El
escándalo de Volkswagen con el fraude de las emisiones es la última chorizada
de una empresa de aquel país que prodiga lecciones de moralidad en Europa. Un
dato más en la larga serie de los últimos años, una especie de versión teutona
en el siglo XXI de aquel cutre Celtiberia show de Luis Carandell.
El
“Teutonia-show”, podríamos decir; la financiación de la burbuja inmobiliaria en
países como Estados Unidos, España o Irlanda; la crisis de los pepinos, el
aeropuerto de Berlín, la Filarmónica de Hamburgo, el Germanwings, la
eurocanallada griega… Por ahí todo claro, pero, ¿es este escándalo un asunto
técnico? Cuesta creerlo.
Credit
Suisse estima en hasta 78.000 millones de euros el perjuicio que el dieselgate puede ocasionar a la primera empresa
automovilística alemana. Una bonita suma. Por si sola ya supera en un 60% el
coste del mayor vertido petrolero de la historia, la catástrofe Deepwater Horizon de la compañía BP en el Golfo de
México de hace cinco años. En París, Axa Investment Managers cree que el asunto le costará a Alemania alrededor del 1,1% de
su PIB.
Según
el economista Andrew Rose, un gurú de la ciencia de la exportación y el
comercio de la Universidad de California, cada punto de caída en el índice de
simpatía que un país suscita, resta un 0,5% a las compras procedentes de ese
país. Sin contar siquiera el efecto que el siniestro factor Wolfgang Schäuble
ha tenido sobre las maltrechas germanofilias en el Sur de Europa, es evidente
que el caso VW va a tener consecuencias devastadoras, pronostica el avispado
economista alemán Thomas Fricke. El sector automovilístico representa más del
17% de la exportación alemana.
Pocas cosas podían hacer más daño. Con todo esto
en la mollera, la pregunta que se impone es bien simple: ¿Qué
ha pasado entre Estados Unidos y Alemania para que una agencia del gobierno
lance tamaño torpedo contra Berlín?
Ignorar
esta pregunta sería mucho peor que pensar cándidamente que los parámetros de
emisiones de los automóviles los deciden los burócratas de Bruselas, o que el
sin límite de velocidad de las autopistas alemanas lo decide el cuerpo de
diputados del Bundestag.
La
industria del automóvil pesa mucho en la política. Tiene centenares de
lobbystas en Bruselas (oficialmente 240 declarados, 43 de ellos de VW), que son
los que preparan las normas y envían los proyectos de ley a los políticos como
platos precocinados. Se vio claro en 2013, cuando Merkel vetó y pospuso hasta
2022 normas en materia de emisión, de acuerdo con un guión conjunto de
Daimler-Benz y BMW. La conexión entre políticos y grandes empresas es estrecha
y conocida. Antaño propiedad pública, Volkswagen aún es hoy propiedad del Land
de Baja Sajonia (en un 20%) y todos los políticos de ese Land (por ejemplo el
ex canciller Gerhard Schröder o el actual vicecanciller Sigmar Gabriel)
mantienen estrechos vínculos con la casa. El gobierno alemán conocía
perfectamente el fraude que ahora ha estallado, como sabían los tecnócratas de
Bruselas que los procedimientos para medir emisiones son un timo capaz de
competir con el de la estampita. Lo mismo vale para la proyección mundial y
mediática de estas gigantescas y poderosas empresas.
Se ha
hablado mucho del origen nazi de VW (Seat también fue una criatura del régimen
franquista), pero mucho menos del papel que Volkswagen desempeñó, por ejemplo
durante la dictadura de los generales brasileños (1964-1985) confeccionando
listas negras para los militares entre sus empleados, cuando su jefe de
seguridad en Sao Paolo (desde 1959 hasta 1967) era Franz Stang, ex comandante
de los campos de exterminio nazis de Sobibor y Treblinka, como ha recordado
oportunamente el portal German Foreign Policy.
En
París, Le Canard Enchaîné ha denunciado el chantaje al que la agencia encargada
de comprar los espacios publicitarios de VW en la prensa francesa sometió a una
veintena de diarios regionales: si querían seguir recibiendo publicidad y a fin
de no perturbar la campaña de anuncios, debían renunciar a publicar
informaciones sobre el dieselgate durante los días en que se publicaran los
anuncios. Solo tres diarios, sobre una veintena protestaron… Por desgracia este
es el mundo real, y en este mundo hay que ir con el escepticismo y las
preguntas por delante.
Quien
crea que asuntos de tanta trascendencia como un puñetazo en el bajo vientre de
Alemania las decide un fontanero de la agencia ambiental de Estados Unidos, se
equivoca. Cuando se trata de lanzar un torpedo de tal calibre contra un país
amigo, es que ocurre algo en la relación y se quiere lanzar una advertencia,
por lo menos. Las negociaciones del TTIP, el acuerdo de “libre comercio”
diseñado para ponerle la guinda a la gran involución actualmente en curso, no
van bien. En el mundo en general, cada vez más cosas escapan al control de
Estados Unidos, que por ejemplo en Oriente Medio parece carecer de toda
estrategia coherente. Más que nunca hay que mantener bien amarrados a los vasallos
europeos. No sé por donde vienen los motivos de esta fenomenal colleja que ha
recibido Merkel, pero no duden que la ha recibido con toda la bendición del
poder imperial.
1.
Desde luego que ha sido
una colleja del gran capital yanqui al gran capital alemán. Últimamente vamos
viendo ciertos enfrentamientos entre Alemania y los EEUU, si bien Alemania
sigue aún claramente aceptando la hegemonía yanqui sobre Occidente. Ya en la
agresión contra Libia Alemania se implicó lo menos posible. Una posible
dimensión del golpe de Estado en Ucrania pudiera haber sido el que los yanquis
pretendieran tender una celada a los alemanes, sabiendo sus históricos deseos
expansionistas hacia Ucrania, para erradicar la tendencia alemana hacia Rusia y
obligarles a cobijarse aún más bajo el paraguas yanqui. En los recientes
acontecimientos de Grecia, veíamos por un lado a los alemanes, y por otro al
círculo pro-norteamericano, que incluía a Francia, por supuesto al FMI y a
Tsiripas y Varoufakis. De hecho, aunque aquí no se ha hablado mucho de ello, en
Grecia se considera públicamente a Varoufakis como un hombre de la Casa Blanca,
y por eso seguramente los alemanes exigieran su cabeza.
Si la actual Unión
Europea surgió históricamente en un proceso en el que, el gran capital europeo,
necesitaba cobijarse bajo el paraguas yanqui para poder seguir sangrando al
mundo dada su debilidad militar y política tras la guerra -lo que va siendo
cada vez más evidente- y por entonces además para protegerse del peligro que
representaban sus propios pueblos, con grandes Partidos COmunistas en países de
tan gran importancia como Francia o Italia y con la URSS enfrente y en un mundo
en el que avanzaban las corrientes revolucionarias, y por su lado los EEUU,
siguiendo el plan británico enunciado por ejemplo por Churchill antes de la
guerra de controlar el continente mediante una especie de unión, buscaban
además de contener a “los rojos”, el mantener subyugada a una Europa centrada
en Alemania y organizada en torno al marco alemán -lo que hoy ha llegado a ser
el euro- como una de las “patas” básicas de su mecanismo de hegemonía mundial,
lo cierto es que las cosas han seguido evolucionando.
A esto ya se opuso gente
como de Gaulle, que por algo le quitaron del medio, y que veía en esos cánticos
de una unidad política un plan yanqui para someter al continente, oponiéndole
su idea de una Europa de los Estados o de los pueblos. Por algo le quitaron de
en medio Y dado el volumen y potencial de Alemania, hay una tendencia que
-exageradamente- podríamos decir que es casi natural, a convertirse en gran
potencia y por ello a entrar en rivalidad con las demás. Si bien basta leer la
prensa alemana para darse cuenta de que siguen alineados claramente en la
órbita yanqui, se ve últimamente como una cierta inquietud en el gran capital
industrial alemán por seguir un camino independiente, por ligarse más a CHina y
Rusia, en contra de las tendencias fuertemente pro-yanquis del capital
bancario.
Por supuesto no se puede hablar del capital financiero y del bancario
como si fueran dos cosas diferentes, independientes. Todo esto no es más que
una tendencia embrionaria que ya veremos en qué acaba. Respecto a la UE, de
triunfar -lo que no será pasado mañana- la tendencia a desarrollarse
autómamente como gran potencia, Alemania tenderá a romper la actual UE ya
reestruturarla quedándose con su periferia inmediata, y luego una Europa “de
segunda velocidad” o como se la quiera llamar. Francia quedaría con ello ya
descolocada definitivamente e la escena mundial, de ahí su pro-yanquismo de los
últimos tiempos. A los pueblos, claro está, nos da lo mismo que nos fastidie
una multinacional alemana que yanqui, pero está claro que esas tendencias
pueden tener importantes consecuencias para lo que pase en Europa y por tanto
para lo que nos pase a nosotros.
Sociología Crítica 2015/10/07
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