Obama, una
presidencia marcada por la lucha contra el cambio climático
Barack
Obama convirtió la lucha contra el calentamiento global en una de sus
prioridades
Con la mirada puesta en la historia y a pesar de
tener las dos cámaras legislativas en contra, el presidente de Estados Unidos,
Barack Obama, abordó su segundo mandato con la lucha contra el cambio climático
entre sus objetivos. Ya puede decir que lo ha conseguido. Anoche, en una
intervención desde la Casa Blanca, calificó el pacto de París como “el más
ambicioso de la historia de la lucha contra el cambio climático” y defendió el
trabajo de su Administración para hacerlo posible.
El presidente estadounidense nunca esperó a que se
pusieran de acuerdo los legisladores demócratas y republicanos en el Congreso.
Empleó sus poderes ejecutivos para, a través de un decreto, aprobar este
verano los recortes más ambiciosos a las emisiones contaminantes de la industria
estadounidense. Desde entonces la defensa del medio ambiente el
forma parte del legado del mandatario demócrata, que acaba de sumar otro logro
en París.
Obama defendió este sábado que el acuerdo “celebra el liderazgo
estadounidense” en la lucha contra el cambio climático. “La comunidad
internacional ha demostrado lo que es capaz de hacer cuando une todas sus
fuerzas”, aseguró. El mandatario dio las gracias personalmente a los líderes
franceses y al secretario de Estado, John Kerry, por su trabajo en las
negociaciones.
El presidente francés, François Hollande, recibe al presidente de EE UU, Barack Obama, en la Cumbre de París el 30 de noviembre. / EFE
El clima en torno a
un hombre tranquilo
Laurent
Fabius, el hacedor de un acuerdo histórico, ha logrado el respeto de los
negociadores gracias a su talante prudente, cortés y refinado
El ministro francés de
Exteriores, Laurent Fabius, en la Cumbre del Clima. / ETIENNE LAURENT (EFE)
El calentamiento global no estaba en el área de
intereses de Laurent
Fabius. El acuerdo histórico sobre este problema mundial
es, sin embargo, el broche de oro de la carrera de un político que lo ha sido
todo en su país. Este parisino de 69 años de porte elegante y fino sentido del
humor ha hecho el equivalente de la vuelta al mundo cada mes como ministro de
Exteriores de Francia desde que en septiembre de 2012 recibió el mandato de
presidir la Cumbre de París. Desde entonces ha hecho proselitismo climático
tejiendo alianzas para facilitar el acuerdo final. Se ha ganado el respeto de
los negociadores. Contaba con el apoyo sin fisuras de su antiguo rival
político, el presidente François Hollande. Francia se ha jugado su propia
imagen en esta empresa y Fabius ha sido su estandarte.
Los dramáticos atentados del 13 de noviembre que
costaron la vida de 130 personas y han dejado gravemente heridas a otras
tantas, obligaron a Francia a mantener un pulso arriesgado que ha ganado. Al
margen de la ambición del acuerdo, celebrar sin contratiempos la Cumbre del
Clima, una de las grandes apuestas del Gobierno de Hollande, ha sido ya un
triunfo. Jugaba con cierta ventaja: ha sido la primera vez que un país miembro
permanente del Consejo de Seguridad de la ONU organiza una cumbre mundial sobre
el clima. Entre bambalinas, el ministro de Asuntos Exteriores, Laurent Fabius,
el más veterano del gobierno, ha facilitado, además, un acuerdo universal que
se preveía complicado.
Mientras fuera se ha mantenido un impresionante
despliegue policial con 120.000 efectivos controlando fronteras y lugares
sensibles, dentro, en el parque de exposiciones de Le Bourget, Fabius se ha
mantenido al pie del cañón durante trece días, siempre impecable y diplomático,
huyendo de la confrontación. Después de esta cita histórica le espera, probablemente,
la presidencia del Consejo Constitucional, un puesto digno, pero mucho más
tranquilo, para un político de su talla.
Fabius fue durante muchos años un colaborador de la
plena confianza del ya mítico presidente François Mitterrand. Formado en la
Escuela Nacional de Administración, donde se preparan las élites funcionariales
y políticas de Francia, ha sido primer ministro (entre 1984 y 1986) y cuatro
veces ministro, además de presidente de la Asamblea Nacional y primer
secretario del Partido Socialista francés. Disputó (y perdió) las primarias
para la candidatura al Elíseo frente a Ségolène Royal (ahora ministra de Energía y Ecología) en 2007.
El escándalo de la sangre contaminada, el
hundimiento por parte de espías franceses del barco de Greenpeace Rainbow
Warrior, su rechazo a la malograda Constitución Europea en 2005 y su público
enfrentamiento con Hollande antes de llegar al Elíseo son los casos que empañan
su biografía. Contra todo pronóstico, Hollande le
nombró ministro de Exteriores tras ganar las presidenciales de
2012. “Era demasiado peligroso dejarle suelto. Mejor, tenerlo controlado”,
explica un diplomático.
Fabius, que había sido el primer ministro más joven
de la República, volvía en 2012 a la primera línea de la política con la
opinión pública de su parte y en un puesto en el Quai d’Orsay que siempre ambicionó.
“Encarna para los franceses una forma de experiencia, de autoridad y de aplomo
que no tienen sus colegas”, explicó entonces a Le Monde un próximo al político.
La edad no ha mermado su capacidad de trabajo.
Asegura dormir bien sin ayuda de pastillas incluso en el avión, en sus
constantes desplazamientos; muchos de ellos al lado de Hollande. En la Cumbre
de París ha generado una corriente de respeto y simpatía, a pesar de que
resulta evidente que dispone de piel de elefante y una buena dosis de cinismo.
De vuelta de todo, presume de no dejarse llevar por los oropeles. “Conozco la
fragilidad de todo esto porque lo he experimentado varias veces en mi vida”,
dice. Cuando esta semana, en el plenario, un negociador oficial le dijo estar
dispuesto a proponerle para el Premio Nobel de la Paz si lograba un acuerdo en
París, el político, fiel a sí mismo, respondió: “Me he sonrojado tanto que no
me reconozco”.
Fabius eligió un método de trabajo que facilitaba
el acuerdo final. “Hemos hecho el trabajo de abajo arriba”, ha explicado
siempre, “al contrario que el método hasta ahora seguido”. Propuso iniciar la
Cumbre del Clima con el trabajo ya hecho: 186 países (de los 195 participantes)
llegaron a París con sus planes nacionales para reducir emisiones ya aprobados y
convocó a los presidentes de Estado y de Gobierno para el primer día (no para
el último) para asegurar un fuerte impulso a las negociaciones. El compromiso
previo y los atentados obraron el milagro: 150 mandatarios juntos en París. Lo
nunca visto.
Como veterano, se permite la disidencia. Se niega a pronunciar la
palabra “guerra” en la lucha antiterrorista y es la voz más inflexible contra el presidente sirio Bachar el Asad, el gran aliado del ruso Vladímir Putin. Opta, al mismo tiempo, por
evitar ciertos riesgos reclamando un acuerdo parcialmente vinculante para poder
encajar el puzle de tantos países con intereses encontrados. Su dogma ha sido
siempre situar a Francia en el mapa como una potencia nuclear y diplomática
capaz de mantener un nivel de interlocución con todos los países, incluida
Rusia.
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