les reconoce como tales.
La última edición del informe La
situación del mundo, del
WorldWatch Institute, dedica un capítulo a esta cuestión y su autor, François Gemenne,
especialista en geopolítica ambiental, lo tiene claro: “los desastres
meteorológicos desplazaron a unos 140 millones de personas, un promedio de 23
millones al año, entre 2008 y 2013”.
La Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) expone
datos de 2012 para afirmar que más de 30 millones de personas se vieron
obligadas a desplazarse ese año como consecuencia de desastres naturales,
tendencia que “podría intensificarse en la medida que los efectos del cambio
climático se profundicen”. Aventuran también que el número de personas que
tendrán que desplazarse en 2050 por esta causa y la degradación del medio
ambiente en general fluctúan entre 25 millones y mil millones.
En España, la Fundación Ecología y
Desarrollo, Ecodes, ha emprendido una activa campaña (El cambio climático nos
hace más pobres. Es tiempo de actuar) para llamar la atención de la ciudadanía,
las organizaciones de la sociedad civil, las empresas y las administraciones
públicas sobre la “inequívoca vinculación entre el calentamiento del planeta y
el empobrecimiento progresivo de sus habitantes, una cuestión que requiere la
movilización de todos”. Eso sí, poniendo sobre la mesa la urgencia en la
actuación y las políticas y medidas a aplicar.
Algunas medidas ya están en marcha. Ecodes
recuerda la amplitud y variedad de las mismas y exige su implantación generalizada:
“fomentar las energías renovables y la eficiencia energética; asegurar el
acceso a los recursos básicos mediante la inversión y la innovación; plantear
enfoques integrales y hacer inversiones a largo plazo; rehabilitar
infraestructuras; empoderar y mejorar la capacidad de los agricultores; mejorar
el almacenamiento, captura y reutilización de aguas; garantizar el acceso a los
servicios básicos; aplicar técnicas de gestión de riesgos de desastre, e
introducir sistemas de alerta temprana de olas de calor e inundaciones y
preparar a la población y al personal sanitario ante las mismas”.
Alimentos locales
El libro de la FAO señala como una de las
soluciones abordar estrategias de adaptación internas que permitan a países y
regiones evitar la fuerte dependencia de las importaciones, que tienden a
aumentar la vulnerabilidad ante la volatilidad de los precios. Hilal Elver
también estima necesario “un cambio de una agricultura industrial a sistemas
transformativos como la agroecología, que apoyen al movimiento alimentario
local, protejan a los pequeños agricultores y respeten los derechos humanos, la
democracia alimentaria y las tradiciones culturales”.
Luis Leclercq (Argentina) El pescador sin pesca
La bahía de
Samborombón forma parte del estuario del río de la Plata, en la provincia de
Buenos Aires. La Fundación Vida Silvestre, representante en Argentina del WWF,
presenta este espacio como ejemplo de impacto y vulnerabilidad.
Luis Leclercq no
quita parte de la responsabilidad de la disminución de la pesca, y de la
variedad de esta, a la pesca industrial de altura, pero también recuerda que
“la gran intensidad de los vientos nos impide salir a pescar tanto como
hacíamos antes y la costa ha cambiado mucho en toda la bahía, cada vez hay
menos arena, incluso en la orilla del mar”.
A Leclercq le
acompañan como testigos del cambio climático Raúl Rodríguez, ganadero, quien
afirma que “ahora entra agua salada en exceso en nuestros pastos naturales y
perjudica el alimento de los animales”, y Patricia Escola, maestra, que ve cómo
los alumnos pierden cada vez más días de clase por las inundaciones contínuas.
En 2010 WWF recogió
en su campaña Testigos del clima decenas de testimonios de personas de todo el
mundo que relataban cómo el cambio climático afecta a sus vidas.
Elver recuerda que “los que menos han
contribuido al calentamiento global son los que más sufrirán sus efectos, y las
políticas de mitigación y adaptación deben respetar el derecho de la
alimentación y otras garantías básicas”. Sin embargo, parece que los máximos
responsables de esta situación, los países más desarrollados, no se acaban de
aplicar el cuento, según la revisión que ha hecho la Alianza Panafricana por la
Justicia Climática (APJC) de las contribuciones previstas y determinadas a
nivel nacional que presentarán en París los Estados y resto de miembros que
forman parte del Convenio sobre Cambio Climático.
“Débiles, inadecuadas y poco ambiciosas” es
el calificativo que merecen para la APJC los compromisos que se aportan desde
Rusia, Estados Unidos y la Unión Europea. Isabel Kreisler, experta en políticas
de cambio climático de Oxfam, estima que “con la aplicación de estas
contribuciones se puede rebajar un grado el pronóstico de subida de 4 ºC para
2050, pero en ningún caso se conseguirían los 2 ºC que se exigen”.
Oxfam también ha chequeado esos informes y
Kreisler concluye que “son precisamente los países con menos responsabilidades
los que más se acercan a la cuota que les corresponde de compromisos, y ocurre
al revés con los más desarrollados, que deben asumir, además de la reducción de
sus emisiones, la inversión en cooperación internacional para que otros países
vayan más allá”. El informe de Oxfam expone cómo políticas llevadas a la
práctica en Kenia, Islas Marshall o Indonesia permiten cumplir mejor con el
rango de equidad que les corresponde.
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